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Verdad y sus tipos

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Primitivamente, la verdad fue entendida como una propiedad de las cosas, su propiedad de manifestarse. Pero poco a poco la verdad se convierte en propiedad del entendimiento: es él el que debe “desvelar” lo que son las cosas. Tal concepción aparece claramente en Aristóteles y es aceptada por gran parte de la filosofía posterior.

En la actualidad, las principales explicaciones sobre el sentido de la verdad se deben a la teoría de la correspondencia, o teoría semántica de la verdad, la teoría de la coherencia y la teoría pragmática de la verdad. En todas ellas se mantiene la idea básica de que la verdad consiste en una relación, difiriendo sólo en la determinación de los términos de dicha relación: relación de una proposición con los hechos (correspondencia); relación de una proposición con un conjunto establecido de proposiciones (coherencia) y relación de una proposición con la práctica, la acción o la utilidad (pragmática).

 1. Problemas filosóficos sobre Verdad y Certeza

Las preguntas sobre la verdad que intentan resolver las diferentes teorías epistemológicas son:

  • La definición: ¿Qué es la verdad? ¿Qué queremos decir cuando afirmamos que algo es verdadero? ¿Qué significan aquí los términos “algo” y “verdadero”?
  • El criterio: ¿Existe algún criterio que nos permita distinguir entre la verdad y el error? ¿Cuál? ¿Cómo justificarlo?
  • ¿Tiene sentido llegar a la verdad? ¿Tiene sentido hablar de verdades absolutas? ¿Es toda verdad relativa?
  • ¿En qué condiciones podemos afirmar que una verdad es cierta? O bien, ¿hay que afirmar que “no hay sino opiniones”?

 2. Definición histórica del concepto ’verdad’

Actividad 1 Extrae una definición histórica del término "verdad" del siguiente texto:

Definición etimológica. Verdad, del latín veritas, que traduce el griego ἀλήθεια ἀλήθεια, alétheia, compuesto de negación y la raíz del verbo lanthano, estar oculto; por tanto «lo que está patente»)

Definición general. Es la conformidad entre lo que se dice, piensa o cree y la realidad, lo que es o lo que sucede. Así se ha entendido tradicionalmente la verdad interpretada como correspondencia, o coincidencia, entre la mente y la realidad o los enunciados y los hechos. En sentido estricto es la correspondencia de una proposición o enunciado con los hechos. Por ello decimos que un enunciado es verdadero si describe los hechos como son y que es falso si no los describe como son. En consecuencia, la verdad es, ante todo, una propiedad del discurso declarativo; lo verdadero o lo falso pertenece a los enunciados o proposiciones y no a los hechos. Es, pues, un concepto puramente epistemológico. Así lo ha entendido fundamentalmente la tradición, desde Aristóteles, para quien la verdad consiste en afirmar lo que es y en negar lo que no es, y la Escolástica medieval, que la define como la «adecuación entre el entendimiento y las cosas» (Tomás de Aquino), hasta los lógicos modernos, entre ellos Tarski, que ha aceptado este concepto de verdad como correspondencia y lo ha liberado de todas las connotaciones metafísicas, construyendo la denominada teoría semántica de la verdad.

Sin embargo, no todos los enunciados verdaderos lo son por su correspondencia con los hechos. «Mañana lloverá o no lloverá» nada tiene que ver con la realidad y, sin embargo, es un enunciado verdadero: es una verdad lógica. Esto último hace plausible la denominada teoría de la coherencia de la verdad. La teoría de la adecuación o correspondencia debe complementarse con la de la coherencia, y aún con la teoría pragmática de la verdad.

Definición histórica. No siempre se ha dado al concepto de verdad esta consideración simplemente epistemológica Las distintas acepciones de verdad a lo largo de la tradición filosófica occidental se deben a influencias de la tradición bíblica y de la primera filosofía griega.

Filosofía antigua. En los comienzos de esta última, aparece ya en el poema de Parménides, la noción de verdad (alétheia) opuesta a la de simple opinión (doxa), como ligada a la del ser (on) y a la del decir (logos), de modo que el pensar y el ser han de ser lo mismo. La idea de verdad como relación simétrica de coincidencia se presenta por vez primera explícitamente en Platón, aunque este autor no desarrolla ninguna teoría específica al respecto. Según Platón, el discurso (logos) que manifiesta la realidad es verdadero. Aristóteles interpreta esta relación como el juicio que une o separa lo que en la realidad está unido o separado, es decir, el juicio que expresa la realidad tal como es; son los comienzos de la llamada teoría de la coincidencia o correspondencia. [...]

Filosofía medieval. El neoplatonismo unirá los dos caminos: el griego y el bíblico, de modo que, para Agustín de Hipona, la verdad es tanto el nous (la inteligencia) neoplatónico como el logos (la Palabra) del Nuevo Testamento. Con ello la verdad adquiere un rango ontológico: es algo que la mente descubre; existen la Verdad (Dios), las verdades eternas (las ideas de la mente divina) y la verdad que el alma conoce, adentrándose en sí misma, por cierta iluminación interior. La Edad Media hace de la verdad uno de los trascendentales del ser, una de las propiedades que todo ente tiene: lo que es, por el mero hecho de ser, es verdadero, esto es, inteligible, siendo Dios la razón última de la verdad o inteligibilidad de todo ente. Con Guillermo de Occam y el nominalismo de la crisis de la Escolástica, los trascendentales medievales se convierten en meros nombres o conceptos, con lo que empieza a hablarse simplemente de la verdad epistemológica y de la verdad lógica.

Con la filosofía moderna, la verdad pierde su status ontológico y pasa a ser definitivamente una cuestión epistemológica: en Descartes, la verdad se convierte en el problema de la certeza, o de la evidencia, si bien Dios continúa siendo todavía el garante de este criterio de certeza, de la misma forma que Leibniz habla aún del entendimiento divino como fuente de las verdades eternas. En cambio, para otros empiristas y racionalistas, como Hobbes, Spinoza y Locke, la verdad es sólo propiedad del enunciado. En Kant, la verdad es «trascendental» en un nuevo sentido, esto es, se refiere a las condiciones a priori, existentes en el sujeto humano, que hacen posible la concordancia del entendimiento con su objeto. Debido a la revolución copernicana de los planteamientos kantianos, la verdad es la conformidad de la experiencia con los conceptos puros del entendimiento categorías. El concepto kantiano de verdad es interpretado dialécticamente en el idealismo alemán como relación de identidad del sujeto, el entendimiento, con el objeto, la idea. Hegel hace del «todo», de la idea, sujeto y objeto a la vez, el portador histórico de la verdad.

Filosofía contemporánea. La «izquierda» hegeliana, por obra de Feuerbach y Marx, sobre todo, invierte el idealismo hegeliano, de modo que la verdad es la «existencia», o el «hombre», y así deja de ser una cuestión de la teoría para serlo de la praxis. El carácter histórico de la verdad es puesto de relieve principalmente por el existencialismo de Heidegger, quien también da a la verdad una condición ontológica, al considerarla propiedad del ser y no de la mente, y por la denominada filosofía hermenéutica; que la verdad tenga una interpretación histórica lleva a la cuestión no sólo del carácter relativo de lo verdadero, y por tanto a la definición de qué es verdad, qué significa que un enunciado sea verdadero, sino también a la cuestión del criterio de verdad: cómo sabemos que un enunciado es verdadero. El neopositivismo sustituye la cuestión de la verdad por la del sentido y la verificación de un enunciado; la verdad o el sentido de un enunciado consisten en su verificabilidad. Karl R. Popper, que hablando de las teorías científicas prefiere referirse al concepto de «verosimilitud», o proximidad a la verdad, más que al de «verdad», acepta la noción tradicional de verdad como correspondencia, sobre todo en la versión que de ella da la teoría semántica de la verdad, de Tarski.

En la actualidad, las principales explicaciones sobre el sentido de la verdad se deben a la teoría de la correspondencia, o teoría semántica de la verdad, la teoría de la coherencia y la teoría pragmática de la verdad. En todas ellas se mantiene la idea básica de que la verdad consiste en una relación, difiriendo sólo en la determinación de los términos de dicha relación: relación de una proposición con los hechos; relación de una proposición con un conjunto establecido de proposiciones y relación de una proposición con la práctica, la acción o la utilidad.

[...] De Verdad en la web Enyclopaedia Herder

 3. Posibilidad de conocer la verdad

Actividad 2 ¿Es posible conocer algo con certeza y con verdad? Indica qué respuestas dan el dogmatismo, l’escepticismo, el criticismo y el relativismo.

¿Es posible conocer algo con certeza [1] y verdad [2]? He aquí planteado el problema de la posibilidad del conocimiento. Varias son las respuestas dadas a lo largo de la historia de la filosofía. El dogmatismo afirma que sí es posible, el escepticismo sostiene que es imposible, el subjetivismo mantiene la tesis de que un juicio es válido solo para el sujeto que juzga y piensa, el relativismo dice que toda verdad es relativa, el pragmatismo reduce la verdad a la utilidad, y por último, el criticismo se coloca en una posición reflexiva y crítica.

 3.1 Dogmatismo

Postura que implica mantener la verdad de un enunciado sin demasiadas razones que lo justifiquen o, en un sentido más amplio y directamente opuesto a escepticismo, la convicción de que son muchos los enunciados cuya verdad podemos saber. En la historia de la filosofía, a quienes primero se aplica el término, si bien en un sentido muy amplio, fue al estoicismo y al epicureísmo que, frente al escepticismo, sostenían la posibilidad de defender con razones la verdad de las propias opiniones (dógmata): dogma versus suspensión del juicio, o epojé. Para Kant, el dogmatismo es la pretensión de avanzar en el conocimiento filosófico sin haber sometido a crítica los principios del pensar. Sus opuestos son, por tanto, el criticismo y el escepticismo. Desde Kant, dogmático es lo contrario de crítico, entendiendo por tal aquel que somete a juicio, a crítica, las posibilidades de la propia razón y, por extensión, los fundamentos de las propias convicciones. En un sentido parecido equivale a "no científico".

 3.2 Escepticismo

la palabra ’escepticismo’ deriva del griego skeptomai, investigar atentamente, o simplemente de skeptesthai, investigar. Es, pues, una concepción epistemológica que sostiene, en principio, que la mente humana no es capaz de justificar afirmaciones verdaderas.

En la historia de la filosofía encontramos dos tipos de escepticismo:

Escepticismo extremo o absoluto sostendría que no existe ningún enunciado objetivamente verdadero para la mente humana, o la imposibilidad total de justificar afirmaciones verdaderas; de este escepticismo se suele decir que se refuta a sí mismo o que es imposible, puesto que se niega en su propia afirmación.

Escepticismo moderado o relativo sostiene que son pocos los enunciados objetivamente verdaderos, o bien establece dudas razonadas sobre la capacidad de la mente humana de poder conocer las cosas y, por lo mismo, la somete a examen. Este relativismo propugna una actitud crítica ante el dogmatismo. La duda metódica y el espíritu crítico o el rigor científico son manifestaciones prácticas de un escepticismo moderado.

Históricamente, el escepticismo aparece en el pirronismo (una corriente de la filosofía helenística). Para Pirrón de Elis (-360/-272) ni los sentidos ni la razón pueden suministrarnos un conocimiento verdadero, por lo que lo más sabio, si queremos llegar a la ataraxia, es permanecer indiferentes a todo absteniéndonos de hacer juicios; el estoicismo llamó a esta suspensión de juicios epojé. A partir del s. -II, el escepticismo tiende a convertirse en eclecticismo, pensamiento sostenido por la Academia platónica como por las restantes escuelas helenísticas, si bien en menor medida. Hacia el s. -II el escepticismo se funde con el empirismo médico. En esta corriente destaca Sexto Empírico, para quien el escepticismo es como el arte de enfrentar todas las contradicciones de las cosas y el pensamiento; el escéptico logra la ataraxia, o tranquilidad interior, renunciando a decidir sobre opiniones contradictorias. En general, la dificultad de resolver la cuestión epistemológica de la verdad y la falsedad se combinó, en el escepticismo antiguo, con la adopción de certezas de tipo práctico, que se fundamentaban en criterios éticos, estéticos, de utilidad, etc. En cambio, en el escepticismo renacentista se acentúa sobre todo el aspecto racional del problema, dejando de lado la actitud más vital que representaba el escepticismo griego. Montaigne (1533-1592), Charron (1541-1603) y Francisco Sánchez (1562-1632) son los escépticos destacados de esta época.

David Hume (1711-1776) integra el escepticismo en la misma actividad filosófica. Distingue [3] entre escepticismo «antecedente» y escepticismo «consecuente». El primero es «anterior a todo estudio y filosofía», y un ejemplo podría ser la duda metódica cartesiana, que plantea la búsqueda de un primer principio de certeza infalible; el segundo es «posterior a la ciencia y a la investigación». Mantener un escepticismo antecedente en forma exagerada –pirrónica– equivale a negar cualquier posibilidad de llegar a la certeza. El escepticismo consecuente es el que hay que adoptar después de haber sometido a examen nuestras posibilidades cognoscitivas. Este escepticismo pone de manifiesto la imposibilidad de conciliar lo que creemos por sentido común y lo que sostenemos tras un examen filosófico de muchas cuestiones: por sentido común creemos que lo que vemos es lo que existe, pero la razón filosófica rechaza identificar nuestras representaciones con los objetos que representan; por otro lado, no disponemos de buenos argumentos para demostrar que nuestras percepciones o representaciones correspondan a los objetos reales. Al hombre razonable le es necesario un escepticismo mitigado o «académico», que es el resultado de combinar un severo examen crítico de nuestras capacidades cognoscitivas con el sentido común y la reflexión. Y así, hay que recordar que todos nuestros conocimientos se reducen a la relación de ideas, o lo que puede saberse por demostración, y a cuestiones de hecho, que fundamos en la relación de causa y efecto. Este escepticismo «académico» de Hume ha pasado a ser una de las posturas fundamentales de la filosofía neopositivista del s. XX, pero es también una característica de todas aquellas filosofías que, desde Kant, han tendido a someter a examen a la razón humana.

 3.3 Criticismo

El término ’criticismo’, además de referirse genéricamente a la actividad constante de la crítica, como propia de la filosofía, y a diversas actitudes específicamente críticas de algunos sistemas filosóficos, se refiere de un modo peculiar a la filosofía crítica de Kant. La cual constituye un examen, juicio o crítica, no de los productos o de los métodos del conocimiento humano, sino de las posibilidades de conocimiento de la misma razón; en concreto, de las capacidades de la razón humana para conocer algo a priori. Al estudio de estas condiciones o posibilidades de conocimiento por parte de la razón, llama también Kant filosofía trascendental. Aunque toda la filosofía kantiana pueda llamarse «crítica» o bien pueda distinguirse como «criticismo», frente, por ejemplo, a un dogmatismo o un escepticismo, en rigor «filosofía crítica» es la primera parte, o la propedéutica, de su metafísica o filosofía sistemática, constituida por el examen a que es preciso someter a la razón humana para conocer su alcance y sus límites. Este aspecto fundamental de la filosofía, que inicia con un autoexamen, o autocrítica, se corresponde claramente con el ideal de «atreverse a pensar por cuenta propia», con el que Kant resume el espíritu de la Ilustración alemana.

 3.4 Relativismo

Relativismo deriva del latín relativus, relativo, de referre, llevar algo a su punto de partida. Afirmación de que todo conocimiento o todo valor moral dependen esencialmente del punto de vista del sujeto que los tiene. Hay relativismo cuando la dependencia del punto de vista subjetivo es total. Sus dos especies clásicas son el relativismo epistemológico y el relativismo ético. El primero defiende que no hay verdades universalmente válidas e independientes de la apreciación de los sujetos; el segundo niega que existan normas morales universalmente válidas. La consecuencia es que tanto el mundo del conocimiento como el de la moral dependen de diversos condicionamientos, que pueden ser el individuo, la sociedad o la cultura, ya sea en el aspecto psicológico, sociológico o histórico.

Comparado con el escepticismo, el relativismo afirma menos. El escepticismo afirma que no hay verdades o, si las hay, son escasas. El relativismo sostiene que las verdades tienen un valor relativo al –en dependencia con el– sujeto. El relativismo se distingue del subjetivismo en que éste establece una dependencia directa entre el conocimiento o el valor y la consideración del sujeto; mientras que el relativismo hace depender el conocimiento o el valor de factores externos al sujeto. En la práctica se identifican, porque en la expresión «el hombre es la medida de todas las cosas» –quintaesencia del relativismo– el término «hombre» ocupa el lugar del sujeto pensante y el lugar de la historia cultural de este mismo sujeto pensante.
El relativismo es, en general (a excepción posiblemente del relativismo ético) una forma de escepticismo.

Representantes clásicos del relativismo son:

  • Protágoras, cuya frase «el hombre es la medida de todas las cosas», ha recibido el nombre de homo mensura.
  • Oswald Spengler (1880-1936) sostuvo que sólo hay verdades con relación a una situación concreta de la humanidad.
  • Las modernas sociologías del conocimiento, que establecen que no hay validez absoluta de enunciados, y que la validez de todo enunciado depende de una situación social concreta, tienen problemas de relativismo epistemológico.

 4. Conocimiento científico

Actividad 3 Caracteriza la objetividad y la intersubjetividad. Relaciona ambos conceptos indicando semejanzas y diferencias entre ambas.

Entendemos por conocimiento científico el producido por la actividad humana que llamamos ciencia. Sus principales características se definen diciendo que se trata de un conocimiento racional, metódico, objetivo, verificable y sistemático, que se formula en leyes y teorías, y es comunicable y abierto a la crítica y a la eliminación de errores. Como conocimiento racional y objetivo que es, se realiza según enunciados descriptivos, que se refieren a hechos del mundo material, que pueden ser verdaderos o falsos, y cuya verdad es controlable y demostrable; en calidad de conocimiento obtenido con un método, es una actividad que planifica sus objetivos que intenta conseguir con los mejores medios y, por ello, somete a prueba experimental, contrastándolos con los hechos, sus enunciados principales.

El saber científico no se reduce al mero conocimiento de hechos. Va más allá de los hechos, porque también es saber sistemático que se construye a partir de hipótesis, sometidas a contrastación que pueden convertirse en leyes y teorías, con las que se obtienen explicaciones y predicciones. Como saber comunicable que es, se trata de un conocimiento público que ha de poder precisar la manera como se ha obtenido, de modo que cualquiera pueda acceder al mismo por iguales o parecidos medios, y en ningún momento se recurra a supuestos o recursos secretos y ocultos. Se orienta, por lo mismo, a obtener un consenso universal sobre la verdad de sus enunciados, pero no excluye ni la crítica fundamentada o la revisión de los errores que contiene, ni la afirmación de que el conocimiento científico es provisional.

En el momento actual, hay tres maneras fundamentales de ver el conocimiento científico como un todo:

  • el enfoque subjetivo, el tradicional, que sostiene que la ciencia es un conjunto de enunciados, cuya verdad los científicos, como individuos aislados, defienden y justifican;
  • el enfoque consensual, según el cual el saber científico está formado por el conjunto de teorías que la comunidad científica acepta como científicas; y
  • el enfoque objetivista, que considera que los enunciados, leyes y teorías científicos son, ciertamente, un producto de la actividad humana, pero que, una vez formulados, poseen su propia vida autónoma como si constituyeran un mundo propio (un tercer mundo).

 4.1 El postulado de la objetividad

En el ámbito de la teoría del conocimiento, la objetividad hace referencia, sobre todo, al hecho de disponer de razones comprobables y discutibles por todos, en las que se apoya una creencia que se considera verdadera; en filosofía de la ciencia, la objetividad es, junto con la racionalidad y el carácter metódico, una de las principales características de la ciencia o del conocimiento científico.

El postulado de la objetividad expresa el ideal de la investigación científica, es decir, el reconocimiento público de los hechos como científicos llevado a cabo por la comunidad científica. En este sentido, según L. Olivé (1995) la objetividad se refiere, pues, a la posibilidad de reconocimiento público, en una comunidad determinada, de que hay un situación de hecho. En este caso, se entiende como predominio del conocimiento del objeto o de la realidad, más allá de todo prejuicio o interés particular. Para Mario Bunge, que el conocimiento científico de la realidad es objetivo significa: que concuerda aproximadamente con su objeto, que busca alcanzar la verdad fáctica; que verifica la adaptación de las ideas a los hechos recurriendo a un comercio peculiar con los hechos (observación y experimento), intercambio que es controlable y hasta cierto punto reproducible [4]. En filosofía de la ciencia, ya que se reconoce la imposibilidad de acceder al objeto sin la mediación de la teoría o de algún tipo de interpretación, la objetividad se hace equivaler a la intersubjetividad, no exenta de cierta acusación de relativismo.

 4.2 Intersubjetividad

En general, la intersubjetividad es el consenso entre individuos acerca de la verdad de un enunciado. Una afirmación así obtenida se llama intersubjetiva por cuanto es considerada verdadera por varios sujetos humanos, aunque su valor epistemológico se considera de carácter objetivo.

En filosofía de la ciencia se utiliza a veces como sinónimo de conocimiento objetivo u objetivamente verdadero. En el supuesto de que el conocimiento ha de ser empírico o de base empírica y, por lo mismo, de naturaleza subjetiva, la comunidad científica debe ponerse de acuerdo respecto a qué mínima unidad de conocimiento empírico e inmediato ha de ser inicialmente aceptable por todos sin que sea necesario discutir acerca de presupuestos teóricos. En la tradición del neopositivismo se propusieron los enunciados protocolarios, o los enunciados básicos, como unidades mínimas de conocimiento objetivamente admisible por todos. Popper, que entre muchos otros considera que todo enunciado, por básico que sea, lleva siempre una carga teórica, defiende el decisionismo, o la adopción de un conjunto de enunciados empíricos a través de una decisión razonable para admitirlos como enunciados iniciales y básicos fácilmente contrastables.

 4.3 Objetividad como intersubjetividad

En la filosofía medieval y en los autores del siglo XVII (especialmente Descartes), la objetividad es una representación, un objeto del pensamiento, tenga o no realidad extramental. De esta manera, por ejemplo, algunos entienden lo universal como teniendo objetividad en el pensamiento, aunque no tenga realidad fuera de él. Este significado es el que predomina en autores como Descartes, Spinoza o Berkeley, por ejemplo. A partir de Kant el significado cambia y se matiza. Para este autor, el carácter de objetividad es el que corresponde a lo que tiene una realidad empírica, y se opone a subjetividad. De esta manera, la objetividad es lo que da cuenta de la experiencia. Para Kant, el carácter objetivo del conocimiento viene determinado por la objetivación producida por las intuiciones puras a priori de la sensibilidad y los conceptos puros a priori del entendimiento. En cambio, para Kant, lo meramente subjetivo es lo puramente apriórico. El hecho de que la objetividad dependa de las condiciones trascendentales no implica que se remita al sujeto (lo que provocaría que lo objetivo sería meramente subjetivo), ya que la aplicación de las categorías, como la de causa, por ejemplo, permite que el mundo fenoménico sea el mismo para todos los sujetos, de manera que estas categorías son garantía de objetividad en tanto que intersubjetividad.

En las concepciones fenomenológicas, como la de A. Meinong, por ejemplo, se rechaza la concepción kantiana de la objetividad generada o constituida por las funciones trascendentales del pensar. Así, para estos autores, la objetividad de un objeto, incluso de los meramente posibles, no consiste en que sea o no captado, sino sólo en la posibilidad de serlo y de convertirse en vivencia. En cualquier caso, la concepción de lo objetivo tiende a entenderse como aquello que se refiere a lo exterior a la conciencia y es independiente del sujeto particular o individual, es decir, independiente de tal o cual sujeto determinado, pero dependiente de algún procedimiento o método que permita la objetivación intersubjetiva.

 5. Teorías de la verdad

Actividad 4 Haz un mapa conceptual de les teorías de la verdad descritas a continuación.

En la actualidad, las principales explicaciones sobre el sentido de la verdad se deben a la teoría de la correspondencia, o teoría semántica de la verdad, la teoría de la coherencia y la teoría pragmática de la verdad. En todas ellas se mantiene la idea básica de que la verdad consiste en una relación, difiriendo sólo en la determinación de los términos de dicha relación: relación de una proposición con los hechos (correspondencia); relación de una proposición con un conjunto establecido de proposiciones (coherencia) y relación de una proposición con la práctica, la acción o la utilidad (pragmática).

 5.1 Teoría de la verdad como correspondencia

La verdad se ha entendido tradicionalmente como correspondencia. Según esta teoría, la verdad se explica como una propiedad de los enunciados, consistente en una relación de coincidencia entre el enunciado y el hecho, o entre el pensamiento y la realidad. Normalmente, se entiende que un enunciado corresponde a los hechos, o a la realidad, si su significado nos describe los hechos tal como los conocemos o interpretamos. Por ello decimos que un enunciado es verdadero si describe los hechos como son y que es falso si no los describe como son. En consecuencia, la verdad es, ante todo, una propiedad del discurso declarativo; lo verdadero o lo falso pertenece a los enunciados o proposiciones y no a los hechos. Es, pues, un concepto puramente epistemológico.

La correspondencia puede entenderse en dos sentidos:

  • Sentido estricto (correspondencia como congruencia): el enunciado es un copia de la realidad, a la que refleja como un espejo, y la estructura del enunciado corresponde a la estructura de la realidad. (Platón y Russell).
  • Sentido amplio (correspondencia como correlación): el sentido global del enunciado coincide con lo que es el caso. (Aristóteles y J.L. Austin).

Por otro lado, la teoría de la correspondencia no prejuzga la cuestión del realismo: aunque normalmente es interpretada en sentido realista, no exige necesariamente que lo que se considera un hecho sea realmente distinto de la mente.

Las objeciones tradicionales que se hacen a esta teoría provienen, principalmente, de la ambigüedad, o amplitud de sentido, que posee el término «correspondencia», que al ser traducido a otros términos es sustituido por expresiones «cargadas teóricamente», como son por ejemplo «significar», de por sí discutibles, y del sentido que hay que dar al término «hecho»; hay quienes objetan que un hecho no es sino otro nombre de enunciado y, en este caso, se plantea entre qué términos se da una relación.

La versión más conocida de la teoría de la verdad como correspondencia es la teoría semántica de la verdad propuesta por Alfred Tarski (1902-1983) en El concepto de verdad en los lenguajes de las ciencias deductivas (1933). Tarski considera que la verdad es una propiedad semántica de los enunciados o proposiciones, porque es definible en términos de conceptos semánticos, que, llevado de su fisicalismo, reduce a conceptos lógico–matemáticos. Esta teoría precisa las condiciones formales que ha de cumplir un lenguaje para contener la definición de verdad como correspondencia. Define, pues, «verdad» respecto de un lenguaje. Según esta teoría, que mantiene los principios de la tradición clásica occidental, iniciada por Aristóteles, «verdadero» es una propiedad (metalingüística) de toda proposición que describa (en un lenguaje objeto) un hecho tal como éste es en el mundo real. «verdad», para Tarski, es una propiedad del enunciado, no de un hecho psicológico, como un juicio o una creencia y tiene, por lo mismo, un valor objetivo, no subjetivo. Se llama «semántica» porque «verdad» o «verdadero» son términos semánticos, cuyo significado sólo puede explicarse mediante un metalenguaje; un metalenguaje puede relacionar expresiones lingüísticas con hechos, mientras que un lenguaje objeto sólo puede hablar de sus propias expresiones lingüísticas o de los hechos, pero no relacionar unas con otros, so pena de caer en antinomias y paradojas. Tarski establece (por la llamada «convención T» o «equivalencia T» –Truth = verdad–) que una teoría de la verdad para un lenguaje L ha de poder formular el siguiente teorema: «X es una proposición verdadera en L si y sólo si p; donde p sea reemplazada por cualquier oración del lenguaje a que se refiere la palabra "verdadero" y X sea reemplazada por un "nombre" de esta oración». Así, en el clásico ejemplo de Tarski «"La nieve es blanca" es verdadero en castellano si y sólo si la nieve es blanca», se enuncian todas las condiciones que nos permiten decir que el enunciado «La nieve es blanca» es verdadero: Hay lenguaje objeto ("La nieve es blanca"); del cual se dice en metalenguaje si es o no verdadero y en qué condiciones: «es verdadero en castellano si y sólo si la nieve es blanca». Si llamamos X a "La nieve es blanca" (lenguaje objeto, que también podría ser, por ejemplo, en alemán, "Der Schnee ist weiss") y p, a su traducción al metalenguaje («la nieve es blanca») y añadiendo la conectiva «si y sólo si», también del metalenguaje, podemos escribir de forma generalizada: «X es verdadero si y sólo si p»; o bien, «X corresponde a los hechos si y sólo si p»; expresiones que describen formalmente las condiciones necesarias y suficientes para que P sea verdadero. En el ejemplo, X es una expresión «mencionada», mientras que p es una expresión «usada».

 5.2 Teoría de la verdad como coherencia

Teoría principalmente mantenida en las ciencias formales y en los sistemas axiomáticos, según la cual una proposición o enunciado es verdadero cuando es compatible con un conjunto coherente de proposiciones o enunciados, o deducible de los axiomas. Así, por ejemplo, la verdad del teorema de Pitágoras reside en primer término, no en su aplicabilidad a la realidad, sino en el hecho de ser una consecuencia deductiva de los axiomas y postulados de Euclides; referido a otro conjunto de axiomas podría ser falso o vacío de significado. La verdad como coherencia es un caso concreto de aplicación de las propiedades de consistencia (el conjunto de axiomas no lleva lógicamente a una contradicción) y completud (toda proposición o teorema del sistema es deducible de sus axiomas), que exhiben paradigmáticamente los sistemas axiomáticos. Cuando este criterio de verdad se aplica a otros ámbitos, no meramente formales, el conjunto de enunciados aludido es el conjunto de los enunciados que se consideran verdaderos.

 5.3 Teoría pragmática de la verdad

El significado de un concepto o de un enunciado se ve en la práctica. De acuerdo con este principio, y más bien debido a una formulación de William James (1842-1910), se define la verdad como propiedad de toda proposición o enunciado –James habla más bien de «creencias»– que en la práctica funciona, resulta o tiene consecuencias útiles. Esta utilidad no debe entenderse en un sentido meramente tecnológico o práctico de alcance inmediato, sino en un sentido mucho más amplio.

Para Charles S. Peirce (1839-1914) un enunciado es verdadero si y sólo si es aceptado por todo aquel que tiene suficiente información sobre lo que afirma. Para James, una creencia es verdadera si se muestra útil para quien la cree. Peirce es, en esto, fenomenista –con el fenomenismo de Kant, dice, no el de Hume–; James, instrumentalista.

 6. Criterios de verdad

Actividad 5 Haz una síntesis de los criterios de verdad, pero antes define qué es un criterio de verdad.

El criterio de verdad es una norma, método o regla que nos permite decidir cuándo un enunciado es verdadero. El criterio, evidentemente, depende de la teoría sobre la verdad que se tiene, es decir, de la explicación que se da a la pregunta sobre qué queremos decir cuando afirmamos que un enunciado es verdadero. Esta distinción desaparece en la teoría de la verdad como coherencia y en la teoría pragmática de la verdad (en ésta, en menor medida). Para la primera, un enunciado es verdadero si y sólo si es consistente y deducible de un conjunto de enunciados verdaderos; y para la segunda, algo es verdadero sólo si es «útil» o «práctico» o «adecuado», o si en la práctica «resulta». En ambas teorías, parece que la cuestión de la verdad se reduce a un problema de criterio –cuándo un enunciado es verdadero–, más que a un problema de concepto –qué se entiende por enunciado verdadero. La teoría de la verdad como adecuación o como correspondencia intenta precisar más el concepto mismo de verdad –hasta el punto de que Tarski llama a su teoría de la verdad «concepción semántica de la verdad»–, y la cuestión del criterio que nos permite decidir cuándo un enunciado es verdadero se enmarca dentro de otra cuestión epistemológica más amplia: la relación entre lo «teórico» y lo «real», usualmente decidida por criterios de verificabilidad o de falsabilidad.

 6.1 La coherencia

Este criterio se aplica a enunciados que no se refieren a la realidad (caso de la lógica y las matemáticas). En este caso, llamamos “verdadero” a aquel enunciado que deriva correctamente de los principios o axiomas establecidos y que, por tanto, no está en contradicción con el conjunto de enunciados del sistema. Aunque este criterio también es utilizado para enunciados acerca de la realidad. Así, en la ciencia física se puede considerar “verdadero” aquel enunciado que está de acuerdo con el conjunto de enunciados ya aceptados como fiables.

 6.2 La evidencia

Es la absoluta claridad (“evidencia” deriva del latín videre, ver) con que algo se nos presenta como verdadero.

Cuando una proposición aparece claramente como verdadera, decimos que es “evidente”. La evidencia es, pues, una propiedad de las ideas claras (Descartes). Ello permite a la mente adherirse con absoluta seguridad a la proposición que enuncia la evidencia. Esta seguridad con que la mente afirma la verdad de una proposición se llama certeza, la cual es, por tanto, un estado de la mente. Así, “dos más dos son cuatro” aparece como evidente y podemos afirmarlo con certeza.

Evidencia deriva del latín evidentia, visibilidad, claridad, posibilidad de ver). Hay evidencia cuando algo se hace tan presente al espíritu humano que es imposible dudar de ello (Por ejemplo: «toda cantidad es igual a sí misma», «el todo es mayor que cualquiera de sus partes», «todos los ángulos rectos son iguales entre sí»); por eso a veces se la denomina «luz intelectual». Se define como aquella situación en que se halla una mente que percibe, de una manera inmediata y clarividente y que da origen a una certeza total, que un enunciado es verdadero, sin tener que recurrir a pruebas o demostraciones. Es, por tanto, una cualidad subjetiva de la mente que conoce, y no una propiedad de un objeto conocido.

La evidencia ha sido adoptada como criterio de verdad de la epistemología clásica, por ejemplo por Descartes; es, asimismo, criterio de certeza. La evidencia puede identificarse con la intuición, pero no es necesariamente intuitiva, puede ser también discursiva; puede lograrse a través de un proceso de inferencia. Al admitirse las denominadas geometrías no euclídeas, se rechazó la idea de que fuera la evidencia el fundamento necesario de los principios matemáticos. En la teoría del conocimiento actual, la evidencia queda relegada a ser un criterio subjetivo de verdad y de certeza, importando más el establecimiento de una teoría de la verdad y de la creencia racional, la determinación del significado de los enunciados y las condiciones que deben cumplirse para una adecuada contrastación de los mismos. Los sistemas axiomáticos modernos no recurren a la evidencia como fundamento y las ciencias empíricas se caracterizan menos por plantearse el problema de la verdad que el del método de contrastar sus afirmaciones.

 6.3 El consenso universal

El consenso universal fue ya reconocido como una garantía de verdad por Aristóteles y sobre todo por el estoicismo, que afirmó la existencia de “nociones comunes” a todos los hombres. El eclecticismo, en particular Cicerón, lo consideró como el criterio definitivo de verdad. T. Reid lo llamó sentido común y lo concibió como un conjunto de verdades innatas al “sano entendimiento humano” (verdades como la existencia del mundo exterior, de un yo, etc.). Actualmente, la verdad como consenso es una variante de la teoría pragmática de la verdad, atribuible a Jürgen Habermas, según el cual «verdad» no es un predicado o propiedad de una proposición o enunciado, sino una exigencia ideal del mismo, por la que se reclama de los demás el asentimiento, o el consenso intersubjetivo, una vez presentadas las justificaciones con que se sostiene y se afirma un enunciado. El trasfondo de esta teoría supone que los enunciados que se pretenden verdaderos, como actos lingüísticos que son, se profieren en una situación ideal de diálogo, en la que ha de ser posible un discurso libre y racional.

 6.4 El éxito en la acción

Según el pragmatismo, la verdad no debe ser separada de la acción: el hombre no es un ser teórico, sino un ser activo; la verdad se ha de medir, por tanto, por los resultados de la acción a que conduce (utilidad). Para W. James, quien creó el concepto pragmatista de “verdad”, el “adecuarse con la realidad” no es sino “estar en tan activo contacto con ella, que se la maneje mejor que si no estuviéramos adecuados a ella”. También Marx afirmó que “es en la praxis donde el hombre debe probar la verdad, es decir, la realidad y el poder de su pensamiento”: el conocimiento surge de la praxis y debe constrastarse con ella para ser considerado verdadero.

Notas

[1Certeza: En un sentido, es una cualidad subjetiva que se atribuye a la creencia del sujeto y, en otro sentido, es una característica del conocimiento. En el primer aspecto, expresa el asentimiento o la adhesión que el sujeto muestra ante el enunciado en cuya verdad cree. Como característica del conocimiento expresa el grado de justificación de que goza un enunciado que creemos verdadero. No debe confundirse con la verdad, que es una propiedad objetiva del enunciado, ni con la evidencia, que suele considerarse cualidad del objeto o del enunciado. Lo opuesto a la certeza es la duda.

[2La pregunta acerca de la posibilidad de la verdad es, en realidad, la pregunta acerca de la posibilidad de la certeza. Casi nadie ha negado tal posibilidad en el ámbito de la matemática. Otra cosa es cuando nos referimos a afirmaciones acerca de la realidad. La actitud más pesimista es el escepticismo. La actitud opuesta es el dogmatismo. Posturas intermedias son el criticismo y el relativismo.

[3Investigación sobre el entendimiento humano, sec. XII

[4La ciencia, su método y su filosofía, Siglo Veinte, Buenos Aires 1972, p. 18.

7. Bibliografia

  • Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu. Diccionario de filosofía en CD-ROM. 1996. Editorial Herder S.A., Barcelona.
  • Ferrater Mora, J. Diccionario de Filosofía.