Freud y los piqueteros  

                                                    Por Eduardo Pavlovsky

 

En 1910 Freud, en una de las cinco conferencias que pronunció sobre Introducción al Psicoanálisis en Estados Unidos (Universidad de Clark), explicó al auditorio la concepción de represión con una metáfora. Señaló que si en ese momento de la conferencia, seguida muy atentamente por el auditorio, se levantara de su silla uno de los participantes gritando, diciendo frases obscenas y riéndose a carcajadas, el sector del auditorio más atento a la conferencia le impediría continuar con la batahola y lo llevaría fuera del salón, impidiéndole su entrada a la conferencia nuevamente. Ante la posibilidad de que el iracundo señor “insistiera” en volver al salón, dos o tres participantes del evento permanecerían cercanos a la puerta para impedir una nueva irrupción. 
Con esta metáfora, Freud intentaba aclarar los conceptos de represión y resistencia. Cuando hablamos de “represión” de los piqueteros, ¿de qué hablamos? 
Se trata según las estadísticas del método preferencial elegido por un gran sector de la población para acallar las protestas sociales de los desocupados. La mayoría de la clase media volátil. Estos nuevos sujetos sociales (los piqueteros) se vuelven tan molestos e impertinentes como el señor de la conferencia de Freud y convendría “reprimirlos” para que no sigan alterando el buen orden de la ciudad.
Sobre si conviene reprimirlos o no se centra la gran temática actual. El tema que los medios han llevado casi a la exaltación. ¿Qué pasará el 20? Parece ser la gran preocupación que tiene el Gobierno en estos días. Cuando la clase media en su mayoría “ve” a los piqueteros, queda “capturada” por una molestia insostenible: la de los piqueteros perturbando y subvirtiendo el orden ciudadano.
 Quedan “capturados” en esa imagen. Pero si miramos más atentamente, la protesta de los piqueteros expresa también la Argentina “monstruosa”, la Argentina “deforme”, que necesita ser “reprimida” al inconsciente. 
Los piqueteros son la expresión diaria y visible de los “petisos” sociales, de los niños muertos de hambre por día, de las bocas desdentadas, de las caras de los menores buscando alimentos de la basura, de la falta de higiene, de los daños neurológicos irreparables de un sector de la población que no podrá pensar jamás, por no recibir la alimentación adecuada en sus primeros años, de la promiscuidad y el hacinamiento, de las caras famélicas, de los niños con panza por el raquitismo y el marasmo, de los 1400 niños que entran por día en nuestro país en la indigencia, de los 20.000.000 de pobres y 10.000.000 de indigentes profiriendo gritos horribles de hambre y de necesidades básicas.
 Griterío ensordecedor de desdentados. Todo eso expresan los desocupados. La Argentina “deforme”, la Argentina “monstruosa”, la Argentina de la desigualdad social más importante de Latinoamérica. La Argentina que los piqueteros nos muestran pero no estamos en condición de “ver”. 
Vemos sólo lo manifiesto en la protesta y las molestias causadas, pero tenemos que “reprimir” al otro país monstruoso (nuestra propia monstruosidad). Reprimir en el sentido freudiano. Un piquetero entonces no es sólo un cortador de rutas, es también el 50 por ciento de los niños hambrientos con sus bocas abiertas desdentadas gritando desesperadamente pidiendo pan y tal vez un poco de leche. Los piqueteros “insisten” en la protesta intentando hacer visualizar la Argentina famélica. Esas bocas tienen que permanecer ocultas, tenemos que “reprimirlas”, alejarlas de la conciencia. Pero los piqueteros “insisten” como el inconsciente.
 Hay dos tipos de represión: la que se discute hoy en el Gobierno y en las cúpulas de opinión y en los medios. Es un problema político a resolver.
 Pero la otra represión no es sólo política y ocurre en el aparato psíquico, es aquello que queremos mantener alejado de nuestras buenas conciencias, como el hermano “bobo” que se encerraba en algún cuarto de la familia para que no se viera. Lo monstruoso encerrado en otro lado. Me parece que el Presidente percibe inteligentemente que si “reprimiera”, la “insistencia” sería mayor. Los efectos serían más dañinos. Porque así como el inconsciente insiste, en los actos fallidos y en los sueños, los piqueteros insisten diariamente con sus marchas sin cansancio intentando mostrarnos la otra Argentina.
El problema es la insistencia, no los piqueteros. 
El Presidente tiene una gran virtud: es rápido y sabe del peligro de las “insistencias” y de sus desventajas sociales futuras y quiere prepararse bien, ante la posible “pesadilla” que pueda surgir en un futuro próximo con sus aliados volátiles. 
La clase media no “insiste” como los piqueteros, se metamorfosea siempre con el poder de turno. Siempre ha sido un “como si”. Se mimetiza. Se cansa rápido. No tiene densidad, que es lo que les sobra a los nuevos sujetos sociales con la insistencia militante piquetera. 
El hambre no tiene tácticas moderadas.
El hambre tiene hambre.

 ARTICULO PUBLICADO EN PAGINA 12


 


Vuelve el enano
                                                 Eduardo Aliverti

Es el momento preciso, porque después será no inevitable pero sí peligrosamente tarde para que un grueso de esta sociedad reflexione en torno del enano fascista que le está renaciendo.

La clase media ­ que valga como descripción global y que disculpen sus progres que se sientan afectados ­ comienza a (re)mostrar lo peor de sí frente a un fenómeno social que se le escapa de la comprensión: los piqueteros.
A menos de dos años vista, había un grito de piquete y cacerola, la lucha es una sola, que recibía el ingreso multitudinario hacia Capital de losgrupos del conurbano bonaerense como si se tratase de un Maná conmovedor, caído de la conciencia culposa de la comodidad burguesa afectada.

Estábamos todos de muy mal humor tras el fracaso de los esperpentos inservibles que habíamos creado para dejar atrás a la rata, también confeccionada desde el seno social. Alianza, Megacanje, Chacho, Blindaje, Graciela, el zombie presidencial. 
Un 19 y 20 de diciembre de 2001 confluyeron en el centro de la aldea los ahorristas estafados, los marginales de las afueras, los postergados de los adentros, los tilingos, los profesionales bien pensantes, las amas de casa y los taxistas amantes de Radio 10, los fieritas de las canchas y el rock. 
Todos, en el sentido más abarcador del término, habíamos resuelto que todos, también, éramos los perjudicados por la simbiosis de perversión, corrupción e ineficiencia que se identificaba como proveniente de ³la clase política². Fue el tiempo en que la inmensa mayoría de los periodistas y medios de comunicación se conmovía por la aparición desde el subsuelo indigente de aquellos que habían decidido mostrar su existencia.
Literalmente: su existencia. Hasta entonces, las cifras de pobres y marginados eran sólo eso. La revuelta popular les dio categoría de visualizables. Fueron como las patas en la fuente del 45, con la diferencia de que, esta vez, ni siquiera la mersa aristocrática se animó a condenarlos.
La patética transición del gobierno de Duhalde y los radicales siguió sin dejar demasiado resquicio a la crítica contra la desocupación organizada de los humildes.
A nadie se le ocurría preguntar de qué vivían ni llamar a las radios para cuestionar sus métodos, ni mucho menos objetar los 150 pesos de limosna oficial que recibían. Estaba claro que las cosas pendían de un hilo. Tan claro como el adelantamiento del llamado a elecciones tras los asesinatos de Santillán y Kosteki. La barbarie del sistema alcanzó entonces su pico de exhibición respecto del carácter de sus entrañas y, sobre todo, acerca de contra quiénes se dirige centralmente la bestialidad. 
Fue ése el momento cumbre de la pretendida solidaridad de los sectores medios con los caídos, en el puente y del mapa.

Llegó Kirchner. Y con él, dos episodios. Por un lado, la relativa sorpresa de su discurso con fuerte contenido social, que en algunos casos se vio y ve acompañado de acciones interesantes en la lucha contra la corrupción, la pulseada con las corporaciones de servicios públicos y los gestos contra la impunidad de los militares del Proceso. Por otra parte, era obvio que a un
período de tensión tan prolongado como probablemente inédito le sobrevendría una etapa de reposo natural. La clase media volvió a sus casas, amortiguada por la estabilidad financiera e inflacionaria y el acostumbramiento a la calma después del tornado. En los suburbios del hambre, en cambio, no puede haber más calma que la tensión. Pero ya se sabe que la agenda y las reacciones mediáticas son fijadas por el humor de las franjas medias.
Y ese humor dictamina hoy que la pobre gente que hasta ayer no podía aguantar más haya vuelto a ser un conjunto de vagos de mierda que no quiere trabajar.
Quizá sólo quizá sea conveniente que algunos de los grupos piqueteros revisen sus modos de acción. No figura en ninguna enseñanza histórica la recomendación de ser impopular para la conquista de un objetivo, y en simultáneo no es nada fácil imaginar cómo podrían llamar la atención sobre sus urgencias aquellos que lo perdieron casi todo. Si los poderosos pueden cortar el acceso a un plato de comida o a una vivienda digna, ¿cuál es la autoridad moral para impedirles a los desposeídos que corten el tránsito?
No hay por qué sorprenderse. 

En una sociedad que apoyó a sus militares asesinos y que fue capaz de reelegir a la rata, es coherente que haya tanto miserable dispuesto a creer que el problema no es la miseria sino el alboroto


 ARTICULO PUBLICADO EN "RESUMEN"

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