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Núm. 6    primavera    2001     Sumari     <<<     >>>


Por la dignidad de la mujer afgana

El gobierno afgano ha declarado la guerra a las mujeres. La situación se ha deteriorado hasta tal punto que en un editorial de The Times alguien ha comparado el trato que se da allí a las mujeres con el que sufrían los judíos en la Polonia anterior al holocausto. Desde la toma de poder por los talibanes en 1996, las mujeres deben ir vestidas con la burka, son golpeadas y apedreadas en público si no van vestidas de la manera adecuada, incluso sólo porque la redecilla no cubre del todo sus ojos.

Una mujer fue golpeada hasta la muerte por un grupo de fundamentalistas porque mostró incidentalmente el brazo por la ventana del coche que conducía. Otra fue apedreada hasta morir por haber intentado abandonar el país con un hombre que no era de su familia. Las mujeres no están autorizadas a trabajar, ni siquiera a salir de casa sin un pariente de sexo masculino.

Las mujeres que trabajaban como profesoras, doctoras, abogadas, artistas y escritoras han sido obligadas a dejar sus trabajos y a quedarse en sus casas, de manera que las depresiones se han generalizado de tal modo que el fenómeno ha alcanzado grados de urgencia. En una sociedad extremista islámica como la suya no es posible conocer con certeza las tasas de suicidio, pero los representantes de organismos humanitarios opinan que las mujeres que no logran conseguir las medicinas adecuadas para sus graves depresiones prefieren morir que vivir en tales condiciones. La tasa ha aumentado de manera significativa.

Las casas donde viven mujeres deben tener los cristales pintados de forma que sus habitantes no puedan ser vistas nunca desde el exterior. Deben llevar calzados que no hagan ruido, de manera que no se las oiga nunca. Las mujeres temen perder la vida a la menor sospecha de "mala conducta". Al estarles prohibido el trabajo, las mujeres solteras o sin miembros de sexo masculino en la familia mueren de hambre o mendigan en las calles, aunque sean titulares de un doctorado. Prácticamente no hay tratamientos médicos disponibles para las mujeres y los representantes de organismos humanitarios han abandonado el país en su inmensa mayoría.

En uno de los pocos hospitales que existen para mujeres, un periodista descubrió cuerpos inmóviles, casi sin vida, tumbados en las camas, envueltos en sus burkas, reticentes a hablar, comer o hacer cualquier cosa, dejándose morir por consunción. Otras se habían vuelto locas. Las han visto agazapadas por los rincones, balanceándose o llorando, sobretodo, de miedo. Un médico proponía dejar a esas mujeres frente a la residencia del presidente como protesta pacifica cuando los pocos medicamentos existentes se hayan acabado.

La situación ha llegado a tal punto que la expresión "violación de los derechos humanos" resulta un eufemismo. Los maridos tienen derecho de vida y de muerte sobre las mujeres de la familia, en particular sobre sus esposas, pero cualquier multitud encolerizada tiene el mismo derecho a lapidar o a golpear a una mujer, a menudo hasta llegar a su muerte, sólo por haber expuesto a la vista una onza de carne o por haber ofendido a alguno de sus miembros de forma insignificante.

Según David Cornwell, los occidentales no deberían juzgar al pueblo afgano por estos comportamientos, porque ello forma parte de su "cultura", lo que es falso. Hasta 1996, las mujeres disfrutaban de una relativa libertad para trabajar, generalmente para vestirse como querían, para conducir o para aparecer solas en público. Lo rápido de la transición constituye la razón principal de las depresiones y de los suicidios. Las mujeres que en el pasado eran médicas o educadoras o que simplemente estaban acostumbradas a las libertades humanas básicas ahora están duramente reprimidas y son tratadas como seres inferiores en nombre del Islam fundamentalista y retrógrado. No se trata de tradición o de cultura, al contrario, las medias que se han tomado son extremas incluso en las culturas en las que el fundamentalismo constituye la regla. Por otra parte, si todo fuera justificable por la cultura, no debería horrorizarnos el que los cartagineses sacrificaran a sus recién nacidos, que numerosas jóvenes sufran la ablación en ciertas regiones de Africa o que los negros en el Sur profundo de los EEUU fueran linchados en los años 30 o les fuera prohibido votar o estuvieran sometidos a leyes racistas. Todo ser humano tiene derecho a una existencia tolerable, incluidas las mujeres de un país musulmán situado en una parte del mundo que los occidentales no comprenden. Si podemos ejercer amenazas militares en Kosovo en nombre de los derechos humanos de los albaneses, la OTAN y Occidente ciertamente pueden hacer una denuncia pacifica del escándalo y la opresión, el asesinato y la injusticia cometidas contra las mujeres por los talibanes. En INACEPTABLE que en el año 2001 las mujeres sean tratadas como seres inferiores y de propiedad ajenas. La igualdad y la decencia son un DERECHO, no un privilegio, ya se viva en Afganistán o en cualquier otra parte.


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