Por Osvaldo Bayer
El odio avanza a paso redoblado. La estupidez triunfa. O es el método
de los poderosos para mantenerse. Porque un periodiquito de cuarta
de la derecha danesa hizo una caricatura en la que se burla de
Mahoma, salieron miles a la calle a quemar embajadas, a prender
fuego banderas danesas y de otros países. Era justo lo que Bush
esperaba. Todo esto lo ayuda a que Occidente le vaya dando la razón.
La derecha musulmana, enemiga a muerte de la derecha imperial, le da
de comer con la mano. Todo preparado. De pronto aparecieron en los
países árabes centenares de banderas danesas. Banderas que en esos
países nunca se habían visto. Era desconocida. Claro, en
septiembre se publicó la caricatura y la reacción vino recién en
febrero. Cinco meses para preparar el espectáculo maligno e
irracional.
Sí, los problemas existen, pero sólo se podrán solucionar en el
diálogo y en el respeto. Ni Bush ni los dueños de la verdad islámica
pueden solucionarlos. Sólo nos van a dejar más muertes, más
destrucción, más dolor, infinito dolor. Por supuesto, para las
madres, los niños, los trabajadores, los soldados obligados a
“cumplir con Dios y con la Patria”.
El problema de la caricatura no tenía importancia ninguna. Tan es
así que a nadie le llamó la atención. Algo superfluo, de todos
los días. Si los musulmanes se sintieron heridos tenían en
Dinamarca –donde poseen una representación importante en la
sociedad por el número de inmigrantes– la posibilidad de acceder
a la Justicia e iniciar un juicio por insulto a los principios
culturales de una minoría. No, se prefirió el fuego, la piedra, la
violencia contra las representaciones nacionales que nada tenían
que ver con la publicación.
Y aquí tiene que venir el gran debate mundial sobre las religiones.
En cuánto han ayudado las religiones en el racismo, el odio entre
los pueblos, las denominadas “guerras santas” y el colonialismo
cuando se decía oficialmente que se llevaba el verdadero Dios “a
los salvajes, a los bárbaros” y sirvió para “colonizar”
continentes enteros y llevarse el oro y la plata. El Río de la
Plata. Los esclavos africanos. Pero, además, las religiones enseñaron
la desigualdad de la mujer.
Qué vienen ahora a quemar banderas si ellos marcan una discriminación
inaceptable hacia la mujer, que no significa otra cosa que una
degradación del ser humano todo. Si bien para Alá, la mujer vale
igual que los hombres, en la Tierra ellas deben obedecer siempre al
hombre y éste puede castigarla corporalmente. De acuerdo con el Corán,
el testimonio de una mujer ante el juez tiene la mitad del valor de
un hombre. En una herencia, la mujer sólo puede heredar la mitad de
lo que recibe el hombre. El Corán ordena a la mujer cubrirse la
cabeza y esconder el escote. En muchas regiones musulmanas, las
mujeres sólo pueden dejar ver su rostro y sus manos. El Islam
permite al hombre tener cuatro mujeres. En cambio, las mujeres sólo
pueden tener un hombre. El divorcio para el hombre es cosa simple.
Para la mujer, en cambio, posible, sí, pero con desventajas económicas.
Esto para empezar; entonces, antes de protestar por una o doce
caricaturas de dudosa calidad e influencia, que empiecen a terminar
con principios antiéticos que ya Occidente, gracias a sus
pensadores racionalistas, como Voltaire, y de mujeres con un coraje
a toda prueba, hicieron caer para siempre. Además de esto, los críticos
fanáticos de tales caricaturas deberían tener la valentía de
dejar desnudos a los regímenes medievales que rigen gran parte de
los ricas naciones árabes. (Pero los occidentales y cristianos no
damos ejemplo. Lo acaban de decir los estudios de Amnesty
International, sección Francia: “Cada cuatro días muere una
mujer en Francia como víctima de actos de violencia de su cónyuge
o pareja, según estadísticas policiales. En 2002 se registraron
5568 sentencias por actos violentos contra mujeres; en 2003
ascendieron a 7922”. Todo esto en la tierra de Voltaire; a más de
dos siglos de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad,
Fraternidad.)
La crítica a la quema de banderas no significa de ninguna manera
salvar a Occidente de sus pecados. La agresión de Bush a Irak es
mucho más, infinitamente más, que la protesta islamita por las
caricaturas. Ese criminal ataque, con todos sus bombardeos a
civiles, justificaría cualquier reacción de las poblaciones
atacadas. Es un pecado mortal contra toda la humanidad. Es sentirse
dueño de la vida y la muerte de otros pueblos y justo en el curioso
caso de un país con gran riqueza de petróleo. Tampoco criticar los
excesos islámicos justifica la política de Israel con Palestina.
No sólo son injustificables los bombardeos y ataques
indiscriminados “por sospecha”, sino también la construcción
de un muro entre los dos pueblos. La pregunta que cabría sería: ¿por
qué se criticó con tanto fervor el Muro de Berlín y nada se dice
sobre el muro entre esos dos pueblos? Denunciar esto no implica
desconocer el derecho de la existencia de Israel en su territorio
histórico.
Aprender de la historia. Aprender del dolor. Aprender de los grandes
pensadores que vieron como único valor de futuro la paz eterna.
Es cierto que, para eso, la historia nos tendría que servir para
aprender y no para odiar. No hay otra posibilidad. Como decíamos:
odio significa destrucción, el no a la vida. Porque si no el futuro
va a ser sólo sospecha, miedo, guerra preventiva, terrorismo de
Estado. Hay sacerdotes mahometanos que prometen el paraíso –en el
que por otra parte hay “vírgenes de ojos grandes”– para todo
aquel que se sacrifique por Alá. En esto último están
involucrados aquellos –y ahora también hay mujeres– que llevan
la bomba en el cuerpo y la hacen explotar muriendo en el intento.
Esto, la propia población que cree en Alá y Mahoma, debe impedirlo
para siempre. Sólo podrán gozar del paraíso, con sus arroyos poéticos,
sus frutos deliciosos y sus vírgenes, aquellos que en toda su vida
se han preocupado por salvar la vida en la Tierra.
Muy buena ha sido la reacción de los países nórdicos. En otras épocas,
la quema de la embajada y de sus banderas hubiera provocado, de
inmediato, la declaración de guerra o por lo menos el rompimiento
de relaciones. Todo lo contrario, esos gobiernos nórdicos hicieron
llegar mensajes de notable tono pacifista. Es la reacción más
sabia. A la violencia contestar con la palabra pacífica y amplia.
Muchos intelectuales europeos se dejaron llevar por la reacción
religiosa de los mahometanos. No estoy de acuerdo con Günter Grass
cuando censura a las publicaciones de Occidente que no criticaron a
las caricaturas, por “la defensa de la libertad de prensa”. Si
bien el Nobel alemán tiene razón cuando dice que “los diarios
viven de los anuncios y tienen que tomar en cuenta a determinados
poderes económicos porque la prensa es parte de grandes grupos
dominantes que monopolizan la opinión pública. Occidente no puede
atrincherarse más detrás del derecho a la libre expresión de
opiniones”, en este caso, es sólo una parte de lo sucedido.
Porque autocensurarse tampoco es la solución. Los mahometanos en
Dinamarca, como dijimos, tenían otra forma de reaccionar, y no
quemando banderas que simbolizan a mucha gente que nada tuvo que ver
con las caricaturas del diariucho de derecha.
Por ejemplo, el siempre vivaz y crítico Vázquez Montalbán escribió
la siguiente frase en su libro postrero, Milenio Carvalho: “Antes
de treinta o cuarenta años, ¿quién sería el gobernador de
cualquier lugar del sur de España que dejará la puerta abierta a
la invasión islámica y qué procedimientos de defensa utilizaría
una Europa que dependía de la inmigración musulmana para mantener
limpias sus calles y sus cloacas y dependiente en buena medida de
policías y militares surgidos de la tropa inmigrante? Lo que le jodía
a Carvalho era el coste religioso de una operación de mestizaje, el
sustituir la pelagra institucional mesiánica cristiana en todas sus
formas por la pelagra institucional mesiánica islámica”.
Bien, a nadie se le ocurrió por lo de Vázquez Montalbán quemar
las embajadas de España. Es una opinión. Por cierto válida de
cierta perspicacia para hacer pensar. ¿O es que debemos
comportarnos todos vírgenes como la virgen María?
Pero, para terminar esta nota, una increíble fantasía de la
realidad. Mientras escribía esto llegó el correo con un sobre
grande de la Documenta Vaticana. La editorial Archiv va a publicar
las actas del Archivo Secreto Vaticano. La presentación la hace el
cardenal Jean Louis Taurán, bibliotecario del Vaticano; el padre
don Raffaele Farina, prefecto de la Biblioteca Vaticana, y el padre
Sergio Pagano, prefecto del Archivo Secreto Vaticano. Ofrecen
–contra el pago de una cuota mensual– la remisión de las
publicaciones secretas. Y se comienza nada menos que con el proceso
a Galileo Galilei. El científico que fue condenado por el Papa por
sus descubrimientos y juzgado por la Santa Inquisición. En 1633,
bajo amenaza de la tortura, fue obligado a abjurar de todas sus enseñanzas
y guardar silencio. Fue condenado a detención. La leyenda señala
que tuvo que desmentir su descubrimiento de que la Tierra se mueve,
pero que al retirarse murmuró: “Eppur si muove” (“y sin
embargo se mueve”).
Bien, este ejemplo de lo que fue el pasado católico con su brutal
inquisición hoy se aprovecha, y la Iglesia oficial lo edita en
varios tomos, a 19,90 euros el tomo. Increíble. Si se enterara
Galileo ahora es posible que dijese: “Cómo se mueven estos”.
Claro, en la globalización todo se puede negociar. El condenado
sabio ahora, después de 450 años, le va a dar de ganar al papa
Ratzinger unas buenas divisas. Ironías del destino.
Por estas enseñanzas la historia nos lleva a decir que sólo puede
haber salida en la construcción de la paz y el estudio de la
ciencia. Ese debe ser el camino y no el oscurantismo y la violencia
del sistema.