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Eloísa del Paráclito (1092-1164)
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Aunque se conocen pocos datos históricos de su vida, se sabe que pertenecía a una familia humilde y que su madre se denominaba Hersinda, que era sobrina de un canónigo de nombre Fulbert y que se educó en la abadía de Argenteuil, donde aprendió griego, latín y hebreo y posiblemente retórica. Según cuenta de ella Abelardo, «bella de cara, la distinguía todavía más la amplitud de sus conocimientos de las letras». A sus diecisiete años, y hacia 1117, su tío la envía a recibir las enseñanzas de Abelardo, famoso magister entonces de la escuela catedralicia de Nôtre-Dame de París.
Biografía
Al escribir sobre Eloísa, gran intelectual del siglo XII, es común referirse a su historia de amor con Abelardo, como si fuera el único mérito de esta escritora de extraordinario talento y cultura bíblica y clásica, representante de una nueva corriente del pensamiento ético.
Eloísa nace a principios de siglo y muere en el 1163, en el monasterio del Paraclet, cerca de Troyes, donde fue abadesa durante más de treinta años.
En París, en el 1117 se encuentra con Pedro Abelardo, entonces cuarentón, famoso por su enseñanza innovadora en lógica, por el éxito del que gozaba entre sus alumnos y por las ásperas polémicas que lo oponían a los pensadores más tradicionalistas de su tiempo. Eloisa y Abelardo vivían en París: fue al inicio del crecimiento económico y cultural por el que la ciudad devino un siglo después la capital del reino más importante que Europa y la sede de una universidad famosa. Abelardo, elegido imprudentemente por el tutor Fulberto como maestro para su joven nieta Eloisa, deviene muy pronto su amante. Escribirá más tarde: «nos encontramos primero unidos en la misma casa luego en el mismo corazón … y con el pretexto de las lecciones nos abandonamos completamente al amor. Hablábamos más de amor que de libros, mi mano corría más a menudo a su seno que a las páginas. Eran más numerosos los besos que las palabras…En nuestra pasión pasamos por todas las fases del amor y si en amor se puede inventar algo nosotros lo inventamos». En cuanto a Eloísa, ella no dudaba que su amado maestro fuera también «el más grande filósofo del mundo» más allá de que fuese el hombre más deseado: «¿Qué reina y noble mujer no envidiaba mis alegrías y mi cama?»
Todo esto no duró mucho, ni siquiera un año: Fulberto descubrió su historia de amor, ahora de dominio público, y cruelmente se venga de Pedro haciéndolo escapar de los sicários. Los amantes, que tuvieron un hijo, Astrolabio, y luego se casaron, se retiran a dos monasterios en las afueras de París: ella al Argenteuil, él a Saint Denis.
Hasta el final de su vida, Eloísa será una monja activa e irreprochable y una abadesa universalmente estimada y trabajadora. Pero no se arrepiente de su pasado y lamenta tenazmente su amor perdido "todos los días".
Abelardo escribirá obras filosóficas fundamentales de teología y de moral, pero el profesor más seguido y amado de París sigue siendo un hombre inquieto y melancólico condenado, finalmente, al silencio. Muchos años después de su separación, los dos amantes se escribieron cartas extraordinarias de amor y filosofía que han llegado hasta nosotras.
Eloísa es también autora de cuarenta y dos Problemata donde plantea cuestiones éticas y exegéticas cuyo hilo conductor es la búsqueda continua de la profundización del significado de (su) vida monástica, el significado del texto de las Escrituras en aquellos pasos donde es más oscuro, del valor de las acciones devotas prescritas por la religión que Eloísa propone identificar más allá de los gestos e incluso de la oración.
Para Eloísa el significado moral de la acción, no está en el comportamiento visible y acertado (que es el criterio de la legalidad social) sino la intención (animus) que mueve a quienes actúan: solo la intención revela el valor esencial de la acción " Nada puede contaminar el alma, excepto lo que proviene del alma ». Esta es la idea guía de sus reflexiones también en las cartas a Abelardo, como cuando afirma "Yo, que tengo mucho pecado, soy completamente inocente". El pecado sexual ("impuro" y luego condenado por la ley cristiana) se disuelve frente a la verdad del amor - desinteresado y por lo tanto "puro" - hacia Abelardo, que Eloísa llama "único dueño de mi cuerpo y de mi alma." Siguiendo el mismo criterio de la interioridad como un valor moral, juzga su vida monástica, tan impecable a los ojos de todos, una vida sin verdadero mérito: "No puedo esperar nada de Dios por la vida que he seguido y el sufrimiento padecido, porque no he cumplido nada por Su amor sino solo por obedecerte, Abelardo, que me lo ordenabas..."
Documentos contemporáneos de la historia de los dos amantes atestiguan su drama, la cultura de Eloísa y la fama generalizada de su infeliz amor. Siglos más tarde, incluso Voltaire, tan difícil de conmover, confesó haber llorado al leer las apasionadas palabras de Eloísa; pero en el romántico siglo XIX, que también adoraba el "gran amor", algunos eruditos cuestionaron la autenticidad de una correspondencia tan audaz, apasionada y sensual, en contraste (aparente) con la imagen y los lugares comunes de la cultura cristiana medieval. Sospechas que continuaron por partye de algunos historiadores (P. Benton y G. Duby, por ejemplo) hasta hace unos pocos años cuando la investigación de J. Monfrin, Dronke P., D. Luscombe, P. Zerbi y G. Orlandi y de quien firma esta "voz", disiparon con argumentos diversos las dudas sobre la autenticidad de aquellas letras que el gran E. Gilson juzgaba «demasiado bonitas para no ser verdadero». [1]
Cartas de Eloísa y Abelardo
Notas
Documentos adjuntos
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Heloïsa. "Figures singulars, 500-1500"
(HTML - 114.9 kio)
Eduard Botanch Albó