LA SEGURIDAD

                     por Julio Ruiz   - 4 de septiembre de 2010

 

                                                                                                                                 “Reposará en la estepa la equidad

y la justicia morará en el vergel;

      y el producto de la justicia será la paz,

el fruto de la equidad, una seguridad

perpetua.

Isaías.

 

“No existe crimen más grande que

aquél que se perpetra a conciencia

                                                                                                                                     de su impunidad”.

                                                                                                                                                Leviatán, Thomas Hobbes

Seguramente los memoriosos – y añosos – recordarán que en la década del sesenta del siglo pasado por una radio bahiense se ponía al aire el muy escuchado “Boletín policial” en voz del “Chueco” Orden. Durante media hora -¡media hora! - se tejía el relato de la inseguridad local con un tono coloquial, no exento del color del drama y aún de la comedia. Un estilo descontracturado en definitiva, que concitaba una amplia atención de radioescuchas. No existían notas a las víctimas ni a los familiares de las mismas, sólo se leían los partes policiales que el inimitable “Chueco” hacía menos áridos salpimentándolos con sus agudos comentarios.

 

Ochocientos años antes de Cristo, el profeta Isaías denuncia, con la intensidad que le es característica, que la seguridad será obra de la equidad y la justicia, nada menos.

 

Cuando hablamos de seguridad (o su contrapartida la inseguridad), nos estamos refiriendo a una vieja cuestión que no se resuelve con sólo buenas intenciones o recurriendo al conjuro  de una receta mágica que proporcione una solución inmediata y definitiva.

 

Esa seguramente no es la intención de este breve trabajo. Su objeto es intentar dar un marco general del problema y situar las causas que lo originan, aunque en ese intento se  incurra en apreciaciones políticamente incorrectas. La realidad es dura y provoca miedo y al respecto  hay demasiadas personas que quieren que les mientan y les mientan todo el tiempo

 

Quienes aseguran tener la prescripción magistral para solucionar de un golpe un problema tan intrincado y antiguo, son falaces vendedores de ilusiones, hipócritas pescadores de voluntades abatidas, o simples ignorantes. Simplificando lo complejo, adoptando alternativas mágicas o atajos de corte represivo, lo único que conseguiremos es aumentar el número de víctimas y profundizar la violencia y el desaliento social.

 

Decíamos que el problema es mundial con cimas de máxima gravedad en distintos puntos del globo. Lo que es evidente es que nuestro país, no se encuentra entre los que encabezan o siquiera promedian las estadísticas mundiales de inseguridad.

 

La llamada globalización en el plano económico, geopolítico, filosófico, medioambiental y moral, ha lanzado a nuestro planeta a una crisis de civilización plena. Los sucesivos derrumbes ponen a la humanidad toda al borde del caos. Y la inseguridad es un síntoma de este trance.

 

La única receta que parece surgir del mundo desarrollado y hegemónico para dar respuestas a estos colapsos es calmar las perturbaciones tomando medidas que aumentan la pobreza de los excluidos e incrementan la  represión y violencia convirtiendo al fenómeno en un círculo vicioso.

 

Cualquiera que pueda dar un vistazo en derredor, podrá comprobar la existencia de  organizaciones mafiosas ejerciendo su predominio sobre la sociedad global: la desaparición de los límites entre las actividades legales e ilegales en las tareas empresariales, las fuerzas de seguridad, las instituciones del Estado, la banca, etcétera tienen consecuencias más calamitosas que la inseguridad que se vive en las calles. Son generadoras de ésta, porque es sabido: el pescado se pudre por la cabeza.

 

Los poderosos difícilmente asumirán sus culpas  intentando soluciones que pongan en peligro su posición dominante. Por el contrario, mediante el manejo obsceno de la comunicación social, se construye la figura del chivo expiatorio, el Otro distinto, marginal de la condición humana civilizada, que es el pobre excluido y sobre todo joven.

 

Parafraseando a  Michael Hardt y Antonio Negri (1) respecto de la dialéctica del colonizador y el colonizado, este tipo de alteridad no surge de una construcción objetiva, sino una elaboración que coloca en Otro totalmente distinto,  el mal, la barbarie y el libertinaje, posibilitando que el sujeto supuestamente civilizado sea el portador absoluto de la abnegación, la civilización y la moral. La invalidación del Otro, situándolo en una categoría humana distinta, inferior o directamente infrahumana, le otorga sustento y justificación de identidad propia a los que se suponen justos y exclusivos detentadores de humanidad.

 

La génesis de la violencia es la escandalosa brecha existente en la sociedad global entre los impúdicamente ricos y los irritantemente pobres. Esta diferencia es relatada por los medios de comunicación con manifiesta insistencia, naturalizando la injusticia y exacerbando la indignación de los sumergidos.

 

Esta violencia implícita, ostentosa y sobreactuada, en el contexto de una comunidad disociada,  arroja a las víctimas (excluidas) hacia una violencia perversa que no distingue lo bueno de lo malo, al amigo del enemigo, haciendo de víctimas y victimarios un solo sujeto doliente.

 

Los perjudicados de uno y otro lado del fenómeno son –casi siempre- de similar procedencia social: la inseguridad callejera afecta en su inmensa mayoría a los más débiles, a los más o menos pobres, a los excluidos. Los ricos y los privilegiados – aunque no están exentos de sufrir daños y ataques –  obtienen mayor protección por su misma situación social preeminente y además  porque pueden acceder a los modernos castillos que constituyen los barrios cerrados y countries custodiados por seguridad privada. (2)  

La Argentina fue una sociedad bastante igualitaria durante buena parte del siglo XX, y en general todos creíamos que eso estaba bien. A pesar de los enfrentamientos políticos, las tensiones no se reflejaban en la vida social cotidiana. Las calles eran tranquilas y seguras. Había ricos, pero sin la patética ostentación de hoy; había pobres con contención y con un horizonte de ascenso social y -sobre todo-, las mafias del poder económico concentrado no se habían convertido aún, en los actores hegemónicos de la sociedad y la política, como lo fueron a partir del último cuarto del siglo XX.

 

Cuando aumenta la violencia y la inseguridad se transforma en leitmotiv de los noticiarios, reaparecen esas miradas que colocan al pobre-joven como naturalmente malo; cuando en realidad son las víctimas primeras de una sociedad y un mundo que les es totalmente ajeno y brutal. Y esa víctima te puede matar en la calle, pero no por ello deja de serlo.

 

Para reconstruir la sociedad argentina – y la global - se necesitan políticas de posguerra o de poscatástrofe. Los desastrosos efectos de las políticas excluyentes basadas en la especulación financiera y la eliminación de trabajo, que arrancan en el último cuarto del siglo XX, hacen necesarias una transformación cultural que movilice a  la sociedad en un sentido positivo  y una inversión de dinero y energías en grado extremo, en la construcción de una sociedad más igualitaria. Las “soluciones” mágicas o meramente represoras son mentirosas e impracticables.

 

(1)     Imperio – Michael Hardt y Antonio Negri

(2)     La Nueva Edad Media  Humberto Eco, Furio Colombo, Franceso Alberoni