Basta con asomarse a la retrospectiva de León Ferrari para comprender que
se trata de una exposición artística. Allí, el visitante se encuentra
con esculturas, objetos, dibujos, collages, instalaciones, assemblages,
escrituras. Sólo por las condiciones formales y gracias al excelente
montaje, con un planteo museístico actualizado, tal como se ve en los
mejores museos del mundo, se advierte inmediatamente que allí hay formas
y colores, mecanismos y desarrollos estéticos, todo realizado a través
de muchos años –nada menos que durante medio siglo–, con gran oficio,
dedicación y creatividad.
Hace varias décadas que la obra artística de León Ferrari coloca en
primer plano la relación entre poética y política, entre ética y estética.
Y buena parte de su producción se dedica a criticar a la religión católica
como un sistema de control y administración de castigos para conservar el
poder. A través de sus trabajos siempre denunció la tortura y se alzó
contra la policía moral y la confesión religiosa. Su obra denuncia, de
un modo cáustico y creativo, la violencia de Occidente y los mecanismos
que generan esa violencia. La obra de Ferrari, en el plano de la ficción
artística, muestra que la confesión religiosa y el tormento son la trama
y el revés de trama de un mismo proceso histórico y cultural. Su obra
ayuda a comprender que la tradición religiosa restringe la sexualidad a
la noción de “carne” –a las “relaciones carnales”– y que
especifica la noción de persona con la frase “persona humana”,
abriendo la posibilidad de considerar la categoría de personas inhumanas.
Estas son algunas de la puertas de entrada al abismo. Con la “carne”,
con los cuerpos cosificados, sería lícito ejercer todo tipo de
violencias. La obra de Ferrari critica la división binaria entre cuerpo y
alma porque tal escisión no democratiza los cuerpos sino que los demoniza.
El cuerpo pasa a ser pecaminoso si se lo compara con el alma y, por lo
tanto, pasible de castigos que corrijan sus desvíos.
León Ferrari, desde sus esculturas, objetos, dibujos y demás producción
artística, critica la pasión occidental por la crueldad y el crimen. No
cualquiera tiene tal capacidad para denunciar –muchas veces con gran
sentido del humor– a través de la creación de artificios. Ferrari es
un artista que cree en la funcionalidad (esto es, en la utilidad) del
arte. Y en este sentido siempre buscó saltar el cerco y el circuito de
las bellas artes para generar conciencia y para lograr un efecto
fuertemente crítico y transgresor. Varias de sus muestras, como la
presente retrospectiva, consiguen exceder los suplementos culturales y
secciones especializadas, para situarse como noticias de impacto en los
medios.
Los intentos de censura y los actos violentos contra la retrospectiva de
León Ferrari en el Centro Cultural Recoleta no se deben sólo a una
interpretación algo literal de la obra del artista sino también a que se
considera que la muestra es una provocación por parte de las autoridades
de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Los ultraconservadores colocan
esta muestra como un capítulo de una supuesta campaña a la que suman la
Ley de Unión Civil y el proyecto de educación sexual, entre otras
liberalidades escandalosas.
Desde que la ciudad de Buenos Aires logró su autonomía y por lo tanto la
administración de sus recursos, que gestiona con independencia, ha
generado una política cultural, así como una programación de muy buena
calidad. Es decir: realiza una política representativa porque cumple con
el mandato ciudadano.
Si lo que molesta es que la gestión cultural de la ciudad utilice los
recursos públicos para organizar, entre muchas otras exposiciones artísticas,
algunas de tono crítico, bueno sería subir la apuesta para conseguir que
el Estado dejara de mantener, subsidiar y eximir de impuestos al clero, así
las autoridades religiosas podrían sentirse máslibres de emitir
opiniones e invectivas a su costa, evitando producir conflictos de
intereses.
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