CONTRA EL FUNDAMENTALISMO CIENTÍFICO

1. Planteando el problema

La Ciencia está siendo utilizada como fuente supuestamente “objetiva” de conocimiento y producción de “verdad”, constituyéndose en un mecanismo de poder cuya fuerza y efectividad radica precisamente en que no es percibido como tal:


“Es precisamente esa pretensión de la ciencia de constituirse en metadiscurso verdadero por encima de las ideologías, saberes y opiniones particulares, lo que la constituye como ideología dominante […] su capacidad de persuadirnos de que no estamos siendo persuadidos, es precisamente esa mentira verdadera de la ciencia la que hace de ella la forma más potente de ideología en nuestros días: la ideología científica”[[LIZCANO, E. “Ciencia e Ideología”, en Diccionario crítico de Ciencias Sociales, Madrid y México, Editorial Plaza y Valdés, 2009. (http://www.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/C/ciencia_ideologia.htm).]].

La interacción entre este mecanismo totalitario -que hace pasar una determinada construcción de la realidad por la realidad misma- y la Bioética, esa nueva ciencia que se presenta a sí misma como interdisciplinar y se adjudica la función de decidir hasta dónde debe dejarse actuar a la ciencia y sus aplicaciones, abre la puerta a la impunidad: diagnósticos infalibles, curaciones milagrosas, seres humanos a la carta… la imposición sin trabas de un discurso ideológico con graves consecuencias sanitarias y ecológicas, escamoteado tras la pretendida objetividad científica[[GARCIA BLANCA, Jesús. Bioética, biociencias y biotecnologías. Una propuesta de revisión crítica en el contexto de las relaciones de poder. Congreso Bioética y Medio Ambiente. Universidad de La Habana, 13-15 de noviembre, 2003.]].

El éxito del discurso científico ha sido conseguir que las mayorías formadas en las instituciones educativas del sistema acepten como realidad objetiva exterior, lo que no es más que una construcción subjetiva, cuando no un montaje motivado por intereses inconfesables.

Nos encontramos en manos de quienes tienen el poder suficiente para conseguir que sus teorías se acepten y para impedir que otros las refuten. Se cumple así rotundamente la profecía de Comte en un libro cuyo sólo título ya habla por sí mismo, una obra que sentó las bases del discurso dogmático y reaccionario defendido actualmente por la autodenominada “Comunidad Científica” y sus seguidores:

“La sustituimos por una religión sistemática que desarrolle la unidad del hombre; porque lleva tiempo hacer posible la constitución de tal religión inemdiata y completamente, mediante la combinación de los resultados de nuestro estado previo asistemático. Como consecuencia natural, entonces, de sus principios, el Positivismo acabará con el antagonismo entre las diferentes religiones que lo han precedido, porque reclama como su peculiar dominio ese territorio común en el que todas han descansando instintivamente”[[COMTE, August. Catecismo de la Religión Positiva. Londres, John Chapman, 1858
(http://books.google.es/books?id=FaMNAAAAYAAJ&printsec=frontcover&source=gbs_ge_summary_r&cad=0#v=onepage&q&f=false).«]]

Frente a este discurso fundamentalista, aquí defendemos que lo científico no es objetivo -mucho menos cuando se aplica a lo viviente-, que el método científico no es la única posible aproximación al conocimiento -ni siquiera la más completa- y que la imposición de la ortodoxia bajo auspicios de las multinacionales de la farmacia tiene consecuencias fatales para el medio ecológico y para la salud y el bienestar de la humanidad.

2. Analizando conceptos

“Lo que mueve a la ciencia
no es la voluntad de saber,
sino la voluntad de dominar”

Umberto Galimberti

“Atacar la razón científica es hoy una necesidad, no para acabar con el conocimiento científico sino para
romper su funcionamiento como
retórica de la verdad”.

Tomás Ibáñez

“Conocimiento científico”

La mayoría de las fuentes consultadas entienden que el “conocimiento científico” es una aproximación crítica a la realidad basada en el “método científico”. The business dictionary[[http://www.businessdictionary.com/definition/
scientific-knowledge.html]] da la siguiente definición que podemos considerar ortodoxa:

“Conocimiento de un hecho o fenómeno adquirido mediante el método científico. Cuatro factores son esenciales para la clasificación de información como conocimiento científico: (1) prueba independiente y rigurosa, (2) publicación mediante “peer review”, (3) medida de error actual o potencial, y (4) grado de aceptación por la comunidad científica”.

La primera condición es impecable… en el supuesto de que pudiera llevarse a la práctica. Sin embargo, las tres condiciones restantes convierten el supuesto “conocimiento del hecho o fenómeno” en una cuestión enteramente subjetiva dependiente de un grupo de “expertos”, de mil y una conjeturas sobre criterios de interpretación de lo que pueda establecerse como “rate of error”, y muy especialmente del “grado de aceptación” por parte de una entelequia indefinida, la “comunidad científica”, “iluminada por un don especial, el ethos científico”, a decir de Emmanuel Lizcano[[LIZCANO, Emmanuel. “La ciencia, ese mito moderno”, en Claves de razón práctica, nº 32, 1993, pp. 66-70.]].

Otros autores igualmente representantes de la retórica de verdad actual de la ciencia están de acuerdo con matices en que el conocimiento científico se sustenta en dos pilares: reproductibilidad -es decir, la posibilidad de poder repetir un determinado experimento- que exige como condición previa la comunicabilidad y que posibilita la comprobación sin prejuicios; y la falsabilidad, posibilidad de diseñar experimentos que lo nieguen.

Si la condición primordial del Método Científico es la falsabilidad y ésta sólo puede comprobarse de modo fehaciente cuando una teoría resulta efectivamente falsa, entonces lo que tenemos es un conjunto de teorías que aún no han sido refutadas, puesto que el método no puede distinguir entre teorías verdaderas y falsas, sino entre las que son falsadas y las que aún no lo son. Y esto aceptando los criterios propuestos para falsar, es decir para comparar teoría con realidad.
Otra característica fundamental del conocimiento científico es su etnocentrismo, que lleva a la mayoría de los autores a calificar el conocimiento no científico como “vulgar”[[http://www.filosofia.org/enc/dfc/conocimi.htm]], “común”[[http://sociologiac.net/biblio/Bachelard_ConocimientoC.pdf]], “ordinario”[[http://grupobunge.wordpress.com/2006/09/
16/conocimiento-ordinario-y-cientifico/]], “precientífico”[[http://www.alipso.com/monografias/laciencia2_otra_vez]], y en general opuesto al “conocimiento por excelencia” que sería según ellos el conocimiento científico.

“Método científico”

Una definición generalizada: “prácticas utilizadas y ratificadas por la Comunidad Científica como válidas a la hora de exponer y confirmar teorías. Habitualmente se utiliza como forma de eliminar falacias y prejuicios. Solo las ideas que puedan comprobarse experimentalmente están dentro del ámbito de la ciencia”.

El método científico sirve para establecer el conocimiento científico, pero puesto que consiste en prácticas acordadas por la comunidad científica, ello supone que los científicos se ponen de acuerdo sobre el modo válido de establecer el conocimiento. ¿Es posible acordar lo que constituye un conocimiento objetivo? ¿No es un acuerdo la suma de subjetividades coincidentes?

Roland Omnés[[OMNÉS, Roland. Filosofía de la ciencia contemporánea. Barcelona, Idea books, 2000. pp. 201 y ss.]] considera la ciencia como “representación de la realidad” y el “método científico” como “un método para juzgar, no para construir”. ¿Qué significa esto exactamente? ¿Resuelve Omnés los problemas de la intervención humana en el presunto conocimiento objetivo de la naturaleza?

Veamos: “el método de que se trata es aquel que permite comprender cómo se puede reconocer después si una ciencia está firmemente establecida”. Omnés elude por tanto la cuestión inicial: ¿cómo se construye?

Según Omnés, el método tiene cuatro tiempos, el segundo de los cuales es el crucial: “es el de conceptualización […] consiste en elaborar y seleccionar conceptos adecuados a una representación de lo real”. Pero, ¿con qué criterios podemos saber que son “adecuados”?

En el cuarto tiempo de su método, correspondiente a la “verificación”, Omnés viene a plantear la ingenua postura desarmada por Karl Popper y que ya Einstein consideraba poco menos que absurda: que a base de “miríadas de previsiones y experiencias” que nos dicen que la teoría se cumple, podemos darla “sin duda” por “verdadera”.

La crítica más radical a las pretensiones de “objetividad” y “verdad” del discurso científico proceden del anarquismo epistemológico[[RAMIREZ SALINAS, L. A. “El anarquismo epistemológico”, 2002 (www.rmg.com.py). RAMIREZ, Oscar V. “El proceso kafkiano a la ciencia y la razón de P. K. Feyerabend”. Jornades de Foment de la Investigació. Universitat Jaume I. (http://www.uji.es/bin/publ/edicions/jfi5/ciencia.pdf)]], cuyo autor más arriesgado y carismático es Paul Feyerabend, cuyo tratado Contra el Método se ha convertido en un clásico de la contestación a una ciencia esclerotizada y prepotente, a la que Feyerabend coloca un mismo plano con otras vías de acceso al conocimiento.

“Ciencia fáctica”

El epistemólogo Rudolf Carnap planteó una división básica de las ciencias en tres grupos: la Lógica y la Matemática serían ciencias “formales” por oposición a las “empíricas” o “fácticas”, divididas a su vez en dos grupos: las “naturales” -Astronomía, Biología, Física, Geología, Química, Geografía- y las “sociales”: Antropología, Política, Economía, Historia, Psicología, Sociología…

Las ciencias formales utilizan, según Bunge, la lógica para demostrar rigurosamente sus teoremas, las ciencias fácticas necesitan de la observación y la experiencia. Dos rasgos esenciales de las ciencias de la naturaleza son:

– Racionalidad: “conceptos, juicios y raciocinios” que pueden combinarse mediante reglas lógicas y organizarse en un “sistema”, es decir en una retórica de verdad o “paradigma” en la conceptualización de Kuhn.

– Objetividad: según Ferrater Mora, “objeto” es “lo que no está en el sujeto”, sea real o no. Se trata pués de lo que se percibe en el exterior desde el sujeto. Brown, discutiendo los problemas relacionados con la objetividad científica -que no son pocos ni leves precisamente- dice: “la tesis de que la ciencia es objetiva […] no es evidente a todas luces, ni tampoco es una afirmación en favor de la cual se haya aportado ningún elemento de juicio empírico. Antes bien, es una proposición paradigmática, un supuesto básico del programa de investigación del empirismo lógico”[[BROWN, Harold I. La nueva teoría de la ciencia. Madrid, Tecnos, 1983. p. 204.]].

“Verdad”

Después de dar vueltas buscando la “infalibilidad mediante la eliminación del juicio humano” durante doscientas páginas, Harold Brown[[BROWN, Harold I. op. Cit. p. 200.]] -cuya premisa fundamental es que “el conocimiento solo puede ser verdadero”, acaba diciendo: “estamos así de nuevo en el mismo punto que comenzamos. A menos que los científicos tengan un método efectivo para determinar de una vez por todas qué proposiciones son verdaderas, no podemos determinar qué parte de la ciencia corrientemente aceptada es de hecho conocimiento, ni tan siquiera si existe algún conocimiento científico en absoluto”.

¡Enorme dilema! Brown acude al razonamiento circular para proponer que lo que no es verdadero no es conocimiento, pero ¿cómo podemos establecer lo que es “verdadero”?

Brown termina cayendo en la misma zanja que el resto de sus colegas: “una vez que nos libramos de la creencia de que la ciencia puede establecer verdades definitivas”, sólo nos queda aceptar “en cambio que lo que puede esperar alcanzar la ciencia es un consenso racional tentativo basado en los elementos de juicio disponibles”. Las páginas finales de su libro están dedicadas a dar su opinión de cómo debe establecerse un consenso “legítimo”.

¿Y dónde queda la incómoda exigencia de “verdad”? La propuesta de Brown es tan sorprendente como desvergonzada: propone aceptar dos definiciones para “verdad”: la “verdad1” correspondería al concepto que denota un valor absoluto y adecuación a la realidad, mientras que la “verdad2” sería la “verdad científica”, aceptando que cualquier proposición que forma parte del conocimiento científico es “verdadera2” aunque no sea “verdadera1”.

Es decir, lo que propone Brown es un concepto de verdad relativa que al insertarla en el terreno de la ciencia se convierte en “absoluta”. ¿Estamos ante un pragmático sin la menor suspicacia? ¿Ante un cínico? ¿Ante un estafador que cree dirigirse a incautos lectores?

Por su parte, Mario Bunge define verdad como lo “que concuerda aproximadamente con su objeto”. El adverbio es suficientemente elocuente; la concesión casi anula el concepto de objetividad, pues ¿quién decide cuánto de aproximado debe ser para que pueda considerarse objetivo? ¿A partir de dónde deja de serlo? No parece sino puro relativismo.

Pero Bunge continua: “que verifica la adaptación de las ideas a los hechos”. ¿Y cómo lo hace? “recurriendo a un comercio peculiar con los hechos (observación y experimentación), intercambio que es controlable y hasta cierto punto reproducible”. Nueva relativización y pregunta obligada: ¿hasta qué punto se permite que pueda llegar esa adecuación o esa falta de adecuación para que la observación pueda considerarse verificada?

La “verdad” es, por tanto, la mentira del sistema que controla los procesos de producción y comunicación de los discursos. Como dice Agustín García Calvo: “No hay forma de Poder sobre la gente que pueda ejercerse si no es a través de la mentira […] es la mentira y la mentira presentada como verdad y como objeto de fe lo que ha dado siempre fuerza al Poder y sigue dándosela hoy día […] de forma que ¿qué duda os cabe de que la encargada del mantenimiento de esta mentira es la ciencia y que no puede declararse inocente de nada?”[[Transcripción de su intervención en la mesa redonda “Ciencia: pro y contra”, celebrada el 15 de noviembre de 1994 en la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona, Archipiélago, 20, primavera de 1995, pp. 75-83.]].

Sólo produciendo a contracorriente, creando contra la “verdad”, ponemos en marcha un auténtico proceso de transformación social.

“Dogmatismo”


“Por extensión, el término dogmatismo designa la tendencia a erigir fórmulas que expresan conocimientos en verdades indiscutibles, al margen del estudio, de la crítica y del debate”[[http://es.wikipedia.org/wiki/Dogma]].

Mario Bunge, considerando la pregunta de si el Método Científico es dogmático, dice:

“No se conoce otro remedio eficaz contra la fosilización del dogma -religioso, político, filosófico o científico- que el método científico, porque es el único procedimiento que no pretende dar resultados definitivos. El creyente busca la paz en la aquiescencia; el investigador, en cambio, no encuentra paz fuera de la investigación y la disensión: está en continuo conflicto consigo mismo, puesto que la exigencia de buscar conocimiento verificable implica un continuo inventar, probar y criticar hipótesis. Afirmar y asentir es más fácil que probar y disentir; por esto hay más creyentes que sabios, y por esto, aunque el método científico es opuesto al dogma, ningún científico y ningún filósofo científico debieran tener la plena seguridad de que han evitado todo dogma”[[BUNGE, Mario. La ciencia. Su método y su filosofía. Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1998 (http://www.linksole.com/da443i).]].

“Fundamentalismo científico”

A partir del encuadre de Lizcano: “También nosotros tenemos nuestra particular forma de fundamentalismo, es decir, ciertas creencias incuestionadas e incuestionables, ciertos absolutos que justifican cuantos sacrificios se estimen necesarios para su preservación, defensa y expansión. Incluso sacrificios humanos. El nuestro es el fundamentalismo tecno-científico”[[LIZCANO, Enmanuel. Metáforas que nos piensan. Sobre ciencia, democracia y otras poderosas ficciones. Traficantes de Sueños y Ediciones Bajo Cero, 2006 (http://traficantes.net/index.php/trafis/editorial/catalogo/otras/metaforas_que_nos_piensan).]], propongo -esquemáticamente- las siguientes reflexiones:

La ciencia moderna es el “reino de la cantidad”, “desprecia o aparta una parte considerable de los datos de la experiencia, a saber, todos los que presentan un carácter genuinamente cualitativo”[[GUÈNON, René. El reino de la cantidad y los signos de los tiempos. Barcelona, Paidós, 1997, p. 68.]]. Ese desprecio por lo esencial -cuyo origen se halla en el racionalismo cartesiano, que a su vez hunde sus raíces en el Renacimiento y ha desembocado en el materialismo moderno- la convierte en “completamente incapaz de explicar nada”[[GUÉNON, René. Op. Cit. p. 66.]].

Paradójicamente, la ciencia -empeñada en la búsqueda de principios que no dependan de la subjetividad humana y eviten por tanto desembocar en relativismo, irracionalidad, discrecionalidad…- pretende un origen “suprahumano” para fundamentarse, que la arrebata de las manos de lo que ella misma considera racional y la lanza directamente al mismo terreno que la tradición, la intuición, la religión y demás conocimientos de los que pretende diferenciarse y que considera “inferiores”.

Frente a esas “pseudociencias”, la ciencia pretende autolegitimarse como objetiva, como conocedora de una verdad exterior que no depende de la subjetividad e individualidad humana, pero, por otra parte, niega todo lo que no es material, es decir, todo lo que no puede percibir el ser humano con sus sentidos.

Ernesto Sábato:

“Las regiones más valiosas de la realidad -la más valiosa para el hombre y su existencia- no son aprehendidas por esos esquemas de la lógica y la ciencia […] De las tres facultades del hombre, la ciencia sólo se vale de la inteligencia y con ella ni siquiera podemos cerciorarnos de que existe el mundo exterior ¿Qué podemos esperar de problemas infinitamente más sutiles? […] el arte y la literatura, pues, deben ser puestas al lado de la ciencia como otras formas de conocimiento”[[SABATO, Ernesto. Hombres y engranajes. Madrid, Alianza Editorial, 1980.]]. No deja de ser paradójico que un movimiento humanista haya sentado las raíces de la deshumanización, ya que “como servidor de la máquina, el propio hombre debe convertirse en máquina”[[GUÉNON, René. Op. Cit. p. 59.]].

El resultado final de ese proceso de caída -enunciado lúcidamente por Guénon en 1945- es el hecho de que las “aplicaciones prácticas” -la Era Tecnológica, diríamos 65 años después- “constituyen la única superioridad efectiva de la civilización moderna; superioridad poco envidiable por otra parte y que, desarrollándose hasta ahogar toda otra preocupación, ha dado a esta civilización el carácter puramente material que hace de ella una verdadera monstruosidad”[[GUÉNON, René. Op. Cit.]].

Y es que, en estos momentos, ya no hablamos de la ciencia moderna en el sentido en que lo era en los siglos pasados, sino que, como dice Bauer: “la ciencia del siglo XXI es diferente de la `ciencia moderna´de los siglos XVII al XX; se ha producido una transformación `radical, irreversible, estructural a nivel mundial, en la forma de organización y actuación de la ciencia […] Un aspecto de ese cambio es que el ethos científico ya no se corresponde con las tradicionales normas `mertonianas´ de escepticismo desinteresado y puesta a disposición pública; ha quedado subordinada a los intereses de las corporaciones”[[BAUER, H.H. “Science in the 21st Century: Knoledge Monopolies and Research Cartels”. Journal of Scientific Exploration, Vol. 18. Nº 4, pp. 643-660, 2004.]].

Jesús García Blanca

Extractos de la comunicación presentada en el Congreso SIDA – Conocimiento y Dogma Condiciones de surgimiento y declive de las teorías científicas. 16/17 de julio 2010, Viena, Austria.

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