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UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES MAESTRÍA EN TEATRO ARGENTINO Y LATINOAMERICANO Seminario: Historia del Teatro Latinoamericano I “Formas del realismo y
neovanguardias en el teatro del Río de la Plata: 1960-1980” 1º
Cuatrimestre 2005 Profesor: Roger Mirza Experiencias teatrales de intervención política: “Octubre” y el dilema del intelectual Lorena Verzero
En el presente trabajo nos
proponemos reflexionar en torno al trabajo de un colectivo teatral porteño,
el grupo “Octubre”, que tuvo existencia entre 1970 y 1974.
“Octubre” constituye un caso particular, un microcosmos representativo
de un clima de época y de una visión de mundo; y como tal, aparece como
metonimia de un período en el que los vínculos entre arte y realidad,
producción cultural y compromiso político, teoría y práctica, se
redimensionan y aportan nuevos sentidos a toda manifestación artística. El recorte temporal 1968-1974
corresponde a un período con características propias dentro de lo que
Claudia Gilman (2003: 31-33) denomina la “época” de los ’60-’70,
definida a partir de la existencia de un sistema de creencias
compartido, una circulación y distribución específicas de discursos e
intervenciones, y la constitución de parámetros de legitimación
diferenciados. Asimismo, Marina Pianca (1990) propone la tesis de la
existencia de un período de “transición” en Latinoamérica entre
1968 y 1974. Las reflexiones, que tienen un fuerte motor en el Mayo Francés,
pero cuyas manifestaciones en el continente americano se enlazan con una
meditación sobre la Revolución Cubana, la reciente muerte de Ernesto
“Che” Guevara y los nuevos posicionamientos de la izquierda, se
enmarcan en una “latinoamericanización” general de las naciones de
este sector del Tercer Mundo, pero donde cada una de ellas tendrá una
especificidad propia. En Argentina, el punto de quiebre se da en 1969, con
la insurrección obrero-estudiantil denominada “Cordobazo”[1],
y el período se extenderá hasta la muerte de Juan Domingo Perón, el 1º
de julio de 1974. El espesor particular del panorama argentino estará
dado por la preponderante figura del líder peronista. Yanina
Leonardi (En prensa) observa que el viraje del peronismo hacia la
izquierda se sustenta en un doble movimiento: por un lado, la legitimación
de temas y personajes significativos que Perón hace desde el exilio
–como la Revolución Cubana, Fidel Castro, el “Che” Guevara, Mao Tse
Tung, el socialismo, el tercermundismo, el imperialismo, la lucha armada y
el trasvasamiento generacional-. La mitificada voz de Perón enuncia un aggiornamiento
de la doctrina que le confiere centralidad en el campo político. Por
otro lado, el reverso se da en la repercusión que dichos discursos tienen
entre los sectores de izquierda: algunos de ellos ven en esas palabras una
causa popular y revolucionaria que los compele a pronunciar un
acercamiento. “En este sentido, -dice Leonardi- el discurso actualizado
de Perón le otorga identidad política a sectores afectados por la
movilización social.” Es en esta confluencia de intereses, que la
izquierda en Argentina tomará un cariz particular, en consonancia con la
doctrina peronista. Así, la politización del arte
que se observa a fines de los ‘60, el cuestionamiento que los artistas
hacen a su quehacer y a la vinculación de éste con la realidad; a partir
de 1970, se concretará en la vinculación directa de los artistas con los
movimientos guerrilleros emergentes, con los cuadros de base y los
movimientos sindicales en actividad. Es
en este marco que nace “Octubre” como colectivo cultural en diciembre
de 1970. En ese momento, estaba aún fresca la experiencia del “Cordobazo”.
También la del “Rosariazo”[2]
y las de la gran cantidad de levantamientos y movilizaciones de las bases
de todo el país, que se gestaron como irradiación de aquéllas. La
revolución parecía posible. Las proto-organizaciones armadas o político-militares
incipientes a fines de los ’60, ya estaban organizadas y comenzaban a
accionar –más o menos- programáticamente.[3] En
diciembre de 1970, Montoneros ya había ejecutado a Aramburu.[4]
Este acto de presentación de la organización ante la sociedad puede
concebirse como el hito iniciático de la sistematización de la lucha
armada en la Argentina. El asesinato del ex presidente fue considerado por
la incipiente agrupación como justiciero del pueblo argentino, en tanto
terminó con el último de los responsables de los fusilamientos llevados
a cabo en José León Suárez en junio de 1956[5].
Tras un “juicio revolucionario”[6],
también se le imputaron otros cargos al ex presidente y se determinó su
ejecución.[7]
Los rostros de algunos de ellos tapizaron la ciudad con afiches que
apelaban al compromiso de la sociedad con la causa gubernamental: “Denúncielos!”
-era el imperativo que aparecía debajo de las fotos carnet de Arrostito,
Firmenich y Abal Medina, que además eran acompañadas por algunas señas
personales: edad, estado civil, estatura, cutis, cédula de identidad y
apodo.[8]
Ellos habían abierto el fuego. Y el gobierno de facto de Onganía, sin
demora, al día siguiente del asesinato de Aramburu, estableció la pena
de muerte, sellando el pacto de guerra. En
diciembre de 1970, Montoneros ya también había tomado el pueblo cordobés
La Calera[9].
Se iniciaba el proceso de ascenso en la difusión y profundización de las
acciones de la agrupación político-militar de la izquierda peronista
que, en poco más de dos años llegaría a su cenit y en poco más de
tres, a su sepulcro. En
diciembre de 1970, entonces, tuvieron lugar unas jornadas de “Arte
Popular” en la parroquia San Francisco Solano, en el barrio de Floresta,
en las que unos pocos artistas procedentes de diversas disciplinas
realizaron una muestra donde también se vendían a muy bajo costo sus
producciones.[10]
Predominaban las artes plásticas (pintura, fotografía, cerámica),
aunque también hubo cine y poesía. El objetivo era “unir los cambios
que se podían lograr a través de la militancia y los cambios que se podían
lograr a través de los movimientos culturales”.[11] Los
jóvenes generadores de “Octubre”, con poco más de veinte años -como
Abal Medina, Firmenich y casi todos los miembros de las organizaciones político-militares
emergentes-, militantes peronistas –también como ellos-, tenían una
vocación cultural que los distinguía. En este sentido, Anabela Plataroti
nos cuenta: “Básicamente
nos gustaba todo, en el sentido de que fuimos siempre gente muy activa,
que nos gustaba el Cinema Novo de Brasil, las películas que
no se podían ver de la resistencia en Vietnam,… O sea, teníamos una
mente muy abierta dentro de todo lo que era la cultura, aparte de la
militancia. Entonces, planeamos la primer jornada de Arte Popular, que fue
el bautismo de ‘Octubre’.” Las
jornadas, evento lanzamiento del grupo, fueron un éxito. La revista Así[12]
contabilizó la asistencia de ciento ochenta espectadores –no poco para
un salón de actos de una parroquia barrial-. Se trataba en su mayoría
gente del barrio, pero también asistieron muchos integrantes del
movimiento Sacerdotes del Tercer Mundo –entre ellos el padre Carlos
Mugica[13]-,
dado que esa era la línea ideológica que promovía la parroquia. Ya
en el evento de presentación en sociedad, participó Norman Briski, con
quien el grupo organizador (conformado básicamente por Anabela Plataroti,
ceramista; Carlos Aznárez, periodista; Fito Infante, cineasta; más algún
otro compañero) se había conectado en medio de la organización de las
jornadas, alrededor de un mes antes. Dado que Briski era ya una persona
reconocida públicamente[14],
su presencia favorecía la difusión del grupo y de sus actividades. Luego
de las jornadas, se sumaron algunos artistas y jóvenes interesados por la
cultura que habían asistido a la muestra. Marta Valle, por ejemplo,
participaba de las actividades parroquiales y, aunque no es actriz, formó
parte del grupo y actuó hasta 1973. La
militancia política no era excluyente. Algunos de los miembros de
“Octubre” participaban de la lucha armada en Montoneros (como el músico
Thono Báez y Adolfo Infante Allende, desaparecido en 1977) o las FAP;
algunos, en el Peronismo de Base (como Anabela Plataroti y Carlos Aznárez);
otros, (como Marta Valle) consideraban que “la militancia era el
teatro”[15],
y tanto ella como Hugo Fontenla provenían del cristianismo ligado a al
tercermundismo. En este sentido, Graciela Drago define: “‘Octubre’
tuvo la singularidad de postular una práctica teatral que articulaba su
quehacer con y en la organización política en la que militaban. Esa práctica
era unánimemente asumida como una dimensión de la militancia”. (En
Briski, 2005: 93) Las
jornadas de cultura popular y la obra La toma, que se convirtió en
la “estructura comodín”[16]
con la que se presentarían en varios barrios durante los años
subsiguientes y cuya versión original fue escrita por el cineasta
Santiago Carlos Oves en 1970, son las dos acciones culturales en torno a
las cuales se constituyó el grupo.[17]
La opción por el teatro –según confiesan sus hacedores- radica en la
esencia misma de la disciplina: el teatro permite, por un lado, la
comunicabilidad inmediata con el público y, por otro, la posibilidad
material de montaje en lugares diversos. “Sólo
el Pueblo salvará al Pueblo”, rezaba la premisa de “Octubre”, un
grupo formado –no lo vamos a negar- por jóvenes de clase media,
inquietos y movilizados por el contexto social, que leían a Cooke y a
Hernández Arregui –cuando leían-, comprometidos –sobre todo- con los
sectores populares y con la práctica cultural, aunque la mayoría también
con la militancia política. ¿En
qué consistía la intervención político-teatral de “Octubre”? Su
metodología constaba de cuatro etapas: Primeramente, el grupo se acercaba
a una comunidad marginal (barrio, villa, fábrica, etc.) a través de los
“compañeros militantes”, cuadros de base, dirigentes gremiales o
delegados que allí trabajaban. Ellos les brindaban la primera información
sobre la situación del lugar. En un segundo momento, compartían charlas
con la gente, a partir de las cuales circunscribían una problemática
local que sería representada (tercer momento) en una pequeña obra cuya
dramaturgia estaba a cargo del grupo. El fin perseguido era la
identificación simpatética del público, que vería allí reflejada su
realidad y cargaría de significación a los personajes o situaciones con
los referentes reales. Y esto, para incentivar el debate, la concientización
y la posterior acción para cambiar la realidad. Como última etapa, una
vez realizada la dramatización, el grupo participaba de la asamblea, pero
se retiraba, habiendo encendido la mecha del pueblo y de los “compañeros”,
quienes en conjunto vehiculizarían –o no- el cambio. Todo el proceso no
duraba más que uno o dos días. El carácter conferido al momento del
debate era primordial. En este sentido, Carlos Aznárez define: “Octubre
fue y es algo más que un grupo de teatro (la actividad que finalmente se
devoró al resto de las que se encararon). Octubre
fue y es una forma de entrelazar humanidades, compañerismos, vivencias
comunes, fórmulas de lealtad colectiva. Una
iniciativa para convertir el teatro en asamblea popular.” (En Briski:
2005: 18-19) La
congregación de la comunidad en asamblea, donde el debate ha sido
propiciado por la experiencia teatral, así como las técnicas actorales y
dramatúrgicas empleadas, se enlazan con poéticas que ellos mismos asumen
como intertextuales: según Briski declara (2005: 15), el modo de producción
teatral de “Octubre” tenía elementos provenientes del psicodrama, del
teatro de Edwin Piscator, de Bertoldt Brecht, de Augusto Boal, de
Mayerhold y de Stanislavski.[18] Los
temas trabajados eran de total inmediatez para el lugar en cuestión: la
colocación de un semáforo en el Bajo Flores, la instalación de cloacas,
la denuncia a la policía que organizaba la prostitución en Villa Corina,
el evitar que desalojaran a parte de la población de Barranquitas para
hacer una autopista, etc. En ocasiones, cuando la situación política lo
ameritaba –en vísperas del retorno de Perón, por ejemplo-, las
situaciones domésticas dejaban el lugar a los temas políticos, siempre y
cuando esto surgiera de las inquietudes del pueblo. Las
piezas eran breves y construidas a partir de pocos personajes (tantos como
miembros del grupo participaran de cada experiencia en particular). El
vestuario se reducía a elementos indiciales a partir de los cuales se
pudiera significar un tipo referencial (por ejemplo, una corbata para
representar al patrón; un martillo, al obrero; etc.) o un referente
particular (en los casos donde el patrón, la comadrona, el “compañero”,
etc., remiten a un sujeto referencial específico, la significación del
objeto indicial se correrá instantáneamente en la mente de la comunidad
del arquetipo al nombre y apellido del referente concreto). Anabela
Plataroti (entrevista citada) nos narra un ejemplo al respecto: “En un
pueblo del Chaco[19]
había problemas con las cloacas, había una zanja y los soretes pasaban
caminando por el medio del barrio. A la noche, en la dramatización, habían
puesto unas tablas y los soretes que caminaban eran compañeros actores
con gorros de soldados, de milicos”. La
escenografía, también indicial o simbólica, solía ser improvisada con
los materiales que se hallaran en el lugar, que la comunidad proveyera o
que el grupo llevara –esto se daba, en general, en los casos en los que
la experiencia duraba más de un día-. En
julio de 1971 y durante un mes, Briski y su pareja, Marie (Maite Marie
Pascal Chevance Bertin), y Aznárez y la suya, Plataroti (ambas mujeres
embarazadas), realizaron un viaje de alrededor de un mes por el interior,
en nombre del grupo y desarrollando este tipo de teatro de intervención
política. Viajaban en un auto, llevando unos títeres con los que las
mujeres hacían dramatizaciones, un audiovisual hecho por Carlos Oves
titulado “El Gran Acuerdo Nacional” y la película “La hora de los
hornos”, de Pino Solanas. Recorrieron todo el litoral, parando en casas
y actuando en los lugares que les ofrecían “los compañeros”.
Llegaron hasta Resistencia, cruzaron el Chaco, Salta, Jujuy, volviendo por
Tucumán y en Santiago del Estero. En la localidad santiagueña de Loreto,
tuvieron un accidente en la ruta[20],
lo que dio por finalizado el viaje, aunque no dejaron de asistir a un
congreso en Córdoba –planificado como último mojón del recorrido-,
organizado por los sindicatos SITRAC-SITRAM[21].
En este sentido, es dable destacar la estricta vinculación de las
propuestas culturales con las manifestaciones políticas: participar de
las movilizaciones sindicales era un imponderante; la propuesta artística
no podía ser pensada sino en sintonía con los procesos sociales. Y, en
ocasión de la urgencia política, las experiencias artísticas eran
postergadas. A
raíz de este viaje surge la idea de planificar otro mayor, que tendría
lugar al año siguiente. La “gira” –así la denominaron- llegó
hasta Chile, pasando por el litoral y el norte de la Argentina. Se movían
en una casa rodante montada por Briski (quien ponía al servicio de este
colectivo teatral los ingresos provenientes de sus participaciones en
teatro comercial), y los miembros del grupo se sumaban a parte del
trayecto, trasladándose en micro hasta donde se encontraran sus compañeros.
Un primer grupo viajó y trabajó entre Buenos Aires y Mendoza, donde se
unió una segunda fracción de “Octubre”. “La manera de funcionar
era la siguiente –describe Plataroti en la entrevista citada-: llegar a
un pueblo, conectarse, en general con el Peronismo de Base, donde teníamos
compañeros o contactos. Allí nos informaban de las problemáticas de
lugar: no hay semáforo, faltan cloacas, lo que fuera. Entonces, en el
momento, con los compañeros –y, por ahí, en dos horas- se sintetizaba
la temática, se armaba una dramatización y se veía dónde se podía
representar esa noche misma o, a lo sumo, al día siguiente”. Una
vez en Chile, se unieron a la caravana del candidato socialista
Altamirano, que estaba haciendo una campaña de apoyo a Allende hacia el
norte, y llegaron hasta el desierto de Atacama, pero sus producciones
culturales se vieron suspendidas por dos factores preponderantes: la poca
cantidad de miembros del grupo (sumado al hecho de que iban con dos bebés,
lo que reducía la posibilidad de trabajo de sus madres) y la necesidad de
apoyo político al partido de Altamirano. Como había sucedido en Córdoba
el año anterior, estos trabajadores de la cultura tenían una clara
conciencia de la significación de la participación: allí donde
estuvieran se sumaban a las movilizaciones sociales o políticas,
colaborando en la construcción de la noción de colectivo. La
subsistencia de los miembros del grupo provenía de los trabajos en los
que cada uno se desempeñaba. No vivían del arte ni tampoco de la
militancia política. En
1973, durante el primaveral y efímero mandato de Cámpora, “Octubre”
redacta un manifiesto en el que se define al “trabajador cultural”
como “aquél
que: Tiene
claridad ideológica y se da una política coherente. Resolvió
su contradicción individual (trabajar para el capital al mismo tiempo que
para la revolución). Está
en dependencia política con una organización política
revolucionaria.” (Briski, 2005: 81) Sin
saberlo, en este manifiesto estaban sentando las bases para la disolución
del grupo: la urgencia de la participación política, sin las
amabilidades de un proyecto cultural, aparece como un imponderante.
“[…] ya no había espacio para andar de la mano por los barrios
–describe Aznárez, en Briski, 2005: 9)-, buscando historias, generando
respuestas culturales.” Casi todos se habían integrado a Montoneros.
Luego, pasarían a la clandestinidad. A lo que le sigue, en muchos casos,
el exilio (Norman Briski, Marie, Carlos Aznárez, Anabela Plataroti, entre
otros), el exilio interno (Anabela Plataroti, por ejemplo, estuvo dos años
casi sin salir a la calle) o la desaparición (Adolfo Infante Allende,
Hugo Fontenla -“Lalo”-, “La Titi 2”[22],
Roberto Carri, Raúl Iglesias -“Hueso”-). Ahora
bien, sabemos de quiénes estaban hablando al decir “pueblo”: los
habitantes de las zonas urbanizadas marginales de Buenos Aires y del
interior, oprimidos, pero –en ese momento- no silenciados y sí
movilizados. En
este punto, -y si consensuamos la inclusión del grupo en la categoría de
“intelectual”-, nos encontramos frente a un fenómeno que proliferaba
en los primeros ’70: los jóvenes de clase media fascinados por el
estallido social, y conmovidos tanto por la bibliografía circulante como
por el obrero de carne y hueso. Podemos pensar que la noble actitud de
“Octubre” como colectivo cultural por momentos resultaba –como
Briski mismo lo ha definido- “romántica” (2005: 19). Era, tal vez, el
costado amable, festivo, de la militancia revolucionaria. Y la afectividad
popular adhirió en todo momento a sus propuestas: llenó patios de
hogares, salones comunitarios, plazas y baldíos. Se comprometió en la
asamblea. Y, en ocasiones, hasta surgieron grupos locales autogestivos a
raíz del impulso generados desde el grupo.[23]
La
propuesta de “Octubre” consistía en trabajar con las bases,
aunque ellos mismos afirman su intención de hacerlo desde las
bases. El grupo entreve la presión del hegemón cultural y se propone
como intermediario para la concientización del proletariado de su propia
realidad. Esta actitud lleva implícita la necesariedad de un intelectual
mediador, agente de la transformación social a partir de un arte didáctico.
“Octubre” puede definirse como un colectivo de acción representante
de la “nueva izquierda” –por y a pesar de su
reivindicación de la praxis cultural en detrimento de la teoría. Converge
en esta actitud un problema siempre irresuelto: el de las relaciones entre
la clase media (ilustrada) y las clases populares. “Octubre” intenta
asimilar su situación de clase a la del “pueblo peronista”, con quien
compartiría los ideales de lucha, respondiendo al modelo por el cual ésta
debe caracterizarse por el apoyo mutuo entre clase media y proletariado.
Sin embargo, esa asimilación es imposible en la coyuntura setentista.
Aparece, por el contrario, subrayando la zanja entre unos y otros. Y se
prefigura como un callejón sin salida: por un lado, se afirma que los
oprimidos no tienen la capacidad de discernir claramente los conflictos de
los cuales son víctimas, por lo cual se hace necesaria la mediación del
grupo; y, por otro, se persigue una asimilación de clase con ellos. Ésta
aparecerá, entonces, como una máscara de asimilación (“Todo este afán
de ser orgánico, de acercarse a la realidad y a la historia, tiene como
contrapartida la certeza impronunciable de que se está marginado de
ellas” –Geirola, 2000: 253-) e inevitablemente se caerá en la
frustración del objetivo último: la liberación de las clases dominadas.
La máscara, la teatralización de la igualación de clases, decantará en
una nueva dependencia cultural: es –decía Ismael Viñas, algunos años
antes[24]-
“la tendencia que tenemos los hijos de las clases medias a abdicar del
privilegio económico en que nos encontramos, pero sólo a condición de
intentar reemplazarlo por el acatamiento que presten las clases
proletarias a nuestro liderazgo, es decir, si ellas aceptan la presunta
superioridad que nos da esa cultura que sólo se debe, justamente,
a nuestro actual privilegio económico […] Ese es el gambito por el que
las clases medias pretendemos llegar a ser los dirigentes en una nueva
situación.” A diferencia de lo que ocurría con la vanguardia
literaria, “Octubre” era conciente de este conflicto, en tanto todo
trabajo partía de las problemáticas manifestadas por las personas del
lugar. Sin embargo, el solo hecho de que la gente se acercara por la
presencia de una figura pública –Briski-[25],
a pesar de los beneficios en cuanto a congregación de público que eso
significaba, aparece como síntoma del valor popular depositado en los
artistas. Y anticipa por metonimia la imposibilidad de continuidad con el
programa de revolución formulado por esta metodología. En
síntesis, mediante este tipo de técnicas teatrales se afirma que los
oprimidos no tienen conciencia de la fuerza de su clase para la revolución
(lo cual lleva implícita la idea de que la revolución en los setentas
latinoamericanos habrá de gestarse en las bases) y se busca una
solidarización, que termina por correr el eje de la dominancia de la
industria cultural a las producciones artísticas marginales[26]. Sin
embargo, en otro orden de cosas -y si evitamos pensar en la pretendida
asimilación de clase-, metodologías del tipo de la que lleva adelante
“Octubre” demuestran una visión no esencialista de las culturas
populares, que reconoce relaciones conflictivas y cambiantes entre éstas
y la cultura hegemónica. Al introducir en las obras tanto elementos
propios de esta última (como el personaje “Oligarca” en La murga
de Juan Domingo y los hábitos de clase que describe; o la parodia
amplificada en personajes como Mister Ketedi y General Lanudo, en Y los
vecinos se unieron…[27]),
como procedimientos que apelan a la aplicación de códigos de recepción
(aquellos propios de los medios de masas, por ejemplo), están
construyendo la figura de sectores populares que se configuran a partir de
una apropiación particular de los bienes culturales y de un uso específico
de los mismos, que da lugar a formas propias de interpretación y
transformación de las condiciones de vida. El problema se sitúa en el
excesivo didactismo, que se vuelve en contra de estas consideraciones y
las opaca, disminuyendo las posibilidades de un uso particular del
material provisto por parte del pueblo. De
todos modos, y pesar de las dificultades en términos teóricos que la
distancia nos permite vislumbrar, es incuestionable la empatía de
“Octubre” y de cada uno de sus integrantes con la realidad. El tiempo
nos permite conjeturar que aquella revolución había nacido ya frustrada,
pero es imposible negar que el grupo como colectivo teatral y las personas
que eran “Octubre”, con sensibilidad de artista, han ofrecido sus
cuerpos allí donde fueran necesarios. Y eso no es poco. Bibliografía: Amorín,
José. 2005. Montoneros: La buena historia. Buenos Aires: Catátlogos. Aricó,
José M. 2005. La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América
Latina. Buenos Aires: Siglo XXI. Briski,
Norman. 2005. De Octubre a Brazo Largo. 30 años de teatro popular en
Argentina. Buenos Aires: Ediciones Madres de Plaza de Mayo. De
Riz, Liliana. 2000. La política en suspenso (1966-1976). Buenos
Aires: Paidós. García
Canclini, Néstor. 2001. [1990] Culturas híbridas. Buenos Aires:
Paidós. Geirola,
Gustavo. 2000. Teatralidad y experiencia política en América Latina
(1957-1977). Irvine: Gestos. Gilman,
Claudia. 2003. Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del
escritor revolucionario en Armérica Latina. Buenos Aires: Siglo XXI. James,
Daniel (dir.). 2003. Nueva Historia Argentina. Vol. IX: Violencia,
proscripción y autoritarismo (1955-1976). Buenos Aires: Sudamericana. Leonardi,
Yanina. “Experiencias teatrales de intervención política en las villas
en los años ‘70: Norman Briski y el grupo Octubre”. Departamento de
Antropología Social de la Facultad de Ciencias Sociales de Olavarría,
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. En
prensa. Pianca,
Marina. 1990. El Teatro de Nuestra América: Un proyecto continental. 1959-1989. Minnesota: Institute for the Study of Ideologies and
Literature. Saidón,
Gabriela. 2005. La montonera. Biografía de Norma Arrostito. Buenos
Aires: Sudamericana. V.V.A.A. 1973. La
cultura popular del peronismo. Buenos Aires: Cimarrón. Zamorano,
Eduardo. 2005. Peronistas revolucionarios. Un análisis del apogeo y
crisis de la organización Montoneros. Buenos Aires: Distal. [1]Los
acontecimientos de más hondo enfrentamiento entre el pueblo
–trabajadores y estudiantes, acompañados por dirigentes sindicales-
y la policía tuvieron lugar el 29 y 30 de mayo de 1969. [2]
Ocurrido entre el 16 y el 20 de septiembre de 1969. [3]
Montoneros es la agrupación que alcanzará mayor trascendencia
–incluso a escala latinoamericana-. Esta organización estaba
conformada en su mayoría por participantes de la Juventud de
Izquierda Católica, imbuidos por las ideas post-conciliares, pero con
fuertes sesgos de nacionalismo, y algunos provenientes de la izquierda
que adhirieron al peronismo, y salió a la luz a mediados de 1970, con
el “Aramburazo” y lo que ese acto conllevó de espectacularidad.
Además, de Montoneros, también comenzaron a accionar sistemáticamente
el grupo Acción Peronista (posteriormente Descamisados), conformado
por cristianos revolucionarios con afinidad al peronismo; las Fuerzas
Armadas Peronistas (FAP), integrado por militantes del Peronismo
Revolucionario y de la Resistencia Peronista; las Fuerzas Armadas
Revolucionarias (FAR), con trayectoria en la izquierda leninista,
principalmente dentro del Partido Socialista de Vanguardia y el
Partido Comunista; la Guerrilla del Ejército Liberador (GEL) que,
habiendo recibido instrucción militar por parte de un miembro de las
FAP, perseguían la unidad de las organizaciones peronistas y no
peronistas; y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), definido
como el Brazo Armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).
Además, existían otras organizaciones revolucionarias que no adherían
a la lucha armada, como el Movimiento Peronista Revolucionario 17 de
octubre o Guardia de Hierro. Éste era el cuadro de las jóvenes
agrupaciones políticas que militaban por un cambio en las relaciones
de poder, que perseguían la inversión de los términos
dominador-dominado, y que, como elemento distintivo de los movimientos
latinoamericanos, veían en la figura de Perón el elemento para el
cambio. [4]
El denominado “Operativo Pindapoy” se inició a comienzos de 1970,
con observaciones de los movimientos cotidianos del ex presidente,
quien fue secuestrado el 29 de mayo del mismo año y ejecutado el 31
del mismo mes, luego de un juicio llevado a cabo por las fracciones
porteña y cordobeza del nuevo movimiento peronista de izquierda,
Montoneros. [5]
Narrados por Rodolfo Walsh en su célebre Operación masacre. [6]
Así denominado por Fernando Abal Medina, cabeza de la fracción de
Buenos Aires y encargado de operativizar el asesinato. (en Gabriela
Saidón, 2005: 20). [7]
El secuestro del cadáver de Evita y el conocimiento de que Aramburu
planeaba un golpe contra Onganía, para luego pactar con un
“peronismo domesticado”. (Saidón, 2005: 20) [8]
Estos afiches se vieron en la ciudad de Buenos Aires el 16 de julio,
pero ya habían sido tapa de los diarios durante la semana. [9]
Este acto constituyó el segundo de envergadura de la agrupación, y
tuvo lugar el 1º de julio del mismo año. [10]
No podemos soslayar que fue en esa parroquia donde se celebró una
importante misa en honor a Gustavo Ramus y Fernando Abal Medina, los
dos primeros montoneros muertos por la policía, el 7 de septiembre de
1970, en la localidad de William Morris. [11]
Anabela Plataroti, ceramista, miembro del grupo “Octubre”,
entrevista realizada el 22 de noviembre de 2005. [12]
“Arte para el pueblo”, Así, 19-12-70. “Esta nota la sacó
la revista Así, porque teníamos un compañero, Ernesto
Fosatti, que está desaparecido y trabajaba ahí”. (Plataroti,
entrevista citada) [13]
El padre Mugica tuvo una presencia importante entre los grupos
militantes. Estuvo presente, por ejemplo, en el sepelio de Abal Medina
y Ramus, y fue “un motivador del grupo Octubre”. (Briski, 2005:
18) El sacerdote tercermundista que estaba a cargo de la Parroquia San
Francisco Solano en 1970 es Vernazza. [14]
La destacada presentación en La fiaca (1967), de
Ricardo Talesnik, con dirección de Carlos Gorostiza, le permitió a
Briski convertirse en un personaje público. [15]
Entrevista realizada a Marta Valle, el 9 de noviembre de 2005. [16]
Término acuñado por Augusto Boal (crf. Teatro del oprimido/1.
Buenos Aires: Nueva Imagen: 1980), y retomado por Marta Valle, en
“Si el teatro tiene una estrategia es que se convierta en
asamblea…”, Briski, 2005: 93. [17]
Cfr. Briski, 2005: 89. [18]
Puesto que el análisis de los elementos intertextuales con cada una
de dichas poéticas excede a los objetivos de este trabajo, nos
limitaremos a enunciarlos dejando el tema planteado para posteriores
reflexiones. [19]
Esta experiencia tuvo lugar durante la “gira” a la que nos
referiremos en lo sucesivo. [20]
El diario La Prensa publicó un artículo al respecto, titulado
“Sufrió un accidente de tránsito el actor Norman Briski”
(29-8-71). [21]
En enero de 1971 tuvo lugar en la ciudad de Córdoba el denominado
“Segundo Cordobazo” o “Vivorazo”, luego del cual el presidente
de facto Levingston fue reemplazado por Lanusse. Esa ciudad volvió a
ser el foco de las movilizaciones obreras. Tanto en SITRAC (Sindicato
de Trabajadores de Fiat Concord) como en SITRAM (Sindicato de
Trabajadores de Fiat Materfer) hubo cambios en la dirigencia, con el
fin de hacer efectiva una verdadera representación sindical. A pesar
de que las movilizaciones eran promovidas desde las bases, prontamente
se dispuso una serie de recursos que excedían a las organizaciones
implicadas (cobertura en los medios, locales en las facultades, etc.).
Este movimiento se asocia a una fuerte radicalización, que trascendió
bajo la frase “Ni golpe ni elección, revolución”. Se adoptaron
medidas de acción directa mucho más extremas que las del ’69:
tomas de fábricas con rehenes o acciones violentas como amenazas con
explosivos. [22]
“Las Titis”, “La Titi 1” y “La Titi 2”, eran las
titiriteras del grupo. Una de ellas está desaparecida, pero nunca
nadie supo su verdadera identidad. [23]
Tal es el caso del Grupo Teatral Juan Domingo Perón, de Ezpeleta. (Briski,
2005: 47) [24]
“Orden y progreso”, Contorno, nº 9-10, abril de 1959: 23. [25]
Esto fue manifestado tanto por Thono Báez (entrevista realizada el
15-10-05), como por Marta Valle (entrevista realizada el 9-11-05) y
Anabela Plataroti (entrevista realizada el 22-11-05). [26]
“No éramos ni siguiera off …modestamente” –analiza
Graciela Drago, en Briski, 2005: 90-, haciendo gala de su lugar
desplazado en el campo cultural. [27]
Cfr. Briski, 2005.
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