Reflexiones
de la diputada nacional Norma Morandini en la sesión de la
Cámara de Diputados del 11 de abril de 2007, con motivo del
asesinato del docente Carlos Fuentealba.
Un
muerto más, y ya van cuántos. Vuelvo a preguntar, como lo
vengo haciendo desde hace tanto tiempo, qué tiene herida el
alma de nuestro país, cuya sociedad es movida a sangre y
crece impulsada por el dolor.
Como
lo mío son las palabras, no puedo dejar de advertir algo
sobre el significado escondido en el nombre de ese maestro mártir,
Fuentealba: fuente de luz por el amanecer, el día que nace.
Pero, ¿qué nos debe enseñar esta nueva tragedia? ¿Qué
deberá iluminar como un nacimiento la muerte brutal, por la
espalda, del profesor Fuentealba? Si resulta conmovedora la
reacción que a lo largo y a lo ancho de nuestro país
provocó la muerte de un maestro, ¿qué nos está diciendo
ese clamor colectivo? Tal vez porque llevo años mirando la
sociedad y creo entender más de los comportamientos
colectivos que de los argumentos y de la lógica del poder,
les digo a los señores diputados: no debemos reducir la
sociedad a los números de la encuesta sino tratar de
entender en el clamor colectivo la necesidad de que la
dirigencia política no juegue con fuego, porque el corazón
de nuestro país está lastimado, sí, pero también está
erizado, crispado, herido por el terror pasado y la
prepotencia presente.
Señor
presidente, señores diputados: pongamos todo nuestro
entendimiento, nuestra razón, nuestros corazones en esa
sociedad. No reduzcamos ni simplifiquemos nuestro país al número;
no erradiquemos el debate público. Si escuchamos
atentamente lo que se ha dicho y observamos lo escrito en
estos días, ¿cómo no hemos erradicado del debate público
la falsa antinomia caos o represión? Aún no erradicamos de
nuestra cultura política ese rasgo autoritario que
extorsiona con el caos para justificar la represión y
maniatar la dinámica social que da la libertad.
El
único régimen político que admite y legitima el conflicto
es el democrático. Como dijo el señor diputado Lozano,
aunque parezca una obviedad, cuanto más podamos repetir
esto más se nos va a encarnar.
El
terror impone una falsa idea de orden. La muerte del maestro
Fuentealba no tiene ningún atenuante. Resulta paradójico
que aquellos que justifican el uso de la fuerza para
mantener el orden público lo hagan en nombre de la ley,
ignorando que hay una ley primera que garantiza los
derechos. Son los derechos los que legitiman la política,
no las encuestas.
Este
Congreso, con sus leyes, ha ido ampliando la noción de
democracia. Sin embargo, aún nos resta encarnar esos
avances como verdaderos valores de convivencia política
para no seguir en la penitencia social en la que me temo que
todavía está el Parlamento.
Sé
que es fácil reconocer la debacle financiera, pero nos
resta saber que sobre los escombros del año 2001 debemos
erguir una auténtica democracia. No debemos confundirla con
la forma de gobierno ni reducirla a la bonanza económica;
la democracia es la igualdad ante la ley y, por lo tanto, la
garantía de los derechos sociales, económicos y
culturales.
Sé
que muchos invalidan la idea de democracia en la injusticia
que separa a los que más exhiben de los que menos tienen.
Sin embargo, este también es un razonamiento engañoso,
herencia de un pasado totalitario y una idea pragmática que
reduce al hombre a sus pertenencias y no a su dignidad. Es
la dignidad de lo humano lo que lo diferencia, lo que lo
torna persona. La pobreza real es que los seres humanos
ignoren que portan derechos. La riqueza de la democracia
radica en que esa forma social de creación de derechos por
la demanda y la acción de la sociedad, es el único régimen
político que admite y legitima el conflicto. El terror
impone una falsa idea de orden.
Precisamente,
en la superación de ese conflicto es donde nace la creación
de nuevos derechos.
Si
no aprendemos a hablar de los males en lugar de los malos;
si en lugar de hablar de tanto candidato habláramos de política;
si restituyéramos las funciones que le competen a este
Congreso, seguramente estaríamos trabajando para poner
corazón, carnadura y dignidad en esta sociedad simplificada
en los números de la economía, de las encuestas y en la
tragedia de los muertos nuestros de cada día.
El
alba, el amanecer, no es otro que esa sociedad que reclama
tizas porque clama por un nuevo renacer democrático, sin
tanta muerte y sin tanto dolor.