Por Marcelo Duhalde*
Cuando uno consigue librarse de la persecución, huir del
asesinato, eludir su propia desaparición y llegar a otro país
donde evitar estas posibilidades, que en la dictadura de Videla,
Massera y compañía más que posibilidades eran certezas,
uno
comienza a vivir la nueva situación con un sentimiento de culpa
por estar vivo.
En los exilios, el dolor por las muertes es tan fuerte que
provoca simultáneamente otro dolor, el de estar vivo. Esta
situación genera también una inmensa culpa, si es que se puede
llamar de esa manera: uno llega a pensar que está vivo por
cobardía, por no haber asumido el compromiso y los riesgos de
la misma manera que los compañeros que cayeron.
Pensar que los compañeros caídos fueron los mejores es
inevitable y es probable que sea verdad, si la entrega, por su
decisión, la lealtad al pensamiento y al compromiso son los parámetros
de aplicación. Pero no es menos cierto que el destino quiso que
muchos de los mejores compañeros quedaran vivos, cientos de
ellos conformaron el exilio y a partir de su llegada a los países
de acogida generaron organismos que fueron fundamentales para
que las denuncias de las atrocidades cotidianas que acontecían
en la Argentina fueran escuchadas y que esas acciones
contribuyeran a salvar una cantidad de vidas que no es posible
poner en números.
El accionar de estos organismos fundó el piso de conocimiento
de la realidad argentina en el exterior. A la vez este piso, que
en algunos casos fue muy alto, también provocó un techo dentro
de la Argentina donde pudieron protegerse los organismos de
derechos humanos, los organismos de familiares, los que
individualmente estaban llevando adelante la búsqueda de sus
seres queridos. Las Madres de Plaza de Mayo han dicho más de
una vez, lo mismo que las Abuelas, lo decía Chicha Mariani, que
la denuncia internacional, la denuncia sostenida por los
exiliados y los organismos del exilio había generado una
posibilidad tremenda para poder presionar a un gobierno que no
respondía a presiones y a una Iglesia cómplice que cerraba sus
puertas a los perseguidos, incluso hasta cuando eran miembros de
ella.
Algunos organismos de derechos humanos que se crearon dentro del
país tuvieron que ser trasladados al exterior porque acá su
funcionamiento se hizo imposible. Uno de ellos fue la Comisión
Argentina de Derechos Humanos (Cadhu), que se creó
inmediatamente después del golpe. Dentro de la multiplicidad de
organismos, otro fue el llamado Trabajadores y Sindicalistas de
Argentinos Exiliados (Tysae), desde el cual se hicieron muchísimas
campañas por la libertad de compañeros que estaban en ese
momento presos reconocidos por la dictadura como Alberto
Piccinini, y campañas específicas por Jorge Di Pascuale y por
Oscar Smith, desaparecidos por la dictadura. Esas campañas eran
posibles por la enorme solidaridad de los pueblos que habían
recibido a los exiliados y participaban enviando millares de
telegramas exigiendo la libertad o la aparición, según el
caso, de los dirigentes que se tomaban como bandera para el
reclamo general y la defensa del resto de la población
argentina.
Hubo otros organismos como la Comisión de Familiares de las Víctimas
de la Dictadura (Cosofam), o los innumerables Cospa (Comité de
Solidaridad con el Pueblo Argentino), en casi todos los países.
Se crearon, además, otros específicos como el Comité de
Boicot al Mundial de 1978, cuyo mayor desarrollo fue en Francia,
con la creación de más de 5000 sedes en casi todos los
pueblos, que había sido impulsado por los exiliados y que los
franceses hicieron suyo. Holanda participó de manera muy
decidida en el rechazo al Mundial. Los holandeses,
mayoritariamente, estaban indignados por la asistencia de su
Selección.
También hubo otros, como el Comité Contra la Guerra en el Atlántico
Sur, que se lo denominó de esa manera evitando nombrar Malvinas
o Falkland, para que fuera realmente claro que no se estaba a
favor ni de los ingleses ni de los militares argentinos. Quienes
integraban este comité compartíanel reclamo histórico y justo
de los argentinos sobre las Malvinas, pero se negaban a tomar
partido en una guerra de los militares.
En medio del dolor que provocó el exilio, estas acciones mantenían
viva la relación de compromiso, la pertenencia a la Argentina.
Pero hay que entender que el exilio no es un hecho que empieza y
termina en determinado momento. Muchos han regresado a nuestro
país pero muchos no lo hicieron por distintas razones. Entre
otras, en el exilio se formaron parejas con ciudadanos de los países
que los albergaron, situaciones económicas particulares que no
permitieron a algunos volver, muchos que fueron con hijos, o que
los tuvieron allí, no quisieron someterlos a un nuevo
desarraigo.
Decía que el exilio no es un hecho que tiene una fecha de
finalización porque, aun en los que volvieron, queda el gran
afecto recibido en la mayoría de los casos por los pueblos que
acogieron a los argentinos en su obligada diáspora.
No hay familia que haya experimentado el exilio exenta de
situaciones de extrañamiento: algunos de los que regresaron han
dejado parte de su familia en el extranjero, otros perdieron
familiares, padres, tíos... que fallecieron cuando no estaban,
otros murieron en el exilio y el resto de sus parientes ya no
quiso regresar. No pretendo formular un ranking macabro de
sufrimiento sino rescatar al exilio como situación de dolor,
como una de las consecuencias del terror, del asesinato sistemático
que implementó la dictadura de 1976, y también rescatar la
importancia política que tuvo el exilio para el desarrollo de
la denuncia internacional que colaboró a acorralar a la
dictadura para que, posteriormente, se la pudiera derrocar.
Explicar lo vivido en los largos años del exilio es una tarea
difícil pero necesaria y hay quienes lo pudieron expresar con
enorme claridad. En este sentido, sirvan estas líneas de
homenaje a quienes en el exilio no escatimaron esfuerzos ni
trabajo y muchas veces, en medio de grandes dificultades económicas,
priorizaron el esclarecimiento de los pueblos, de los
gobernantes, de los medios de comunicación de los lugares donde
vivieron. El exilio existió, y continúa existiendo hoy, como
consecuencia de la feroz dictadura que asoló a nuestro país.
Porque como dice el filósofo y poeta español Adolfo Sánchez Vázquez:
Se habla de “exilios dorados”; no serán ciertamente de los
hombres oscuros y sencillos que se vieron forzados a dejar su
tierra por haber sido fieles a su pueblo... El exilio es un
desgarrón que no acaba de desgarrarse, una herida que no
cicatriza... El exiliado vive siempre escindido; de los suyos,
de su tierra, de su pasado...”
* Militante exiliado durante la última dictadura militar.
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