*CARLOS CARLSEN, Músico y compositor argentino, falleció el viernes 5 de diciembre  de 2003, en París, a los 59 años.

 

CARLOS CARLSEN:

 

LA GUITARRA DE UN SUEÑO

 

Ni bien entró en mi casa, allá por 1969, en un Buenos Aires más que arremolinado y ventoso de palabras nuevas y flamantes proyectos de cambio, le dije: “Yo vengo por el folclore...”, cosa que le causaba risa cada vez que la rememoraba. Éramos dos tímidos incorregibles y yo, como letrista e intérprete, y él, como instrumentista y compositor, dábamos los primeros pasitos ilusionados en ese mundo feroz y disímil cuando no injusto, que es el de la canción poética y testimonial.

 

Lo que pretendía decirle a Carlos Carlsen – quien hacía sólo unos meses estudiaba guitarra con el maestro Horacio Presti -, era que mi única experiencia consistía en componer canciones a tientas y haberme desgañitado en mi juventud balando cancionero folclórico argentino. Aquel rubito no sabía de qué le estaba yo hablando. Lo intuiría, pero no tenía certeza de cual era el trabajo que yo quería que hiciéramos juntos de allí en adelante. Horacio Presti. ( “Alpataco”, “Cuarteto Cedrón”) acompañaba a la guitarra entonces a la prodigiosa Gugú Lesca y no podría seguir haciéndolo conmigo. “ Es un pibe joven pero de un talento musical brillante. Quiere dejar de laburar como oficinista y dedicarse de lleno a la música”. Con semejante tarjetita de presentación y proviniendo de quien venía, me dispuse a conocer al guitarrista Carlsen.

 

Ni qué decir de la ductilidad que rápidamente nos mostró y puso al servicio de nuestras fantasías: si la poesía leída tenía un alcance restrictivo (acceder a ella implicaba estar previamente alfabetizado), arrancaríamos al poema de los libros, lo haríamos canción, llegaría al pueblo con la misma verdad y la misma belleza. Recuperaríamos la fuerza de la transmisión oral, romperíamos los moldes de la canzoneta ripiosa, del manejo desideologizante que de ellas hacían las compañías discográficas y los monopolios de la industria de la  comunicación. Crearíamos audiencias. Ya lo había entrevisto y no hemos dejado de sostenerlo desde entonces: no queríamos público, queríamos audiencia. No queríamos vender, sino transformar.

 

Actuamos juntos en varios recitales y conciertos y en actos de solidaridad (Sala Theatron, Teatro Kraft, Teatro Payró, Sala La Cebolla, Sindicato de Músicos), y en unas sesiones de domingo a mediodía en cines de barrio (programación que consiguió el cineasta Jorge Cedrón, próximo a los proyectos culturales desarrollados entonces por la Municipalidad de Buenos Aires). No estábamos solos ni habíamos nacido en un repollo. Toda una tradición discursiva nos refrendaba. Muchos compañeros se identificaban con esa nueva forma de expresión cantada rigurosamente escrita que aludía a cuestiones candentes e inmediatas: Nacha Guevara, Dina Rot, Marikena Monti, María Vaner, Gian Franco Pagliaro, Tono Báez, Facundo Cabral, Víctor Heredia o las ramas más pop, Jorge de la Vega, Waxember, Jorge Shusheim. No éramos el tango, aunque lo amabamos. Ni los chingolitos de aires provincianos, aunque aprendimos de ellos. Y menos aún el rock argentino de los transculturados. Eramos un changa-chunga no cartografiado, un sueño fabuloso en ciernes, el espejo opaco de una cultura de reflejo, una expresión lúcida y fresca que pretendíamos formara parte de la revolución.

Carlsen fue el guitarrista y arreglador que me acompañó en la grabación de “Décadas”, mi único long-play, producido por el cabalista Moshe Naim, editor de “Les unes pour los autres”, en París, y gracias a la iniciativa de Paco Ibánez.

 

Corría 1970 y aún estaban calientes los adoquines de calles y patios universitarios de París y alrededores. Con mi kombi VW, bautizada por mis hijos queridos como “Chinomao”, anduvimos para arriba y para abajo con el Carlos, dando conciertos en centros culturales, juntando aportaciones para los republicanos españoles en el exilio, en colegios mayores donde te anunciaban por la mañana, actuabas a la tarde y salías corriendo por la noche para que no te pillara la policía cultural franquista. Y en teatros de bolsillo y festivales: Valencia, Madrid, Barcelona, París, Poitiers, Limoges, Angoulème, La Rochelle, Ginebra, Neuchatel... -

 

Íbamos donde nos llevara la canción, así sin más.

 

En 1971 regresamos en barco a Buenos Aires. Al entrever el bendito puerto azulceleste, Carlsen peló la viola y los dos a dúo, como si fuéramos Gardel y Lusiardo, cantamos hasta acongojarnos “Mi Buenos Aires querido”.

 

Pero no había ni buenos ni aires y ya imperaba el odio.

 

Hacia finales de ese año, junto a Horacio Presti y un entrañable pedazo de mi gran familia, atravesamos Los Andes en tren, invitados para dar recitales en aquella fervorosa Chile de la Unidad Popular y de las tentativas de un socialismo en libertad. Nos esperaba en total plenitud la Nueva Canción Chilena: Isabel y Angel Parra, Víctor Jara, Charo Cofré, Marta Contreras, los Inti Illimani, los Quilapayún y, muy especialmente, Osvaldo Rodríguez, “El Gitano (y “El Payo Grondona”, cómo no!”), que incorporó tres de mis canciones al LP que faenaba e integró como músico a Carlos Carlsen.

 

También participa en la fundación, en diciembre de 1972, de Canto Popular Urbano (CPU), donde 16 músicos, poetas, actores y bailarines nos agrupamos para defender el mensaje libertario de una canción sin compromisos crematísticos. Carlsen era un ácrata inaudito: recelaba de los partidos políticos y de todos los que se atribuyeran la representación de la lucha social. Y eso, hasta allí, nos parecía coherente. Pero quería avanzar pulcramente en su profesionalización y discutíamos: “No hay tiempo para nada, para nadie, no hay tiempo para hacerlo ni bien ni mejor.”

 

Cuando Jorge Sarraute abandona el Cuarteto Cedrón, Tata inivita a Carlsen a integrarse como bajo eléctrico al grupo. Y hacia 1974, el Cuarteto parte hacia Francia, y durante los casi 20 años siguientes, Carlitos tocará el cello y el contrabajo en las innumerables presentaciones y grabaciones del Cuarteto, por incontables ciudades del mundo.

 

En el otoño de 1977, yo ya exiliado, nos reencontramos en París. Los tiempos, entonces, seguían siendo cada vez más negros para la lírica, como lo escribió Bertolt Brecht. “Parecemos ratones, che: todo el día corriendo por los túneles y comiendo queso” (lo decía taxativamente, sin sorna ni ironía: la malaria era grande y los únicos recurso para abrigarse y no morirse de hambre, eran le Metró y los derivados lácteos franceses). Luego, les fue mejor. El Cuarteto Cedrón alcanzó reconocimiento planetario, viajaron mucho y fueron solidarios e hicieron conocer a los grandes poetas rioplatenses: Raúl González Tuñon, Juan Gelman, Cadícamo, Discépolo, Manzi, entre otros.

 

Enfermó seriamente de una lesión en el maxilar derecho, hacia el año 2000. Pero, fiel y consecuentísimo, seguía bebiendo sus vasitos de un tinto rutilante “Côte du Rhône” y pitando hondos los negros “Gauloises”. “Somos fasos, Michar: llama, brasa, humo, ceniza”, me precisó con aquella certeza minimalista que le hacía un hombre de pocas palabras pero de mucha música. Había nacido un 12 de agosto de 1944, en el barrio porteño de Caballito. Se crió en la calle Valle, donde muchacho conoció a la piba mimada que sería su novia y luego, la compañera de toda su vida: Lily Thomas. De ascendencia danesa, Carlos conservaba, sin embargo, rasgos melancólicos como trazados por un narrador ruso de la época de Dostoiewski: “Si estás solo, serás todo tuyo”, decía apoyándose en un dictum atribuido a Leonardo da Vinci.

 

Dibujaba muy bien y pintaba aún mejor. Y a eso se dedicó este último tiempo de abrumadoras convalecencias. Cuando corríamos la coneja en el París de los 70, por las noches y con guantes de lana, en una pieza gélida del Hotel Namur, de la rue Delambre, copiábamos con estilo neoimpresionista tarjetas postales de lugares tópicos de la Ciudad Luz, que para nosotros era una Ciudad  Umbría...) y vendíamos aquellas acuarelas lívidas con paisajes inasibles, a un “côté du bar Select” o del menos pudibundo “La Coupole”, mientras tocábamos y cantábamos pasando la gorra.

 

Esperábamos que llegara nuestro famoso tiempo de vivir. El que, de una manera u otra, finalmente vino. Que tal vez no tuviera el rostro resplandeciente de esa justicia social para todos que seguimos soñando. Un tiempo al que moldeamos con nuevos versos y nuevas músicas, pero que también nos moldeó. Que intentó destrozarnos, pero no lo consigue porque resistimos. Que planeó estratégicamente hacernos desaparecer, y hasta ahora que seguimos siendo memoria, no lo ha conseguido. Tiempo que, cada tanto, nos hace pagar con intenso dolor el duelo de escribir sobre los intentos de nuestros compañeros y amigos, contando brevemente sus vidas intensas, sus pobrezas de hombres inmensamente ricos de un saber, muchachos discretos y persistentes de poderoso talento que nos han dejado huellas creativas imborrables.

 

Carlos Carlsen, “Careseu”, falleció el pasado viernes 5 de diciembre (D815NE), en el Hospital de La Salpetrière, en Paris. Será incinerado el jueves 17 y sus viejos compañeros y amigos oirán tangos y jazz – que era lo que a él le gustaba -, en el Père Lachaise, y en su digno honor y homenaje.

 

Poni MICHARVEGAS

Madrid, D822NE

 

 

Foto tomada en el II FESTIVAL DE LA CANCIÓN IBÉRICA (de izquierda a derecha):

Favio, Zeca Afonso, Miro Casabella, Carlos Carlsen, Poni Micharvegas, Paco Ibañez, María del Mar Bonet. De espaldas las periodistas  Tina Blanco y Mercedes Arancibia. VALENCIA ABRIL 1971