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  COMISIÓN DE EXILIADOS ARGENTINOS MADRID  

 


 

El tema Milani, lo explicó muy bien Mario Toer

 

 

La cuestión del nombramiento del general Héctor Milani como Jefe del Ejército y su ascenso a Teniente General, excitó las plumas más agresivas de la reacción e incentivó también las de varios intelectuales del campo popular. Y, literalmente, volaron chispas.

 

Los Joaquín Morales Solá, fruto quizás de debatirse entre la sensación de impunidad de quienes aún se saben poderosos y la desesperación de ver como el poder se les licua entre los pliegues cambiantes de una sociedad que se transforma, esgrimen argumentos demasiado básicos. Se enmascaran bulliciosamente tras la denuncia de una “supuesta falta de perseverancia gubernamental en el sustento de la política de derechos humanos”(1), pero en medio de todo ese ruido se aprecia nítido el gemido de su verdadero y lacerante dolor: “que quien ejerce la conducción de la rama principal de las FF. AA. pueda proponerse sustraer a éstas de su rol de vigía impiadoso del orden establecido”(1).

 

Inquietud de la reacción conservadora que plasmó con dramatismo la primera plana del diario La Nación del 23 de diciembre pasado. ¿Ese ejército concebido como brazo armado del poder económico dominante, ese “león enjaulado”(2) siempre presto a ser lanzado contra el pueblo para imponer el orden conservador, en vías de convertirse en un ejército nacional, consustanciado con el proyecto de construcción de una sociedad solidaria en una patria justa, libre y soberana? Esta perspectiva les resulta inaceptable. Más aún cuando “desde el riñón de la reacción se alienta y articula una campaña destituyente que no conoce tregua”(1), porque “el demonio kirchnerista se ha vuelto insoportable y se tiene que acabar lo más pronto posible”(3).

 

¿No es ésta “una evidencia de enorme porte que no podemos perder de vista si queremos fortalecer el campo que pretende perseverar en un curso” nacional, popular, democrático e integrado a las naciones hermanas de la Patria Grande?(1).

 

Puestos en este punto, en el que el más feroz y poderoso adversario del campo popular se posiciona claramente en un ángulo del cuadrilátero político y repudia la designación y el ascenso de “un oficial que pareciera no estar disponible para subordinarse a los mandos de quienes se suponen los dueños del país”(1), ¿no corresponde, acaso, que todos y cada uno de nosotros nos ubiquemos precisamente en el ángulo opuesto, en el que no genera ni dudas ni vacilaciones sino que, por el contrario, contribuye activamente a la cohesión y el fortalecimiento de las filas nacional populares? Y esto, por varias razones.

 

- La que aportó Jauretche. Que propone dónde y cómo pararse para tener una adecuada perspectiva, y nos ayuda a conservar el rumbo cuando la travesía se torna compleja: “Cuándo no entiendo algo o tengo alguna duda, me fijo qué dice La Nación y sé que debo pararme en el lado contrario”.

 

- La que obliga a considerar las relaciones de fuerza existentes en el período histórico y en la coyuntura específica. Así como a impulsar las tareas para operar sobre ellas, para vigorizar el campo amigo y debilitar el opuesto. Concretamente: “¿Alguien ha supuesto que las FF. AA. debían ser refundadas sin que ninguno de los que hubiesen accedido a las respectivas escuelas antes de 1984 pudiese permanecer en sus filas? ¿Quién podría haberlo hecho?”(1).

 

- La que se refiere a la construcción de poder. Para transformar la realidad se requiere contar con el poder necesario. Este es un objetivo en construcción permanente (¡y en deconstrucción permanente, ya que el enemigo no descansa y difícilmente se rinda!): “Nadie que entienda o le preocupen las cuestiones que hacen al tema del poder en nuestra región y en nuestro país puede suponer como aleatorio el compromiso a rectificar un rumbo en los términos que lo ha puesto de manifiesto el nuevo jefe del Ejército. Esto es de enorme valor y evidente fruto de una política”(1). De ahí la importancia en subrayar que “la transformación de estas instituciones depende de la consolidación y los avances que apuntalen el proceso actual, junto a nuestros hermanos de América latina”(1).

 

- La que refiere a la confianza en quien ejerce la conducción. Confianza estructurada en la experiencia de una década, en la que los gobiernos de los Kichner aportaron una firme voluntad institucional al juzgamiento de militares, civiles y religiosos involucrados en la dictadura genocida(4). “Diez años fundantes en los que se gestaron las condiciones políticas para avanzar en la creación de unas FF. AA. democráticas, partiendo del reclamo por Memoria, Verdad y Justicia, que encontraron en la imagen del presidente Kirchner solicitando a un general del ejército que bajara un cuadro, el símbolo que lo condensa”(1). Hablamos de la confianza en una conducción proba, capaz, probada, como la ejercida actualmente por CFK: “Hoy por hoy, como no cesan de corroborarlo aquellos que están en las antípodas, quien se encuentra a la cabeza del proyecto en curso –del que somos partícipes-, ha dado pruebas suficientes de sus intenciones”(1).

 

Ahora bien. Como decíamos, la cuestión Milani hizo volar también las plumas de algunos intelectuales, que apreciamos como respetados referentes y militantes del campo popular.

 

Hay quien, reconoce en el tema Milani “una discusión que toca la médula de la política”, saluda que “el kirchnerismo nos puso en el centro de la escena para disputar una pelea que ya no soñábamos”(4), y sostiene que la medida que nombró al general en cuestión a la cabeza del Ejército “no se trata de una involución del gobierno” ni de una claudicación a la política de derechos humanos(4), pero, atraído por la polémica con los que ven una controversia insoluble entre valores éticos y compromisos políticos, entre crítica intelectual y decisiones institucionales, pareciera coincidir doblemente con ellos: por un lado, al señalar que “tampoco somos, después de diez años de kirchnerismo, los portadores de los mismos entusiasmos que, principalmente, nos conmovieron desde 2008”(4); y por el otro, al conceder que la defensa del rumbo y de las medidas y políticas que se requieren para mantenerlo podrían estar enmarcadas en “la lógica de la complacencia y el seguidismo acrítico”(4).

 

Hubo también el que confundió (¡!) las expresiones de Milani, en el sentido de adscribir las FF. AA. al proyecto nacional y popular en curso, con una posición “partidaria”. Lo que lo llevó inexorablemente a ubicarse en el ángulo de la derecha reaccionaria. Y no paró en esto, sino que afiló su pluma(5) nada menos que contra Hebe de Bonafini, quien supo una vez más estar en el lugar adecuado del cuadrilátero y, como siempre, desplegó su sagacidad política y toda la potencia de sus ovarios para defender ante el pueblo la decisión de CFK(6).

 

Y no faltó quien, por no estar de acuerdo con la defensa que hace Ricardo Forster de la designación de Milani, reaccionó con inconveniente agresividad, acusándolo de “filósofo de la leva”(7).

 

Volviendo al punto inicial, parece acertado preguntarse: ¿cuánto más amplio podría ser el ancho cauce del pueblo, cuánto más unidas y organizadas marcharían sus filas, cuánto más dinámico sería el actual proceso, si cada una de nuestras palabras, cada gesto, cada opinión vertida y acción propiciada, aún en el disenso, tuviera el sello inconfundible de servir a la necesaria acumulación de fuerzas para consolidar el rumbo, contribuir a reforzar la imprescindible posición de quien conduce y ayudar a elevar el entusiasmo ciudadano en esta causa, cuyo norte no es otro que el bienestar y la felicidad de las mayorías?

 

Vivimos momentos de severa agudización de la lucha social. Bregamos por una distribución de la riqueza cada vez más justa y por espacios democráticos cada día más amplios. Lo hacemos en circunstancias en que el escenario mundial (y local) se encuentra “dominado por un capitalismo implacable que seguirá intentando arrasar con esta anomalía sudamericana que tiene como uno de sus enclaves más provocadores en la Argentina”(4). En circunstancias como éstas, las vacilaciones tienen un costo muy elevado. Y la reacción conservadora difícilmente titubee en hacérnoslo pagar.

 

Cuidemos que la atracción hacia el arma de la crítica no se nos vuelva fatal, al punto de poner ahí el centro y girar alrededor como a quien lo incentiva (no ya morderse la cola, sino) su sacrosanto ombligo.

 

Siempre, siempre, es bienvenido el debate político. Tanto como necesario, imprescindible. Enhorabuena, la voluntad de los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández le dio un formidable impulso institucional. Pero el debate aporta su mejor substancia cuando tiene por horizonte afianzar y desplegar la causa colectiva, sabe separar la paja del trigo y se mantiene alejado de egos y veleidades; cuando no tiende a parapetarse tras el mezquino y manido escudo de la independencia o la autonomía intelectual.

Junto al debate, en medio del debate sobre el rol de las FF. AA. en nuestra Patria, permítase al gobierno intervenir dando pasos concretos, los más aconsejables y necesarios, para asegurar en la institución aquellas transformaciones que no lo tornarán superfluo.

 

El tema Milani, con sus matices y su cuestión central, lo explicó muy bien el profesor titular de Política Latinoamericana de la UBA, Mario Toer, en un artículo publicado por Página|12 el 31 de diciembre reciente. A quienes han tenido la paciencia de leer mi presente nota y no hayan accedido a la del profesor, los invito entusiastamente a que se zambullan en ella.

 

Buenos Aires, 20 de Enero de 2014.

 

Reynaldo Sarraute / Miembro del Secretariado Nacional de OCTUBRES.

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(1) El hombre y el arma. Por Mario Toer.

(2) “La República debe guardar a sus FFAA y policiales, como si fueran un león enjaulado”, proclamaba Joaquín Morales Solá, en plena crisis destituyente de 2008.

(3) Mariano Grondona, en diálogo con Elisa Carrió.

(4) La cuestión Milani. Por Ricardo Forster.

(5) Milani, Cristina y la seguridad en 2014. Por Eduardo Anguita.

(6) La Madre y el General. Entrevista a Milani. Por Hebe de Bonafini.

(7) Ricardo Forster, el filósofo de la leva. Por Diego Sztulwark.