Represión, capitalismo y dominación
A los siete países más poderosos del mundo se les acabó la fiesta. La convocatoria de la próxima reunión de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en el lejano emirato árabe de Qatar, la reciente suspensión de la cumbre del Fondo Monetario Internacional (FMI) en Barcelona, o el anunció de la siguiente cumbre del G8 (los siete países de antes más Rusia) transcurrirá en un inaccesible complejo de las montañas canadienses, son sólo éxitos relativos de los diversos movimientos de resistencia global. Pero el verdadero cénit de la oposición a la globalización neoliberal es la pérdida de cintura política de la que siempre ha hecho gala el capitalismo. En su última cita, en la ciudad italiana de Génova, no ha sido el actor más ágil. Frente a la inteligencia de las palabras, no halló mejor solución que la violencia de las balas, previo amurallamiento de una ciudad cuyos habitantes no fueron consultados sobre la conveniencia o el deseo de una cumbre G8, y menos aún sobre el dispositivo de represión de 20 mil policías y militares que tomaron las calles. Un Estado de excepción, no de derecho, pero sí de hecho.

Desde nuestro compromiso por la paz y la solidaridad, deploramos todas las expresiones de violencia. Por ello, las algaradas, barricadas y tácticas de guerrilla urbana desplegadas por los sectores más violentos de los mal llamados "antiglobalizadores" (peor aún, "globofóbicos), no causan más que disgusto y pesar. Pero eso no impido condenar con la más absoluta rotundidad la represión ejercida por los cuerpos policiales y militares en las recientes jornadas del 20, 21 y 22 de julio. La violencia estatal, de tener legitimación, debe estar sujeta a unas normas de proporción que han sido despreciadas durante la cumbre del G8 en Génova. Esta ha sido el último episodio de una sucesión de represiones violentas, que han tenido como escenarios capitales financieras e institucionales como Barcelona, Gotemburgo, Davos, Niza, Nápoles, Praga, Seattle, Washington, Québec y un ya largo etcétera.

Igualmente condenable fue la entrada y registro en los locales del Foro Social de Génova, que supuso la sustracción por parte de las autoridades de material que daba fe de la brutalidad policial durante las marchas anticapitalistas. Asimismo, y en este sentido, no queda más remedio que repudiar ciertas estrategias antidemocráticas de represión puestas en marcha por las fuerzas de seguridad de los países occidentales, demostradas aunque no reconocidas por los Estados implicados. En Barcelona y en Génova, por citar los caso más recientes de convocatorias anticapitalistas paralelas a cumbres internacionales del FMI, la OMC, el G8, el Banco Mundial (BM) o la Unión Europea (UE), la infiltración de agentes y policías secretas entre los manifestantes dejan mucho que desear acerca del compromiso de los Gobiernos con los derechos y libertades fundamentales. El caso de Génova resulta especialmente grave, por cuanto la muerte del joven italiano Claudio Giuliani se produjo por un impacto de bala procedente desde un vehículo policial, cuando el Ministerio del Interior italiano se había comprometido a no disparar armas de fuego contra los manifestantes. No obstante, la depuración de responsabilidades individuales no es la única ni necesariamente la mejor de las opciones posibles.

Antes bien, se trata de abrir un debate con el casi millar de organizaciones que estuvieron presentes en el Foro Social de Génova. Seamos serios: ¿a qué porcentaje puede ascender el grupúsculo de "globofóbicos" violentos presentes en cada cita de resistencia global? ¿Un 0,5, un 1, un 1,5 por ciento? En Génova, las autoridades cifraron un millar de personas violentas de una manifestación de 150 mil participantes. ¿Es representativo este dato de algún tipo de demanda social? ¿Qué parte de responsabilidad de los destrozos recae sobre los dispositivos de represión? La violencia, el mito de la "batalla campal", conviene también a los organizadores de las cumbres "oficiales", por cuanto legitiman la militarización de estas citas. Citas que además y a partir de ahora, si se da como válidas las declaraciones de ciertos líderes políticos, se desarrollarán en lugares inaccesibles. Una maniobra hábil que permite alimentar cierto discurso de falsa oposición (dialéctica de "palomas" y "halcones"), por el cual antes se conocía el contenido de las cumbres, mientras ahora lo impide el ruido "antiglobalizador". ¿Es real esta crítica? ¿Habrían levantado alguna sospecha el G8, el FMI, el BM, de no haber crecido en las calles la oposición a la globalización neoliberal?

Esta maniobra de alimentar el ruido para dividir a los diversos colectivos agrupados en la globalización de la resistencia puede resultar, en efecto, "hábil". Pero en ningún caso "agil". Y en la agilidad, en la cintura política del capitalismo, reside su origen liberal. De ella depende su capacidad de integrar a las disidencias, asumir algunos de sus puntos de vista y entablar una nueva dialéctica constructiva con los grupos denominados "antisistema". En el caso que nos ocupa, además, se produce un error sistemático en la terminología de la globalización. Los manifestantes del largo etcétera de ciudades que han sido escenario de "batallas campales", no son, como se les llama, "antiglobalizadores", sino más bien "hiperglobalizadores". Su oposición no es a los beneficios sociales que se podrían derivar de un uso justo de las nuevas tecnologías de la información, la capacidad transcontinental del comercio y las relaciones de flexibilidad entre propietarios de los medios de producción y los usuarios de sus bienes y servicios. Lo que denuncian es que es justo y redistributivo no se da; que la globalización afecta a los capitales especulativos y no a los humanos; que mientras se mundializa la emisión de gases contaminantes y de efecto invernadero (dióxido de azufre, monóxido de carbono), el país responsable de más de la cuarta parte de dicha emisión, Estados Unidos, se niega a firmar el Protocolo de Kyoto. La concentración del capital en un menor número de manos se hace palpable y, lamentablemente, el fin social que podría derivarse de la globalización se pervierte en un espíritu de dominación, desde los países de sobreabundancia hacia las sociedades desposeídas: hacia el Tercer Mundo y hacia los cuartos mundos del Primero.

Las instituciones financieras internacionales y los países ricos no pueden mirar hacia otro lado. Sólo les quedan dos opciones: negociar con los movimientos de resistencia global o desaparecer. De momento, han optado por una huida hacia delante: las reuniones casi secretas en lugares recónditos del globo. Pero pronto se verá que la oposición hacia esa actitud será aún mayor. Si los organizadores de las cumbres aplican el instinto de supervivencia y recuperan la dignidad política perdida en Génova (y despreciada en la década de los años 90), regresarán al formato actual, las reuniones en capitales financieras. Con una salvedad: estas ya no serán escenario de batallas campales, sino foros de discusión entre la ética del capitalismo y, quizá, el capitalismo de la ética. Pero tal y como está concebida en este momento, lo dicho, a los siete países más ricos y a las instituciones que legitiman sus políticas de dominación, se les acabó la fiesta.

Esteban Tomás Navarro
Coordinador de MPDL Acción Social

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