Autogestión de la vida cotidiana y culturas populares

Desde hace años estamos empeñados en trabajar las culturas populares como formas de hacer / pensar / sentir nuestro trabajo para la autogestión de la vida cotidiana. Frente a la sociedad del espectáculo en la que vivimos, podemos decir que las culturas populares son el último paraguas que resiste con coherencia a la globalización. Gran parte del movimiento alternativo anti­globalización se ha globalizado y se ha convertido en una alternativa que juega en este mismo plano, utilizando muchas de sus lógicas y principios; corriendo el peligro de olvidar -parafraseando a Boaventura de Sousa SANTOS (2007)- que la resistencia a la opresión es una tarea cotidiana, protagonizada por gente anónima, fuera de la atención mediática…

Mientras la cultura de masas se «apropia» de elementos de las culturas populares hasta aculturizarlas y alienarlas, etiquetándolas de «popular» y convirtiéndolas en «producto-tipo» a consumir, las culturas populares trabajan desde y con las culturas populares, a veces, tomando también medios/formatos «de» la cultura de masas como herramientas de dinamización y transformación, rompiendo así el monopolio de los medios en manos de los poderes estatales y del Mercado y dando un uso diferente a esos medios.

La estrategia del Estado y el Mercado es poner en el centro de interés los contenidos (lo inamovible, el ser, una identidad, la etiqueta que da nombre) en vez de la gente (el estar, la interacción, las relaciones). Para poner en el centro de interés a las personas tenemos que trabajar con y desde ellas; a estas formas de trabajo las hemos llamado ilusionismo social (para profundizar, ver Javier ENCINA, Mª Ángeles ÁVILA y Ainhoa EZEIZA, 2017), que surge de la mezcla de las teorías de participación y las culturas populares en los tiempos y espacios cotidianos, moviéndonos desde la seguridad de lo posible (los límites que nos ponen y nos ponemos en nuestra vida) hacia la esperanza de lo imposible (lo que deseamos y nos parece que no se puede alcanzar), mediante la autogestión de la vida cotidiana que nos acerca a esos imposibles; todo esto sin poder separar el pensar y el sentir, la acción y el conocimiento.

Tenemos que trabajar con la gente para que sea la protagonista de su propia vida cotidiana, para que la autogestione y a partir de ahí, vaya construyendo cómo quiere que sea su barrio, su pueblo, su comunidad, de forma dialéctica: proponiendo, debatiendo colectivamente y llevando a cabo desde el disenso, en grupos y con procesos de ayuda mutua, las diversas propuestas decididas (para profundizar, ver Javier ENCINA, Mª Ángeles ÁVILA y otr@s, 2018). Para ir construyendo la autogestión colectiva -que pasa obligatoriamente por el desempoderamiento, la dejación de nuestros poderes, esos que tod@s tenemos en ciertas situaciones- es necesaria:

En primer lugar la resistencia a la colonización, al control de nuestra vida cotidiana por parte del Mercado, del Estado y otras instituciones sociales.

En segundo lugar, la ruptura creativa que dé lugar a nuevas propuestas que provoquen el juntarnos con otra gente (creando identificaciones colectivas).

En tercer lugar cauces de participación que se adapten tanto a la forma convocatoria (reuniones y asambleas) como a la forma encuentro (que se da en los espacios y tiempos cotidianos).

Cualquier transformación en lo local debe partir desde los espacios y los tiempos de la cotidianidad; que son donde nacen los miedos, las certezas y las alegrías de ser diferentes al ideal construido por la cultura de masas; estos tiempos y espacios cotidianos dan la oportunidad de participar en una diversidad de situaciones que permiten el cambio individual, y que facilitan la transformación desde lo colectivo.

Algunas características que ayudan a la autogestión de la vida cotidiana desde las culturas populares serían las siguientes:

Las culturas populares son fruto de la complejidad, de lo que está tejido junto desde el disenso, de forma imperfecta, incompleta, incierta e inacabada.

En la vida cotidiana se entrelazan la cultura de masas, la cultura oficial, las culturas alternativas y las culturas populares. Sus cosmovisiones reflejan, al mismo tiempo, el rechazo y la aceptación de las culturas oficial y de masas. Este equilibrio inestable puede provocar su desaparición o absorción por parte de estas últimas. Además, no hay que olvidar que las culturas populares entrelazan las corrientes estructurales de etnia, clase social y culturas del trabajo, género y edad; y este entrelazar las enriquece y diversifica, siempre que el «hilo gordo» de ese entrelazar sea el de las culturas populares.

Es desde lo cultural, los saberes y formas de hacer cotidianos de los cultivos sociales y no desde lo político, estructuras, redes y dinámicas sociales de poder, desde donde se abren las oportunidades de transformar las cosas. Como plantea Ángel CALLE (2008:40) «Propongo un nombre: cultivos sociales. Los cultivos sociales serían redes que se orientan, explícita y fundamentalmente, a la generación de espacios y relaciones con los que satisfacer, lo más directamente posible, un conjunto de necesidades básicas. Los cultivos sociales son micro-sociedades, embriones de nuevas formas de vida». Estas formas de vida entrelazan, desde lo cultural, los ámbitos económico y político, construyendo cosmovisiones que, desde la complejidad, abren puertas a los problemas cotidianos.

La creación por repetición en la cotidianidad: «La aventura incierta de la humanidad es una repetición dentro de su esfera de la aventura incierta del cosmos, que nació de un accidente impensable para nosotros y que prosigue en un devenir de creaciones y de destrucciones» Edgar MORIN (2001:100). Lo cotidiano parece que es siempre igual, parece rutinario, pero en realidad no es así, no se habla de lo mismo siempre, se potencian cosas que se hablaron otros días, la comida también cambia… es una repetición que te puede hacer crear cosas nuevas. Se va innovando sobre lo ya creado, entrelazando así vivencias y aprendizajes del pasado para dar respuesta a las nuevas situaciones del presente.

Las formas de relación son más importantes que los contenidos. Los contenidos son excusas para juntarse, pero son las formas de relación las que definen las culturas populares, y por ello son tan importantes los cuidados, la libertad, la construcción colectiva, la confianza, la interdependencia y autonomía, la alegría, el decrecimiento y la esperanza, que son los pilares del desempoderamiento (para profundizar en torno al desempoderamiento y sus pilares, ver Javier ENCINA y Mª Ángeles ÁVILA, 2017).

La capacidad de adaptación para movernos de la seguridad de lo posible a la esperanza de lo imposible; esta es la posición reversiva de las culturas populares (sí, pero no), que es diferente de la subversiva (lo alternativo) y de las posiciones conversa y perversa (características del Estado y del Mercado).

Desempoderamiento, libertad y dignidad. Hablar de procesos de autogestión colectiva de la vida cotidiana con las culturas populares desde la base de la libertad es construir procesos de desempoderamiento a todos los niveles. En las culturas populares encontramos formas de resistencia a través de los cuerpos frente a la propiedad y en defensa de la libertad colectiva (ej: yamakasi, deporte sin consumir, lazos de solidaridad secretamente compartidos…).

Las economías populares, con sus alógicas de reproducción ampliada de la vida cotidiana y sus sujetos (cultivos sociales, familia, amistades…).

Las alógicas de la oralidad, de las culturas populares, caminan en la espiral de encontrar en el pasado formas de vida que nos ayuden a comprendernos en nuestro presente, posibilitándonos la reproducción ampliada de la vida cotidiana desde la que podamos construir nuevas cosmovisiones que nos ayuden a transformar el futuro próximo, sin renunciar a la vida (pasada, presente y futura); posibilitando así, la autogestión de la vida cotidiana.

Son las culturas populares las que tienen capacidad de transformar: la diversidad y la horizontalidad, unidas a la capacidad de adaptación, de resistencia y del disfrute de la vida cotidiana, son potenciales generadores de procesos comunitarios de transformación. Las culturas populares recuperan y revitalizan saberes colectivos que, junto a los intercambios, trueques espontáneos, cultivos sociales, apoyos mutuos, vínculos afectivos, desaprendizajes y apertura a nuevos aprendizajes…, constituyen una fuente inagotable de conocimiento.

No podemos hablar de las culturas populares en singular, porque no hay una cultura popular, sino muchas y diversas culturas populares. Como bien dice Jesús MARTÍN-BARBERO (2007:86), «lo popular no es homogéneo, y es necesario estudiarlo en el ambiguo y conflictivo proceso en que se produce y emerge hoy». Así, lo que podemos decir es que existen unas propiedades diferenciadoras, particularidades, peculiaridades, características, en definitiva, que nos acercan a las culturas populares como una forma de entender, sentir y hacer las cosas.

Además, es importante tener en cuenta los liderazgos situacionales; abrir frente a la esclerotización que significa el reconocer a ciertos líderes como L@S LÍDERES para todo. El Estado y el Mercado compran el poder, sustituyen lo colectivo por líderes, tachan de vulgar lo popular, aparcan lo cultural a un orden inferior en un ataque certero al corazón y a la estima de los grupos, paralizando, minando, desintegrando… las culturas populares, institucionalizando cualquier intento de transformación desde «abajo». Como apunta Raúl ZIBECHI (2008:110) «la permanente búsqueda por instituir organizaciones, por estructurar los espacios sociales de los de abajo, no ha hecho más que limitar las aristas más subversivas de ese mundo, al pretender «normalizarlo». Es en ese sentido que sostengo que hemos ido en la misma dirección que el capitalismo».

Todos somos líderes en determinados espacios y tiempos cotidianos. Reconocer y animar los liderazgos situacionales es reconocer la importancia que tiene cada una de las tareas en el proceso: la cultura, la elaboración de la comida, la representación política, la comunicación, no hay tareas «secundarias o de apoyo». Los procesos sociales los conforman personas que necesitan vida y satisfacción en el proceso, y se caracterizan por su potencialidad para abrir espacios de transformación social.

A menudo las culturas populares son catalogadas de pasivas y apáticas cuando no acuden a los llamamientos en formato convocatoria de las organizaciones (políticas, sindicales, sociales…). Sin embargo, las culturas populares se mueven con otras formas de relación, y por lo tanto, las formas de participar también son distintas.

Raúl ZIBECHI (2008) sitúa varias características para que los espacios sean espacios de participación, en los que los sectores populares producen su vida, sobrepasando a las grandes organizaciones burocráticas y jugando un papel destacado en las movilizaciones, y estas son:

Espacios horizontales hacia la autogestión colectiva y la no dependencia, sin jerarquías, sin dirigentes: «entre todos… todo».

Espacios de diálogos constantes, intercambios, interacciones, interrupciones… en un clima cercano y de aparente desorden.

Espacios flexibles, cambiantes, autónomos, rebeldes, creativos, integrales e integradores de la diversidad, polifuncionales, sin estructuras fijas y separadas de la vida cotidiana, sin formas estables y consolidadas de división del trabajo.

Espacios que se despliegan de adentro hacia afuera, desde lo que ya existe en el mundo popular, evitando así la vida cotidiana reducida al espectáculo…

Espacios potenciadores de la capacidad de hacer de los oprimidos, espacios-grietas abiertos por la resistencia de los oprimidos en el sistema hegemónico, espacios autónomos.

La participación no es el votar ni el simple acto de vivir, esto no es suficiente para romper los estados de zoombismo social (mitad ojos de cámara/mitad muerte social: que no ve más allá de sus oídos), para ello hay que poner en valor el trabajo colectivo. La apelación al nosotr@s es la que intenta ser eliminada por la sociedad de consumo mediante la simplificación, la manipulación y la personalización, buscando la identificación de los individuos con los modelos de la cultura de masas donde el nosotr@s (construido colectivamente) pasa a ser un yo socializado (utilizando la familia como catalizador), o sea un individuo que al mismo tiempo que se siente único se reconoce (a través del consumo) como miembro de los no excluid@s socialmente. Es por eliminar este nosotr@s por lo que la tecnocracia abandona el discurso ideológico, y abandera el ideal científico-técnico que promete como horizonte la liberación del individuo; arropado por la cultura de masas, que hace trascender lo cotidiano de forma desestructurada y vertical. Frente a esto, cuando lo cotidiano trasciende a través de sus propios cultivos sociales y su forma de apropiación es horizontal, nos encontramos con las culturas populares y sus formas ambivalentes y descentradas de construcciones alternativas.

Nuestra acción no debe centrarse en la toma del poder (ya sea de forma en que una vanguardia promueve la insurrección, o en que una vanguardia organiza un partido y gana las elecciones), ni en el empoderamiento (que al fin y al cabo es una toma de poder, habitualmente en el marco de las lógicas dominantes); sino en la autogestión colectiva del poder con el horizonte utópico de su disolución. La autogestión nos cambia la mirada desde la toma del poder al poder hacer, lo que implica saberes, habilidades y quereres. Además, siempre hace referencia a una dimensión colectiva que parte del flujo social, del hacer/pensar/sentir de otr@s y con otr@s, flujo que generan culturas populares.

Por muchos lugares pasaba la historia.
Ya cada palabra era una duda
y elegir la clave de cada conciencia.
Y a ti, tan pequeña y resumen del mundo,
todo te tenía que arder cuando viste
moros en las costas de cada palabra.

Por muchos lugares pasaba la historia.
El mundo era un vasto sembrado de huesos
y las hortalizas un día crecieron
nutridas del jugo vital de los cuerpos.
Y supe que escombros regados por tierra
pueden fecundarle mañana la entraña.

Por eso no es raro que muchos no entiendan,
pues muchos supimos de los mismos rumbos.
Por eso no es raro que nadie domine
las riendas de todos sus mundos.

Silvio Rodríguez (1968)

Javier Encina y Ainhoa Ezeiza

Bibliografía

Ángel CALLE (2008) (Nuevos) Cultivos sociales. Cuchará’ y paso atrá’ nº 18. Sevilla.

Javier ENCINA y Mª Ángeles ÁVILA (2017) El desempoderamiento. Viviendo la construcción de un nuevo mundo sin poder. En Javier Encina y Ainhoa Ezeiza (coord.) Sin poder. Construyendo colectivamente la autogestión de la vida cotidiana, pp. 21-106. Ed. Volapük. Guadalajara.

Javier ENCINA, Mª Ángeles ÁVILA y Ainhoa EZEIZA (2017) Haciendo/pensando/sintiendo formas de autogestión desde el ilusionismo social. En Javier Encina, Ainhoa Ezeiza y Sandra Viviana Sánchez (coord.) Autogestión, autonomía e interdependencia, pp. 231-260. Ed. Volapük. Guadalajara.

Javier ENCINA, Mª Ángeles ÁVILA y otr@s (2018) Participando con y desde la gente. Algo más que una introducción. En Javier Encina, Ainhoa Ezeiza y Emiliano Urteaga (coord.) Educación sin propiedad, pp. 501-523. Ed. Volapük. Guadalajara.

Jesús MARTÍN-BARBERO (2007) Desafíos de lo popular a la razón dualista. Cuchará’ y paso atrá’ nº 17. Ed. Atrapasueños. Sevilla.

Edgar MORIN (2001) Los sietes saberes necesarios para la educación del futuro. Ed. Paidós. Barcelona.

Boaventura de Sousa SANTOS (2007) Democratizar la Democracia (una introducción). Cuchará’ y paso atrá’ nº 15. Ed. Atrapasueños. Sevilla.

Raúl ZIBECHI (2008) Espacios, territorios y regiones: la creatividad social de los nuevos movimientos sociales en América Latina. Cuchará’ y paso atrá’ nº 18. Ed. Atrapasueños. Sevilla.

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