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Buenos Aires, 13 de Abril de 2007

Reflexiones de la diputada nacional Norma Morandini en la sesión de la Cámara de Diputados del 11 de abril de 2007, con motivo del asesinato del docente Carlos Fuentealba.

Un muerto más, y ya van cuántos. Vuelvo a preguntar, como lo vengo haciendo desde hace tanto tiempo, qué tiene herida el alma de nuestro país, cuya sociedad es movida a sangre y crece impulsada por el dolor.

Como lo mío son las palabras, no puedo dejar de advertir algo sobre el significado escondido en el nombre de ese maestro mártir, Fuentealba: fuente de luz por el amanecer, el día que nace. Pero, ¿qué nos debe enseñar esta nueva tragedia? ¿Qué deberá iluminar como un nacimiento la muerte brutal, por la espalda, del profesor Fuentealba? Si resulta conmovedora la reacción que a lo largo y a lo ancho de nuestro país provocó la muerte de un maestro, ¿qué nos está diciendo ese clamor colectivo? Tal vez porque llevo años mirando la sociedad y creo entender más de los comportamientos colectivos que de los argumentos y de la lógica del poder, les digo a los señores diputados: no debemos reducir la sociedad a los números de la encuesta sino tratar de entender en el clamor colectivo la necesidad de que la dirigencia política no juegue con fuego, porque el corazón de nuestro país está lastimado, sí, pero también está erizado, crispado, herido por el terror pasado y la prepotencia presente.

Señor presidente, señores diputados: pongamos todo nuestro entendimiento, nuestra razón, nuestros corazones en esa sociedad. No reduzcamos ni simplifiquemos nuestro país al número; no erradiquemos el debate público. Si escuchamos atentamente lo que se ha dicho y observamos lo escrito en estos días, ¿cómo no hemos erradicado del debate público la falsa antinomia caos o represión? Aún no erradicamos de nuestra cultura política ese rasgo autoritario que extorsiona con el caos para justificar la represión y maniatar la dinámica social que da la libertad.

El único régimen político que admite y legitima el conflicto es el democrático. Como dijo el señor diputado Lozano, aunque parezca una obviedad, cuanto más podamos repetir esto más se nos va a encarnar.

El terror impone una falsa idea de orden. La muerte del maestro Fuentealba no tiene ningún atenuante. Resulta paradójico que aquellos que justifican el uso de la fuerza para mantener el orden público lo hagan en nombre de la ley, ignorando que hay una ley primera que garantiza los derechos. Son los derechos los que legitiman la política, no las encuestas.

Este Congreso, con sus leyes, ha ido ampliando la noción de democracia. Sin embargo, aún nos resta encarnar esos avances como verdaderos valores de convivencia política para no seguir en la penitencia social en la que me temo que todavía está el Parlamento.

Sé que es fácil reconocer la debacle financiera, pero nos resta saber que sobre los escombros del año 2001 debemos erguir una auténtica democracia. No debemos confundirla con la forma de gobierno ni reducirla a la bonanza económica; la democracia es la igualdad ante la ley y, por lo tanto, la garantía de los derechos sociales, económicos y culturales.

Sé que muchos invalidan la idea de democracia en la injusticia que separa a los que más exhiben de los que menos tienen. Sin embargo, este también es un razonamiento engañoso, herencia de un pasado totalitario y una idea pragmática que reduce al hombre a sus pertenencias y no a su dignidad. Es la dignidad de lo humano lo que lo diferencia, lo que lo torna persona. La pobreza real es que los seres humanos ignoren que portan derechos. La riqueza de la democracia radica en que esa forma social de creación de derechos por la demanda y la acción de la sociedad, es el único régimen político que admite y legitima el conflicto. El terror impone una falsa idea de orden.

Precisamente, en la superación de ese conflicto es donde nace la creación de nuevos derechos.

Si no aprendemos a hablar de los males en lugar de los malos; si en lugar de hablar de tanto candidato habláramos de política; si restituyéramos las funciones que le competen a este Congreso, seguramente estaríamos trabajando para poner corazón, carnadura y dignidad en esta sociedad simplificada en los números de la economía, de las encuestas y en la tragedia de los muertos nuestros de cada día.

El alba, el amanecer, no es otro que esa sociedad que reclama tizas porque clama por un nuevo renacer democrático, sin tanta muerte y sin tanto dolor.

 

 Norma Morandini