COMISION DE EXILIADOS ARGENTINOS EN MADRID - PAGINA PRINCIPAL

Revista "El Aguante"  San Carlos de Bariloche (semana del 17 de octubre de 2006)
Reproducción de la entrevista a los compañeros de COEPRA Susana y Miguel

Los Caminos de la Vida

 

Miguel Schclarek nació y vivió hasta los doce años en San Julián, en la ventosa Santa Cruz, epicentro de la Patagonia. En este pequeño poblado, frente al mar, fue tejiendo aventuras de barcos y viajes exóticos.

Susana Gabbanelli hizo su vida en Mar del Plata. Desde la “Ciudad Feliz” ella también vio pasar, salir y llegar a cientos de barcos pesqueros. Quizás nunca pensaron, cuando eran unos gurrumines, que ellos del mismo modo deberían atravesar ese océano que se prolonga hasta el horizonte.

Susana y Miguel son ex exiliados. Ambos tuvieron que abandonar el país y partir hacia tierras lejanas debido a la persecución y a las amenazas que el propio Estado les propició en la década del 70. Los dos son miembros de COEPRA, La Comisión de Ex Exiliados Políticos de la República Argentina, que busca la sanción de una Ley de Reparación, (actualmente tiene dictamen de Senadores) y que nuclea y enlaza a muchos de los que tuvieron que emigrar por razones políticas.

El arquitecto Schclarek y la asistente social Gabbanelli se zambullen aquí en otro viaje, en un viaje al interior de cada uno en busca de recuerdos, anécdotas, historias y vivencias.

“El Estado es como un novio infiel que luego se arrepiente: primero te persigue y después te da la espalda”. No por viejo ni por sexista, éste chiste de poca monta pierde razón de ser.

Dos caras de una misma moneda. El Estado persecutor que secuestra, tortura, asesina y desaparece gente, el Estado que mata con su corrupción endémica y sus políticas de hambre; y el Estado “indiferente”, incapaz de brindar protección a un testigo en un caso clave, ineficiente para encontrarlo luego de dejarlo indefenso, sordo ante los reclamos e inútil para reparar el daño causado, ayer y hoy.

Miguel y Susana debieron huir del Estado persecutor y hoy tienen que hacer malabares para que deje de serles indiferente.

Hartos de esa odisea, eligen otro camino: comparten sus andanzas y sus historias del viaje menos deseado.

 

-¿Cómo es ese momento donde se toma la decisión de irse?

-Susana: Yo estuve presa un mes y medio, en Mar del Plata en el 75. Cuando me dejaron en prisión domiciliaria, me escapé. Me vine a Buenos Aires con mi marido y mi hijo mayor. Tenía 26 años pero fue muy difícil conseguir trabajo, cambiábamos de casa a cada rato. Igualmente, nos quedamos un año en Buenos Aires. El tema era que, periódicamente, ponían mi foto en el diario y la situación era insostenible así que nos tuvimos que ir; los teníamos muy sobre los talones. Nos fuimos a Brasil porque un familiar mío fue a las embajadas a ver si nos daban asilo y le dijeron que no, que teníamos que ir a un país limítrofe y ahí sí nos iba a dar asilo. Nos fuimos en micro con mis dos hijos: Camilo, de 4 meses y Nahuel, de un año y medio.

 

Carnaval Carioca

 

-¿Cómo fue el momento del cruce, sabiendo que si te pescaban te podían chupar?

-Viéndolo ahora es gracioso, pero en ese momento fue tétrico.

 

-¿Cómo fue?

-Decidimos pasar por Foz de Iguazú, o sea por las Cataratas porque en ese momento era Pascuas. Entonces hicimos un cálculo para llegar hasta Posadas, de ahí a Puerto Iguazú y cruzar en la última lancha, cosa que estén podridos de controlar. Y así lo hicimos. Llegamos justito. La embarcación estaba llena de brasileros y cuando íbamos más o menos por la mitad del recorrido con mi marido nos abrazamos porque dijimos: “Zafamos”. ¿Pero qué pasó? Los brasileros empezaron a hacer una batucada, contentos porque habíamos zafado y nosotros decíamos: “Ay por Dios, ahora pegamos la vuelta por todo este barullo”. Ellos nos abrazaban, saltaban y nosotros queríamos que se callen y no hacer demasiado escándalo hasta llegar.

Cuando llegamos al lado brasilero nos ayudaron para pasar por la Aduana. Como habían comprado mil cosas empezaron a sacar todos los paquetes, a abrir todo y nosotros nos mandamos por atrás y no quedamos registrados.

 

-¿Conseguir el asilo fue como les habían dicho?

-Nooo. Fuimos a una embajada de un país amigo y nos atendieron en la vereda. Así que estuvimos un año en Brasil, indocumentados.

 

-¿Haciendo qué?

-Mi marido cargaba bolsas en un mercado de San Pablo. Ahí conocimos a brasileros que pertenecían a la Iglesia Católica y nos empezaron a ayudar con ropa para los chicos, hasta que al año vemos en el diario una nota que contaba la ayuda que la Iglesia Católica estaba dando a los exiliados de los países limítrofes. Nosotros dijimos: “O es cierto o es una trampa”. Fue mi marido y era cierto.

 

La legalidad de lo absurdo

 

-¿En que consistía esa ayuda?

-Lo mayor era que el ACNUR funcionaba en la vicaría de San Pablo y ahí conseguimos el status de “refugiados” dado por Naciones Unidas

 

-¿Qué tipo de protección les da la categoría de “refugiados”?

-Pasábamos a ser legales. Teníamos lo que se llama “asilo territorial”: no podes trabajar ni tener contactos con brasileros, supuestamente. No te olvides que en Brasil también había una dictadura. (La dictadura brasileña se prolongó hasta 1985). Mi marido dejó de trabajar, en ese momento estaba como encargo en una estación de servicio. Después de ahí, salimos rumbo a Holanda

 

-¿Por qué Holanda?

-Porque el ACNUR pidió voluntarios para presionar al gobierno brasilero para que diera “asilo político”, para que los que veníamos de países limítrofes nos pudiéramos quedar en Brasil y no desparramados por el mundo. Entonces hicimos un pedido especial de asilo político y eso duró unos cuantos meses en tratarse. Fuimos unos tres, cuatro matrimonios que nos anotamos como voluntarios. Cuando llegó la respuesta, que fue negativa, le dieron al ACNUR 48 horas para sacarnos de Brasil porque cuando uno recibe el estatus de refugiado lo máximo que puede estar son tres meses y nosotros llevábamos un año.

En ese momento había visas abiertas en Suecia y Holanda y decidimos Holanda.

 

-¿En tu caso Miguel, cómo fue tu historia?

-Miguel: Mi caso fue un poco diferente porque nosotros nos vamos en el año 74. La triple A mató a un cuñado mío, que fue una de las primeras victimas de ese Terrorismo de Estado y a los treinta días de matarlo a él, me amenazaron de muerte a mí y a mi compañera. Nosotros éramos arquitectos jóvenes, de 30 años, con mucho trabajo. Trabajábamos en Concordia, habíamos militado en la Universidad y estábamos militando.

Nuestro caso fue muy difícil para tomar la decisión y por eso fue un poco distinto que el de Susana porque ella se exilia después, ya había como más experiencia y en cambio nosotros éramos como pioneros. No teníamos muy en claro la real necesidad de irnos. Primero nos fuimos de la ciudad. Dijimos que íbamos para un lado y nos fuimos a otro. Hicimos correr la bolilla de que nos íbamos a Córdoba porque la familia de mi mujer vivía ahí y en realidad nos vinimos a Buenos Aires. Primero tuvimos que auto-convencernos porque uno nunca creía que estaba en peligro. A pesar de que habían matado a mi cuñado uno no pensaba que la bestialidad de estos tipos iba a llegar a tal extremo. Y aparte había un tema de conciencia política. Uno no quería irse, éste era su lugar de militancia.

Tuvimos muchas reuniones y los compañeros nos convencieron de que teníamos que irnos. Yo pertenecía a un pequeño grupo de izquierda, socialista y el análisis que hacíamos en el 74 era que se venía una gran derrota.

 

-¿Por qué? ¿Qué elementos le hacían intuir ese desenlace?

-Hacíamos todo un análisis político de lo que estaba pasando y veíamos lo que se venía. Eso dicho en forma teórica es una cosa, pero asumirlo en forma personal era otra. Era muy difícil reconocer una derrota.

 

-Una derrota colectiva e individual...

-Exactamente. Nosotros éramos realmente candidatos a ser boleta. Yo ya había estado preso en el año 73, en la época de la dictadura de Lanusse. El apellido de mi cuñado asesinado, Curutchet, era conocido. (Alfredo Curutchet, abogado de izquierda. Defendió presos políticos y era abogado de la CGT cordobesa). Habían aparecido volantes diciendo que nosotros ya estábamos condenados a muerte, aparecíamos en los diarios también. En definitiva, estábamos marcados. Por otro lado, existía el problema laboral porque teníamos trabajo, varias obras y era un problema dejar a los clientes.

Pero tomamos la decisión, estuvimos tres meses como clandestinos diciendo que estábamos en un lugar pero yendo a otro, no yendo más en los lugares que frecuentábamos.

 

Muerto en vida

 

-(Te abro un paréntesis para poder entenderlo con mi mente de 25 años. ¿Qué significaba, cómo era “estar clandestino”?)

-S: Desaparecer

-M: Tratar de salir lo menos posible a la calle, vivir en un lugar donde muy pocos lo sepan, solo la gente confianza, dejar de frecuentar los lugares que antes eran comunes.

-S: Era cambiar de lugar. Por ejemplo, yo era de Mar de Plata y me vine a Buenos Aires. En los pueblos chiquitos todos se conocen con todos, entonces tenías que ir a una ciudad más grande.

-M: Y cuando salís a la calle estás todo el tiempo mirando para atrás, a ver si no te están siguiendo. De pronto, te tomabas un subte y bajabas de golpe en una estación y te tomabas el que venía atrás. En fin, una serie de cosas para ver si no te están siguiendo. Estas viviendo en una situación de permanente tensión porque, por lo menos nosotros, no estábamos preparados para hacer eso. Estaba la vida de por medio.

 

-(Se cierra el paréntesis). Estaban clandestinos pero con la decisión de irse...-

-Entonces una vez tomada la decisión, había que decidir a donde ir. Pensamos en España porque teníamos a mi cuñado que vivía allá, el otro hermano de mi ex esposa, que nos iba a recibir. Ahí nos pusimos a pensar en qué irnos: finalmente optamos irnos en barco. En aquella época había lo que se llamaban los grandes barcos.

 

-¿Por qué en barco? ¿Qué beneficios tenía esa elección?

-Por varias razones, en realidad. Era menos evidente, es una cosa más turística, menos control, mucha gente saliendo al mismo tiempo, pensamos que era más fácil y era un poquito más barato el pasaje. Pensemos que era un gasto que uno nunca pensaba que iba a tener. Nos fuimos en barco, demoramos once días en llegar y lo interesante es que dentro del barco éramos todos turistas re-bacanes, todos en pos de un viaje de placer pero resulta que cuando el barco llegó a Lisboa, que fue el primer puerto al que llegó, y bajamos éramos todos exiliados de la primera época. Gente que escapaba de la Triple A. Me acuerdo, por ejemplo, que estaba toda la familia de Frondizi. Cuando llegamos a España ya estábamos tranquilos porque mi cuñado nos recibió. Pero no teníamos ni idea que íbamos a necesitar asilo ni que íbamos a estar tantos años en Europa. Acordate que yo me fui en el 74 y el golpe es en el 76. Nosotros pensábamos que íbamos a estar un par de años y nada más. No se nos ocurrió decir en ese momento: “Somos exiliados”

Luego pasó una cosa que nos asustó mucho en España porque eran los últimos meses de Franco. Nosotros llegamos el 22 de diciembre del 74, mi cuñado nos consiguió trabajo, mi esposa estaba embarazada y esa era otra cosa que nos preocupaba. Mientras estábamos en Madrid los últimos meses del franquismo fueron muy, muy jodidos porque había mucha represión. Nos habíamos anotado para hacer un curso en la Universidad de Madrid y justo hubo una huelga, y al salir de la clase la Policía nos pidió los documentos y nos maltrataron bastante. Dijimos: “Salimos de la sartén y nos metimos en el fuego”. No nos podíamos quedar en España y en marzo, o sea tres meses después, empezamos a buscar a donde podíamos ir. Nos salió una beca para hacer un curso en Polonia. Eso fue el 7 de enero del 76; hay fechas que no se olvidan. Estando nosotros en Polonia, en marzo, se produce el Golpe en Argentina y ahí tomamos conciencia verdadera de lo que estaba pasando y de que había estado bien  habernos ido. Estuvimos en Polonia seis meses. Mi hijo ya tenía ya un año, lo habíamos tenido en España. De Polonia cruzamos a Suecia.

Ahí nos encontramos con unos chilenos que nos hicimos amigos y nos dijeron que teníamos derecho a pedir asilo. Para nosotros era una cosa impensada. Uno lo pensaba para los presidentes, no para uno. Pedimos asilo, finalmente, y mientras se considera la situación el estado sueco te coloca en un estado de “buscador de asilo” y te da un dinero, una vivienda: una actitud muy solidaria.

 

-¿Cuanto estuviste en Europa?

-En Suecia estuve 10 años. Me separe, me volví a juntar. Tuve dos hijos más. Volví a Argentina en la peor de Alfonsín, pero no pude quedarme acá y tuve que volver. No tenía dinero, era todo muy incierto. Me quería ir de Suecia y me fui a España donde me quedé 10 años más. Me volví a separar porque mi segunda ex mujer se quiso quedar en Suecia. Y vine definitivamente en el 96.

 

-Susana, ¿vos cuanto tiempo estuviste en Holanda?

-Yo estuve afuera 8 años y medio. Volví en el 86

 

-¿Cómo es la relación, en el exilio, con la gente que quedo acá?.

-M: Durante el tiempo que estuve en Polonia mi familia escribía pero con muchísimo miedo, espaciadamente. En Polonia no teníamos idea de lo que estaba pasando acá. No había diarios argentinos, casi no llegaba información. Empezamos a tener más idea cuando fuimos a Suecia, donde había un diario argentino, “La Opinión”. Ahí nos enteramos de lo que verdaderamente estaba pasando.

-S: Nuestra correspondencia era con los familiares directos, muy espaciadas; simplemente para contar como estaban los chicos. Había un control sobre nuestras familias.

 

-Aparte de los seres queridos, ¿Qué cosa se extrañan del país?

-M: Era tanta la preocupación por vivir..., teníamos un hijo, así que hasta que llegamos a Suecia todo el tiempo estábamos pensando en cómo hacer para que no nos pegaran una patada y nos llevaran de vuelta a Argentina. Estábamos concentradas en eso, en vivir, en buscar un laburo, conseguir un mango, una casa.

Después, cuando tenés el asilo ya sabes que estás protegido, que no te van a echar. No se como fue el caso de Susana, pero nosotros cuando nos podíamos comprar un mueble nos comprábamos sillas plegadizas, todo desarmable, para poder llevar. (Susana se ríe y asiente con la cabeza). Todo provisorio.

-S: La idea de volver ronda siempre. Lo que pasa es que cuando estás seguro, cambia. En Brasil estaba el Plan Cóndor pero en Holanda la estadía fue más tranquila aunque también es un impacto: un lugar que no conoces, que no tenés idea del idioma, tenés que empezar a trabajar, conocer usos y costumbres.

-M: Nosotros empezamos a hacer un curso de sueco y ahí empezás a conocer gente de todo el mundo y te abre la cabeza. Cuando militás hablas de “la solidaridad del mundo” pero no tenés idea de qué mundo. Ahí conocí gente de países que no sabia ni que existían: Sri Lanka, Irak, Palestina, África. Había gente de muchos países latinoamericanos, lo que demostraba lo que en teoría se sabía, que era la realidad compartida por todos.

 

-¿Cómo es vivir con la idea permanente de “vamos a volver”?

-M: Salvo excepciones muy contadas, la gente que decidió quedarse allá lo decidió cuando ya se podía volver y no antes. Antes era imposible. (La categoría “antes” refiere a “antes” o “después” de la dictadura). Después de diez años ya se han generado vínculos, relaciones, separaciones, casamientos, hijos. Entonces la decisión que uno pueda tomar afecta a terceros. Yo me voy, pero qué pasa con la compañera con la que estoy; los chicos ya tienen sus amigos. Es una decisión muy, muy fuerte.

 

-¿Cómo fue insertarse en estas nuevas sociedades desconocidas para ustedes, europeas, desarrolladas?

-S: Fue muy difícil. Los holandeses tienen la característica de que son muy fríos pero a su vez son muy solidarios. Pasaron la Segunda Guerra Mundial, así que saben de qué mundo veníamos. Cuando llegamos al pueblo donde vivimos con otras tres familias, dos chilenas y una argentina, nos recibió el intendente con todo lo que serían las fuerzas vivas. Se armó un grupo para enseñarnos las cosas cotidianas y facilitarnos todo eso. Aparte estábamos estudiando el idioma.

(Los dos coinciden que la adaptación lingüística es lo más difícil: en las escuelas se aprende el idioma oficial, el básico. Cuado uno empieza a trabajar tiene que aprender el idioma de su profesión. “¿Cómo digo loza?”, se preguntaba el arquitecto Miguel. “Nadie te lo enseña en la escuela”, esgrime).

-M: Con mi ex esposa conseguimos trabajo en la universidad. Una cosa muy interesante es que jamás nos pidieron el diploma. Eso tienen los suecos. Creen en la palabra. Nos llamó un profesor para trabajar como asistentes. Estábamos muy bien formados, y eso habla de lo bien que nos formó la Universidad.

-S: Totalmente. Yo me salvé de hacer el curso de ingreso para un doctorado por el nivel del título de acá.

 

-¿Qué cosas llevaban de acá, en cuanto a costumbres y usos, que allá no encajaban?

-S: Tomar mate.

-M: Sííí. En Suecia, encontré un lugar que vendía yerba y abajo cartel decía: “El secreto de la eterna juventud del gaucho argentino”.

 

-Siempre fueron buenos vendedores los suecos.

-M: Sí, así parece. Sacando el mate, el tema de los abrazos, las reuniones, lo hacíamos con los amigos chilenos, uruguayos. Los suecos no son muy abiertos, son más reservados. Con el tiempo, te invitan a las casas pero viven en un nivel de encierro y concentrados en cada uno.

 

-¿Pudieron continuar una actividad militante, como la que tenían acá? ¿Cómo se resuelve esa tensión de adaptarse a lo nuevo y querer cambiar el mundo en el que se vive.?

-S: La distancia me amplió la claridad política hacia lo que pasaba en Argentina. Tuve una militancia de denuncia por lo que pasaba acá. Eso te hacía tener mucho contacto con la gente interesada, con asociaciones como Greenpeace, Amnesty. Había un grupo de gente muy lindo.

-M: Al principio era muy difícil hablar del tema de Argentina porque ellos estaban concentrados en lo que pasaba en Chile. En casi toda Europa pasaba lo mismo: se privilegiaba lo de Chile por sobre lo de Argentina. Ocurre que en Chile el Golpe fue contra un gobierno socialista. En Europa había partidos socialistas muy fuertes, casi toda era gobernada por la socialdemocracia. En cambio, yo venía de un país donde esos partidos son muy minoritarios y no entendían lo que era el peronismo.

 

-¿Que caracterización se hacia en Europa de la dictadura?

-S: En Holanda se hizo un boicot muy fuerte al campeonato mundial. Ya se empezaba a hablar de desaparecidos. Holanda estuvo punto de no venir. Pero no solo se hizo no solo a nivel deportivo, sino que los artistas cuando terminaban una obra se quedaban a debatir con el público la situación argentina. Se hizo una movida muy, muy importante.

 

-¿Cómo es el momento en que, por fin, se decide pegar la vuelta?

-S: En nuestro caso fue bastante peculiar porque después de las elecciones nos queríamos venir urgente pero como habíamos estado presos y mi marido seguía procesado, no nos cerraban la causa y seguía con pedido de captura. Hasta julio del 86 que nos cerraron todas las causas, no podíamos volver y estuvimos del 83 al 86 con todas las cosas embaladas, esperando que se levantara el pedido de captura

 

-¿Con qué país te fuiste y con qué país te encontraste?

-S: (Silencio). Nosotros llegamos, por empezar, y nos quedamos en Capital, no volvimos a Mar del Plata por lo que es ya como un segundo exilio. Llegamos en pleno Plan Austral, con lo cual no entendíamos nada. Había un nuevo billete pero seguía circulando el billete antiguo. Fue más difícil la reinserción, la vuelta acá que cuando llegamos a Holanda.

-M: Sí. Es mucho más difícil la reinserción acá que la inserción allá.

 

-¿Por qué?

-M: Porque allá tenias, con el asilo, una protección que te daba el Estado y acá nada. Sos más grande, estás más cansado, Imaginate que yo estuve 21 años afuera. Me fui con treinta y volví con 51 y a esa edad estaba en una situación parecida a cuando me recibí, a los 28: sin trabajo, para empezar todo de nuevo pero con otro país y con 51 años. Era un país sin trabajo.

-S: Aparte tenés la imagen de la Argentina con la que te fuiste.

-M: Y no nos olvidemos que la dictadura hizo un trabajo que no terminó con ella. Hizo un trabajo muy fuerte con la conciencia de cada individuo. Hubo una campaña de desinformación.. Yo volví en el 96 y era muy difícil hablar todavía del exilio con otra gente. Era el “exilio dorado”: “Lo pasaste bien”.

-S: La pregunta que nos hartaba era “¿por qué te volviste?”. Como si uno se hubiera ido porque quiso. Nosotros nos fuimos porque no teníamos ninguna otra opción para sobrevivir. A nivel social cuando volvés te encontrás con un país distinto, cambiado. Aparte cuando uno se va tenía las redes sociales armadas y cuando volvés es empezar todo otro vez. Con los chicos también fue problemático porque ellos se criaron en otra sociedad. Los chicos dicen: “Lo que para ustedes fue el des-exilio para nosotros fue el exilio”. Fue muy difícil, aunque todos nuestros hijos hablaran castellano.

 

-¿Es una barbaridad decir que los exiliados fueron una especie de desaparecidos?

-M: Hay cercenamiento de la libertad ambulatoria y hay, por parte del Estado, un abandono de protección a los ciudadanos. Es el mismo Estado el que te persigue. En ese sentido es una situación, no digo igual, pero es el daño anterior. Quizás zafaste por un día o por unas horas de integrar la lista de desaparecidos. Éramos todos candidatos a boleta. No es lo mismo estar exiliado que ser desaparecido pero sí es el escalón previo. En cuanto a si el Estado tiene que reparar o no: hubo una violación del articulo 14 a “permanecer y circular libremente”. Después la Constitución incorpora una serie de tratados internacionales por el cual se obliga al Estado a reparar las violaciones a los Derechos Humanos y estos derechos fueron violados.

 

-¿Cómo contaban que era la Argentina en Suecia y Holanda?

 -M: Ellos tienen la idea de que todo lo que está en el sur es pobre y hacerles entender que Argentina no es pobre sino que esta mal distribuida, como sigue pasando ahora, era central. Por otro lado a ellos les tocó con el nazismo por lo que había que relacionarles eso con lo que pasaba acá. Pero en líneas generales no era tan fácil.

-S: Los holandeses viajan mucho así que tenían una idea de cómo era Argentina pero lo que resultaba difícil era hacerles entender la enorme brecha que había acá entre los que más ganan y los que menos: la desigualdad. Porque allá son todos iguales, algunos tienen un poco más pero nadie se muere de hambre, si te quedas sin trabajo el Estado te da un subsidio. No les entra en la cabeza que la gente se muera de hambre.

 

-¿Qué extrañan de Europa?

-M: Yo tengo mis hijos viviendo en Suecia, así que extraño eso a pesar de que son muchachos grandes. Desde que volví no pude juntar plata para pagarles un pasaje.

 

-¿Cuánto hace que no los ves?

-M: Al más grande lo veo seguido porque viene para acá. Es más, ahora se viene a trabajar. Pero a los otros dos, que son de mi segunda mujer y nacidos en Suecia, los veo poco. El del medio, de 25 años, está estudiando Biología y cuando vino me dijo que le encantaba el país. A mí me gustaría poder verlos más seguidos. Si cobrara la reparación, por ejemplo, me serviría para armarme mi corazón de vuelta que lo tengo echo pedazos. Poder ir yo, no esperar que ellos tengan que juntar guita para ver al viejo.

 

-¿Por qué luchaba cada uno?

-Esa pregunta tiene otra más profunda: ¿Por qué a algunos tipos se les ocurre cambiar el mundo y a otros no? Para eso no tengo respuesta. Te viene un impulso no sé de donde por construir una sociedad más solidaria, más justa. Te sentís bárbaro en esa lucha. Se generan relaciones que te duran para toda la vida. Te quedan hermanos, más que hermanos. Hay afectos, nos entendemos lo que decimos. Lo mismo nos pasa con exiliados que aunque no lo conoces compartís la misma experiencia.

 

-¿Qué significa para ustedes la patria?

-Las raíces, dicen a dúo

-M: Yo estaba en Suecia y me sentía como un actor dentro de un teatro con un decorado que no te pertenece. En cambio, cuando estaba acá era, es, como que el país es la extensión de tu cuerpo. Cuando te vas empezás a valorar todo, a extrañar todo.

 

-¿Que significó el exilio en sus vidas?

-M: Te da una visión más amplia del mundo. Ves la política con una visión más global. Te permite ver hasta donde da uno, su aguante, hasta donde estas dispuesto a hacer, te conoces más a vos mismo. Es una situación extrema. Es una situación que te marca para siempre, imborrable. Es dolor, tristeza, melancolía, “estoy vivo”, “estoy lejos”.

-S: El tema era a donde nos íbamos. Hasta la frontera sabíamos pero después era la nada. Pensá que todos nosotros salimos, mas o menos con lo puesto, sin plata, sin conexiones. No conocías a nadie. No te comunicabas en tu propio idioma. Pasabas de una cultura a la otra. Eso te marca y esas marcas permanecen imborrables debajo de la piel y a flor de piel.