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EL CLUB  UNA HISTORIA ARGENTINA

de Norberto Gómez

 

 

Manuel Revuelta

 

No soy crítico literario, sino más bien periodista, algo especializado en temas de política internacional,  pero también en cuestiones políticas y sociales. Mi presencia aquí hoy está relacionada con el hecho de conocer a Tito Gómez y haber coincidido con él en varias redacciones de periódicos y revistas y también en haber vivido algún tiempo en Argentina y a ser testigo curioso e interesado en las muchas vicisitudes que han rodeado su historia.

Quiero aclarar también que, durante mucho tiempo, fui lector asiduo de novelas, pero debo reconocer que, en los últimos años ha disminuido mi capacidad para la lectura novelesca y prácticamente la he reducido, en líneas generales, a materias de historia, de política o de cultura.

El libro de Tito Gómez, El Club Una Historia Argentina fue una de esas excepciones que suelen producirse por razones o circunstancias, aparentemente al menos, de fácil explicación. El hecho es que asistí a una presentación del libro en la FNAC. Debo confesar que escuchando las argumentaciones de los presentadores no me enteré demasiado del contenido del libro. No obstante,  como conocía al autor y además me ha gustado  siempre su prosa en trabajos periodísticos me animé a comprarlo y posteriormente a leerlo sin tener en perspectiva ningún plan para presentarlo. Quiero decir con esto que fue una lectura placentera, no funcional y desde luego ajena a una presentación futura. En un primer momento, el libro me interesó. Además, en algún aspecto, me sorprendió, desde mi subjetividad, lo poco que tenía que ver esa lectura con las cosas que se dijeron  o que yo recordara que se hubiesen dicho en aquella presentación.

Me he referido ya a la prosa de Tito Gómez, a su prosa periodística brillante y a su dominio del lenguaje, El libro me descubrió al autor de una novela que muestra  la garra de un prosista literario  y una poderosa riqueza de léxico. El libro es una narración bajo el signo de un lenguaje en el que predomina un vocabulario específicamente argentino, a veces muy audaz en sus giros y metáforas. Quiero recordar ahora la interpretación parkinsoniana del estilo D’Arienzo en el tango.

Sin embargo, el contenido de esa prosa, dentro de mi limitado conocimiento y mi ignorancia de la nueva literatura argentina, me resulta difícil situar literariamente su genealogía. No se trata del Gálvez de las guerras civiles, ni los libros de Roberto Arlt. Tal vez podría hablarse un poco del Osvaldo Soriano de No habrá más penas ni olvido, pero yo me atrevería a entrever en el interlineado de esa prosa netamente argentina unas resonancias de una cierta literatura española peninsular. Hay en el relato una visión del mundo argentino cargada de un humor negro solanesco, azconiano, hay también una aproximación a los personajes deudora del esperpento, con brochazos rápidos y feroces para volver a una cotidianidad en la que campea el mote –el turco, el ruso, el Tarta, el Profe…- que facilita en el relato esa inmediatez esperpéntica y que hace del libro un producto literario interactivo, culturalmente híbrido, aunque más sesgado, inevitablemente, hacia lo argentino por el peso de lo histórico en el relato, desde 1940 hasta hoy. Con un final o “epiloco”, como escribe el autor, que adolece de un cierre abierto del relato tal vez un poco precipitado.

El título del libro no engaña: se trata de “una historia argentina”, vista a partir de un club social y deportivo, el Glorias de la Patria y tratada, a la manera cinematográfica, más que como una sucesión de play Backs  de tipo tradicional hollywoodiense, un cambio del tiempo unido al presente, un poco a la manera en que el griego Theo Angelopoulos  en laza esos cambios del tiempo con largas panorámicas de ida y vuelta sin abandonar nunca el plano original en las que se entremezclan los personajes del club con brochazos bien seleccionados de la realidad histórica arentina.

Pasando del como se relata a lo que se relata, la ferocidad con que se cuenta la ferocidad de lo que pasa y ha pasado en Argentina, tiene mucho de cura antinacionalista, del “somos argentinos” pasado por el “somos derechos y Humanos” del aun no fallecido general Videla. Evidentemente no es gratuito que todo el relato gire en torno al fallecimiento, velatorio y entierro de un prócer, presidente del Club Glorias de la Patria entrado ya el siglo XXI, desde los finales de la década infame, en el año 1940 a las sucesivas décadas posteriores, en los que la infamia crecería y se extendería en un cruento proceso de metástasis de sangre y corrupción.

La dureza del relato, la ferocidad he utilizado anteriormente, tiene mucho que ver, pienso yo, en que Tito Gómez  tuvo que transterrarse, teniendo siempre presente no solo la memoria de un pasado reciente, sino el acontecer diario de una historia interminable, vivida emocionalmente pero vista desde una cierta lejanía.

No he podido ver, como tenía previsto, la película Luna de Avellaneda, a causa de problemas familiares. El Club social y deportivo tiene mucho de micromundo, de fragmento sociológico de zonas o barrios que en Buenos Aires tenía una extensa tradición proveniente de la inmigración, especialmente italiana. Creo recordar una serie de locales maravillosos de comienzos del siglo XX, con nombres italianos y un cierto sabor anarquista en la calle Cangallo, una paralela a Corrientes, o las cenas los fines de semana en un club deportivo, creo que era Almagro, en el que después se bailaba, precisamente el estilo D’Arienzo. El Club, digo, sobre todo en los años treinta cuarenta del pasado siglo tenía una gran importancia social que pienso hoy ya se está perdiendo, pero su estructura  ha permitido a Tito Gómez hacer una vivisección, una aproximación entomológica tremendamente expresiva de la realidad argentina y su dramático acontecer. Pero la gran virtud del autor ha sido soslayar el gran peligro de la objetividad, esa gran falacia predicada siempre desde los aledaños del poder, sobre todo en el mundo de los medios de comunicación, para irrumpir en la historia con fuertes dosis de mala leche y ese humor negro que, me atrevo a pensar, algo debe a su paso  por estas tierras. Lo que podría verse como una crónica novelada de la historia argentina, adquiere una dimensión literaria de alta calidad.

Aconsejaría, para lectores españoles, un añadido sintético y un poco panfletario de la historia argentina para situarles un poco en aquella compleja realidad  que a mí siempre me ha apasionado y también jodido.

Manuel Revuelta