EL tiempo pasa inexorable,
las sociedades y los hombres nos transformamos, a veces sin
percibirlo, conforme el devenir va marcando cicatrices en la
memoria. Hace ya 30 años que la vida, la libertad y la
dignidad latinoamericanas sufrieron uno de sus golpes más
acres.
El 24 de marzo de 1976,
Argentina comenzó a vivir la peor de sus pesadillas y
comenzó a escribirse uno de los capítulos más negros en
la historia del continente; destruyendo el orden
constitucional, allanando todo tipo de libertades y
reprimiendo a una sociedad indefensa con una brutalidad difícil
de comprender por su grado de barbarie y su falta de
sentido, los militares se hicieron del poder en aquella República.
Como corresponde a la tradición
humanitaria e internacional de nuestro país, al instante se
abrió la embajada de México en la Argentina y durante los
meses siguientes, cientos de asilados llegaron al país, en
la tensa y esperanzada perspectiva de salvar la vida y
aguardar el momento del retorno.
Muy pocos pudieron retornar
en los años siguientes; la mayoría lo hicieron a finales
de 1983, cuando la democracia había vuelto y la Argentina
empezaba a recuperarse de sus profundas heridas. Algunos se
quedaron. Pero todos, quienes llegaron y retornaron, quienes
ya no quisieron volver, los que echaron raíces tan
profundas que su vida había renacido por completo en México
con el nacimiento de los hijos y la educación de los que
habían llegado con ellos; todos, vieron sus vidas
transformadas por la presencia de la cultura mexicana; al
mismo tiempo, con su trabajo y su pensamiento, aportaron al
México contemporáneo un legado que ya da frutos.
Los miembros de aquella
migración histórica organizaron entre el 24 y el 31 de
marzo lo que denominaron "Semana de la memoria y
reconocimiento al pueblo mexicano"; la embajada de la
República Argentina, así como la Facultad de Derecho de la
Universidad Nacional Autónoma de México, sirvieron de foro
a un encuentro entre argentinos y mexicanos; entre quienes
llegaron y quienes tuvimos el privilegio de recibirlos y,
como una voz más en concierto, ellos, los que el lenguaje
del exilio llamó "argenmex", la generación para
la que la migración y la violencia de la dictadura son
parte de la memoria y para los que esta tierra es tan su
patria como lo es la Argentina.
Escuchar las reflexiones y
los testimonios del embajador Jorge Raúl Yoma, de Miguel
Bonasso, de Nora Rabotnikoff, de Horacio Crespo, de Antonio
Piccato, de Ricardo Nudelman y de Pablo Yankelevich,
significó reconstruir nuestro propio recuerdo del exilio
argentino, ubicarlo en la enormidad de su dimensión humana
frente a la brutalidad que castigó aquella región de
nuestro continente. Había mucho que agradecer y los
mexicanos podemos sentirnos conmovidos por esta muestra de
honor y humanidad; pero también somos nosotros quienes
agradecemos a los argentinos el ejemplo de dignidad en la
libertad, de valor en la lucha por los mejores valores del
espíritu, su humanidad, su conciencia histórica y su
insaciable sed de justicia.
A veces, en estos tiempos,
parece que nos quedaran a los mexicanos unas cuantas cosas
de las cuales enorgullecernos; la sombra del presente se
desplaza hacia el pasado y nos hace olvidar que algunas
instituciones y algunos momentos históricos nos autorizan a
sentir el legítimo orgullo de quienes pertenecemos a una
nación que ha sabido ponerse del lado de la justicia y
afrontar las consecuencias de sus decisiones.
El asilo político es una de
esas instituciones y el exilio argentino es uno de esos
momentos. Son dramáticamente inolvidables las horas de
aquel 24 de marzo de 1976, cuando la televisión mexicana
transmitía a una fúnebre Junta Militar, anunciar la
destrucción del orden constitucional argentino; son
inolvidables los momentos y las historias de escapatoria de
quienes iban llegando a México con un bagaje de dolor y
esperanza; es inolvidable su proceso de adaptación, de
resistencia al olvido y su ansia permanente de justicia.
Es verdad que la migración
argentina renovó mucho de nuestras ciencias sociales y
nuestras humanidades, mucho en sicología y en periodismo,
mucho en medios de comunicación y mucho también en
historia y humanidades; pero es más que eso lo que les
debemos y les agradecemos; al mirarnos en el espejo de otra
forma de asumir la lengua española, de asumir la historia
del continente y aun de la idea de la patria, los mexicanos
pudimos valorar nuestros propios enfoques y puntos de vista;
son el recordatorio permanente de que las instituciones y el
orden constitucional son elementos indispensables para el
funcionamiento del Estado y que deben estar siempre bajo la
vigilancia responsable de los ciudadanos; son la muestra de
que no importa cuán lejos nos sintamos de una situación crítica,
siempre es necesario velar por que las libertades se
respeten; pero sobre todo, son el ejemplo que tuvimos a la
vista de que a pesar de todo el dolor que pueda sufrirse,
siempre se puede volver a comenzar la vida.
Como mexicano, es un honor
recibir el agradecimiento de nuestros amigos argentinos
pero, en justicia, sólo podemos hablar de agradecimiento
mutuo por la historia que hemos compartido, por el futuro
mejor para el continente que todos anhelamos y por su
ejemplo de persistencia en la memoria, la dignidad y la
libertad.
Decano
de la Facultad de Derecho de la UNAM
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