La asonada del 4 de febrero de 1992 contra la presidencia de
Carlos Andrés Pérez terminó con la comparecencia televisiva de
su cabecilla, el teniente coronel Hugo Chávez, y tuvo unas
consecuencias insospechadas. Serio ante las cámaras, autorizado
por el Gobierno a vestir el uniforme de campaña y la boina de
paracaidistas, el golpista derrotado pidió la rendición de las
guarniciones insurrectas: "Compañeros, lamentablemente, por
ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados (...),
vendrán nuevas situaciones". Llegaron pronto, porque el
cuartelazo fue justificado por los venezolanos hartos del
bipartidismo imperante cuatro decenios. Chávez, con 38 años
entonces, lo sabía. Excarcelado 24 meses después por el
presidente democristiano Rafael Caldera, hizo campaña, y ganó
las generales de diciembre de 1998.
Uno de los errores del presidente, según los analistas,
fue polarizar Venezuela
Venezuela no descansa desde la irrupción del tercero de los
siete hijos de un matrimonio de maestros de Sabaneta de Barinas,
que soñó con el sacerdocio y el béisbol, y acabó liderando un
movimiento que ha laminado a la clase política tradicional y
encarecido los precios del crudo en la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP). Chávez necesitaba efectivo para
financiar su revolución, y adentrarse en el sueño bolivariano de
la integración latinoamericana. Las inversiones reclamadas por el
monopolio Petróleos de Venezuela (PVDSA) para producir más y
mejor podían esperar. El Gobierno dispone de más de 50.000
millones de dólares (37.538 millones de euros) en reservas.
El fundador del Movimiento Quinta República (MVR), cuyo
carisma aceleró su ascensión política, controla además todos
los poderes, el ejecutivo, el legislativo y el judicial. No tiene
intención de compartirlos. Las multimillonarias regalías
petroleras, gracias a los altos precios del crudo, pagan las obras
públicas y los programas sociales para los sectores populares,
mayoritarios, que explican, en buena medida, las 11 victorias
electorales hasta ahora. "Pocas veces la gente pobre había
tenido tanta capacidad de consumo y tanto poder adquisitivo. Chávez
es populista pero con los suyos", subraya un observador español,
con 20 años de residencia en Venezuela.
Efectivamente, la distribución de los ingresos petroleros se
efectúa con unos criterios políticos más selectivos que los del
aluvión de empleados durante la hegemonía de 40 años de Acción
Democrática (AD) y COPEI, democristiano, asociados en el reparto
de jueces, concesiones y corrupción. Las cosas marchan bien para
el bachiller en Ciencias instalado en el Palacio de Miraflores,
autor de cuentos y solista de coplas populares, que abrazó la
carrera militar, y el catecismo bolivariano desde los tiempos
castrenses.
Chávez disfrutó de un amorío largo con la historiadora Herma
Marksman, se casó y separó en dos ocasiones, tiene cuatro hijos,
y demostró un gran sentido de la oportunidad con las mujeres y la
política. Conspirador antes de los 30, preparó el golpe de 1992
tras el caracazo del 27 de febrero de 1989, cuando una
protesta popular fue sofocada a tiros por el socialdemócrata
Carlos Andrés Pérez. Las medidas de corte neoliberal de su
presidencia, y un incidente puntual en un autobús público,
fueron la espoleta de una revuelta y una represión que hicieron
historia.
Chávez rechaza las privatizaciones, está ensayando la cogestión
obrera en más de mil empresas, y quiere escribir la historia
nacional e internacional en algunos casos, sin importarle que una
gran parte de sus compatriotas discrepe de la redacción
bolivariana de los nuevos capítulos porque teme una dictadura de
nuevo cuño. Uno de los errores de Chávez fue polarizar Venezuela
porque así nunca podrá completar la revolución de los pobres,
sostienen los analistas, so pena que la clase media, que le tiene
por un dictador, "una mala copia de Castro", decida
plegarse o abandonar el país en masa. Los rifirrafes con EE UU,
país al que suministra 1,5 millones de barriles diarios, son casi
diarios.
La antropóloga Patricia Márquez dice que los pobres
consideran a Chávez "uno de ellos". Hacia ellos, para
captarlos como ciudadanos y como electores, para rescatarlos del
olvido, van dirigidas las misiones asistenciales, que el
candidato Manuel Rosales prometió respetar "y mejorar".
Han sido la palanca más eficaz del oficialismo al beneficiar a
millones mediante el subsidio de alimentos, la ampliación de las
posibilidades educativas, la extensión de la atención sanitaria,
o la multiplicación de becas. "La labor de los 20.000 médicos
cubanos en los dispensarios de los ranchitos es impagable",
subraya el educador Samil Arias, en la barriada 23 de Enero. Las misiones
pretenden ser la argamasa de una base política imbatible
electoralmente, para que los cambios no puedan ser anulados.
"Yo aspiro a que los medios de producción sean del
pueblo".
No pocos temen que los anhelos de Arias se conviertan en
realidad, y se acabe la propiedad privada. "¿Quién tenga
cuatro dedos de frente puede creer que le vamos a quitar la
vivienda si estamos entregando este año 120.000?", decía Chávez
esta semana. "Estamos reconociendo la propiedad privada. Es
un absurdo lo que dicen. Yo lo que invito es a que discutamos un
concepto estratégico de un socialismo nuestro y que lo
inventemos", agregó en una entrevista.
Chávez adiestra al pueblo en el manejo de las armas, y piensa
que es viable "una vía venezolana hacia el socialismo. Hay
un sistema socialista en Cuba. ¿Que es socialismo imperfecto? Lo
perfecto es enemigo de lo bueno, dijo alguien". Aboga por la
utopía como impulso y por un modelo "que ponga por delante
el ser humano, el interés social y que deje de mercantilizar la
salud, la educación y hasta la vida". La retórica seduce en
los barrios porque conecta con la cultura de sus habitantes y
porque los escuchas saben que sobran millones para concretar las
promesas.
Alberto Garrido, autor de varios libros sobre Chávez, lo
describe como "un pragmático formidable". "Ama el
poder más que nada", subraya el psiquiatra Edmundo Chirinos.
Puede ser terrible si se siente afrentado. Este jueves se le vio
dispuesto a morder en la yugular de la oposición porque confesó
estar harto de ser blando. No olvida la ofensiva de los medios de
comunicación privados, ni el golpe de abril del 2002, ni el
bloqueo petrolero de finales de ese año y principios de 2003 que
a punto estuvo de colapsar el país. "Se acabó aquel Hugo Chávez
del pasado, permisivo, que creía en los golpes de pecho de la
oposición". A su pesar, si es reelegido deberá cultivar la
templanza para que la convivencia sea posible en una Venezuela
siempre con el gatillo levantado.