La Leyenda de Karr y Pelo Gris

Pelo Gris llevaba ya cinco años en casa del guarda forestal cuando el propietario de aquel terreno recibió una carta del director del un parque zoológico del extranjero proponiéndole la venta del animal. El guarda quedó desolado, pero nada podía hacer. La venta del ciervo quedó resuelta. Karr supo pronto lo que se tramaba y corrió a instruir a su amigo. El perro estaba afligido ante la idea de perderlo; pero el ciervo aceptó su suerte con calma y no parecía contento ni descontento.

¿Es que piensas dejarte llevar sin resistencia? – Le preguntó Karr.

¿Para qué resistir? –replicó ciervo. Ciertamente prefiero continuar aquí; pero como me han comprado, no tardarán en llevarme.

Karr miró largo rato al ciervo, midiéndolo con los ojos. Se veía que no había alcanzado todavía el límite de su talla; no tenía la cornamenta muy desarrollada, la giba muy alta ni la crin tan espesa como los ciervos adultos, aunque no era menos fuerte que ellos para defender su libertad.

«Ya se ve que has estado siempre cautivo», pensó Karr; pero nada le dijo.

Karr no volvió a ver al ciervo hasta después de medianoche, a la hora en que sabía que Pelo Gris, luego de un sueño, hacía su primera comida.

Haces bien, Pelo Gris, dejándote llevar –le dijo. Serás guardado en un parque grande y gozarás de una vida sin sobresaltos. Lo único triste es que tengas que abandonar el país sin conocer el bosque, ya conoces la divisa de los tuyos: «Los ciervos y el bosque son una misma cosa», y tú no has visto el bosque.

El ciervo apartó la cabeza del trébol que estaba comiendo:

 De haber querido, habría visto el bosque; pero yo no puedo salir del encierro –contestó con su acostumbrada indolencia.

 En efecto, es imposible cuando se tienen las patas tan cortas –dijo Karr.

El ciervo lo miró con el rabillo del ojo. Karr, siendo tan pequeño, saltaba la empalizada varias veces al día. Pero Pelo Gris se aproximó a la cerca, dio un salto y, sin saber cómo, se vio libre.

Karr y Pelo Gris se encaminaron hacia el boque. Era una hermosa noche, iluminada por la Luna; finalizaba el verano; los árboles proyectaban sus grandes sombras. El ciervo caminaba lentamente.

(…) Karr le llevó a la parte del bosque donde crecían enormes abetos, tan juntos que el viento casi no podía penetrar.

Aquí es donde los miembros de tu familia se ponen al abrigo de la tempestad y del frío –dijo Karr. Pasan el invierno al aire libre. Tú te alojarás mejor. Durante el invierno te meterán en un establo, como si fueras un buey.

Pelo Gris no respondió; había detenido el paso y aspiraba con delicia el fuerte aroma resinoso que se desprendía de los pinos.

¿Tienes algo más que enseñarme –dijo al fin o me los has mostrado todo?

Karr le condujo a una gran marisma, donde le mostró los islotes y las laderas abruptas.

Cuando los ciervos son perseguidos, se salvan a través de esta marisma –dijo Karr. No se cómo lo consiguen siendo tan grandes y pesados; pero no se hunden en el limo. Tu no podrías marchar por un terreno tan peligroso; pero, felizmente, no tendrás necesidad de intentarlo, porque a ti no te perseguirán jamás los cazadores.

¿Hemos visto ya todo el bosque? –preguntó.

 Todavía no –respondió Karr.

Y condujo al ciervo hacia el arenal, donde crecían hermosos árboles llenos de hojas: robles, álamos y tilos.

Es aquí donde los de tu raza vienen a comer hojas y cortezas –dijo Karr. Consideran eso como un regalo, pero tu tendrás en el extranjero mejor alimento.

El ciervo contempló con admiración los árboles, que extendían sobre su cabeza sus copas verdes. Y saboreó las hojas de los robles y la corteza de los álamos.

Esto es bueno y amargo –dijo. Es mejor que el trébol.

 Al menos lo habrás probado una vez –dijo el perro.

Más arriba condujo al ciervo junto a un pequeño lago, cuyas aguas dormidas reflejaban las riberas envueltas de ligeras brumas vaporosas. Pelo Gris se detuvo de pronto.

¿Qué es esto? gritó. El no había visto nunca un lago.

Es un lago respondió Karr. Tu gente tiene la costumbre de atravesarlo nadando de una a otra orilla. Tú no sabrás hacerlo, pero podrás darte un baño.

Apenas dijo esto, Karr se echó al agua y se puso a nadar. Pelo Gris permaneció en tierra un buen rato; pero acabó por seguir al perro. Cuando el agua fresca envolvió blandamente su cuerpo, experimentó una voluptuosidad que lo hizo jadear; quería hundir su espalda bajo el agua y se alejó de la orilla; al observar que el agua lo sostenía , se puso a nadar. Nadaba cerca de Karr y parecía en su elemento. Cuando salieron a la otra orilla, Karr le propuso arrojarse al agua nuevamente.

Aún está lejos la mañana objetó el ciervo. Demos otra vuelta por el bosque.

Penetraron otra vez en el bosque. Pronto llegaron a un pequeño claro iluminado por la Luna; la hierba y las flores brillaban bajo el rocío; allí pastoreaban grandes animales. Había un ciervo y varias ciervas, algunos jóvenes y otros más pequeños. Al verlos, se detuvo Pelo Gris. Apenas fijó su mirada en las ciervas y los cervatillos; parecía fascinado ante un ciervo viejo, jefe de la tribu, que ostentaba un bosque de cuernos y un alta giba en sus espaldas; una barba recubierta de largos pelos pendía de su cuello.

¿Quién es aquel? –preguntó Pelo Gris. Su voz temblaba de emoción.

Se llama El Coronado –contestó Karr–, y es pariente tuyo. Tú también tendrás un día, como él, un bosque de cuernos y una crin, y si te quedaras en el bosque conducirías un rebaño como ése dentro de algún tiempo.

Puesto que es de mi familia –añadió Pelo Gris– voy a verlo más de cerca. Yo no había imaginado ver un animal tan soberbio.

Se aproximó hacia el rebaño, pero al punto volvió corriendo hacia Karr, que se había quedado esperándolo bajo un árbol.

¿Acaso no te ha querido recibir? –le preguntó Karr.

Le he dicho que era la primera vez que veía a mis padres y él me ha amenazado con los cuernos.

Has hecho bien retirándote –dijo Karr–. Un joven como tú, que apenas si tiene los primeros cuernos, no puede medir sus fuerzas con los viejos ciervos. Otra habría sido la canción del bosque si él hubiera cedido sin resistencia. ¿Pero esto qué puede importarte a ti, que no te has de quedar en él, porque tienes que vivir en el extranjero?

No había acabado Karr, cuando Pelo Gris le volvió la espalda para marchar al lugar de donde venía. El viejo ciervo se puso ante él y comenzó la lucha. Cruzaban sus cuernos y se embestían con todas sus fuerzas. Pelo Gris retrocedía a lo largo del claro del bosque, sin que al parecer supiera valerse de su fuerza; pero al llegar a los linderos del bosque hundió más firmemente sus patas en el suelo y arqueándose hizo un esfuerzo vigoroso y consiguió rechazar a su adversario. Luchaban en silencio, mientras su viejo rival soplaba y rechinaban sus dientes. De pronto se oyó el ruido de algo que se resquebrajaba. Era una punta que saltaba del bosque de madera del viejo ciervo. Éste retrocedió bruscamente y huyó hacia el bosque.

Karr esperaba a su amigo bajo los árboles.

Ahora ya has visto lo que hay en el bosque –díjole a Pelo Gris. ¿Quieres que volvamos a casa?

Si, ya es hora respondió el ciervo.

Caminaron en silencio. Karr suspiró varias veces, como víctima de una decepción; Pelo Gris marchaba con la cabeza alta, contento de su aventura. Avanzó hacia su encierro sin vacilación; pero al llegar se detuvo. Recorría con su mirada el estrecho lugar donde había vivido, fijábase en el suelo tantas veces pisado, en el heno pasado, en el pequeño abrevadero y en el sombrío rincón donde había dormido.

Los ciervos y el bosque son una misma cosa. Gritó. Y tras esto, echó atrás su cabeza y huyó precipitadamente al bosque.

Selma Lagerloff

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