Suecia,
14 de febrero del 2006
Queridas,
amadas e idolatradas Abuelas de Plaza de Mayo:
Hoy
es un día especial para nosotros. Tendría que ser el cumpleaños de
nuestra Irene. Creíamos que ya la teníamos de vuelta a casa, aunque
sea por el solo echo de saberla. No esperamos más en realidad porque la
realidad nos propone una señora joven con otro nombre y, seguramente
otro perfil de cultural social y humana. No sería nuestra Irene jamás
aunque recupere su identidad.
Por
mientras nuestra vida que había recobrado un alivio fantástico, vuelve
a pesar sobre nuestras espaldas. La incertidumbre aplasta, desconcierta,
daña.
Se
nos ocurre que pasan los días, demasiados días, y al no disponer de
las noticias que creíamos en la mano, el gusanillo de la desesperanza
encaja su maligno escozor nuevamente. A nuestro pensamiento llega la desilusión
de Adalberto con sus mellizos, que a pesar de la certeza al fin de
cuentas no fueron los suyos...
Ya
no interesa si Irene es o no es porque hemos de nuevo acaparado a
“nuestra Irene”, la nenita de siempre, la que debimos soñar en
lugar de verla crecer... y ella quedó siempre chiquita, una nenita que
encontrábamos en otras nenitas en las plazas y, últimamente, en las jóvenes
parejas a las que queremos como hijos... y ellos, como en un
balance sagrado, nos devuelven tanto cariño como si supieran a quienes
reemplazan...
Hace
unos pocos días, intentando corregir un libro que hablaba sobre este
tema específicamente, el 1º de febrero, tres días antes de que viajáramos
a presentar “Esperanza” a Canarias, de golpe, mientras lloraba como
antaño... antes de creer haber encontrado a nuestra chiquilla... de
golpe algo se rompió dentro del alma y se expresó al fin de una forma
carnal. Quedé ciego del ojo izquierdo en un proceso del primer susto a
tres horas. En urgencias del Hospital de Växjö ordenaron una operación
de urgencias. Debería ser en la Universidad de Lund dónde se
especializan en el tema. No quise dejar la presentación del libro por
respeto a nuestros amigos, a quienes queremos mucho y de quienes nos
sabemos cercanos a sus corazones. La esperanza de decir “algo” sobre
los derechos humanos y el tema específico de la infamia contra nuestros
niños sustraídos como botín de guerra, cobraron dramática fuerza.
-Si
viaja no nos haremos responsable, puede que algo podamos recuperar, pero
si deja pasar los días no sabemos...
El
evento transcurrió en el Salón de Plenos del Ilustre Ayuntamiento de
la Villa de Agüimes (prehispánica) , hablé de amor, de saber perdonar
que es algo muy fácil porque nos deja la conciencia tranquila y nos
sentimos equivocadamente “buenos”. La cosa se pone dura cuando lo
que se perdona es lo imperdonable. Hablé de ese perdón libre a cada
uno, pero insistí en que una cosa es perdonar, si se quiere, y otra
dejar lugar a la impunidad que siga tan campante. Entonces el perdón
humano no es contradictorio a la exigencia de la justicia ante tamaños crímenes.
Así que, para ahogar los pasos de Ebe de Bonafini por estos lares, hablé
de amor, ese que les sobra a las Abuelas y del compromiso moral de no
solo encontrar a los nietos, sino de movilizar a la justicia para que
sea efectiva, para que nunca más vuelva a ocurrir.
Ni
idea de lo que dije, pero recuerdo dos momentos, una carcajada cuando
aseguré que “esta presentación me saldrá un ojo de la cara....” y
los aplausos sinceros, regados por lágrimas de amigos que, desde todas
las posturas sociales y de la cultura, nos aunamos en el mensaje de amor
con justicia.
Volvimos
en el primer avión a Suecia para presentarme directamente al quirófano.
No creo en Dios, pero como a alguien debía agradecer le agradecí simbólicamente
haber podido cumplir. Me acomodé desechando ayuda a la mesa de
operaciones, le vendí antes de dormirme gozoso un libro Esperanza al
doctor anestesista. Le aseguré que antes de que me hiciera efecto la
anestesia yo me habría dormido. Le expliqué que lo hacía cuando venían
a torturarme, me dormía y, aunque el dolor infinito e inenarrable es
una cosa real, me parecía que solo era una pesadilla, que ya despertaría...
Han
pasado tres o cuatro días, la cabeza pesa, el ojo duele, la sensación
de desequilibro acompaña malamente. De vuelta en casa me escapo al
cuidado estricto de mi amada Gordita y escribo como puedo estas líneas.
Las prohibiciones no cuentan. Me mueve que nuestras Abuelas Nacionales
nos ayuden a soplar la velita de Irene en el nuevo cumpleaños de un
nacimiento que no deberíamos olvidar como pueblo civilizado ni como
humanos que se resisten a dar la otra mejilla y vivir como pasajeros en
este Valle de Lágrimas. La luz está en nuestro interior y a nuestro
derredor.
Con
el ojo que aún no nos dice si verá otra vez la luz, les enviamos
simplemente un beso a cada una de ustedes, luchadoras por la obligada
vida de felicidad en este mundo.
Grillo