Elementos para un juicio político revolucionario al Estado “democrático” español
Parte I
La Parodia golpista del 23F

 

Primeras manifestaciones políticas de la crisis económica del franquismo

En su libro: “Con la venia..., yo indagué el 23F”, Pilar Urbano dice que: “Si el rey hubiese estado de acuerdo con el golpe, el golpe necesariamente habría triunfado”. Lo paradójico es que el golpe triunfó en toda la línea. ¿Cómo se explica esto? Para empezar a entender este clarificador episodio de la lucha de clases en la España inmediatamente posterior a la muerte de Franco, es necesario empezar por conocer la dialéctica del poder al interior del régimen franquista. A finales de los años cincuenta, había instalados en el aparato de Estado franquista dos bloques bien definidos; por un lado, estaban los tecnócratas del “Opus”; por el otro, la secretaría política del Movimiento Falangista, denominado “el bunker”. Los primeros se pronunciaban claramente por la Monarquía, pero no encarnada en el Conde de Barcelona —dadas sus manifiestas inclinaciones liberales— sino en su hijo. [1] Los falangistas, en cambio, eran enemigos declarados de la dinastía borbónica, especialmente del príncipe Juan Carlos, precisamente porque preveían que Franco le designaría sucesor de su régimen. “No queremos príncipes tontos que no saben gobernar”, decían. Pero esto les suponía dar al traste con la Ley de Sucesión de 1947, por la cual España quedó constituida en Reino, con Francisco Franco como regente vitalicio.

Los “listos” que decían estas cosas del candidato aun oficioso a la corona, parecían ignorar que la monarquía parlamentaria como forma de gobierno sucesoria de la dictadura de Franco, suponía un reaseguro político al poder real de la burguesía, porque con su restauración reinstauraba la vieja idea política de la república, manteniendo vivo el espíritu dialéctico de “las dos Españas”, lo cual alejaba el horizonte histórico necesario de la dictadura democrática del proletariado —tan odiada por los falangistas— como resolución definitiva de toda esta “realidad actual” del capitalismo carente ya por completo de sentido social, político y humano. Que a Franco le “sedujera” o dejara seducirle la posibilidad de ser sucedido por un general —como dice Paúl Preston [2] — o que le resultara más o menos “atractiva” la instauración de la Monarquía, son subjetivismos historiográficos que no hacen a la sustancia de la historia, y que sólo sirven para concentrar la atención en la pequeña política, en este caso, la de andar por casa de los distintos sectores de la clase actualmente dominante en España, desviándola de la gran política, de la que hace verdaderamente a la comprensión científica del curso de los acontecimientos, como condición de una toma de conciencia y posición política verdaderamente progresista y efectivamente superadora de lo puramente existente, en tanto hace ya mucho que ha perdido su razón de ser: el capitalismo.

La forma de gobierno postfranquista prevista en la Ley Orgánica del Estado —promulgada en 1969— era una Monarquía en la que el centro de decisión política ordinario se desplazaba desde la Jefatura del Estado a la Presidencia del Gobierno, supuestamente con el propósito de dejar a salvo la imparcialidad del futuro Rey y su rol decisivo de árbitro en las más que probables crisis políticas institucionales futuras, garantizando así la continuidad de la institución. En apariencia, la ley le protegía de los avatares de la vida política, pero, en realidad, le convertía en rehén de unos gobiernos en última instancia políticamente no responsables, cooptados por unas instituciones no representativas cuyo fracaso o impopularidad no podía dejar de comprometerle. Paradójicamente, pues, la Ley Orgánica franquista condenaba a Don Juan Carlos a una situación de indefensión tal, que las incertidumbres de un futuro cambio de régimen pronto se le antojaron más atractivas que las falsas certezas de la ortodoxia continuista. Así, la propia naturaleza de esa Monarquía sui géneris diseñada por las Leyes Fundamentales de la dictadura, contribuyó de forma decisiva a que el Príncipe se reconvirtiera a la “democracia”. 

El dilema de Juan Carlos, era el haber llegado a tener la certeza de que en el contexto geopolítico de la Unión Europea, la futura Monarquía  no podría ser un régimen de autoridad personal como el de Franco, y que la única legitimidad capaz de sustentar su corona sería la “democrático-parlamentaria. Pero Franco había embrollado las cartas constitucionales de tal forma, que las posibilidades de acción del monarca eran extremadamente difíciles. Las instituciones del régimen, el Consejo del Reino, el Consejo Nacional del Movimiento y las Cortes, se hallaban en manos de franquistas convencidos, y detrás de ellos estaban el ejército y la guardia civil

Por otro lado, existía un apoyo internacional en favor de un proceso de democratización; y en la misa de la coronación el cardenal Enrique y Tarancón había hecho partícipe al rey de las esperanzas populares, cuando le había exhortado a convertirse en "Rey de todos los españoles". [3] Además, cuenta el hecho de que Franco subestimó la importancia en la historia de la legitimidad dinástica, y a pesar de los esfuerzos de su régimen por instaurar una Monarquía propia, su sucesor, aunque lo hubiera querido, no podía dejar de encarnar una institución que hundía sus raíces en un pasado muy anterior a la Guerra Civil. Y aun siendo verdad que la Monarquía jamás se hubiese restaurado de no haber sido por el régimen franquista, tampoco podía pasar por ser una simple continuidad política suya, ajena a la propia esencia dinástica y a su pasado histórico. Como le explicó Don Juan Carlos a un periodista norteamericano en 1970, “soy heredero de Franco, pero también soy heredero de España”, de la única España hasta 1931, la España monárquica, sin duda quiso decir.

Esta filosofía no fue una genial originalidad del Príncipe, sino que adquirió proyección política manifiesta desde 1957, tras la muerte del infante Alfonso [4] —primer candidato a la Corona en la línea sucesoria— cuando el “Opus Dei” y la “Asociación Nacional de Propagandistas Católicos” (ACNP) dieron pábulo años después al “Grupo Tácito”, germen político de la futura UCD, formación que lideró la Transición, al mando del falangista reconvertido a la “democracia”: Adolfo Suárez. [5]   

Hasta ese momento, Franco pensaba que la Falange era la única fuerza política con capacidad para resolver problemas sociales. Después de la guerra civil, los burócratas sindicales de ese movimiento, apoyados por el poder armado de las fuerzas del orden, sirvieron concienzudamente a su jefe disciplinando a la clase trabajadora y a los campesinos a través de los sindicatos corporativos. La adopción de semejantes estructuras políticas por parte del franquismo —a fin de conservar el equilibrio socioeconómico de la España anterior a 1931— llevaban consigo las semillas de su propia destrucción, si bien esto no fue evidente hasta después de 1969. Pero ya antes de la huelga de tranviarios y estudiantes que comenzó el 14 de enero de 1957 en Barcelona, el “generalísimo” empezó a despertar de ese sueño simplista. Como siempre, su más fiel consejero, Carrero Blanco, le ayudaría en 1956 a caer en la cuenta de que el déficit exterior de  387 millones de dólares, pedía una solución urgente que ya no fuera de compromiso.

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[1] Juan Carlos de Borbón y Borbón, actual rey de España.

[2] Ver: http://www.salman-psl.com/la-transicion/inicio.html

[3] Cardenal español, nacido en Burriana (Cast.) y fallecido en Valencia. Cursó estudios eclesiásticos en Tortosa y en la Universidad Pontificia de Valencia, donde obtuvo el doctorado en teología. Ordenado sacerdote en 1929, desarrolló sus primeras actividades pastorales en Vinaroz. En 1931 se trasladó a Madrid,para formar parte de un equipo de sacerdotes consagrados a la Acción Católica. En 1945 fue nombrado obispo de Solsona. En 1964 pasó a regir la diócesis de Oviedo. En 1969 la Santa Sede le designó arzobispo de Toledo. Este mismo año Pablo VI lo nombró cardenal y la Real Academia Española le eligió, por unanimidad, académico de la Lengua. En 1971 fue nombrado primero administrador apostólico y luego obispo de Madrid-Alcalá. Este mismo año se celebró, bajo su presidencia, la polémica Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes, y desde ese año también ocupó la presidencia de la Conferencia Episcopal Española hasta 1981. El cardenal Tarancón fue una de las figuras más destacadas en la época de transición de la Iglesia española desde el franquismo a la “democracia”.

[4] Alfonsito era el preferido de la familia real, divertido, inteligente y más simpático que su hermano mayor, Juanito, que llegaría a ser Juan Carlos I de España. Su pasión por el golf y la vela habían hecho que el padre de ambos, Don Juan, se sintiera muy cercano a él. El 29 de marzo, Jueves Santo de 1956, después de una misa vespertina en la iglesia de San Antonio de Estoril, la familia había regresado a casa. A las ocho y media de la noche, el coche del médico de familia, el doctor Joaquín Abreu Loureiro, llegó precipitadamente a las puertas de Villa Giralda. Según parece, ambos muchachos habían estado en el cuarto de juegos, en el primer piso de la casa, entretenidos en tirar al blanco con un pequeño revólver del calibre 22, mientras esperaban la hora de la cena. El comunicado oficial distribuido por la Embajada de España en Lisboa sobre la muerte de Alfonso decía: «Mientras su Alteza, el Infante Alfonso, limpiaba un revólver aquella noche con su hermano, se disparó un tiro que le alcanzó la frente y le mató en pocos minutos. El accidente se produjo a las 20.30, después de que el Infante volviera del servicio religioso del Jueves Santo, en el transcurso del cual había recibido la Santa Comunión». La decisión de silenciar los detalles del hecho fue adoptada personalmente por Franco.

[5] El Opus Dei, poco a poco se fue infiltrando entre la intelectualidad española y los principales puestos neurálgicos de la sociedad civil y el Estado; empezó conquistando cátedras de Universidad, consejos de Administración de empresas, Bancos y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Todo esto lo consiguió con la ayuda de la  Iglesia y del régimen de Franco. Pero lo verdaderamente decisivo fue la amistad de uno de sus más destacados miembros –Laureano López Rodó- con el que ya empezaba a ser el principal lugarteniente de Franco, el Almirante Luis Carrero Blanco. Es a partir de entonces cuando el Opus Dei empezó a conquistar los principales puestos en la Administración y la justicia, lo cual equivalía a una verdadera traición al l8 de Julio puesto que estos personajes estaban en las antípodas de lo que hasta entonces había representado el Régimen, al menos desde el punto de vista ideológico y de la visión del mundo, consiguiendo desplazar definitivamente a una Falange profundamente fragmentada y erosionada con el decurso natural del tiempo. Con aquella crisis política e institucional de 1957 que llevaría al poder al Opus, comenzaba la transición a la actual democracia. Desde la crisis política del régimen que culminó en 1957, al Opus Dei los falangistas le llamaban “la tercera fuerza”; consideraban como la primera a las “falanges juveniles de Franco” y el “sindicato Estudiantil Universitario” (SEU), la segunda se la atribuían a los republicanos “comunistas”  .