Tener necesidad de hablar y dificultad para ser
escuchados, soportar dos veces el “por algo habrá sido”, no poder
evitar cruzarse con sus captores y torturadores en la calle, testimoniar
hasta el cansancio, en el país y en el exterior y señalar a los
represores. Los sobrevivientes de los campos clandestinos de la última
dictadura militar atravesaron todas estas situaciones. Algunas fueron
etapas, otras prácticas constantes e ininterrumpidas, como la de señalar
a los represores. En 1984 muchos se nuclearon en la Asociación de Ex
Detenidos Desaparecidos, que la semana pasada cumplió veinte años.
“Hubo muchos sentimientos encontrados. Felicidad de estar juntos y al
mismo tiempo lo terrible que significa el origen de estar juntos”,
resume Adriana Calvo, dirigente del organismo. Calvo, que pasó por varios
campos bonaerenses, repasa las vivencias de los sobrevivientes y señala:
“Seguimos luchando por lo mismo que luchábamos antes de desaparecer”.
–¿Cómo se formó la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos?
–El antecedente de la Asociación fueron los sobrevivientes de El
Vesubio que no bien salieron de la cárcel iniciaron una causa judicial.
Se dieron cuenta de que había una especificidad en los ex detenidos
desaparecidos y convocaron a los sobrevivientes de otros campos. A
mediados de 1984 empezamos a hacer las primeras reuniones y a discutir si
tenía sentido.
–¿Qué era lo que discutían?
–Había ya ocho organismos de derechos humanos y discutíamos si valía
la pena formar uno nuevo o si era mejor integrarnos a alguno de ellos. Nos
dimos cuenta de que hacía falta un organismo de sobrevivientes por muchos
motivos. Uno de ellos, no trivial, era que nosotros mismos necesitábamos
un espacio para compartir experiencias. Era 1984, todavía había alguna
esperanza de que los compañeros estuvieran vivos y era muy doloroso
contar nuestra experiencia a los familiares. La inmensa mayoría había
pasado los años de la dictadura guardando la experiencia para sí y sentíamos
que tampoco teníamos derecho a contarles a los familiares cómo era un
campo de concentración por dentro, cómo era esto de atravesar la muerte.
Las primeras reuniones eran para contarnos, compartir experiencias,
sentimientos, torturas, era donde nos sentíamos con libertad de hablar
porque el otro era un par, podía impresionarse y llorar pero entendía.
–También había desconfianza o reticencia hacia ustedes.
–Ese es otro elemento importante. El doble “por algo habrá sido”:
el “por algo habrá sido” que nos llevaron y el “por algo habrá
sido” que nos liberaron. Fue algo muy duro que tuvimos que soportar pero
que nos obligó a reflexionar. Pudimos elaborar que éste fue uno de los
mandatos de los represores. Así como pudimos elaborar que nuestras
libertades, si bien azarosas en cuanto a quién, no fueron azarosas en
cuanto a que debía haber liberados que contaran el horror. El mandato
para nosotros era “transmitan lo que es un campo, lo que es el horror,
lo que son las torturas” y a la vez los represores transmitían a los
familiares “desconfíen de estos que dejamos libres”. Creemos que
pudimos zafar de ese mandato dando testimonio y desde la lucha, el
recuerdo de la lucha y con voluntad de justicia.
–¿Cuándo se sintieron escuchados por primera vez?
–Durante la dictadura había miedo de enterarse, de saber. No bien me
liberaron, quise contarle con detalles a mi hermano. Yo tenía mucha
necesidad de hablar. El me dijo: “Adriana, no cuentes que te hace
mal”. Sentí que me ponían una mordaza en la boca. A mí no me hacía
mal, a él le hacía mal escuchar. Esa misma frase la habían sufrido casi
todos los compañeros de parte de sus familias y amigos cercanos. Era una
imposibilidad de escuchar, no por mala voluntad, por el terror. Eso se
revirtió más rápido, cuando empezamos a dar testimonios en escuelas
secundarias, en los barrios, sociedades de fomentos. Allí había gran
avidez en escucharnos.
–¿El juicio a las Juntas no fue la primera gran posibilidad de hablar?
–Nosotros somos muy críticos del juicio en aspectos jurídicos. Pero es
cierto que tuvo un gran valor en cuanto a poner a la luz lo que fue el
terrorismo de Estado. Aunque en el juicio se vio que había testigos
buenos y testigos malos, en el sentido de inocentes y culpables.
Recordamos con mucho dolor la forma en que los jueces permitieron que
trataran a los sobrevivientes los abogados defensores de los genocidas y
los propios jueces eran terriblemente estrictos para que nos ciñéramos a
los hechos y nos impedían hacer cualquier juicio de valor. Hay que
acordarse del famoso “pregúntele al imputado”, cuando un defensor le
dijo eso al tribunal refiriéndose a un testigo, a un sobreviviente.
–¿Cuál fue el mayor desafío en estos veinte años?
–Uno de los mayores desafíos fue el de permanecer unidos y organizados
a pesar de que todos éramos militantes de distintas corrientes políticas.
El poner por encima la necesidad de justicia, la memoria de los compañeros,
lo terrible de la experiencia vivida frente a las diferencias. Otro es el
que hablábamos antes: hacerle entender a nuestro pueblo que la teoría de
los dos demonios era perversa y desterrar la idea de que había habido una
guerra. Otro fue el transmitir que la impunidad sólo genera impunidad.
Tuvimos muy claro que, que estos asesinos estuvieran sueltos impedía un
futuro de libertad y de dignidad para la Argentina. Sabíamos en el cuerpo
que esto no era pasado y que estos tipos no sólo sueltos, sino en
actividad, con puestos de mando, no podían sino traer más muerte y más
represión. Lamentablemente se confirmó en tantísimos casos, sin ir más
lejos en el asesinato de Darío y Maxi, donde el segundo jefe de la
Departamental de Lomas era Mario Mijin, torturador de Arana.
–¿Cómo vivieron el período posterior a las leyes de Punto Final y
Obediencia Debida, el sentir que se podían cruzar con los represores?
–Nosotros decimos: “Cruzamos el desierto”. Fue una época terrible,
donde muchos compañeros pensaron que no valía la pena seguir, que no había
nada para hacer. Me acuerdo cuando me enteré que el médico policial
Jorge Bergés lo primero que hizo cuando fue puesto en libertad fue entrar
pateando la puerta al Colegio Médico de Avellaneda buscando a quien le
había quitado la matrícula. Un médico me contó la escena y fue una
sensación tan profunda de soledad e impotencia ante los poderosos y sus cómplices.
Nuestra respuesta fue siempre la rebeldía y la lucha. Inmediatamente
organizamos un juicio ético a Bergés en Quilmes y conseguimos que el
Concejo Deliberante lo declarara persona no grata. El juicio fue realizado
en plena calle con un enorme escenario. Siempre que tengo una imagen de un
recuerdo muy terrible, tengo al lado la imagen de una lucha, de algo
maravilloso como es miles de personas manifestando de un acto de protesta
aun en esas condiciones.
–¿Cuál considera el mayor logro en todos estos años?
–Sin duda la nulidad de las leyes. En eso nos atribuimos toda la
responsabilidad y todos los méritos, hablando no sólo por nosotros sino
por todos los organismos. Creemos que esto es un mérito de la lucha
incansable de todos estos años. De ninguna manera le damos el crédito al
Gobierno, sin desconocer que Néstor Kirchner puso una decisión política
importante, estamos convencidos de que no hubiera tenido la fuerza de
impulsar lo que quizá sentía personalmente si no hubiera habido la
constancia en la lucha que hubo. Nos queda por delante un desafío tanto o
más grande, que es conseguir que los genocidas vayan a la cárcel.
–Y para eso van a tener que volver a testimoniar.
–Para nosotros las causas no son nuestras, de las víctimas, ni de los
familiares, ni de los abogados. Es todo el pueblo el que necesita
justicia, justamente porque la impunidad genera impunidad y en la medida
en que estos tipos no estén en la cárcel es imposible que no haya
gatillo fácil, chicos que se mueren de hambre y viejos que no tienen
jubilación.Tenemos una tarea muy importante en lo personal de dar
testimonio, de identificar a los responsables y los lugares de detención.
Pero nuestro mayor desafío hoy es que los jueces entiendan que esto fue
un aparato armado del Estado. Que hay que castigar las responsabilidades
de los ejecutores, de los cómplices y de los que permitieron y armaron
esta estructura terrorista. Porque no es sólo que vayan todos a la cárcel,
es que seguimos luchando por lo mismo que luchábamos antes de
desaparecer.
–Cuando se conoció el testimonio de Adolfo Scilingo hubo un reclamo...
–...de por qué no habíamos sido escuchados. Pero fue impresionante.
Cuando habló Scilingo, Graciela Daleo estaba en Uruguay exiliada y llamó
por teléfono. Ella misma dijo “los mataron a todos” y yo le dije:
“Graciela, entonces era verdad”. Fue un minuto, un flash, porque ya lo
sabíamos pero muestra que hasta a nosotros nos impactó la voz del
represor.
–Si a ustedes les impactó así, se entiende lo que implicó para el
resto de la sociedad.
–Si para nosotros tuvo un efecto de confirmación, cómo no iba a serlo
para la sociedad. Pero hubo bronca porque sentíamos que era como que no
nos habían creído, que hacía falta la palabra del represor y que la
nuestra no tenía valor. Pero todo eso es cierto, es cierto todo junto. Es
increíble que no se tomara dimensión real de lo que pasó hasta que
ellos lo reconocieron.
–¿Cómo fue festejar estos veinte años?
–Hubo muchos sentimientos encontrados. Una gran emoción y una gran
alegría. Felicidad de estar juntos y al mismo tiempo lo terrible que
significa...
–... estar juntos.
–Exactamente, el porqué estamos juntos, el origen de estar juntos.
–Pero el origen no fue voluntad de ustedes y el permanecer juntos sí.
–Eso es totalmente cierto.
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