El movimiento de Orgullo Loco nace en Canadá en 1993 al celebrarse el primer Día del Orgullo de Supervivientes de la Psiquiatría. La acción fue una respuesta a los prejuicios hacia las personas psiquiatrizadas que vivían en residencias en un área concreta de Toronto. Por la misma época surgió también en Reino Unido y para finales de la década de los 90, aparecieron movimientos de Orgullo Loco en distintos países del mundo como Australia, Irlanda, Portugal, Brasil, Madagascar, Sudáfrica y Estados Unidos.
En el Estado español se celebró inicialmente, durante tres años, en Asturias, de la mano de la Asociación Hierbabuena, hasta que en 2018 se realizó en varias ciudades del Estado, el año pasado debido a la pandemia realizamos el Orgullo Loco Virtual.
Definimos Orgullo Loco como un movimiento de personas psiquiatrizadas y supervivientes de la psiquiatría, que reivindica, en primer lugar, el fin de un modelo biomédico que cronifica y produce iatrogenia y que tan solo beneficia a la industria farmacéutica. En segundo lugar, exige el fin de la vulneración, en la práctica psiquiátrica, de derechos humanos, derechos fundamentales europeos y derechos constitucionales, cuando realiza ingresos involuntarios, aislamientos, medicalización forzosa y contenciones mecánicas. Finalmente, en tercer lugar, reivindicamos un cambio de paradigma en todo lo relacionado con la «salud mental» en el que la locura no sea tratada de forma coercitiva y en la que podamos aceptar que forma parte de todos los seres humanos.
Insistimos en que a las personas psiquiatrizadas nos torturan en las Unidades de Salud Mental de los hospitales públicos y en los hospitales psiquiátricos privados de todo el Estado español. En ellos nos atan a la cama durante días, lo llaman contenciones mecánicas; nos ingresan involuntariamente; nos imponen aislamientos, encerrándonos en la habitación durante períodos indeterminados, a esto se añade la medicalización a la fuerza, sin consentimiento libre e informado.
Las etiquetas en que basan sus diagnósticos y que nos marcarán de por vida, provienen de un Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, que en los años 80 consideraba la homosexualidad como enfermedad, que aún patologiza a los niños que son demasiado inquietos y etiqueta de Trastorno Límite de Personalidad a las mujeres que muestran secuelas de haber sufrido violencia machista.
Antes o después de que nos hayan impuesto uno o varios diagnósticos, la mayoría de las veces varios, nos medicalizan. La medicación suele convertirse en algo de por vida, sin que antes hayamos tenido una información por la que podamos consentir. Como es lógico, sin información, ¿cómo puede haber consentimiento posible? En consecuencia, nos dan medicamentos que nos causan iatrogenia y efectos secundarios y que en muchas ocasiones no se nos pueden retirar, puesto que nos arriesgaríamos a sufrir una crisis, no por la supuesta enfermedad que padezcamos, sino a causa de la retirada de los fármacos.
Por otro lado, una terrible consecuencia de este sistema es que, una vez diagnosticadas perdemos toda legitimidad. Cualquier cosa que hagamos o digamos, desde ejercer o aspirar a un trabajo, denunciar un abuso o presentar una queja, se verá condicionado por las personas en las que nos han convertido, marcadas por los diagnósticos psiquiátricos, sin credibilidad, solo nos queda tomar medicación y estar calladas.
Para cambiar todo esto se levanta el movimiento del Orgullo Loco que rompe con todo lo anterior, que afirma que no somos enfermas ni discapacitadas, que existe una militancia política frente al modelo hegemónico de psiquiatrización, que generamos nuestras propias redes, nuestros propios grupos de apoyo mutuo donde podemos hablar sin ser juzgadas, donde el soporte es horizontal sin la figura vertical del terapeuta que dice lo que es mejor para nosotras. Como dice la activista en primera persona Grecia Guzmán «Entendemos la locura como transgresión, como disidencia y como resistencia política», nosotras, interpretamos igualmente el activismo, no solo como una forma de organizarnos políticamente para obtener derechos, sino también como una forma de decirle al mundo que nuestra voz es válida.
Durante la pandemia, todas las personas hemos podido notar más que nunca el malestar psíquico, al estar aisladas, encerradas, con mucha incertidumbre económica y vital. Todo esto nos viene a demostrar que el malestar psíquico no es debido a un problema del funcionamiento cerebral, sino que lo causan las circunstancias que estamos viviendo. Pero, en vez aconsejarnos que nos organicemos sindicalmente contra la explotación laboral, las jornadas abusivas y mal pagadas, nos recetan ansiolíticos; en vez de fomentar la lucha por una vivienda digna, nos conducen a terapia. El problema de base es el sistema estructural en el que vivimos, no nuestros cerebros.
Una prueba más es el hecho de que las benzodiacepinas sean la droga más consumida por mujeres debido a sus condiciones de vida marcadas por su género, ya que esta sustancia les permite seguir produciendo, tanto en el trabajo de cuidados, reproductivo, como en el doméstico y en el asalariado; con el agravante de que los psicofármacos también pueden ser recetados por los médicos de atención primaria.
Las alternativas a las prácticas violentas en el sistema de salud mental son varias y sabemos que funcionan porque ya lo hacen en otros estados, como el modelo de diálogo abierto, el hospital sin medicamentos psiquiátricos de Noruega, la recomendación belga de no seguir el DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), los grupos de apoyo mutuo (GAM).
Una alternativa muy interesante son los clubhouse, que todavía no existen en el Estado español, son clubs de sistema de apoyo para las personas psiquiatrizadas, el primer clubhouse fue el de Fountain House, que comenzó cuando algunos pacientes de un hospital psiquiátrico de Nueva York, en 1948, comenzaron a reunirse informalmente como en una especie de club. Los clubhouse dan apoyo laboral, material y de cuidados.
Otra alternativa muy necesaria son las casas de crisis, que consisten en casas abiertas, de ingreso voluntario y habitadas por personas en riesgo de estar hospitalizadas, que necesitan un espacio donde sentirse seguras. Las casas de crisis son lo contrario de las plantas de salud mental. Algunas de estas casas cuentan con trabajadores que son agentes de apoyo mutuo, que han vivido la experiencia de la psiquiatrización en primera persona. En nuestro país existe una iniciativa para crear una casa de crisis en Cataluña llamada Casa Polar.
Finalmente, es fundamental para el Orgullo Loco incidir en la necesidad de que las personas psiquiatrizadas puedan liderar su propia lucha, la cual ha sido y continúa siendo, usurpada por las asociaciones de familiares financiadas por la industria farmacéutica y por el Ministerio de Sanidad, entre otras instituciones. Dichas asociaciones, agrupadas en Salud Mental España, han venido ejerciendo de representantes políticas de las mal llamadas «personas con trastorno mental» durante los treinta y cinco años que lleva en activo, defendiendo muchas veces, durante ese período, medidas coercitivas como el intento de implantación del tratamiento involuntario ambulatorio.
Orgullo Loco, por la defensa de los derechos humanos, por otra concepción de la locura y por un nuevo paradigma respecto al concepto de sufrimiento psíquico, en el que la patologización y el resto de la psiquiatrización sean parte del pasado.
Fátima Masoud
Activista del colectivo Orgullo Loco Madrid
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