De exclusiones y frases “célebres”

 

                                                                                                  Por Julio Ruiz

 

El llamado “conflicto del campo”, hizo resurgir –entre otras cosas pasibles de ser analizadas en profundidad – una frase cuyo significado creíamos superado a partir de la dramática experiencia  histórica de los argentinos.

 

¡“Estos negros de mierda”!.  Frase dicha con toda la violencia que la misma implica. No se trata sólo de una calificación racista, (hecho ya grave) sino y fundamentalmente, se trata de una apreciación profundamente clasista. No implica el color de piel, sino básicamente la procedencia de clase de los supuestos “negros”: son trabajadores de “pata al suelo”, son pobres, son marginados, son excluidos…

 

Esta frase terrible se escuchaba por esos días con increíble frecuencia: en la panadería, el quiosco, en algún corrillo intrascendente, a veces provenía de algún vecino común. Al que esto escribe, tal sonsonete le trajo una especie de déjà vu de su infancia: había que matar a todos los negros de mierda en 1955, durante el golpe contra Perón; en el bombardeo a Buenos Aires; y después en junio del ’56, cuando los fusilamientos. En la mesa familiar –dividida como casi todas las mesas de entonces – volvía el “edificante” tema de “levantar paredones para esos negros de mierda”. “Negro” era sinónimo de peronista, de trabajador, y  - reitero - no importaba demasiado el color de la piel. Este odio profundo, irracional, difícil de comprender,  marcó  a fuego a la generación joven de la década de los ’70.

 

El “negro de mierda”, es el totalmente Otro. La exclusión se construye con una lógica maniquea. El sujeto excluido queda fuera de la definición de persona, de ser humano. Con esa categoría de “seres” no sería posible razonar: sólo respetan la violencia. Su tratamiento –el único posible – es el policial, el de la caza indiscriminada.

 

En esta “lógica” se han parapetado todos los genocidas. ¿Tienen alma los indios?, ¿son humanos los negros?, ¿pertenecen a nuestra misma especie los gitanos, los judíos, los eslavos?... y la lista es larga y llega hasta las “limpiezas étnicas”, el combate a la inmigración, a los chilenos, bolivianos, paraguayos, a los “sin techo”, a los limpiavidrios, a los cartoneros, a los jóvenes que se visten distinto, a los que tienen otra visión del mundo o de la llamada “realidad”…

 

La alteridad, es el producto más acabado, más sofisticado del aparato de dominación cultural producida por los imperios. Producir al “Otro” es indispensable para someter, para explotar y, si es necesario, para  aniquilar y aún exterminar al que sería “distinto”. Las personas subordinadas son concebidas como Otros diferentes al ser humano.

 

Porque el “Otro” es la negación absoluta. La propia identidad de los sectores dominantes, de los que excluyen, se construye en esta negación que no tiene ninguna base real en la naturaleza, la biología o la racionalidad. Las intervenciones armadas imperiales, los golpes de Estado, las masacres masivas o selectivas, también tienen su principio en el concepto falso de la alteridad.

 

En esta lucha, los llamados medios de comunicación de masas, cumplen un rol primordial. Son la correa de transmisión del hecho cultural de las clases dominantes, las detentadoras del poder real.

 

La alteridad es la génesis de la violencia. La violencia, todo tipo de violencia, parte siempre de la injusticia. La respuesta de los excluidos, de los “otros”, a la brutalidad primigenia, puede adquirir formas perversas. Esta violencia de los “violentados” es en su simiente un padecimiento social que se origina en el atropello que se ejerce desde arriba.  Esta manifestación, es la que se resalta desde los medios de comunicación a través de un desaprensivo y ramplón bombardeo informativo permanente. La violencia originaria es presentada como una especie de fenómeno natural, cuyo punto de partida se disimula en los meandros de una falsa apodíctica: la situación política, la crisis económica, el deterioro social que emergen como pandemias sin explicación.

 

Dado que las supuestas diferencias raciales no siempre pueden ser presentadas como pretexto válido a esta altura de la historia humana, desde las usinas del poder, se recurre al hecho cultural, a las diferencias culturales para justificar la exclusión. A las desgastadas presuntas hipótesis biológicas se suman ahora nuevas expresiones basadas en el “choque de civilizaciones”, tal lo explicitado por el teórico imperial norteamericano Samuel Huntington en su libro homónimo.

 

El movimiento dialéctico que produce la exclusión y la alteridad es la génesis de toda violación de los derechos humanos. De ahí que, en el marco de la batalla cultural que debemos dar, este combate tiene un rol fundamental. Algunas “frases célebres” acuñadas durante los momentos más negros de nuestra historia reciente, no pueden ser observadas con negligente desaprensión, son el emergente del arma más dominante con que cuentan los poderosos aunque las repitan los imbéciles.