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MANSION SERE

DERECHOS HUMANOS : EL CALVARIO DE DOS DETENIDOS POR LA DICTADURA 

recogido de http://www.clarin.com/diario/2006/04/30/elpais/p-01301.htm

El relato de torturas y humillaciones
 
Fernández y Tamburrini contaron por primera vez ante un juez lo ocurrido en sus detenciones.

Pablo Abiad
pabiad@clarin.com


Dos de los ex detenidos que escaparon de la Mansión Seré declararon por primera vez en Tribunales desde la reapertura de las causas sobre violaciones a los derechos humanos durante la dictadura. Sus testimonios, tomados el jueves último en el juzgado de Daniel Rafecas, se incorporaron a la causa sobre los crímenes cometidos en el área del I Cuerpo del Ejército.

Claudio Tamburrini —hoy de 51 años, filósofo, radicado en Esto colmo, Suecia— se presentó en Comodoro Py 2002 por la mañana; Guillermo Fernández —48, actor, residente en Montpellier, Francia— lo hizo por la tarde. La semana anterior habían participado de un reconocimiento judicial del centro clandestino de detención en el que pasaron 120 días entre 1977 y 1978.

Relataron con detalle como los detuvieron y las condiciones en las que los hicieron vivir, la tortura, los interrogatorios, las humillaciones cotidianas. En cambio, no lograron identificar a los represores más que por algunos apodos ("Raviol", "Tanito", "Lucas") y un posible apellido: Scali.

Tamburrini sostuvo que vivían "encerrados en los cuartos, tirados en las camas o recostados contra la pared, con las vendas puestas, susurrando, casi sin hablar". Pasó todo su cautiverio sin lavarse los dientes, con el mismo pantalón y descalzo. Cada tanto, con la comida le daban laxantes.

El acta de su testimonio tiene nueve carillas. Con el estilo parco y aséptico de los trámites judiciales, cerca del final se dejó constancia de otro detalle: "El declarante era bastante impopular entre los represores. Yo había gritado y llorado mucho, más que los demás. Se quejaban de eso, decían cómo grita ese, hacelo callar, principalmente porque jamás les di información".

Había guardias menos duros y una patota que se encargaba de las preguntas y los tormentos. Los fines de semana eran más tranquilos: "No estaba la amenaza pendiente de una golpiza". El resto de los días, "el ruido de los borceguíes, la patota subiendo por las escaleras", era signo de un cautivo nuevo o de una sesión de torturas. "La pequeña Lulú", llamaban a la picana eléctrica.

Tamburrini tenía el recuerdo vago de que en la Mansión Seré también había estado secuestrada una chica. Fernández completó ese episodio con su propio testimonio: los captores les dijeron que era una prostituta, la violaron y forzaron al resto de los detenidos a tener relaciones sexuales con ella. Cuando le tocó a él, se quedó charlando con ella con la sensación de haberse inventado "un momento grato" en medio de toda esa locura.

Tamburrini y Fernández fueron protagonistas de un simulacro de fusilamiento; antes, les hicieron pedir un deseo a cada uno. Otras veces les ofrecían armas descargadas y, entre risas, les colgaban granadas del pecho.

Los dos habían sido testigos en la histórica causa 13, que sirvió para condenar a las Juntas en 1985. En este otro expediente, que estuvo frenado hasta que se anularon las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, están procesados —entre otros— el jefe del I Cuerpo, Guillermo Suárez Mason; el comandante de la subzona Capital, Jorge Olivera Rovere; Samuel Miara, ya condenado por robo de bebés, y policías como Julio Simón y Juan del Cerro.

El juez Rafecas fue avanzando en la causa según los distintos campos de concentración. Por ejemplo, ya dictó procesamientos por los crímenes de El Atlético, Banco y Olimpo; la semana próxima firmará ocho más por El Vesubio. La investigación sobre la Mansión Seré comienza con estas declaraciones.

 

CINE: EL RODAJE DE "PASE LIBRE. CRONICA DE UNA FUGA", DE ADRIAN CAETANO

recogido de http://www.clarin.com/diario/2005/12/17/espectaculos/c-00811.htm

Recuerdos de una época de terror



El filme tiene a Rodrigo de la Serna y Pablo Echarri como protagonistas. Cuenta la historia de un grupo que se fugó de un centro clandestino de detención durante la dictadura.


Miguel Frías.
mfrias@clarin.com

El jeep, repleto de militares con capas impermeables y rasgos endurecidos por la tensión, hace crepitar el asfalto húmedo con su lenta marcha. Lo escoltan, en la oscuridad, una Rambler y un 504 con hombres también armados pero sin uniforme. Un poderoso halo de linterna perfora la noche lluviosa: el cono de luz se mueve de un lado a otro en busca de las presas. Cacería humana: cuatro jóvenes se fugaron, desnudos y esposados, de la Mansión Seré, centro clandestino de detención de la dictadura. Usaron un tornillo y colchas entrelazadas. Urge encontrarlos: ellos darán testimonio de los campos de concentración del Proceso y, para colmo, en el segundo aniversario del golpe de Estado, la madrugada del 24 de marzo de 1978.

El jeep frena, con un brusco chirrido, un segundo antes de atropellar a un hombre que está tirado boca abajo sobre el pavimento, empuñando su arma con ambas manos. Corten, ordena, antes de levantarse: es Adrián Caetano, con su cámara, en plena filmación de Pase libre. Crónica de una fuga, basada en el libro Pase libre, de Claudio Tamburrini, ex arquero de Almagro que logró huir de la Mansión Seré aquella madrugada. La calle Chaco, en Valentín Alsina, abandona los 70 y vuelve a convertirse en un set de rodaje. Rodrigo de la Serna, que interpreta a Tamburrini, espera sus tomas —desnudo, en la madrugada— temblando de frío y fiebre. Flaco, ojeroso, de mirada triste, parece que su personaje le doliera en todo el cuerpo.

Ya de pie, ya en diciembre de 2005, Caetano explica cómo nació la idea de filmar esta historia real. "Estaba trabajando en Caudillo, película a la que no le encontraba el guión por falencias mías, cuando Oscar Kramer me propuso lo de la Mansión Seré. Hacía rato que quería hacer algo con marco de los 70. Kramer me pasó el libro de Tamburrini: estaba muy bien; contenía una sólida estructura dramática, una progresión cinematográfica. Así empezamos la adaptación con Julián Loyola y Esteban Student. Guillermo Fernández, otro de los que escapó aquella madrugada, colaboró durante gran parte del rodaje".

Nazareno Casero, que interpreta a Fernández, está sentado en una casa de Chaco y Oliden con Lautaro Delgado y Matías Marmorato, dos jóvenes actores que componen a los otros dos fugados del centro clandestino. El deterioro de todos ellos, y de De la Serna, contrasta con el saludable aspecto de Pablo Echarri, que interpreta a Huguito, jefe de la patota de secuestradores. Y que, además, ha terminado su trabajo en la película: ya pudo afeitarse el bigotito de represor y dejarse crecer el pelo. "Era tan raro; ni mi hija me reconocía", dice, algo aliviado.

Vecinas de todas las edades se empujan para verlo, fotografiarlo o simplemente mirarlo. Un chico con camiseta de Independiente —equipo del que Echarri y Caetano son fanáticos— le pide un autógrafo. Echarri es, sin dudas, la figura más convocante del equipo. "Me moría por laburar con Caetano y por fin se me dio —dice—. El me dio un personaje que otros no me habrían ofrecido. Vio aptitudes en mí que otros no ven. Fue una gran oportunidad de tocar una tecla que no suelo tocar. Ya me aburren los personajes nobles, aunque los voy a seguir haciendo sin problemas. Quería bucear en personalidades como la de Huguito. Mi trabajo en El método, de Marcelo Piñeyro, fue como una antesala a esta nueva búsqueda".

Por su trabajo en El método, Echarri acaba de ser nominado a un Goya al mejor actor revelación. De la Serna, que viene de su impecable composición de Alberto Granados en Diarios de motocicleta, agrega: "Después de interpretar al amigo del Che, recibí muchas propuestas del exterior. Me costó elegir cómo seguir. Estoy orgulloso de haber sido convocado para una película argentina y de Caetano: es un lujo. La historia va desarrollando hechos de acción y, a la vez, ayuda a que se sepa lo que sucedió. Qué difícil es decirnos argentinos, cuando instituciones de este país han provocado genocidios en la Guerra de la Triple Frontera, la Conquista del Desierto y, más recientemente, en la dictadura militar".

Aclara Echarri: "Rodrigo no es el mismo tipo que empezó la película. Está lastimado, cansado, desmejorado: se entrega de lleno, no sale inmune". Su víctima en la ficción, completa: "Estar grabando a las cuatro de la mañana, desnudo, con lluvia y frío, no es agradable. Pero estoy contento con este papel: me ayudó a sentir en el cuerpo situaciones que conocía sólo con la cabeza. Me permitió sentir parte de la infinita impotencia, injusticia, dolor y terror que habrá sentido esta gente en aquellos años. Al pobre Tamburrini lo secuestraron después de un partido de Almagro".

Caetano anuncia que sigue el rodaje. La calle de Valentín Alsina vuelve a ser setentista y siniestra. Entre la parafernalia cinematográfica, los vecinos se agrupan en una esquina, al otro lado de una cinta divisoria. Otros, los privilegiados que viven en la cuadra de la filmación, observan desde sus balcones —como en un encierro de San Fermín— o desde sillitas playeras desplegadas en las veredas. Algunos, incluso, disfrutan del catering ambulante: chicas que pasan ofreciendo pizza y gaseosas. Alguien pide silencio; silencio que es alterado primero por un bocinazo; luego, por el festejo del empate de Boca en México: algún asistente escondía una radio.

Casero aprovecha para hacer un comentario profesional: "Al principio no le encontraba la vuelta a mi personaje: me sentía un pelotudo. Mi problema no era andar en bolas, que me encanta. Mi problema era encontrar el registro. Lo consulté muchas veces a Guillermo Fernández, una especie de guía. El, que es titiritero y vive en Francia, no sólo asesoró; también actuó en Pase libre: interpretó a un juez que lo interpeló durante su cautiverio. Yo hice de él; y él, del tipo que lo juzgó de chico. Algo muy loco".

Un camión cisterna con la inscripción FX moja el asfalto, la superficie de los autos y las fachadas de las casas para provocar el efecto lluvia. Surge un problema. En la esquina que saldrá en el fondo de la toma hay un Fiat 147 azul estacionado. Ese auto no existía en 1978; hay que correrlo. Nadie sabe quién es el conductor; después de una interminable búsqueda, casa por casa, Caetano busca otro plano. Pero el pavimento se secó: hay que volver a mojarlo. Después sí: una asistente ordena el corte momentáneo de las calles laterales y empieza la acción. El jeep, con la inscripción "Fuerza Aérea Argentina", retoma la cacería.

Cuando termina la toma, Caetano explica: "Antes de abordar esta historia, me reuní con Tamburrini y Fernández en Suecia, donde vive Tamburrini. Más que hablar de la coyuntura política de aquellos años, hablamos de sus sensaciones en la Mansión. Tengo un gran respeto por la historia, pero si no perdía solemnidad estaba muerto. Tenía miedo de caer en algo Billiken. Lo que pasó fue terrible, ya se sabe. La película da esa materia por aprobada, no explica de un modo didáctico el horror. Se mete en la habitación—celda de cuatro tipos que luchan por sobrevivir y deciden escaparse. Así, Pase libre empieza a transformarse en una película existencial, más que en una política o social".



Además hay un énfasis importante en las escenas de acción...

Sí, pero no es una película de acción; no es Infierno 17, de Billy Wilder. Tampoco es una historia en la que los tipos se escapan y son felices: no fue una fuga planeada estilo Papillon. Diría que Pase libre es una película épica. Tiene esa épica del tipo común que a mí me atrae tanto.



Desde "Pizza, birra, faso", película bisagra en el cine nacional, cada trabajo tuyo es esperado con mucha expectativa. ¿Te pesa?

Un poco. Pero no quiero meterme en ese lugar ni un poco. Sería una locura. Mejor es no tomar conciencia. Como los tipos de esta película: si hubieran sido concientes del riesgo que corrían, ni habrían intentado fugarse. Eso fue lo que más me atrajo: su inconciencia. Yo también la tengo, en lo mío. Me interesa seguir filmando; no hacerme un nombre.

Mientras sigue esperando para hacer la escena de la fuga, De la Serna recuerda temblando: "Se pensaba que la aeronáutica no había tenido mucho que ver con la represión y la Mansión Seré pertenecía a esa fuerza. Los chicos se escaparon y, muy pronto, tuvieron que demoler el edificio y blanquear a los otros detenidos. Los chicos se salvaron y salvaron a otros. Lo lograron, viejo, lo lograron", repite, antes de emprender su viaje al fin de la noche.



"Es el mejor casting que hice"


Aunque recién lo logró en esta película, hacía tiempo que Adrián Caetano quería dirigir a Pablo Echarri. "Pablo iba a ser el protagonista de Caudillo, pero no se dio. Quedé en deuda. Cuando salió lo de Pase libre, él era muy grande como para hacer de los que lograron fugarse. Así surgió la idea de que interpretara a un represor. Se lo propusimos tímidamente: tendrías que cortarte el pelo, dejarte el bigote. Fue como correrlo de lugar. Pero él estuvo de verdad de puta madre. Es un actor de la puta madre."

El director de Bolivia y Un oso rojo elogia con el mismo énfasis el trabajo "esencial" de Rodrigo de la Serna en el papel principal. "En realidad, todos me parecen esenciales ahora. Pase libre es una película de actuación. Es el mejor casting que hice."

El personaje de Echarri, Huguito, era el jefe de la patota que salía a secuestrar. "Por momentos, tiene una relación bastante amable con los chicos. Cuando los detenidos se encuentran desesperados, les aporta una voz serena. La psicopateada típica de los represores: el malo debe parecer bueno para sacarles a las víctimas todo lo que necesita. No sé qué habrá sido de la vida de Huguito en la realidad. Seguramente estará vivo y pasándote por al lado, o teniendo un cargo en seguridad. Es parte del misterio y es mejor que lo sea."

De la Serna agrega: "Para componer a mi personaje me basé en la novela de Tamburrini. Lamentablemente él no pudo venir al rodaje; no pude tenerlo cerca, dándome indicaciones, como tuve a Granado en Diarios de motocicleta". Nazareno Casero, Lautaro Delgado y Matías Marmorato, quienes interpretan los papeles de los otros tres muchachos que lograron huir del centro de detención, visitaron además la Casa de la Memoria y la Vida, que funciona en el lugar donde estuvo la Mansión Seré. "Ahí, una organización de Derechos Humanos que mantiene viva la memoria del caso, nos dio apoyo y todo el material", recuerdan.
 

La verdadera historia de Tamburrini

Claudio Tamburrini fue secuestrado por un grupo de tareas el 23 de noviembre de 1977, cuando era arquero de la primera división de Almagro. Trasladado a la Mansión Seré, un centro clandestino también conocido como Atila, bajo la jurisdicción de la Fuerza Aérea con asistencia de la Policía Bonaerense de Castelar, soportó torturas y un especial ensañamiento con él. "Así que vos sos el arquero de Almagro: bueno, atajate esto", le repetían, antes de lanzarle un aluvión de trompadas.

El 24 de marzo del 78, logró —junto con otros tres detenidos— abrir una ventana con un tornillo, levantar una persiana y descender desde un balcón atando colchas. Desnudo, esposado y golpeado por la caída, logró correr por las calles y esconderse. Era el comienzo de una fuga compleja que continuó en las calles de Morón. "Fue una decisión desesperada, pero muy bien planificada", declararía muchos años después. Aquella madrugada pudo escaparse con Guillermo Fernández, Daniel Rusomano y Carlos García.

Luego, pasaron meses en los que vivió en la clandestinidad, sin animarse siquiera a pisar la calle. Días extraños: vio el Mundial 78 a escondidas y, poco después, cuando la euforia futbolística se adueñó del país, logró viajar a Estocolmo, Suecia, en donde retomó la carrera de Filosofía, que ya cursaba en la Universidad de Buenos Aires. Una vez doctorado, comenzó a dar clases en la Universidad de Gotemburgo.

En junio de 1985, dio su testimonio en el juicio a las Juntas. Parte de aquellas conmovedoras declaraciones fueron emitidas por estos días en "Lo que nunca se vio del juicio a las juntas militares", edición especial de A dos voces (TN). Tamburrini escribió además un libro autobiográfico, Pase libre, que Adrián Caetano está convirtiendo en película.

 


Testimonio en el Juicio a las Juntas Militares

Gracias Lucas 

(recogido de http://ar.geocities.com/confrontar/testimonio.htm)

Con el mordaz testimonio de Guillermo Marcelo Fernández, la Fiscalía cerró la presentación de pruebas sobre la Mansión Seré, un centro de detención ilegal que dependía de la Fuerza Aérea. Si el Tribunal acepta finalmente el peso jurídico de los testimonios y la documentación que viene escuchando y analizando desde el 4 de junio último, podría quedar incriminado el brigadier general retirado Orlando Ramón Agosti, primer comandante de la Fuerza Aérea durante el Proceso.
Blas Parera 49, Castelar, provincia de Buenos Aires. Tal era la dirección de la Mansión Seré, una casona que primero perteneció al municipio porteño y que luego la generosidad de un intendente, Osvaldo Cacciatore, convirtió en dependencia de la Fuerza Aérea. (Para el doctor Miguel Marcópulos, defensor de Basilio Lami Dozo, se trata de un “instituto de detención”, según dijo al formular una pregunta a Fernández.
Guillermo Marcelo Fernández fue secuestrado el 20 de octubre de 1977. Un grupo lo llevó de su casa y lo trasladó a la Mansión, de donde se fugó el 24 de marzo de 1978, segundo aniversario del Proceso de Reorganización Nacional, junto con Claudio Tamburrini, Daniel Rossomano y Carlos García.
Tamburrini y Rossomano ya declararon el juicio, y el testimonio de Fernández coincidió con el de ellos en la descripción del lugar (una gran casa de dos plantas, inhabitable como vivienda), las torturas (golpes y picana eléctrica) y el nombre de custodios y torturadores: Raviol, Tano, Huguito, Lucas, Chiche, El Tucumano, El Gordo.
El 7 de junio, Tamburrini, licenciado en Filosofía actualmente residente en Estocolmo, Suecia, eligió la precisión como clave de su testimonio. Fernández, en cambio, prefirió el histrionismo. Artista en París desde que vive allí como exiliado, o sea desde 1978, año de la fuga, quiso representar su propia historia como si fuera la de otro. Su personaje fue el de un testigo que se sienta de espaldas al público y responde con tono irónico y voz displicente.
Quedará para psicoanalistas analizar esa posibilidad de distanciarse de sí mismo que exhibió Fernández. Entretanto, los juristas sacan punta a un relato que no obvió detalle.
La versión de la fuga coincidió con la de Tamburrini. Observaron un tornillo flojo en la cama, verificaron que una ventana en lugar de manija estaba atada con un cable de plancha, decidieron entonces abrir la ventana con el tornillo flojo. Y hasta se permitieron (Fernández) la humorada de dedicar treinta segundos a escribir con el tornillo en una pared: “Gracias Lucas”. Al bajar del primer piso corrieron (“quizás en redondo”, admitió Fernández). Mientras sus tres compañeros esperaban en un garaje en construcción. Fernández, desnudo y pelado, tocó timbre en esa madrugada a una señora.
–Señora –dijo–, me robaron mientras iba a buscar a mi novia, me sacaron el reloj y la ropa y me cortaron el pelo. ¿Puede llamar a mis padres? Los padres no estaban. “Era el primer fin de semana que salían desde mi secuestro.” Fernández repitió la historia a un taxista. Pidió que lo llevara a casa de un tío. “Tampoco estaba. No había coche.” Fernández aprovechó para afeitarse y vestirse. Llamó a familiares de sus compañeros, indicó la dirección del garaje y decidió perderse en Buenos Aires. Un policía y torturador, el Pampa, le fabricó unos documentos a nombre de Roberto Calvo. “Me pidió disculpas por la gente que había torturado y matado, y además de conseguirme documentos me llevó en coche al Uruguay, donde obtuvo para mí un trabajito como encargado en una estancia en Nueva Helvecia.”
Antes de dejarlo y después de escuchar su relato, el Pampa preguntó a Fernández:
–¿Cinco meses estuviste ahí? ¿Y por qué no te escapaste antes?
Pero lo más curioso es que aquella vez el Pampa, fue José Ignacio Garona, defensor de Agosti. Garona quiso saber si Fernández llevaba algo más que un cable cuando se fugó. El testigo había dicho antes que también portaba una cadena, pero accedió a responder: –No, ningún otro elemento. Por lo general no nos daban ni martillos ni esas cosas.
Siguió inquiriendo Garona, esta vez por la descripción física de los carceleros y torturadores. Fernández contó que Raviol era culto, grandote, bastante maleducado, con bigotitos bastante feos (“no le crecían bien los bigotes”). A Lucas lo conocía bien. “Aproximadamente mi altura, pelo negro ondeado, bigotes negros, ojos expresivos, sagaz, más o menos treinta y cinco años, con poder para humillar a los otros guardias.” Tino, “era muy mentiroso. Me decía que a la noche pensaba en nosotros mientras su mujer le preparaba platos ricos en la casa, porque nosotros estábamos comiendo porquerías”.
¿Y el Tano? “Qué personaje grosero el Tano, ¿eh? Pegaba fuerte el Tano. Un día, al grito de ‘hijos del diablo, hijos del diablo’, agarró un látigo y empezó a pegarnos. ‘Son todos judíos’, decía, ‘hay que matarlos’. Nos obligó a rezar el Padrenuestro. A Claudio Tamburrini se le había hecho un blanco. Me lo dijo y se lo recité. Y así fue esa especie de orgía religiosa que había organizado el Tano.”
El Gordo “era gordo”, informó Fernández con precisión. “Andaba de pantaloncitos cortos y tomaba sol en la ventana. La cara del Chiche tenía marcas de haber sufrido acné. Muchos pozos, una piel bastante maltratada. Un día, para calmar los ánimos, tiró ráfagas de ametralladora a las ventanas.” (En jornadas anteriores del juicio, los vecinos comentaron que al pasar por la Mansión Seré solían escucharse tiros.) Sobre el final de su turno para interrogar, Garona preguntó sobre las características de la cocina.
–Era una cocina muy particular –ironizó Fernández entre las risas del público–. Tenía cocina, hornallas, horno, mesa, cuchillos y tenedores, cucharas y cucharitas, dos ollas, una pava, un mate, una bombilla y una plancha donde se cocinaban los bifes.
Héctor Alvarado (Agosti) se interesó por las torturas.
–Eran cosas cotidianas. Tan cotidianas que se banalizaban –explicó Fernández.
Los defensores no preguntaron más.