Pagina 12 -18 de Marzo de 2005
Olga Aredes
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Por Luis Bruschtein
El símbolo es esa mujer que da vueltas sola en un pueblo
del norte. Es la plaza de Ledesma, en Jujuy, donde está el
ingenio. La mujer es Olga Aredes, de la Línea Fundadora de
Madres de Plaza de Mayo. Lleva un cartel, el pañuelo en la
cabeza y da vueltas mientras el pueblo, bajo la sombra del
ingenio, da la espalda con temor |
El placero lleva la cuenta de las vueltas y es el único que le
habla. Cuando termina, guarda el cartel, se saca el pañuelo y
regresa a su casa en silencio.
Tras años de cumplir el mismo rito, Olga consiguió romper el
miedo, quebrar el silencio y una vez por año, en los últimos diez,
Ledesma se sobrecogía en el mes de julio con la Marcha de la Noche
de los Apagones. Primero iban gente de Buenos Aires y Tucumán y
unos pocos vecinos. Y después los mismos pobladores de Ledesma se
hicieron cargo de la cita y realizaron actos en las escuelas y en
los barrios para recordar a los desaparecidos del pueblo,
estudiantes, vecinos y trabajadores, entre los que se cuenta el ex
intendente, el médico Luis Aredes, esposo de Olga.
A la tarde se quema el bagazo de caña y un olor dulzón inunda el
pueblo. La chimenea gigante del ingenio más grande de Latinoamérica
lanza una nube espesa de cenizas que cubren las calles y los autos.
Forma parte del paisaje y la gente se acostumbra en un lugar donde
es alta la incidencia de enfermedades respiratorias.
Olga murió ayer en Tucumán, víctima de cáncer, una enfermedad
que se potenció por la bagazoosis que produce la caña que quema el
ingenio. Sabía que se moría y se fue a Tucumán para estar acompañada
por sus hijos Olga, Adriana, Ricardo y Luis. No quiso cuidados
extremos ni que le prolonguen la vida en forma artificial. Asumió
el diagnóstico fatal con serenidad, ordenó sus cosas y mantuvo
alguna comunicación –la que permitía su salud precaria– con
los amigos en el resto del país.
Siempre fue así, de carácter fuerte pero sereno, desde su
juventud, cuando recién casada con un médico recién recibido llegó
a Ledesma. Luis Aredes quería ser útil donde más se lo
necesitara. Y eligió el pueblo con la tasa más alta de mortalidad
infantil. Pero después de un tiempo, el ingenio lo echó porque
exigía demasiado para los trabajadores.
Se retiró a Tilcara, donde fue director del hospital por algunos años,
pero abandonó todo para regresar y dar pelea, o sea ser útil. Fue
el médico rural de los trabajadores golondrina y de los obreros del
ingenio. La empresa hizo lo posible para echarlo, pero en 1973, los
trabajadores le pidieron que fuera candidato a intendente y ganó.
El resto es historia, lo depuso un golpe policial, lo metieron
preso, lo liberaron y finalmente lo secuestraron y desaparecieron.
Una noche de julio de 1976 se cortaron las luces del pueblo y de
Calilegua, una localidad contigua, y la Gendarmería y el Ejército
se llevaron a 400 vecinos en camiones cedidos por el Ingenio
Ledesma. La mayoría fue internada en campos de concentración, 40
de ellos siguen desaparecidos.
El Ingenio Ledesma también sigue allí. Olga se murió. Es
inevitable sentir el peso de la injusticia, de la desigualdad más
desaforada. Pero si a ella y a muchas más las hubiera ganado el
desconsuelo, les hubiera atado las manos y sacado el aliento o
llevado a la resignación, el pueblo de Ledesma seguiría en
silencio, las Madres no hubieran existido y no habría lugar,
siquiera, para la esperanza o la dignidad.
En la película de Eduardo Aliverti, Sol de Noche, que cuenta esta
historia, se la ve a ella y al cura del pueblo y un directivo del
ingenio, enemigos del doctor Aredes. El contraste es tan fuerte
entre la mujer y la hipocresía, la miseria humana, que lastima. Su
vida, como la de todos, tiene un sentido en ese contraste.
La casa de Olga en Ledesma era una romería durante los días de la
Marcha de los Apagones. Madres e HIJOS de todo el país se alojaban
allí y se cocinaban grandes ollas de locro y docenas de empanadas.
Habían sido muchos años de soledad, de dolor y humillación y la
marcha era su victoria, la confirmación del valor de la dignidad,
de que no estaba sola y de que el reclamo de justicia era algo más
que una locura desgarradora. Ya enferma, en las últimas marchas
caminaba con un barbijo para evitar la ceniza.
No estarán más su calidez, su opinión serena de luchadora, ni su
mirada práctica. Faltará ese alegre empecinamiento fundamental. La
vamos a extrañar en julio. Seguro que en estos últimos días pensó
más de una vez en la marcha de este año, que será la primera sin
ella. Pero también es seguro que en la Marcha de la Noche de los
Apagones de este año en Ledesma estará más presente que nunca. |