Adolfo Suárez González y las mayorías electorales españolas

 

“La historia no es historia a menos que sea la verdad”.

    Abraham Lincoln

“Las mentiras repetidas se convierten en historia, pero no necesariamente se convierten en verdad”.

  Colum Mc. Cann

 “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”.

  Nicolás Avellaneda

 

01. Introducción

 

         Estos últimos días y con motivo de haber fallecido el primer presidente constitucional de la era postfranquista, el pueblo español ha podido asistir a los más recientes actos de exaltación litúrgico-patriótica de la llamada transición a la “democracia”, que los más encumbrados miembros del aparato político-mediático-propagandístico del Estado, atribuyeron al finado Adolfo Suárez González. Desde allí se ocuparon de adornar su trayectoria personal, con panegíricos necrológicos tales como: “forjador del gran pacto”, “conductor de la historia”, “sagaz, inteligente y generoso”,  “gigante de nuestra historia reciente” o “arquitecto de la democracia española”. Supuestos méritos que le valieron en vida ser honrado por sus “servicios al país” con el título nobiliario de Duque, ungido con la máxima jerarquía y “dignidad” de los “Grandes de España”, concedida por el entonces monarca absoluto, el Rey Juan Carlos de Borbón y Borbón. El mismo que desde el momento de la irrupción del golpista Coronel Tejero y sus hombres en el Congreso aquel 23 de febrero de 1981, sugestivamente dejó pasar 12 horas sin decir esta boca es mía, para recién decidirse a condenar la sedición, cuando supo que había sido abortada.  

 

         A todo esto, quienes han dirigido tales elogios a la memoria del muerto, saben muy bien que, en 1977, poco antes de ser redactada la Constitución, los padres de esa “Carta Magna” recibieron la orden escrita por los más altos mandos militares franquistas —y da igual cómo—, con el texto de los artículos que debían figurar en ella, donde se garantizó al franquismo el control político de la transición al nuevo régimen constitucional. Y quién sabe si no, con el deliberado beneplácito del propio Adolfo Suárez González, una duda razonable que sugiere su propia trayectoria fulgurante como miembro del aparato político falangista desde su más temprana juventud, íntimamente vinculado a Fernando Herrero Tejedor, gracias a quien pasó en 1958 a integrar la Secretaría General del movimiento; en 1961 ascendió a Jefe del Gabinete Técnico del Vicesecretario General; procurador en Cortes por Ávila en 1967 y Gobernador Civil de Segovia en 1968. En 1969 fue designado Director General de Radiotelevisión española, donde ya había desempeñado otros cargos entre 1964 y 1968, permaneciendo allí hasta 1973. En abril de 1975 fue nombrado Vicesecretario general del Movimiento, y el 11 de diciembre de ese mismo año subió un peldaño más en el escalafón estatal, entrando a formar parte del Gabinete de gobierno presidido por el efímero sucesor de Franco: Carlos Arias Navarro.

 

         Hasta que “por la Gracia de Dios” y mediando la decisión omnímoda del Rey, en julio de 1976 fue aupado por el Monarca al cargo de Presidente del Segundo gobierno tras la muerte del “Caudillo”, en remplazo de Arias Navarro. En ese capullo permaneció Suárez el tiempo que apremió, para salir de allí transformado en mariposa y volar por el éter de las elecciones generales, alcanzando en 1979 la más alta instancia política en el flamante gobierno “democrático”, con el voto de 6.280.000 ciudadanos españoles. De esto se trataba y para tal fin —como dijera Franco en la Nochevieja de 1969—, estuvo “todo atado y bien atado” para que lo más esencial del poder quede como todavía está, de modo que la mayoría de los españoles sigan sin ver más allá de sus propias narices, que para eso sirve la poderosa industria del entretenimiento embrutecedor, actuando en colaboración informal objetiva con los aparatos ideológicos —públicos y privados del Estado—, incluyendo naturalmente a los no menos corruptos medios privados de comunicación de masas.

 

         Mentiría quien afirmase que Suárez llegó a ser un corrupto en la acepción material del término. Pero también es verdad que casi no tuvo tiempo para ello. Acerca de su persona está en el común de los españoles pensar, que ambicionó el poder por el poder y no el dinero. Una tontería. Porque como dijera Lord Acton en 1887 observando con rigor científico la sociedad capitalista de su tiempo: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”, habida cuenta de que, para él, “dinero es poder”. Y nosotros añadimos: con “democracia” o sin ella, entendiendo como tal, a la representativa, es decir, a la democracia del capital, un engañoso eufemismo encubridor de su dictadura. Así que, al final de cuentas, como dijera Quevedo: “poderoso caballero es don dinero”.  

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