Ahora por ley, tratame bien.

La exitosa serie de televisión argentina a la que alude el título, nos mostró que el buen y el mal trato se viven y aprenden en familia, que tu propio padre puede gritarte porque “él grita” y tu madre decir espera a ver “cómo lo manejo”, con el que año a año tranquiliza  a los hijos, como si la educación y el buen trato pasasen por calmar. También mostró cómo en su misma casa, su hija alentada por una amiga, vendía sexo por internet. El cliente le pedía lo que tenía que hacer, porque aunque fuera sin tocarla, era prostitución y él pagaba.

La serie terminó el “episodio” de manera floja. El padre gritón descubre la cosa, el guionista hace que el “cliente” fuese también “cliente” del analista del señor padre y todo queda en que el prostituyente era un enfermo y de denunciar a los traficantes, ni una palabra. Floja manera, aunque la serie tiene muchas cosas buenas para pensar la supuestamente eterna bondad de la familia.

Claro que hay enfermos sexuales que sólo se excitan frente a lo que prostituyen comprando, pero no puede justificarse el comercio de mujeres como tratamiento de los enfermos sexuales. Calmar a los militares radicados en la selva mediante la misión patriótica de enviarles un barco de mujeres prostituidas, no era una defensa de la trata, era la manera literaria en que hace cuarenta años se podía criticar la mentalidad de los militares golpistas de toda América Latina y denunciar indirectamente el tráfico “patriótico”. Qué bueno era entonces Varguitas y su Pantaleón!

Pero fuera de la metáfora literaria, he leído y oído en consulta, justificaciones literales del consumo de mujeres por hombres, que “simplemente” ejercen de clientes. Hacer lo que el marido quiera en la cama era el cometido de toda mujer cristiana: aunque fuese reina, en la cama era esclava. Y Franco o el arzobispo de Toledo que confesaba a Isabel La Católica, no fueron especímenes raros, únicos ni están extinguidos. Son dinosaurios ricos que campan especialmente comprando en los países pobres, en las provincias con más analfabetismo, amparados en las religiones de todo color que alimentan la esclavitud de las mujeres.

Tampoco es verdad esa mentira asumida según la cual los hombres pueden hacer con otras lo que no hacen con las esposas. Siendo sus mujeres sustitutas de su madre, a ellas no les está destinado el fluido emergente de un previo avasallamiento de una mujer. No es la santidad de la esposa sino la doble moral masculina la que alimenta y paga el tráfico y a los traficantes. Y avasallar y prostituir a una mujer es violencia de género.

Ninguna libertad, ningún derecho.

Por eso estuvo bien prohibir los anuncios que ofrecen sexo amparados en un supuesto ejercicio de la libertad. ¿En la libertad de quién? En la trata de personas, como en la violencia de género, el que vende y el que compra, como el que violenta a una mujer y a su prole, no nos coloca  ni ante la libertad ni ante la enfermedad sino ante hechos totalmente punibles que pasan como legales, compro una mujer porque me excita como compro pan porque tengo hambre. Y traficar con mujeres como violentarlas, no es algo privado sino algo social.

Durante miles de años y aun, la violencia de género pasó como accidente doméstico, como hecho privado. Sólo hace doce años que la OMS la considera una enfermedad social producto del patriarcado. Tarde. Pero por fin.

Y ahora encara Argentina el dicho según el cual: la famosa prostitución es el “trabajo” más antiguo de la humanidad. Si antes indiqué no regalar diagnósticos a los maltratadores, ahora digo que lo más antiguo de la humanidad es la explotación de las mujeres. Y así entramos en la trata en su acepción “comercial”. Mientras lo que se traficaba eran mujeres negras, nadie cayó en la cuenta.

Las negras como los negros y las mulas y los caballos, se vendían, se compraban, se torturaban, se traían en barcos y en las plazas mayores se subastaban. Comercio de gente como comercio de bienes. Ya cuando empezaron a traficarse mujeres blancas es que empezó a reinar la doble moral, ya no lo llamamos comercio sino “trata de blancas”, doble moral porque creó el sintagma pero no creó las leyes ni la educación que lo penalice.

La trata de personas con fines sexuales es un comercio viejo como la especie. Las mujeres y los niños y niñas, como seres vulnerables y sometidos a la fuerza, son lo que se vende y lo que se compra. Como en el caso de Marita Verón, es cierto que a veces hay mujeres implicadas en este modo de delito, pero las estadísticas gritan que por goleada imparable, son más los hombres que venden y los hombres que consumen. En medio,  las mujeres traficadas y maltratadas.

Tienen razón los diputados varones que declararon que si los hombres no compran, otros hombres no ganan y sobremanera  insisto  en decir que,  si no denunciamos los largos brazos del patriarcado, no habrá visos de transformación social. Por eso, aunque sea ya a finales de 2012, felicidades Argentina por esta nueva ley que  penaliza la trata.

Bibiana Degli Esposti. Psicoanalista.

 Miembra  de Après Coup Sociedad Psicoanalítica.

 http://www.aprescoupsp.com.ar/

 

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