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PALABRAS DEL PRESIDENTE NÉSTOR
KIRCHER, EN EL ACTO DE CONMEMORACIÓN DEL "DÍA NACIONAL DE LA
MEMORIA POR LA VERDAD Y LA JUSTICIA", CELEBRADO EN EL COLEGIO
MILITAR DE LA NACIÓN
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24/03/2006 -

Señor Vicepresidente de la Nación;
señores integrantes de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial;
autoridades provinciales y municipales; señores miembros del Cuerpo
Diplomático; representantes gremiales; representantes de las
organizaciones de Derechos Humanos, especial Madres, Abuelas de Plaza
de Mayo; personal militar de las Fuerzas Armadas; autoridades de las
mismas; señoras y señores: el 24 de marzo de 1976 y hasta el 10 de
diciembre de 1983, se instaló en nuestra Patria un gobierno de facto
a cargo de las Fuerzas Armadas que se atribuyó la suma del poder público,
se arrogó facultades extraordinarias y en el ejercicio de esos
poderes ilegales e ilegítimos aplicó un terrorismo de Estado que se
manifestó en la práctica sistemática de graves violaciones a los
derechos humanos.
En el juicio a las Juntas la causa 13.984 caratulada "Jorge
Rafael Videla y otros" quedó suficientemente probado que a
partir de ese día se instrumentó un plan sistemático de imposición
del terror y la eliminación física de miles de ciudadanos sometidos
a secuestros, torturas, detenciones clandestinas y toda clase de vejámenes.
En este propio Colegio Militar fueron secuestrados cadetes que
luchaban por la vida y por la democracia. Por eso nunca más el
terrorismo de Estado, hasta acá llegó.
Hace pocos días el Honorable Congreso de la Nación dispuso por ley
que esta fecha, "Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la
Justicia", figure entre los feriados nacionales inamovibles. Debe
ser ésta, entonces, una jornada de duelo y homenaje a las víctimas y
también para la reflexión crítica sobre la gran tragedia argentina
que se abrió un día como hoy de 1976 con el golpe militar que fue el
camino y el instrumento del terrorismo de Estado, la más cruenta de
las experiencias antidemocráticas que nuestra Patria haya padecido.
Venimos hablar en este día a los jefes de las Fuerzas, a los
generales, almirantes y brigadieres, a los oficiales superiores, a los
oficiales jefes, a los jóvenes oficiales, a los suboficiales, a los
soldados voluntarios, al personal retirado y a los civiles que
trabajan en instituciones castrenses, le hablamos a las mujeres y a
los hombres de la institución militar, pero también hablamos para
toda la sociedad, porque aquel golpe no se redujo a un fenómeno
protagonizado por las Fuerzas Armadas.
Los golpes de Estado padecidos por los argentinos han tenido en el
siglo XX una larga, luctuosa y difícil historia y nunca constituyeron
sólo episodios protagonizados por militares.
Sectores de la sociedad, de la prensa, de la iglesia, de la clase política
argentina, ciertos sectores de la ciudadanía tuvieron también su
parte cada vez que se subvertía el orden constitucional. Lo digo
porque no todos han reconocido todavía su responsabilidad en los
hechos. (APLAUSOS)
Cuando alguien abría la puerta de los cuarteles para ir hacia el
poder y en contra de las instituciones de la democracia, previamente
habían concurrido otros a golpearlas; poderosos intereses económicos
cuya representación ha sido y es patéticamente minoritaria
trabajaron incansablemente para deteriorar las instituciones democráticas
y facilitar el atropello final a la Constitución.
Han contado también con el aporte de otros factores culturales, el
aporte de distintas concepciones del mundo de diversas ideologías, de
los medios de comunicación y de muchas instituciones que nunca
toleraron el principio rector de la soberanía popular; había algunos
que hasta decían que el general Videla era un general democrático y
que era la transición que necesitábamos. (APLAUSOS) Esa soberanía
popular que es base irrenunciable de la institucionalidad republicana
democrática.
Ese conglomerado económico cultural, social y político trató y lo
logró por mucho tiempo de convertir a las Fuerzas Armadas en el brazo
instrumental y protagónico de ese proyecto que afectó tanto a la
estructura de la sociedad.
A partir del 24 de marzo de 1976, se aplicó un plan coordinado y
sistemático de exterminio y represión generalizados, con un costo
humano minuciosamente calculado, que sometió a miles de personas al
secuestro, a la tortura y a la muerte y los convirtió en
"ausentes para siempre", "ausentes para siempre",
como cínicamente proclamó el mayor responsable de los crímenes.
Otros miles poblaron las cárceles sin causa o con procesos ilegales y
muchos miles más encontraron en el exilio la única forma de
sobrevivir. Cientos de niños fueron arrancados de los brazos de sus
madres en cautiverio al nacer y privados de su identidad y de su
familia.
No se trataba de excesos ni de actos individuales. Fue un plan
criminal, una acción institucional diseñada con anterioridad al 24
de marzo y ejecutada desde el Estado mismo bajo los principios de la
doctrina de la Seguridad Nacional.
La mayoría de las víctimas pertenecían a una generación de jóvenes,
hijos de muchos de ustedes, hermanos nuestros, con un enorme
compromiso con la Patria y el pueblo, con la independencia nacional y
la justicia social, que luchaban con esperanza y hasta la entrega de
sus vidas por esos ideales. Pero más allá de estos miles y miles de
víctimas puntuales, fue la sociedad la principal destinataria del
mensaje del terror generalizado.
El poder dictatorial pretendía así que el pueblo todo se rindiera a
su arbitrariedad y su omnipotencia. Se buscaba una sociedad
fraccionada, inmóvil, obediente, por eso trataron de quebrarla y
vaciarla de todo aquello que lo inquietaba, anulando su vitalidad y su
dinámica y por eso prohibieron desde la política hasta el arte.
Sólo así podían imponer un proyecto político y económico que
reemplazara al proceso de industrialización sustitutivo de
importaciones por un nuevo modelo de valorización financiera y ajuste
estructural con disminución del rol del Estado, endeudamiento externo
con fuga de capitales y, sobre todo, con un disciplinamiento social
que permitiera establecer un orden que el sistema democrático no les
garantizaba.
Para el logro de estos objetivos querían terminar para siempre con lo
distinto, con lo plural, con lo que era disfuncional a esas metas. Ese
modelo económico y social que tuvo un cerebro, que tuvo un nombre y
que los argentinos nunca deberemos borrar de nuestra memoria y que
espero que también la memoria, justicia y verdad llegue, se llama José
Alfredo Martínez de Hoz. (APLAUSOS)
Lamentablemente, este modelo económico y social no terminó con la
dictadura; se derramó hasta fines de los años 90, generando la
situación social más aguda que recuerde la historia argentina.
(APLAUSOS)
Víctima de ese modelo fue el pueblo, que sufrió empobrecimiento y
exclusión, de las que todavía hoy afrontamos las terribles
consecuencias. Lamentablemente, los verdaderos dueños de ese modelo
no han sufrido castigo alguno.
En los momentos terribles de la noche dictatorial, fueron mujeres y
hombres, pero sobre todo mujeres, mujeres, las que se organizaron para
enfrentar a la barbarie, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. (APLAUSOS)
Esta casa y esta institución del pueblo las recibe con los brazos y
el corazón abiertos, reconociéndoles su tremendo valor. Ese puñado
de mujeres sin más poder que su dolor, su amor y su coraje, enseñaron
el camino de la lucha para reconstituir un orden democrático y por
conseguir una cuota de justicia y de verdad. Ellas fueron un
maravilloso ejemplo de la resistencia frente a la barbarie que trató
de suplir la lamentable defección de muchos otros.
Todos hemos aprendido de aquel error. Ese proyecto criminal ha sido
derrotado en la conciencia política argentina. Nuestra sociedad, en
la que casi la totalidad de los sectores políticos, sociales,
culturales y económicos rechaza ese pasado, lo juzga críticamente y
es por su lucha que los impedimentos jurídicos para el juzgamientos
de crímenes contra la humanidad, están derogados y la Justicia
desarrolla su tarea con total y absoluta independencia.
La dictadura militar fue una gran tragedia para el país; su ejecución,
repito, no fue solamente una responsabilidad castrense; también los
sectores dominantes de la vida económica y cultural contribuyeron a
construir esa Argentina sometida a una estrecha, mezquina y
explotadora concepción del mundo.
La gravedad de lo ocurrido, su saldo luctuoso y desgarrador, las
monstruosas y aberrantes conductas en que incurrieron las Fuerzas
Armadas, las consecuencias de la concentración económica, el
desempleo, el aumento de la pobreza, la destrucción de la economía
local y la exclusión que se derivaron del modelo implementado, hacen
imperativa la reflexión sobre ese período.
Porque el pueblo que no piensa su pasado y que no lo elabora, corre el
grave riesgo de repetirlo; pero más importante aún que recordar, es
entender, aunque para entender es indispensable también recordar. Ese
proceso de recordar, esa reconstrucción de la memoria, es un valioso
mecanismo de resistencia.
Obviamente, es también un ámbito de conflicto entre quienes
mantienen el recuerdo de los crímenes de Estado y quienes quizás,
algunos todavía con buena intención pero otros buscando su propia
impunidad, proponen dar por cancelado ese período y pasar a otra
etapa argumentando que la clausura de la memoria, facilita la
reconciliación.
Muy por el contrario, creemos que la memoria no es sólo una fuente de
la historia, sino que es fundamentalmente un indispensable impulso
moral y, además, es un deber y una necesidad ética y política de la
sociedad.
Afortunadamente, hoy tenemos una amplia y diversa producción cultural
que, con formato de ensayo, libro, testimonio, obras de ficción,
teatro y cine argumental y documental, expone y discute nuestro pasado
inmediato.
Esas elaboraciones, esas discusiones son muy fecundas porque son
plurales. Cuando buscan la verdad y como lógica consecuencia la
obtención de justicia, cuando no persiguen el odio ni la revancha,
pueden aportar el conocimiento del pasado. En ellas la Argentina vive
y transfiere su dinámica y su voluntad de persistencia y transformación
a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos.
Como Presidente de la República no pretendo construir una verdad
definitiva, que es patrimonio de todas las generaciones. Sólo aporto,
como lo he dicho muchas veces, mi verdad relativa.
Pero sí, debo trabajar duramente para contribuir a asegurar
principios básicos de la convivencia. A los argentinos se nos ha
hecho carne, después de mucho dolor, la necesidad del respeto a la
vida y a la dignidad de la persona humana y de la vigencia efectiva de
los derechos humanos que están constitucionalmente consagrados.
Nuestro íntimo convencimiento es que no puede haber convivencia en
paz y reconciliación mientras queden resquicios de impunidad. Siempre
hemos pensado que sólo con verdad y con justicia, conformaremos una
sociedad que se desarrolle en paz. Nunca hemos creído que eludiendo
el veredicto y forzando el olvido, calmaremos la sed de justicia que
exhibe el alma misma de nuestra comunidad. Sólo castigando a los
culpables se liberará de culpa a los inocentes. (APLAUSOS)
Me han escuchado reclamar públicamente en otros tiempos, que no había
punto final sin verdad; han oído también de mi boca, allí cuando
otros lo apañaban, que no era posible invocar a modo de disculpa
legal el cumplimiento de órdenes manifiestamente ilegales. Igual que
en esos casos siempre hemos cuestionado que la facultad de indultar
haya servido para condonar o aliviar las condenas judiciales impuestas
o para impedir el juzgamiento de los responsables del mayor genocidio
que nuestra historia recuerda.
Lo dijimos cuando se dictaron en la Plaza, lo reiteramos hoy: ni el
punto final ni la obediencia debida ni los indultos fueron los caminos
adecuados para alcanzar la verdad e imponer la justicia. Sólo han
sido enormes heridas y frustraciones cuidadosamente envueltas en las
formas pero carentes de contenido ético.
En todos los casos, lejos de calmar la vocación ciudadana de
justicia, se incrementó día a día, mes a mes, año a año el
reclamo de las víctimas, de sus deudos y de la sociedad argentina.
Sigo anhelando que la verdad y la justicia predominen, pero aspiro
lograrlo respetando el marco institucional que la República impone.
Hemos acompañado la anulación de las leyes de punto final y
obediencia debida (APLAUSOS) en la certeza de que ése era el camino
constitucionalmente adecuado para desandar el sendero de la impunidad
al que nos condujeron y al que nos quisieron dejar atrapados.
En pos de la verdad y la justicia, tal vez sea la hora de desarticular
la red de impunidad tejida a través de aquellos indultos. Algunos
tribunales han declarado ya en casos concretos su
inconstitucionalidad, pero esta vez, también respetando el marco
institucional que la República impone, debe seguir siendo la Justicia
quien deba dejar con claridad la inconstitucionalidad de dichas normas
que, a mi juicio, chocan frontalmente con la ética republicana que
recomienda que ante el crimen busquemos la verdad y anhelemos la
justicia. (APLAUSOS)
No es posible reestablecer la calidad institucional y la marcha hacia
la verdad buscando el atajo de lo inconstitucional. Nadie puede pedir
que un decreto derogue a otro a través del cual se indultó. Aquellos
indultos trasgredieron, a mi juicio y a mi verdad relativa, la ley
fundamental de la Patria.
Espero, como se reclama permanentemente, que prontamente la Justicia
determine la validez de esa constitucionalidad o lo que yo pienso a mi
juicio, la inconstitucionalidad de los mismos. (APLAUSOS)
Nos quieren y me quieren, sectores de la extrema derecha y algunos
otros, hacer caer en una trampa, que no podemos dejar que nos lleven a
ella por las democracias, sus instituciones, la verdad y la justicia.
Quiero que mi decisión de seguir buscando la verdad y la justicia
siga siendo tan firme como mi respeto a las normas constitucionales y
a las instituciones de la República en la que la certeza de que todo
está indisolublemente unido.
Queremos poner fin a los códigos del silencio que subordinan todo el
ocultamiento de la verdad. Descorriendo este velo sabemos que
contribuimos a evitar que los verdugos se mezclen con los inocentes y
se oculten detrás de las instituciones.
Con verdad, con memoria y con justicia, con castigo a los culpables,
poniendo las cosas en su justo lugar, echaremos las simientes para
construir un país más justo.
Debo hoy también decir acá que en este edificio y todo
establecimiento militar debe ser para siempre solamente la casa del
general San Martín y sus hermanos en la lucha por la independencia:
el general Belgrano y el almirante Brown. (APLAUSOS)
Debe ser la casa de San Martín, el gran libertador, que combatió en
San Lorenzo, cruzó Los Andes, luchó, libertó Chile y Perú y se
abrazó en el combate independiente con grandes americanos como
O'Higgins y el gran Simón Bolívar.
Debe ser la casa de aquel San Martín que nunca desenvainó su espada
en el campo siniestro de las guerras civiles.
Debe ser la casa del ciudadano general Manuel Belgrano, el hombre que
marchó a su destino del general improvisado y nos legó la bandera
que nos unifica distintivamente como nación.
Debe ser también la casa de Guillermo Brown, ayer y hoy nuestro
primer almirante, el inmigrante que fundó nuestra flota y combatió
con denuedo y sencillez. (APLAUSOS) Y debe ser la casa y la Argentina
de los principios de ese ilustre ciudadano y gran político y pensador
argentino que se llamó Mariano Moreno. (APLAUSOS)
La soberbia, el militarismo y la distancia con el pueblo, nunca
estuvieron en las convicciones de las conductas de estos grandes
hombres.
Hemos aprendido nosotros y hoy aprenden nuestros hijos y nuestros
nietos en las escuelas de la Nación, el recorrido de sus vidas y sus
proyectos ejemplares. En sus ejemplos y en el de tantos otros próceres
y ciudadanos anónimos deben inspirarse los militares argentinos y
todos los ciudadanos de la Patria.
Queremos sentirnos orgullosos de que todos los uniformes de los
soldados de la Patria sean respetados en su prestigio y vistos con
alegría y no con temor, como ese temor que tuvimos hace treinta años,
queridos hermanos de las Fuerzas Armadas, que veíamos un uniforme y
creíamos que se nos terminaba la vida.
No sólo aquellos que éramos militantes de mucho tiempo, militantes
de nuestras convicciones, sino con el tiempo una ciudadanía asustada
y aterrorizada. Yo sé que todos los cuadros de hoy tienen una gran
tarea cívica, una gran tarea junto a los ciudadanos de la Patria a
construir no la adhesión a algún partido político o a alguna fuerza
determinada.
Acá, desde el Colegio Militar de la Nación, quiero llamar a la
conducción de ciudadanía, queremos sentirnos ciudadanos y para
sentirnos ciudadanos, respeto a los derechos humanos, justicia,
equidad, inclusión social e igualdad de oportunidades para todos los
argentinos, con certeza indiscutible para que todos los sables
sanmartinianos protejan al ciudadano y que el juramento constitucional
siempre sea honrado. (APLAUSOS)
Miremos el pasado en nuestras guerras civiles y sin que la mía
pretenda ser una interpretación única de la historia, quiero que
reflexionemos sobre el enorme espacio de espanto que crímenes sin
sentido abrieron en nuestra historia. La inmolación de Manuel Dorrego
en el siglo XIX y de Juan José Valle en el siglo XX, constituyen las
marcas iniciáticas de una tragedia que nos ha azotado hasta el
presente.
Creo interpretar a mis compatriotas al estimar con optimismo el
futuro, con esa convicción que proclamamos: nunca más al golpe y al
terrorismo de Estado, por siempre respeto a la Constitución Nacional,
verdad, memoria, justicia y, obviamente, ni odios ni venganzas.
Solos aquellos que no tienen la verdad, solos aquellos que no creen en
la democracia; solo la actitud de aquellos que desprecian la
diversidad, la pluralidad y el consenso y el derecho a pensar
distintos, pueden aspirar a tener esas nostalgias que duelen y
espantan.
Queridos jefes de nuestras Fuerzas Armadas, queridos hermanos: cuando
escucho a algunos defender los aberrantes e innobles crímenes y
acciones del '76 y levantar el golpe del '76, yo creo que no hay pasión
humana que puede llevar a defender tanto terror. No hay ideas
diferentes que se pueden dar -y que se dan en toda democracia- que
puedan hacer creer que se puede construir un país en base al dolor, a
la desaparición y a la ausencia, como dijo ese general casi
innombrable.
Quiero terminar así: cuando la prensa del mundo le preguntaba "Y
los desaparecidos, ¿quiénes son?". Y dio una definición de
desaparecidos que a cada uno en el lugar que estábamos nos espantó:
"No están, no existen, no hay desaparecidos".
Señor Videla, porque no merece que lo llame general, hay treinta mil
argentinos que fueron desaparecidos de distintas ideas y hay cuarenta
millones de argentinos que fuimos agredidos y ofendidos por su
pensamiento fundamentalista y mesiánico. Espero que la justicia
proceda y a fondo.
Yo estoy seguro que esa verdad y esa justicia debe ser acelerada y
encontrada y este 24 de marzo y todos los 24 de marzo deben servir en
el marco de la construcción de la verdadera memoria. Es una fecha que
debe ser fuertemente consolidada y no tratar de adueñarse nadie de
ella, basados a veces en especulaciones políticas de corto lucro.
Porque queridos hermanos y hermanas, la verdadera vanguardia de la
lucha contra la dictadura fueron las Abuelas y las Madres de Plaza de
Mayo.
Muchísimas gracias. (APLAUSOS)
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