Venezuela-Chile: algunas enseñanzas

por Guillermo Almeyra
La Jornada, 19 de diciembre

En el referéndum venezolano convocado por Hugo Chávez éste triunfó con 71.9 por ciento de los votos. Pero la abstención sigue siendo el primer partido con 54.2 por ciento (aunque en este caso habría que tener en cuenta las desastrosas lluvias que afectaron a los sectores más pobres, presumiblemente chavistas). El presidente, por consiguiente, no ha logrado aún movilizar las conciencias de la parte más desvalida de la población venezolana, que sigue sin creer en nadie ni en nada. Desde el punto de vista democrático ese es su talón de Aquiles; y, desde el social, frente a la oposición de la Iglesia, los empresarios, el capital financiero y los intereses de las cúpulas políticas tradicionales, cuya fuerza no consiste en el voto sino en la capacidad de presión y conspiración, esa pasividad de parte de la población se convierte en un factor potencialmente conservador, en un problema que requiere una solución urgente. Sobre todo porque, tanto en los barrios más pobres de las ciudades como en el campo, la cantidad de jóvenes que no votan es importante.

Al mismo tiempo, en las elecciones chilenas se registró el hecho de que un millón y medio de jóvenes ni siquiera sintieron necesario registrarse para votar. Ahora bien, un gobierno de centroizquierda y un candidato presidencial que se dice socialista y que nada pueden ofrecer a los jóvenes arrastran una pesada bola de hierro al caminar hacia el futuro próximo. Por otra parte, es notable que el candidato pinochetista y del Opus Dei, Joaquín Lavín, haya logrado unir a la derecha extrema con los conservadores fundamentalistas, pero detrás de un programa que une el antizquierdismo clásico en Chile con elementos de revolución pasiva, ultraconservadora (por ejemplo, visitando los barrios populares para ofrecer recetas contra el desempleo y un cambio ocultando así el pinochetismo detrás de un discurso contra las élites políticas que favorece en realidad a las élites económicas y sociales). Lavín reclutó los votos antizquierdistas de la democracia cristiana (que en las elecciones anteriores habían votado por Eduardo Frei para presidente, por su apellido y por democristiano, pero que no están dispues- tos a votar ni siquiera por el desteñido Ricardo Lagos porque éste es de origen socialista y allendista). Si una parte del electorado de izquierda votó por Lagos para que no triunfase la derecha (eso explica la caída a la mitad del voto comunista), lo hizo sin entusiasmo y tapándose la nariz, pero todos los conservadores de Chile (que son muchos) lo hicieron en cambio militantemente por el pollo de criadero del Opus Dei y el pinochetismo.

Lavín ganó así en las ciudades porque el socialista no ofreció socialismo sino pinochetismo económico más prolijo y de este modo ni pudo atraer a los jóvenes hacia la confianza en sí mismos y en la necesidad de hacer política, ni pudo atraer a la izquierda, ni disputar la hegemonía política y cultural al conservadorismo fundamentalista entre los democristianos. Por eso, aunque Lagos llegase a conseguir el voto de los comunistas (que sigue rechazando para no perder sufragios por su derecha pero que ambiciona tener) ganaría el gobierno por una ínfima minoría de los votantes. Además, no podría contar ni con un apoyo suficiente del electorado ni con una vasta capa popular, la más joven, que, absteniéndose, vota en realidad por la continuidad y la estabilidad del sistema, o sea, por un pinochetismo social. La pasividad y la pobreza, se sabe, son reaccionarias.

Hay que agregar que la desmovilización y el aparente apoliticismo no se debe sólo a la tan traída y llevada crisis de los partidos (que forman parte del Estado), de la política y de las mediaciones. Es cierto que el espacio para la política se restringe con la mundialización; igualmente cierto es que la mediación (Iglesia, partidos, direcciones sindicales) pierden peso con ella. Pero Chávez se apoya en un movimiento y provocó el estallido de los partidos tradicionales pero no por ello moviliza al conjunto de la población aunque dé prioridad al empleo, a la lucha contra la corrupción y al sostén de los precios agrícolas para defender al campesino y la autosuficiencia alimentaria nacional. Es que no basta con promover la lucha por objetivos indudablemente populares si no se tiene un proyecto de nación, de sociedad, una utopía capaz de movilizar y de hacer creíbles las metas inmediatas, por las que entonces sí vale la pena luchar. Lo que une, en realidad, a Chávez con Lagos, y afecta la estabilidad de ambos, es que los dos coinciden en que desde el gobierno y no desde la sociedad misma vendrán las políticas y las soluciones y en que piden un voto que en realidad es un cheque en blanco y una delegación de poder. Si por el contrario se quiere fuerza y estabilidad, eso es lo que hay que cambiar.