A la Comisión Europea, a los Jefes de Estado y de Gobierno de los países
que la componen y de los países asociados, al Parlamento Europeo, a los
distintos Parlamentos de los países miembros de la UE y de los países
asociados.
Tras los terribles ataques a las Torres Gemelas, en Nueva York y al Pentágono,
en Washington, el pasado 11 de septiembre, el gobierno de Estados Unidos ha
propuesto al mundo una prolongada y global guerra contra el terrorismo internacional,
terrorismo que con la mayor energía condenamos como antidemócratico.
En la orientación que el gobierno Estados Unidos da a esta guerra contra
el terrorismo existe, sin embargo, una imprecisión que no puede desconocerse
en asuntos de tal gravedad: la de los límites sobre qué debe entenderse
por "terrorismo". Así observamos que en ningún momento
se habla de "terrorismo de Estado", de tan funestas consecuencias
antidemocráticas en numerosos casos en el siglo XXI. Pero en cambio,
sorprendentemente existe el peligro de incluir en la lista de organizaciones
terroristas a los movimientos populares de resistencia y a los movimientos guerrilleros,
en una palabra, a aquellos movimientos populares que, agotados los medios pacíficos,
utilizan la violencia frente a la violencia de la opresión.
No podemos ignorar que si calificásemos de terroristas a tales organizaciones
estaríamos negando el profundo carácter democrático que
a lo largo de la historia han tenido movimientos que de ninguna manera han hecho
uso del terrorismo como forma de lucha, aunque sí hayan utilizado la
violencia. Movimientos que han sido decisivos para conformar el mundo y las
democracias actuales. Este carácter han tenido la mayor parte de las
luchas anticoloniales, entre ellas la norteamericana, así como las resistencias
antifascistas. Deslizarse por el camino de calificar de terroristas a movimientos
de este tipo nos llevaría a debilitar la democracia y no a defenderla
y fortalecerla.
Las anteriores consideraciones nos conducen a asegurar con la mayor firmeza
que organizaciones como las FARC-EP y el ELN, en el caso de Colombia, el FPLP
en Palestina, o las guerrillas de ciertos países de Asia, que utilizan
la violencia "como recurso supremo ante la tiranía y la opresión"
-en palabras de la Declaración Universal de Derechos Humanos-, no pueden
ser calificadas de terroristas, al margen de la opinión que cada cual
pueda tener sobre unas u otras, como de cualquier otra fuerza política.
Desgraciadamente el peligro que denunciamos aparece, por ejemplo, en la Declaración
de la Presidencia de la Unión Europea sobre el proceso de paz en Colombia,
del día siete de diciembre de 2001, donde se dice: "Hasta nueva
orden, los Estados miembros de la UE no expedirán visados ni permisos
de residencia nuevos a representantes de dichos grupos armados", refiriéndose
a las FARC-EP y al ELN de Colombia. Esta medida de la UE, además de crear
evidentes dificultades en la marcha del complejo proceso de paz, iniciado hace
tres años y para el que se estableció una Mesa de Negociación
y Diálogos integrada por el gobierno colombiano y las fuerzas insurgentes,
es un grave paso negativo en la alarmante confusión entre organizaciones
terroristas y organizaciones de resistencia popular.
Quienes suscribimos este documento estimamos que Europa, por sus tradiciones
culturales, políticas y jurídicas, no puede caer en tales confusiones,
perniciosas no sólo para los referidos movimientos sino para Europa misma.