El escrache llegó para quedarse
 
De pronto surgen palabras que llegan para quedarse. Cuando la tragedia del Prestige (aquel barco averiado
que soltaba según el actual presidente Rajoy "Hilillos de plastilina") una palabra proveniente de la
riviera maya se nos hizo familiar y pasó a ser de uso común. La palabra era "Chapapote". El nuevo vocablo
que ha llegado para quedarse, "Eschache" proviene del Río de la Plata. Es un vocablo "lunfardo" (argot que
se nutre con los aportes de palabras de los diversos idiomas de la inmigración) que deriva del genovés
("scraccá") o del piamontés (scracè"). Escrachar en Argentina y Uruguay significa "fotografiar" a alguien,
ponerlo en evidencia y no en su mejor pose precisamente. "Escracho" es sinónimo también de fealdad ("si
esto que hoy es un escracho/ fue la dulce metedura donde yo perdí el honor", canta Gardel en uno de sus
célebres tangos). De las diversas acepciones que indica el "Diccionario Lunfardo", de José Gobello (Editor
Peña Lillo, Bs. As. 1977), las dos anteriores  deben completarse con un tercera: "se llama escracho la
estafa que se comete presentando a un otario (incauto) un billete de lotería premiado con la intención de
timarlo".


 El uso de la palabra escrache resurgió en Argentina (y en Uruguay) en los años noventa y lo hizo como
forma de  protesta ante la impunidad con que circulaban libremente torturadores beneficiados por las
leyes de Punto Final y Obediencia Debida (arrancadas al gobierno de Alfonsín bajo amenazas de nuevos
golpes militares) y a los indultos concedidos por Carlos Menem a los violadores de Derechos Humanos. En
Buenos Aires la iniciativa de aplicar el escrache partió de la organización de derechos humanos Hijos
(creada por hijos e hijas de desaparecidos durante la dictadura militar que secuestró, torturó y asesinó a
miles de personas, con la complicidad de buena parte de la judicatura, la iglesia, la empresa, utilizando
el mismo argumento esgrimido en España por los fascistas durante la Guerra Civil: había que exterminar la
semilla de Caín). Esta iniciativa pacífica, de denuncia de los responsables del genocidio facilitó que
muchos de ellos terminaran finalmente en la cárcel al derogarse las leyes que los protegían gracias a la
valiente  determinación de los dos gobiernos Kitchner (el de Nestor y su esposa Cristina), empeñados en
hacer justicia. Hay que destacar que la persecución de estos criminales la inició en España el juez Garzón
(que continúa asesorando al gobierno argentino), el primero en "escracharlos", en fotografiarlos ante el
mundo como genocidas a gran escala.


El vocablo escrache cruzó el Océano llamado por la Injustica, por otra modalidad de Crimen que provoca la
indefensión que sufren miles de personas ante los abusos perpetrados por una perversa política
bancario-financiera amparada por la legislación vigente. La palabra escrache fue adoptada en España por la
Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) que, de manera pacífica y desde hace cuatro años, trata de
evitar que muchas familias se queden en la calle y endeudadas para toda la vida. El Gobierno del Partido
Popular, considera, ofendido, que el escrache es anti-democrático per se. No duda en vincularlo al
terrorismo etarra, a la Kale Borroka, al movimiento anti-sistema. Han decidido que las víctimas son ellos
(sus diputados escrachados) y comparan a los activistas de la PAH con los nazis cuando marcaban viviendas y negocios en los que vivían judíos, preludio de lo que sería la confiscación de bienes, la tortura, la
reclusión en campos de la muerte. Es evidente que los populares en cuanto a historia padecen de ciertas
lagunas. 
 

El PP denuncian que en uno de los escraches (el que se le hizo a González Pons) había en la vivienda niños
que se asustaron. Según la PAH esto no era cierto, pero al fin y al cabo es lo de menos. Que los niños de
González Pons se asusten ante la presencia de manifestantes preocupa enormemente a lo populares, pero no
les conmueve que miles de niñas y niños se queden en la calle, sin techo. Ni tampoco se emocionan ante las
imágenes de los desahucios retransmitidas en directo y en las que también se puede percibir el espanto en
las caras infantiles (anónimas, claro). El Gobierno puede evitar los escraches y de paso proteger a sus
niños pero no lo hace. Los miembros de la PAH han señalado que en las acciones promovidas se debe evitar
proferir insultos o gritos que puedan atemorizar. Saben que la sola presencia, las octavillas repartidas
y/o los carteles son suficientes.


En Extremadura le quemaron la puerta y una ventana de su casa a un concejal del P.P. y sus portavoces se
apresuraron a responsabilizar (sin pruebas) a la PAH. La característica fundamental de los escraches es
que no se realizan en solitario. No son anónimos ni se producen con "nocturnidad y alevosía". Desde el PP
se intenta convertir a las víctimas y a sus defensores en individuos peligrosos que se mueven motivados
por oscuros intereses. Pretenden ocultar su responsabilidad ante lo que está sucediendo: hambre, menos
educación, menos salud, millones de desocupados. El P.P. vive en una torre de marfil (o una pantalla de
plasma como su presidente), protegida por los anti-disturbios que son retribuidos por los mismos
aporreados. Ante toda resistencia de la ciudadanía (y no sólo ante el escrache) el P.P. se irrita. Simula
estar seguro de lo que hace mientras se aproxima al abismo, arrastrando tras suyo al país entero.
Finalmente es sorprendente que ante tanta injusticia haya tan poca violencia y que los escraches se
limiten a ajustarse a las acepciones antes descritas. Reservo para el final otra mucho más expeditiva que
reproduce el diccionario de Gobello: Escrachar: "arrojar algo con fuerza"; "Zurrar, dar a uno muchos
azotes o golpes". 
 

 Antonio Cuevas, Ricardo Lorenzo y Héctor Anabitarte