COMISION DE EXILIADOS ARGENTINOS EN MADRID
Buenos Aires, 21 de marzo de 2004
comunicado de prensa
Por
amor a nuestros niños
Los accionistas de los niños descalzos -sin talento ni belleza ni piedad- piden
bajar la edad para penalizar a los niños. Como si los responsables de la
tragedia y la inseguridad que vive nuestro país fueran esos niños hambrientos
que están sin manos, sin voz y sin futuro.
Ahora que quieren bajar la imputabilidad a cero de los retoños, si pudiesen, o
al vientre de la madre antes de nacer, si pudiesen, porque la ecografía social
ya los diagnosticó pobres y los pobres son genéticamente peligrosos. Los
destinatarios de la Convención de Naciones Unidas sobre Derechos del Niño,
nacida para proteger-alimentar-acariciar al cachorro humano recorre las calles
tirando de sus carritos cargados con los despojos de una felicidad ajena y
descartable.
No estaría mal que todos estuviésemos enterados que los que intentan
ponerle barrotes a los niños fueron los que diseñaron este proyecto de país,
deshonrado por la pobreza, denigrado por el desempleo, indignado por la bronca.
Los que impulsan estas leyes forman parte del engranaje perverso que fabrica
marginados en serie, para despatarrarlos en las periferias del sistema. Soñando
con un territorio cerrado de buenos vecinos, donde no se contamine con el mal de
la miseria: Esos niños hambrientos que el sistema produce y luego busca
exterminar con hambre, con bala o en el mejor de los casos con encierros
tempranos.
Los mentores de estas medidas -los hacedores de leyes duras y penas de acero- no
salieron en otros momentos a alentar rebeliones: cuando la dictadura arrasaba
con la gente, y a paso de ganso prohibía la lectura del Principito. Nadie supo
que se hayan opuesto al modelo de exclusión que dinamitó la producción, el
empleo y los sueños, que amontonó pobres en la intemperie, que puso la ternura
en la cárcel.
Quieren que la vida no valga nada. Una semilla de mijo en un granero. Pero que
vaya sabiendo que la dignidad no se mide por el tamaño de los patrimonios, sino
por aquellos benditos esperanzados que caminan a través de los siglos detrás
de la utopía.