COMISION DE EXILIADOS ARGENTINOS EN MADRID - PAGINA PRINCIPAL

Habla la periodista italiana liberada
por la resistencia iraquí y tiroteada por el ejercito EEUU

De la prisión al fuego
                           Giuliana Sgrena



Estoy todavía a oscuras. El viernes fue el día más dramático de mi vida.
Había pasado muchos días secuestrada. Había hablado poco antes con mis
secuestradores, quienes llevaban días diciendo que me iban a liberar. Vivía
horas de espera. Hablaban de cosas de las que sólo después entendí la
importancia. Hablaban de problemas "relacionados con los traslados".
Había aprendido a entender si corrían malos o buenos vientos a través de la
actitud de mis dos "centinelas", los dos personajes que me custodiaban todos
los días. Uno en particular, que mostraba atención ante todos mis deseos,
estaba increíblemente decidido. Para entender lo que de verdad estaba
sucediendo, le pregunté provocatoriamente si estaba contento porque me iba o
porque me quedaba. Me quedé sorprendida y contenta cuando, era la primera
vez que sucedía, me dijo "sólo sé que te irás, pero no sé cuándo". Como
prueba de que algo nuevo estaba sucediendo, en un cierto momento entraron
los dos en mi habitación como para confortarme y bromear: "Enhorabuena -me
dijeron- te vas para Roma". Para Roma, lo dijeron tal cual.

Tuve una extraña sensación. Porque esa palabra me evocó inmediatamente la
liberación, pero también proyectó dentro de mí un vacío. Entendí que era el
momento más difícil de todo el secuestro y que si todo lo que había vivido
hasta el momento era "cierto", ahora se abría un abismo de incertidumbres, a
cual más dura. Me cambié de ropa. Ellos volvieron: "Te acompañamos nosotros,
no des señales de tu presencia junto a nosotros, que si no, los americanos
pueden intervenir". Era la confirmación que no habría querido oír. Era el
momento más feliz, y al mismo tiempo, el más peligroso. Si encontrábamos a
alguien, vale decir a algún militar americano, habría un tiroteo, mis
secuestradores estaban preparados y responderían. Tenía que tener los ojos
cubiertos. Ya me estaba habituando a una momentánea ceguera. Por lo que
ocurría fuera, sólo sabía que en Bagdad había llovido. El coche marchaba
seguro por una zona de pantanos. Había un chófer más los dos secuestradores
de siempre. Inmediatamente oí algo que hubiera preferido no oír. Un
helicóptero que sobrevolaba a baja cota justo la zona donde nos habíamos
parado. "Estate tranquila, ahora vendrán a buscarte. Dentro de diez minutos
te vendrán a buscar". Habían hablado todo el tiempo en árabe, un poco en
francés y mucho en inglés macarrónico. También esta vez hablaban así.
Después se bajaron. Me quedé en esa condición de inmovilidad y ceguera.
Tenía los ojos cubiertos con algodón, cubiertos con gafas de sol. Estaba
quieta. Pensé. ¿qué hago? ¿Comienzo a contar los segundos que pasan desde
este instante hasta el de la nueva situación, la de la libertad? Apenas
empecé mentalmente a contar, me llegó una voz amiga a los oídos: "Giuliana,
Giuliana, soy Nicola, no te preocupes, he hablado con Gabriele Polo,
tranquila, estás libre".

Me hizo quitarme la "venda" de algodón y las gafas negras. Sentí desahogo,
no por lo que estaba ocurriendo y no entendía, sino por las palabras del tal
"Nicola". Hablaba, hablaba, era incontenible, una avalancha de frases
amigas, de bromas. Sentí finalmente una consolación casi física, calurosa,
que había olvidado hacía tiempo.

El coche continuaba su camino, atravesando un túnel lleno de charcos, y casi
dando volantazos para esquivarlos. Nos reímos de manera increíble. Era
liberatorio. Dar bandazos en una carretera llena de agua en Bagdad e
imaginar sufrir un accidente de coche después de todo lo que había pasado
era cosa de no contar. Entonces, Nicola Calipari se sentó a mi lado. El
chófer había comunicado dos veces a la embajada y a Italia que nos
dirigíamos hacia el aeropuerto, yo sabía que éste estaba supercontrolado por
las tropas americanas, falta menos de un kilómetro, me dijeron. cuando. Yo
recuerdo sólo fuego. En ese momento, una lluvia de fuego y proyectiles cayó
sobre nosotros acallando para siempre las voces divertidas de pocos minutos
antes.

El chófer empezó a gritar que éramos italianos, "somos italianos, somos
italianos.". Nicola Calipari se echó sobre mí para protegerme, y, entonces,
justo entonces sentí su último respiro, se me moría encima. Debí sentir
dolor físico, pero no sabía por qué. Pero un recuerdo fulgurante me asaltó,
volvieron inmediatamente a mi cabeza las palabras que me dijeron los
secuestradores. Ellos declaraban sentirse totalmente comprometidos para
liberarme, pero tenía que estar atenta "porque están los americanos, que no
quieren que tú vuelvas". Entonces, cuando me lo dijeron, juzgué aquellas
palabras como superfluas e ideológicas. En aquella hora, para mí, corrían el
peligro de adquirir el sabor de la más amarga de las verdades.
El resto aún no puedo contarlo.

Este fue el día más dramático. Pero el mes que viví secuestrada,
probablemente ha cambiado para siempre mi existencia. Un mes sola conmigo
misma, prisionera de mis más profundas convicciones. Cada hora fue una
comprobación despiadada de mi trabajo. A veces me tomaban el pelo, me
llegaban a preguntar porqué quería marcharme, me pedían que me quedara. Eran
ellos quienes me hacían pensar en esa prioridad que demasiado a menudo
dejamos de lado. Hacían hincapié en la familia. "Pide ayuda a tu marido",
decían. Y lo dije ya en el primer vídeo que creo que habéis visto todos. Mi
vida ha cambiado. Me lo contaba el ingeniero irakí Raad Ali Abdulaziz de Un
ponte per, raptado con las dos Simonas, "mi vida ya no es la misma", decía.
No le entendía. Ahora sé qué quería decir. Porque he sentido toda la dureza
de la verdad, lo difícil que es de proponer. Y la fragilidad de quien la
busca.

Los primeros días de secuestro no vertí una sola lágrima. Estaba simplemente
furiosa. Les decía a la cara a mis secuestradores: "¿Pero cómo me
secuestráis a mí, que estoy contra la guerra?". Llegados a ese punto, ellos
abrían un diálogo feroz. "Sí, porque tú vas a hablar con la gente, no
secuestraremos nunca a un periodista que está encerrado en el hotel. Además,
el hecho de que digas que estás en contra de la guerra, podría ser una
cobertura". Y yo rebatía, casi para provocarles: "Es fácil raptar a una
mujer débil como yo, ¿por qué no probáis con los militares americanos?".
Insistía en el hecho de que no podían pedir al gobierno italiano que
retirara las tropas, su interlocutor "político" no podía ser el gobierno
sino el pueblo italiano que estaba y está contra la guerra.

Ha sido un mes de vaivenes, entre fuertes esperanzas y momentos de gran
depresión. Como cuando, era el primer domingo después del viernes del
secuestro, en la casa de Bagdad donde estaba secuestrada y sobre la cual
descollaba una parabólica, me dejaron ver un telediario de Euronews. Allí vi
mi fotografía en una gigantografía colgada en el palacio del Ayuntamiento de
Roma. Y me sentí alentada. Sin embargo, después, justo después llegó la
reivindicación de la Yihad que anunciaba mi ejecución si Italia no retiraba
las tropas. Estaba aterrorizada. Pero inmediatamente me tranquilizaron
asegurándome que no eran ellos, tenía que desconfiar de dichos llamamientos,
eran "provocadores". Solía preguntar a uno que, por su cara, parecía el más
disponible, aunque, como el otro, tenía aspecto de soldado: "Dime la verdad,
me queréis matar". Y sin embargo, muchas veces, había extrañas ventanas de
comunicación precisamente con ellos. "Vente a ver una película en la tele",
me decían, mientras una mujer wahabita, cubierta de pies a cabeza, daba
vueltas por la casa y me atendía.

Los secuestradores me han parecido un grupo muy religioso, rezaban
continuamente versos del Corán. Pero el viernes, en el momento de mi
liberación, el que parecía más religioso de todos, uno que se levantaba a
las 5 para rezar, me felicitó increíblemente apretándome fuerte la mano -no
es un comportamiento usual para un fundamentalista islámico-, y añadió: "si
te comportas bien, te marchas ahora mismo". Después, un episodio casi
divertido. Uno de los dos guardianes vino a verme estupefacto porque la tele
mostraba mis retratos colgados en ciudades europeas y hasta en la camiseta
de Totti. Él, que se había declarado tifoso de la Roma, estaba desconcertado
por el hecho de que su jugador favorito -sí, Totti- hubiese saltado al campo
con una camiseta en la que estaba escrito "Liberad a Giuliana".

He vivido en un enclave en el que ya no me quedaban certezas. Me he
encontrado profundamente débil. Me había equivocado en mis certezas. Yo
sostenía que había que ir a contar aquella guerra sucia. Y me encontraba en
la alternativa de estar en el hotel esperando o de terminar secuestrada por
culpa de mi trabajo. "Nosotros no queremos a nadie más", me decían los
secuestradores. Pero yo quería contar el baño de sangre de Faluya a través
de las palabras de los prófugos. Y aquella mañana, los propios prófugos o
alguno de sus líderes, no me escuchaban. Tenía ante mí la prueba puntual de
los análisis sobre la transformación de la sociedad irakí a raíz de la
guerra, y ellos me echaban en cara su verdad: "No queremos a nadie, ¿por qué
no os quedáis en vuestra casa? ¿para qué puede servirnos esta entrevista?".
El efecto colateral peor, la guerra que mata la comunicación, se me
derrumbaba encima. A mí, que he arriesgado todo, desafiando al gobierno
italiano, que no quería que los periodistas llegaran a Irak, y a los
americanos, que no quieren que nuestro trabajo testimonie en qué se ha
convertido el país con la guerra, a pesar de eso que llaman elecciones.
Ahora me pregunto. ¿Es un fracaso este rechazo suyo?

fuente: Il Manifesto
Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti