BREVE DIAGNÓSTICO DEL ENTORNO ASAMBLEARIO

A la hora de realizar un diagnóstico sobre la realidad de los espacios asamblearios más próximos, me veo en la necesidad de hacer un par de aclaraciones. Este escrito está basado en experiencias propias vividas en diferentes grupos en los que he militado. Entiendo estos como colectivos que se reúnen en asamblea y que no forman parte de estructuras de partidos ni sindicatos. Dentro de estos, podemos encontrar diferentes discursos; me referiré en concreto a los que tienen un discurso más anticapitalista y radical, ya que son los que mejor conozco. Suelen tener un carácter abierto (dentro de unos parámetros y perfiles no muy definidos, puede participar cualquiera) y su órgano decisorio es la asamblea horizontal. Tratan diferentes temas y con diversas perspectivas y los más conocidos serían los gaztetxes/gazte asanbladas en el ámbito juvenil o las radios libres en la contrainformación.

Dicho esto, es innegable que el movimiento popular en general y los colectivos asamblearios en concreto no gozan de buena salud. Proyectos colectivos referenciales han desaparecido y aunque otros hayan surgido, en muchos la participación es escasa. Esta realidad se ve reflejada en la calle, y como las dos van de la mano, esta última cada vez está menos viva en lo que a la lucha se refiere. En pocos años y sin saber cómo ni cuándo, nos percatamos de que aunque sigamos resistiendo, a muchxs cada vez nos cuesta más. Ante esta situación, es necesario abrir espacios de reflexión y debate, pasar de la resistencia a la creación, proponer alternativas a los tiempos que corren o por lo menos líneas de fuga que asomen un poco de luz.

En este sentido existen 2 acontecimientos destacables que han generado cambios en pocos años. Por una parte se está dando un cambio de cultura política. Y es que teniendo en cuenta el peso que la Izquierda Abertzale ha tenido en el ámbito de la lucha en EH, el fin de la lucha armada y el cambio de estrategia han tenido un efecto de destensionamiento en las calles. Aún sin ser el único factor (en Euskal Herria el 15M lo vivimos más como espectadores y como un movimiento que marcó la política del estado), ha marcado en diferentes formas nuestros espacios políticos (por ejemplo a nivel represivo). Esto ha tenido influencia en la cultura del movimiento popular y muchos colectivos que la componemos. Si uno de nuestros objetivos es incidir en la sociedad, es lógico que los cambios que en esta se dan repercutan en nuestras formas de pensar y hacer. Es difícil saber dónde termina una y donde empieza la otra, ni siquiera si tienen características propias que las definan, pero sí existen fenómenos que dan cuerpo a estas culturas diferentes: cambios en el nivel de confrontación en movilizaciones (de manifestaciones ilegales que terminan en disturbios a otras legales y silenciosas), en las formas de acción directa y la percepción de éstas por parte de la población (de la kale borroka a la desobediencia civil), en las formas de conseguir las reivindicaciones (de okupar casas a pactar con las instituciones) e incluso en los modelos de militancia (de uno rígido a otro más flexible). Sin entrar a valorar cúal es el más adecuado y considerando que cada situación requiere diferentes respuestas, es necesaria una «cultura de culturas», es decir, conocer las diferentes formas de hacer, para tenerlas disponibles en un futuro inmediato, siendo conscientes de las contradicciones de cada una y poder utilizarlas sin complejos y con perspectiva.

Otro de los acontecimientos sucedido en poco más de 10 años, ha sido la irrupción de nuevas tecnologías que han producido profundas modificaciones en nuestra forma de relacionarnos y comunicarnos. Las más destacables son las redes sociales y las tecnologías asociadas a éstas (móviles). Cada vez nos comunicamos más de forma virtual mediante soportes que necesitan estar «on line» que de una forma más directa y real, dando como resultado un abandono de la vida en la calle, en este caso como espacio de conflicto en detrimento de contenidos críticos en las redes sociales. Cabe preguntarse si deben utilizarse estos espacios «virtuales» para poder desplazar las luchas y la gente a los espacios más «reales». Lo mínimo que deberíamos hacer es un uso crítico de estos, ya que aunque en ciertos momentos pueden ayudarnos en nuestros objetivos (hacer llegar mensajes simultáneamente a diferentes sectores de la población, accesibilidad, etc.) tienen aspectos negativos a tener en cuenta (la saturación de información en la nube de datos, confundir el «me gusta» con el compromiso, la propiedad de empresas privadas y uso de nuestros datos, coste ecológico, etc.). La clave puede estar en identificar y si son asumibles los costes que puede suponer su uso. El utilizarlos (muchas veces por inercia) puede dejar de lado formas que llevan implícitos otros contenidos pero con costes personales / económicos / represivos más altos (una pintada en la calle tiene un contenido de desobediencia pero es ilegal). El no utilizarlos puede llevarnos (paradójicamente) a la invisibilidad (si no estas en google, no existes). A medida que las formas de enviar y recibir mensajes van cambiando, debemos saber adaptarnos, combinando según el caso, formas no tan tecnologizadas con las más recientes.

Aceptando que tanto nuestros colectivos como la sociedad no gozamos de buena salud, es lógico preguntarse ¿por dónde empezamos a recuperarnos?

Lo primero sería la militancia y su imaginario. Y es que partiendo de una sociedad cada vez más individualista y perdida en valores (como compromiso y solidaridad), la percepción que se tiene de la persona organizada y su actividad hay que situarla en una resignación generalizada (el sistema ha vencido y nada se puede hacer) y dentro de un sistema de consumo / bienestar (la situación podía ser peor y mi tiempo lo invierto en otras cosas). En este contexto, la figura de la persona activa y organizada está cada vez más devaluada, es poco atractiva y está alejada del día a día de la gente. Esta distancia puede generarse desde ambos lados: a un lado, la imagen que desde la militancia muchas veces proyectamos hacia los demás (siempre en contra, resistiendo en vez de creando) y por nuestra forma de hacer (falta de cercanía y pedagogía); al otro lado, el inmovilismo de la gente en general. Es necesario acortar esa distancia, rompiendo nuestra burbuja que nos aísla de las diferentes realidades de la gente, preguntándonos cómo nos ven y sienten a militantes y colectivos, qué imagen proyectamos / reciben y qué podemos hacer para acercarnos y cambiarlo.

Lo segundo que deberíamos cuidar es el sentido comunitario tanto entre personas / grupos organizados como no organizados, aliándonos en vez de aislarnos. Y es que a medida que el tejido social se va perdiendo, es vital recuperar / crear una comunidad que cuide de todos sus componentes (organizadxs o no) ante cualquier conflicto y agresión (tanto interna como externa) y proteja el bienestar común. Parece que cada vez nos sentimos menos parte de ella. Entre los colectivos que somos parte, muchas veces no prestamos atención a otras luchas con las que nos podemos aliar, cerrándonos puertas a otros sectores de la población que también están sometidas e invisibilizadas (personas mayores, inmigrantes, presxs, paradxs, mujeres, enfermxs…) ¿Cómo generar ese tejido social, una comunidad fuerte que pueda responder con efectividad a los ataques que pueda sufrir? Crear alianzas puntuales para responder a situaciones concretas puede ser una forma, y aunque no tengan un discurso radical como el nuestro, buscando puntos en común, cada uno con su forma de hacer (por ejemplo ofrecer a la escuela del barrio el gaztetxe como espacio, aunque no estemos para nada de acuerdo con el sistema educativo actual) y sin renunciar al nuestro.

Estar dispuestxs a conocernos y trabajar conjuntamente con otros sectores de alrededor puede generar nuevas redes o reforzar nuestra comunidad (por ejemplo comprando a los productores de alrededor lo que se vaya a consumir en una comida popular, priorizando la alianza al coste económico), evitando el aislamiento y guetización y no perdiendo la percepción de la realidad más cercana. En este sentido, es necesario crear espacios de encuentro, tanto físicos (locales para desarrollar actividades) como no-físicos (actividades conjuntas) en el que nos podamos encontrar e interaccionar. Espacios comunes abiertos y no excluyentes, que inviten a participar / aportar pero que mantengan un discurso en el fondo (y no solo en la apariencia) radical, como puede ser una casa ocupada para familias desahuciadas que con el tiempo sea una vivienda comunitaria o una ocupación de tierras para cultivo para desempleadxs que pueda derivar en una cooperativa autogestionada.

Por último deberíamos de cuidar la asamblea, ese órgano que muchas veces idealizamos y creemos que de forma espontánea será un espacio equilibrado, sin relaciones de poder y horizontal. Y es que aunque cada asamblea tenga su propia identidad, hay problemas que se arrastran en muchas de ellas. Las inercias productivistas, dentro de la lógica del «tener que hacer» no dejan espacios para el debate y la reflexión para poder desarrollar un discurso propio. Diferentes niveles de compromiso y formas insanas de relacionarnos crean desequilibrios que repercuten en el debate y en la toma de decisiones, «quemando» a la gente y rompiendo la cohesión y motivación del grupo. Es de vital importancia que estas y otras cuestiones habituales sean tratadas con el tiempo que se merecen, reconocer sin complejos los límites (a veces estar todxs de acuerdo no es posible) y contradicciones (es horizontal pero con mucha gente puede no ser efectivo) de nuestras asambleas para poder gestionarlas y llevar a primera linea algo que el movimiento feminista ha contribuido a visibilizar como son la comunicación y gestión de las emociones desde el cuidado de las personas y el grupo.

En muchos casos hacemos autocrítica para mejorar, pero pocas veces saboreamos las pequeñas victorias (aunque a veces se limiten a existir / resistir) y poder avanzar sobre ellas. Para algunxs el camino es un callejón sin salida que se va estrechando y para otrxs es inevitable tener esperanza y ser optimistas. El panorama no es nada alentador, pero como el camino se hace paso a paso, yo soy de los optimistas.

Kepa Aurtenetxe

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