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UN BRINDIS COMPAÑERO POR

CHICHO SANCHEZ FERLOSIO

 

Desde hace poco más de dos años, allá por el tórrido verano madrileño del 2001, sabíamos que nuestro entrañable amigo, el poeta, músico y cantautor Chicho Sánchez Ferlosio, atravesaba durísimas dificultades de salud. Me acerqué, así como lo hacían otros compañeros, a visitarle varias veces hasta su casa de la Avenida de Betanzos. Cada encuentro era una reunión magistral con el sencillo sabio de la vida y de las artes que era Chicho. Jamás centró la charla sobre los problemas que le aquejaban. Mantenía una integridad ejemplar ante lesas amenazas , que no eran pocas ni nada temibles. Llenaba aquellas horas con los hallazgos que le producían sus investigaciones curiosas e inquietas que, sin fatiga ni descansos, hacía en el ordenador: laberintos magníficos para que los ciegos pudieran sortearlos en sus pantallas, fórmulas de extensos cálculos matemáticos reducidos a simples esquemas o estructuras móviles  montables para resolver proyectos de futuras viviendas populares, campos de deportes y espacios de recreo y aprendizaje. Era un hombre inventivo, ingenioso, productivo y de una generosidad proverbial. De Chicho bien podría afirmarse que jamás era el Yo sino el Nosotros o más aún, el utópico Ellos, la viga maestra que sostenía su existencia.

 

El 1º de julio pasado, después de mostrar una resistencia encomiable por amor a la vida, falleció en el Hospital de La Paz este formidable artista humano. Tenía 63 años

 

Le conocí en Madrid, en 1970, en una reunión en casa de la entonces pareja que formaban la escritora Lourdes Ortiz y el poeta Jesús Munárriz. Aquella velada muy de musiqueros y recitadores, por vaya a saberse qué oscuros motivos, no quiso cantar. Permanecía silencioso y atento, aunque algo distante y parco de palabras. Pero cuando aquellos alegres camaradas aludieron a Chicho como autor de “Gallo rojo, gallo negro” – canción que coreábamos fervorosamente en Buenos Aires en la década del 60, creyendo que tenía origen en las canciones revolucionarias de la Guerra Civil Española -, insistí, me puse algo insolente y finalmente nos cantó otra balada inolvidable:Josefa García”, cuyos versos escribiera Agustín García Calvo. Luego, nuestros caminos se bifurcaron y cada uno siguió su ruta en busca de ese posible que se agita en nuestros sueños.

Cuando en “retirada” regresé exiliado a España en 1979, nos reencontramos en unas “Jornadas Contra la Tortura”, convocadas en el patio del Conde Duque por asociaciones en defensa de los derechos humanos. Habían transcurrido 10 años. Desde ahí en más, fuimos estrechos amigos con Chicho y con su compañera, Rosa Giménez, con quien formaba un dúo estupendo y cuyas interpretaciones de canciones poéticas y del folclore de diversos pueblos, despertaban emoción y simpatías.

 

Cada tanto, nos reuníamos para algún recital o tertulia de poesía en el bullicioso “Café Manuela”, del barrio de Malasaña, o para presentaciones de mis libros auto-gestionados o las cuidadas publicaciones de Paca Cumpían. Eso sí: antes de “actuar”, era insoslayable someterse a un ensayo riguroso de la actitud y el discurso  que iríamos a sostener.  Era su método afectivo de hacer pulcra la tarea de darse a una audiencia: por respeto al asistente y, especialmente, por respeto al autor de los textos y a nosotros mismos.

 

Ahora, ante su ausencia impronunciable, no somos los únicos que intentamos tejer una red de palabras hermanas frente a su muerte.

 

El lírico Luis Antonio de Villena, escribió: Poeta y personaje de la estirpe del Archipreste de Hito o de François Villon. Vivir y sólo vivir, inteligentemente. Ahí es nada. Los tiempos que corren no eran los suyos, por supuesto”.

 

Y el trovador Javier Krahe: “No puedo dejar de pensar que a Chicho le encantaban los conflictos con la policía, con el Estado y con el Todo. Contra éste se ha estrellado hoy. Nos valió la pena".

 

Y el satírico Moncho Alpuente, reflexivo y adusto: “La vida de Chicho Sánchez Ferlosio fue una fuga constante para escapar de las etiquetas, incluso de las más favorecedoras, como podrían ser las de la fama y la fortuna”.

 

El martes 4 de noviembre, varios colegas de aquellas poéticas convocatorias, nos reuniremos para leer y cantar en su homenaje – para hacer un brindis compañero por Chicho – en ese mismo sitio prosopopéyico que es el “Café Manuela”. Participaremos con el corazón de la memoria abierto de par en par, como a Chicho le hubiera gustado celebrarlo, los poetas Rafael R. COSTA, Inma MARCOS, Antonio BUENO, Poni MICHARVEGAS, Isabel ESCUDERO y Agustín GARCIA CALVO; los músicos Pedro MARINÉ, Mariano MARÍN y Ángel RUIZ. Cerrarán el acto palabra y canción: Francisco CUMPIÁN  y Rosa GIMÉNEZ.

 

“Chicho ya no está”, dirán.  

“Pero su tarea poética y humana, popular y libertaria, pervive”,    contestaremos.

 

Poni MICHARVEGAS

D766NE  

 

 

 

 GALLO ROJO, GALLO NEGRO                          

 

Cuando canta el gallo negro

es que ya se acaba el día.

¡Si cantara el gallo rojo,

otro gallo cantaría!

 

¡Ay! ¡Si es que yo miento

que el cantar que yo canto

lo borre el viento!

¡Ay! Qué desencanto

si me borrara el viento

lo que yo canto!

 

Se encontraron en la arena

los dos gallos frente a frente.

El gallo negro era grande

pero el rojo era valiente.

 

¡Ay! Si es que yo miento

que el cantar que yo canto

lo borre el viento!

¡Ay! Qué desencanto

si me borrara el viento

lo que yo canto!

 

Se miraron cara a cara

y atacó el negro primero.

El gallo rojo es valiente

pero el negro es traicionero

 

¡Ay! ¡Si es que yo miento

que el cantar que yo canto

lo borre el viento!

¡Ay! Qué desencanto

si me borrara el viento

lo que yo canto!

 

Gallo negro, gallo negro,

Gallo negro te lo advierto:

no se rinde el gallo rojo

más que cuando está ya muerto!

 

Letra y música:

Chicho Sánchez Ferlosio.  

(Circa 1960)

   

 

   

La Poesía me despejó el camino.

        Vicente Huidobro

   

 

 

UNO

 

Era un hombre de palabra

era un hombre de la palabra

era un hombre por la palabra

desde la palabra hacia ella

era un hombre con la palabra

para la palabra para la palabra

no estaba encima ni por debajo de ella

era un hombre a la altura de la palabra

sondaba a la palabra que le sondaba a él

cresta altísima de palabra de piedra

abismo insondable del aire de la palabra

la superficie sonora de la palabra

su vastísima extensión sin frontera

érase un hombre a una palabra pegado

érase una palabra superlativa

su encrucijada su enigma su cálculo

su vaticinio inescrutable

sus cantidades mayúsculas

que no remiten ni a cifra ni a letra

era un hombre

palabra

 

DOS

 

Como hermanos que conocíamos

el porvenir de la memoria

y sus campos anegados,

coincidíamos en dos puntos

principales: nadie debería

limitar ni movimiento ni

desplazamientos de nadie.

Hacerlo genera enfermedad.

Y el hombre enferma y con

él, el mundo.

 

Nadie debería ni estimular

ni incrementar la dependencia

de nadie. La dependencia

genera enfermedad. Crece y

crece la demanda. Y los

hombres enferman. Y con

ellos, enferma el mundo.

 


TRES

 

Sabés, Querida Vieja, que uno

de tus batalladores hijos

se ha muerto en Madrid? No lo

mató ninguna guerra sucia

- todas las guerras son sucias -,

aunque también.

Lo mató la guerra pulcra

de este vivir que no lo es.

Es su recuerdo y homenaje,

Mater Dulcissima, decirte

que dio hermosura sin fin,

que enrostró a la sibila

con testa de toro de Guisando,

que intentó la respuesta y

dio en el clavo del amor:

escribió y fue escrito,

cantó y fue cantado.

 

Para el compañero Chicho Sánchez Ferlosio,

quien me enseño que los botines se reparten.

 

Poni MICHARVEGAS

  D657NE / MATRIZ

 

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