Capitalismo patológico

Poner la pandemia en su contexto significa dotarla de dimensión política y de significación de clase; en primer lugar porque la enfermedad es instrumentalizada políticamente por la clase dominante para el control social de masas y para dar cobertura y legitimidad a una reestructuración productiva comandada por ella; en segundo lugar, porque la pandemia no afecta por igual a la población proletarizada que a las facciones gestoras beneficiarias de la actividad económica; no afecta por igual a los barrios ricos o pobres, ni a los países. Es una cuestión eminentemente política, además, porque su gestión ha estado predeterminada por la política de gasto público en sanidad de los últimos años y continúa estándola por la necesidad de la contención del déficit.

Por eso mismo y en la eventual recomposición del espacio de intervención antagonista a que pueda dar origen la reestructuración, hay que contemplar, en primer lugar, el papel que puede desempeñar la inteligencia social del saber-hacer demostrado durante la pandemia por esa subjetividad abnegada y generosa y su proyección práctica, tanto en la atención sanitaria, como en la subsistencia. Romper con el impasse cultural de la izquierda del capital dominante solo será posible mediante la necesaria elaboración teórica de esa conciencia comunitaria puesta en práctica en las situaciones de emergencia y que en el estado de normalidad es sistemáticamente pervertida por las relaciones sociales de producción capitalista. Sacar a la luz el potencial de transformación de esa conciencia práctica comunitaria de la fuerza de trabajo, en el ámbito del trabajo socialmente necesario, es fundamental para que no se disuelva en su recuperación por el capital con el restablecimiento de la normalidad.

La sorpresa y el miedo no explican por sí mismos la pasividad social para dar una respuesta a la pandemia sobre una base que no supusiera la cesión de soberanía y autonomía, como la que se ha puesto de manifiesto. Esa incapacidad tiene que ver con la desactivación social del pacto de bienestar, pero también con el desgaste de las formas de contestación del ciclo de reestructuración de las últimas décadas del siglo veinte y su deriva hacia la expresión simbólica, ritual y mediática que, al fin y al cabo, no es sino una exhibición de la impotencia. Y desde luego también tiene que ver con el progresivo vaciamiento de vínculos comunitarios en la sociedad capitalista avanzada, con la privación de recursos materiales necesarios para la autoprotección física y psicológica que están en manos de las instituciones del estado.

La quiebra cultural de la izquierda del capital viene de atrás; ha sido engendrada en los años pasados dentro del ciclo de reestructuración del capitalismo globalizado en crisis que la pandemia solo ha hecho aparecer de forma palmaria poniendo en cuestión el aparato conceptual y discursivo remanente de otra época. En consecuencia, reconocer la parálisis política, cultural e intelectual de la izquierda es la condición previa para superarla y no limitarla a tematizarla como materia sociológica para alimentar el espectáculo mediático. Y hay que hacerlo, además, (auto)críticamente en el sentido de poner sobre la mesa, junto con los factores que intensifican el proceso de proletarización, los no menos factores objetivos que propician la tendencia a la fragmentación social en base a intereses corporativos (fijos/precarios; discriminaciones salariales hombres/mujeres), identitarios (agregaciones nacionales o de género y transgénero), societarios o grupales (marcas comerciales y emblemas deportivos), ideológicos (religiones y creencias).

A fin de cuentas, la experiencia de los límites de la sociedad del capital es también la experiencia de los límites de sus formas de contestación. Mientras éstas se replieguen a la lógica imperante, sin forzarla, como muestran las reivindicaciones de corte sindical, orientadas a la preservación del estatus de la población asalariada y proletarizada, en general, dentro del marco de la economía del capital y sus medidas correctoras, el destino de la población proletarizada estará unido a la del capital, o sea, irá a remolque de éste, aunque ahora, a diferencia de la fase expansiva de la segunda posguerra mundial, en una dinámica de derrumbe.

Corsino Vela

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