¿MADRID SE QUEMA O QUEMA MADRID?

Presentación:

Desde principios del 2007 se edita en Madrid el boletín Ruptura, del que hasta la fecha se han editado 5 números. Ruptura recoge en parte el testigo de todo un aluvión de publicaciones, entre los que destacaron Motín, Adrenalina, Conflicto…, y que se editaron mayoritariamente durante la 1ª parte de la década del 2000. Estas publicaciones, denominadas en algunos ambientes como “insurreccionalistas” o “anarcoinsurreccionalistas”, tenían como caracteres comunes una crítica feroz tanto a los movimientos alternativos y al izquierdismo como al movimiento libertario “oficial”, y una constante apología del sabotaje y del ataque difuso, dando además, una importancia significativa al análisis y a la estrategia. Por otro lado eran publicaciones de carácter gratuito, con una difusa distribución (apoyada en el fotocopia y difunde) e inestable periodicidad.

Pero el principio de todo esto hay que situarlo hace mas de 10 años (1997-98), cuando en los ambientes libertarios y autónomos de Madrid, coinciden dos hechos que tendrían una trascendencia fundamental en el posterior desarrollo de ambos entornos. Por un lado, se trata de las fuertes y continuas tensiones internas existentes en CNT, que propiciaron una no muy democrática expulsión de las Juventudes Libertarias de la organización (tensiones que en Madrid tomaron una virulencia especial acabando literalmente “a hostias”), lo que en algunos casos culmina y en otros desata un proceso de evolución interna de los grupos de la FIJL. Y por otro, la autodisolución de la coordinadora de colectivos Lucha Autónoma, referente fundamental en Madrid durante toda la década, y cuyo cierre en falso (posteriormente se realizó un intento de “refundación”, saldándose el intento con un rápido y discreto fracaso) tuvo unas secuelas negativas que se han ido arrastrando durante todo este tiempo. Estos procesos, junto a los hechos ocurridos a finales del 96 en Córdoba[[Se trata de las situaciones que se generaron tras el asalto a una sucursal bancaria llevado a cabo por los hasta entonces desconocidos, militantes anarquistas italianos Giovanni Barcia, Michele Pontolillo, Claudio Lavazza y el argentino Giorgio Rodríguez.]], fueron verdaderos detonantes que propiciaron la aparición dentro de estos movimientos de “una corriente” insurreccionalista y revolucionaria, que quedaba reflejada, en parte, en las publicaciones mencionadas anteriormente[[Para una información más amplia de esta época ver el texto “La epidemia de rabia en España (1996-2007)”, publicado a través del nº 4 y nº 5 de la revista “Resquicios” (Bilbao, noviembre 2007). Se trata de un documento imprescindible que profundiza en estos convulsos acontecimientos.]].

Desde entonces, de estos movimientos madrileños, que fueron referentes durante los 90 en casi todo el Estado español en luchas como el antifascismo o la okupación, han trascendido más las “peleas” y divisiones internas que los diferentes proyectos y conflictos que han ido surgiendo. Las importantes y trascendentales discusiones internas, enfrentamientos y críticas teórico-prácticas que se han venido desarrollando durante toda esta época, tan solo han tenido eco en pequeñas minorías, incluso dentro del propio Madrid, aunque con un gran valor cualitativo.
Todo esto dentro del esquizoide contexto social que se vive en la capital político-militar del Reino de España. Capital del espectáculo y de las desigualdades sociales, donde se hacinan sus más de 6 millones de habitantes empadronadxs (de los que un gran porcentaje son inmigrantes, sin contar lxs ilegales), que conviven entre el estrés, la picardía y una violencia soterrada, manteniendo un constante sentimiento de amor y odio hacia este monstruo urbano en el que existen verdaderos guetos. “Monstruo” donde la derecha española, pese al carácter “popular” de la mayoría de los barrios madrileños, conserva (y a raíz de los resultados electorales, amplía) uno de sus fortines. Un escenario que puede favorecer la atomización de las masas y de los individuos que las forman, pero también la aparición de profundos conflictos sociales. No es fácil vivir (y tampoco luchar) en Madrid.

De todo esto, y no solo del Ruptura, tratamos de conversar en la siguiente entrevista con miembros de este proyecto, con la intención de ayudar a clarificar y documentar parte de dicho proceso y de la realidad del “rollito madrileño”.

1.El nombre del boletín es bastante descriptivo del proceso que se lleva viviendo en Madrid durante los últimos 10 años en gran parte del entorno anticapitalista, proceso con el que la mayoría de los integrantes tanto del “grupo Ruptura” llevan conviviendo desde casi el inicio de su andadura “militante”, incluso algun@s llegasteis a militar en JJLL y en colectivos de L.A. ¿Cuáles fueron las motivaciones o necesidades que os llevaron a confluir en este proyecto y cuales son los objetivos que os planteáis?

La verdad es que el proceso de juntarse, confluir y construir un proyecto más o menos estable fue largo y costoso. Todos nosotros nos encontramos desubicados políticamente por el fracaso de proyectos en los que militábamos anteriormente y, a nivel personal, nos encontrábamos en esa franja de edad en la que mucha gente se acaba ‘quemando’ y desapareciendo, o pasando a un segundo plano. Con este panorama, un grupo de gente que nos conocíamos desde hacía bastante, y que habíamos coincidido en tal o cual proyecto en el pasado, decidimos simplemente juntarnos, sentarnos a hablar, discutir y analizar tanto la experiencia política de la que procedíamos como el ambiente en el que nos encontrábamos. Una vez superado el impasse inicial, y los distintos horarios y situaciones personales, laborales, etc., y habiendo entrado en materia, es lógico que se pretenda hacer público ese debate: las preguntas y algunas de nuestras respuestas. Básicamente, decidimos escribir lo que nos gustaría leer. La decisión de publicar una revista y no utilizar otro formato surgió precisamente a partir de la constatación durante el debate de, por un lado, la falta de procesos de reflexión colectivos que se plasmaran en análisis medianamente razonados y, por otro, el daño que creemos que está haciendo el mal uso de la difusión política por Internet, causante del ciberdebate rastrero y mierdero, la individualización de la reflexión, ritmos extremadamente rápidos y artificiales, ausencia de boletines, etc.

El propio nombre de la revista expresa nuestra intención y nuestro sentimiento de romper con todas estas dinámicas. También expresa, respecto a lo que comentáis en la introducción, la intención de romper con toda una etapa anterior, sin que eso signifique renegar de ella sino, al contrario, asumirla críticamente como fundamental en nuestra trayectoria política y vital. En este sentido sí creemos que hay gente que ha decidido seguir por esa línea que comentáis y que sí recoge de alguna forma el testigo de aquella época, pero precisamente con el ‘Ruptura’ hemos decidido tomar otro camino a partir de una reflexión crítica de aquellos años.
¿Objetivos? Siendo muy críticos sobre todo con los estereotipos y etiquetas ideológicas, como grupo nos plantemos intervenir en las luchas y conflictos que afectan a nuestra vida cotidiana desde una perspectiva anticapitalista y de clase, así como tejer lazos reales con otros compañeros basados en la afinidad y en esa intervención teórico-práctica. A partir de ahí el ‘Ruptura’ como publicación surge de la reflexión teórica de nuestra practica y no de reflexiones en el vacío, como se puede apreciar por los contenidos. De esta forma pretendemos contribuir a la clarificación teórica colectiva que en el punto donde nos encontramos nos parece fundamental.

2. A algunxs puede sorprender a estas alturas el lenguaje “de clase y revolucionario” que se expresa a través del boletín. Seguramente estará ligada a necesidades y objetivos mencionados anteriormente, además de estos, ¿qué otros criterios establecéis para ello?

Para nosotros, la cuestión del lenguaje y de las formas es fundamental. Todos los clichés lingüísticos (el “prositu”, la caspa marxistoide, el radicalismo verbal insurreccionalista, el regodeo intelectualoide…) son obstáculos para la comunicación que muchas veces pretenden suplir una falta de contenido. Esto no significa caer en simplismos, rechazar la complejidad de la realidad o las herramientas teóricas que otros nos han dejado, sino esforzarnos por hacerlos entendibles. Es cierto que usamos ciertos términos como ‘comunismo’, ‘proletariado’ o ‘lucha de clases’ que pueden ser más o menos chirriantes para algunos, pero entendemos que ese chirriar es una cuestión de prejuicios que no depende de nosotros. Consideramos que algunos términos son irrenunciables a pesar de las connotaciones que otros les hayan dado (como revolución social, proletario, clase, comunismo, anarquía…) mientras que otros (partido, dictadura del proletariado, consejo obrero, etc.) son totalmente prescindibles. Aun así, cada vez que usamos un término que pensamos que puede inducir a error, tratamos de posicionarnos claramente al respecto.

3. Uno de los grandes detonantes de las divisiones y enfrentamientos provocados durante estos últimos 10 años ha sido el debate en torno al tema tan manido de la utilización de la violencia, esto a pesar de que tanto el mov. autónomo como libertario manejaban una “estética” muy radical. ¿Qué causas provocaron estas acaloradas discusiones y cual fue el posterior desarrollo teórico-práctico de esas discrepancias?

Quizás el detonante no fue tanto la violencia en sí misma como sus consecuencias. Por un lado, las consecuencias represivas que tuvo en un movimiento que no estaba preparado para asumirlas. Por otro, cuando se elige una determinada vía política (por ejemplo, dirigida a los vecinos) a muchos les parece difícil legitimar determinadas prácticas calificadas de violentas.[[Lo que en realidad es un prejuicio, ya que “los vecinos” a veces pueden ser tan violentos como cualquiera (ver, por ejemplo, los disturbios a raíz del intento de construir un parking en el barrio burgalés de Gamonal).]] Es decir, mucha gente no es que fuese no violenta, sino que se produjo una serie de reacciones, como por ejemplo condicionar el apoyo a un detenido en base a su inocencia o culpabilidad, o simplemente “desaparecer”, frente a una violencia que afectaba directamente, mientras que se toleraba y glorificaba toda una violencia que no afectase, por ejemplo en Palestina o Chiapas. En el otro extremo también se produjo una cierta mitificación de la violencia, como si esta fuese capaz de aportar la radicalidad a las luchas por sí misma. De todas formas, el debate sobre la violencia está viciado desde el principio porque una de la partes no puede expresarse libremente ya que caería en la ilegalidad y se señalaría como posible autor ante la represión. Esto también dificulta que se pueda hacer una reflexión crítica sobre la utilidad o acierto de utilizar ciertos tipos de violencia en ciertos momentos. En primer lugar el criticado no puede defenderse y en segundo lugar lo primero en este caso es cerrar filas y luego ya vendrá la critica. No nos vemos capacitados por extensión de páginas y variedad de afectados para explicar las consecuencias que tuvo el debate en todos los colectivos. En nuestro caso intentamos no mitificar ni demonizar la violencia; creemos que puede ser necesaria o prescindible, un obstáculo o un medio para avanzar. Esto dependerá de cada caso concreto.

4. Estas discusiones ocurrían en paralelo, y habrán tenido mucho que ver, con la profunda transformación que se ha desarrollado desde finales de los 90 en el entorno de los hasta entonces referenciales “movimientos” pro-okupación y antifascista madrileños ¿Como describiríais la evolución de estos “movimientos” durante los últimos 10 años?

Nuestra valoración es bastante crítica. En muchos ambientes libertarios creemos que se han magnificado los aspectos negativos (gueto, estética…) y se han perdido los aspectos más positivos (asambleas, colectivos, organización política, actas, reuniones semanales, etc.). Lo único que ha continuado en evolución continua ha sido la guetización colectiva y la voluntad personal de aquellos que han querido seguir luchando en este contexto. Se ha perdido el barrio y el colectivo, las distintas formas de organizarse, y eso se ha constatado, por ejemplo, en un cierto abuso de las convocatorias fantasma o cibernéticas, algunas muy voluntariosas pero nada efectivas e incluso peligrosas, o en las tremendas dificultades que te encuentras cuando se pretende hacer cualquier cosa en común.

Creemos que esto ha sido especialmente significativo en el entorno de la okupación. A pesar de que sigue siendo un elemento subversivo muy importante, cada vez que se intenta hacer un movimiento o una coordinación de centros sociales-locales-etc., se ponen de manifiesto las grandes debilidades organizativas y la falta de objetivos políticos. Durante mucho tiempo se ha considerado la okupación cómo algo más de lo que realmente es: una herramienta que pueden utilizar todo tipo de colectivos con diferentes intereses. Esto ha llevado a crear en torno a la okupación una identidad y una “forma de vivir” (el “okupi”) más que un proyecto político serio, aunque no dudamos que se haya intentado. Si tenemos en cuenta que las okupaciones son fundamentales en Madrid como medio de financiación (a través de fiestas, conciertos, comedores, etc.) y como lugar donde organizar charlas, jornadas, etc. esto puede explicar, en parte, el proceso de guetización y, en algunos casos, de deriva hiperfiestera en la que éste se manifiesta, por mucho que se pretenda “llegar a los vecinos”, de una forma a lo mejor un poco voluntarista. Quizás pretendiendo superar este impasse, algunos espacios (Seco, El Patio Maravillas) han decidido tirar por la vía de la negociación o la legalización-despenalización, algo con lo que, por supuesto, no estamos de acuerdo. De todas formas, dejando aparte sus consecuencias negativas para el resto de okupas, para nosotros esto es más una consecuencia lógica de su discurso y su práctica que una traición al “movimiento de okupaciones”.

Por otro lado, desde principios de los noventa, el antifascismo ha sido uno de los movimientos vertebradores en Madrid. Tanto sus organizaciones como sus movilizaciones clave (el 20-N) surgieron de manera natural como mecanismos de autodefensa frente a las agresiones nazis a principios de los noventa (auge de Bases Autónomas, asalto a los puestos políticos de Tirso de Molina, etc.) Sin embargo, cuando gracias tanto a la lucha antifascista como a otros factores (contradicciones internas y/o relevo generacional en los grupos nazis) estos grupúsculos comienzan a perder importancia a finales de los noventa, el antifascismo le sigue en su declive, al menos en cuanto a eje vertebrador del “movimiento”. Este proceso se ve acelerado por las propias contradicciones del antifascismo, las críticas que recibió desde su “izquierda” y el cambio de ciclo que, en general se produce en Madrid, alrededor del año 2000. De hecho, durante varios años el 20-N es una manifestación minoritaria, y algún año ni siquiera llega a convocarse. Por estas fechas se vuelve a producir un nuevo resurgir de la actividad nazi en Madrid y, lógicamente, eso hace que vuelva a resurgir el antifascismo. En este último ciclo se pueden distinguir claramente dos formas de hacer antifascismo. Una más “política”, que entiende el antifascismo como un frente desde el que aglutinar fuerzas hacia reivindicaciones “políticas” más o menos ajenas al antifascismo propiamente dicho (por ejemplo, ligándolo a la III república, el derecho de autodeterminación, la memoria histórica, etc.) y otra más “callejera” que concibe el antifascismo desde una perspectiva más de enfrentamiento directo y cotidiano, sea individual o colectivo, con los grupos de extrema derecha. Aunque determinados colectivos puedan asociarse, en general, a una u otra forma, en realidad existe un grupo bastante numeroso de gente dentro del antifascismo que ha estado y está a una y a otra, independientemente del colectivo en el que milite. Por motivos que no vienen al caso, no entraremos en la “salsa roja” madrileña. A mediados de la década se produce un distanciamiento del antifascismo de determinados sectores autodeterminados “libertarios”, distanciamiento que se escenifica como división en la manifestación del 20-N de 2006, que se convoca bajo el lema “República, autodeterminación y socialismo”, lo que hace que buena parte de los anarquistas madrileños se sientan excluidos, con razón, y confluyan en un bloque antiautoritario convocado bajo el lema: “Contra el fascismo institucional y las agresiones callejeras: Autoorganización, Acción Directa y Antiautoritarismo”. Esta situación cambia radicalmente cuando el 11 de Noviembre de 2007, Carlos Palomino es asesinado por un militar neonazi de camino a una contramanifestación antifascista. En los dos años que transcurren desde su muerte hasta el juicio se suceden múltiples convocatorias y acciones unitarias bajo la consigna ¡Madrid Antifascista!, coincidiendo con un pequeño auge de movilizaciones y concentraciones de extrema derecha, algunas de las cuales acaban en fuertes disturbios (como en la plaza de Tirso de Molina, el 29 de febrero de 2008, o en Vallekas el 28 de Marzo de 2009). Estos dos años de movilización antifascista, con sus pros y sus contras, aún están por valorar públicamente, pero lo que está claro es que hasta cierto punto estaban determinadas por un hecho excepcional: la muerte de un chaval de 16 años que, aun sin conocerle, la mayoría sintió muy cercana. El paso del tiempo y los “lógicos” roces entre gente tan dispar, entre otras cosas, fue agotando progresivamente este momento, devolviendo las cosas a su sitio. Los hechos ocurridos en La Gotera[El 17 de octubre de 2009, se producen varias agresiones durante la presentación del libro “La traición de la Hoz y el Martillo” en el Centro Social La Gotera por gente que se siente “ofendida” por el contenido anticomunista del libro. Algunos colectivos de Madrid decidieron sacar un comunicado posicionándose contra los hechos e invitando al resto a hacer lo mismo. Este comunicado no fue asumido por todos los colectivos y centros sociales de la ciudad.]] y el último 20-N de 2009[[El pasado 20-N de 2009 se convocó un Bloque Autónomo bajo el lema “Contra el Fascismo y toda autoridad. Autoorganización y acción directa” que fue aparte de la convocatoria oficial de la Coordinadora Antifascista, defendiendo una postura propia.]] nos parecen a muchos la continuación lógica de la situación del 2006, una vez cerrado el paréntesis que supuso la muerte de Carlos. En cuanto a nuestra perspectiva del antifascismo, ya dedicamos un [artículo a la cuestión que apareció publicado en el número anterior del Ekintza, así que preferimos no repetirnos.

5. ¿Y la del entorno “insurreccionalista”?

Bueno, es difícil resumir todo esto en pocas líneas, pero a grandes rasgos la gente de dicho entorno evolucionó de diferentes formas: algunos compañeros iniciaron lo que para nosotros fue una huida hacia delante, bordeando en ocasiones el nihilismo y el activismo. Otros tiraron hacia posturas de abandono o vida al margen del sistema (“la vida pirata, la vida mejor”), bien continuando o bien abandonando cualquier tipo de militancia. Por supuesto hay gente que sigue asumiendo los planteamientos “insurreccionalistas”, que les siguen pareciendo válidos. Finalmente, hay gente como nosotros que, después de haber estado algún tiempo más o menos desubicados, hemos decidido tirar por este camino a ver dónde nos lleva. Más o menos la misma evolución ha tenido lugar en diferentes lugares del Estado español. En realidad no hay nada especial en esto, ya que cada “entorno”, con sus diferencias, sufre evoluciones paralelas.

6. ¿Existen o existían grandes diferencias organizativas?

El “insurreccionalismo” fue un intento (para nosotros fallido) de superar, entre otras cosas, lo que en aquel entonces se entendía como la burocracia, la parálisis, el militantismo, determinados “rituales” tipo cartel-pegatina-mani, el propagandismo, etc. que se había adueñado en formas distintas y por motivos distintos del movimiento libertario clásico y de lucha autónoma. En el Movimiento Libertario “clásico”, los conflictos internos de CNT y el eterno conflicto cíclico entre FIJL-CNT fueron los principales detonantes de un proceso de maduración, crítica y contradicciones que llevaban tiempo gestándose. La ruptura con CNT no llevó directamente al “insurreccionalismo”, pero hizo que mucha gente buscase alternativas al anarquismo clásico.

En lo referente a Lucha Autónoma, y resumiendo, las diferencias ideológicas entre los grupos, que a veces llevaban a no asumir conjuntamente ciertas acciones que realizaban algunos colectivos y que acabarían convirtiéndose en diferencias insalvables; así como la deriva de otros grupos “hacia lo social”, sin que se explicase que era realmente eso (y que en la práctica se ha traducido en un intento de aumentar cuantitativamente mediante una sutil infiltración en las instituciones en detrimento del discurso y la práctica revolucionarias) fueron algunas de las causas que finalmente acabarían desintegrando la organización, pese a algún último intento en vano de resucitarla.

Esto hizo que muchos procedentes de ambos espacios acabáramos confluyendo en una serie de planteamientos caracterizados por la organización informal, el “placer de la militancia”, un replanteamiento del uso de la violencia, la crítica de la separación entre la militancia y la vida cotidiana, pasar de la “resistencia” y la “autodefensa” al ataque difuso, etc. Fue una época en la que muchos descubrimos los posicionamientos de la autonomía de los 70, los situacionistas, el marxismo antiautoritario, etc. Los textos teóricos que se manejaron entonces iban en la línea de cuestionar prácticamente todo el modelo revolucionario a la vieja usanza, sobre todo el llamado como “etapista”, sustituyéndolo por el “insurreccional” del “aquí y ahora”. En cualquier caso también desde este ámbito se cuestionaba el “insurrecionalismo” como etiqueta y se advertía del peligro de convertirse en pseudoideología. El debate entre organización “formal” y organización “informal” es otro, y casi siempre se ha defendido analizar en la práctica las posibilidades y la efectividad que ofrece cada una de ellas. Como desventajas, a día de hoy se puede decir que mientras la organización formal impedía cierta agilidad y autonomía dentro de las organizaciones, la organización informal fue una excusa perfecta para la falta de compromiso colectivo y la inactividad de mucha gente y más de uno acabó confundiendo la organización informal con ser informal. No hay espacio aquí para analizar las virtudes y defectos de la práctica y teoría “insurreccionalistas”, sólo diremos que tanto unos como otros son muchos. Lo que sí es cierto es que muchos de nosotros consideramos, con todo, esa etapa como una etapa fundamental de nuestra evolución política de la que ni mucho menos renegamos, aunque hayamos hecho un balance crítico que nos permitió superarla y seguir nuestro camino.

7. Pese a reconocer el esfuerzo teórico-práctico realizado por estas “minorías revolucionarias”, además del alto valor “pedagógico” de algunas de sus aportaciones, una de las lecturas que se pueden extraer de esta época y de dicho entorno, es que no pasó de estar formado por individualidades o pequeños grupos, con proyectos difusos e inestables, casi carentes de cualquier tipo de estructuras, aislados del resto de “movimientos” y con una casi nula “influencia” social más allá de un reducido entorno. Esto contrasta con la impresión que se podía extraer tras la lectura de alguna de las publicaciones o comunicados de la época. Con estas limitaciones ¿no resulta atrevido e incluso irresponsable el llamamiento a la guerra social?

En primer lugar, la lectura que hacéis de este tema nos parece correcta. Más que irresponsable, el llamamiento a la “guerra social” en un contexto de desmovilización absoluta nos parece fruto de una ensoñación colectiva (y voluntarista) por la que pasamos un grupo más o menos reducido de personas. El objetivo sincero era radicalizar a una población que nos parecía, estaba y está necesitada de una revolución social. Los llamamientos a la “guerra social” procedían de una práctica, y quienes los hacían pretendían, coherentemente, que esa práctica se extendiese. Quizás uno de los errores era negar que esa “toma de conciencia” de la necesidad de una “revolución”, a algunos de nosotros nos había llevado años, y se pretendía que en otras personas ocurriese de un día para otro y a través de un ejemplo descontextualizado, en lugar de mediante la comunicación directa en conflictos cotidianos compartidos. Digamos que fue un intento de superar el propagandismo (es decir, convencer a la gente sólo a base de pegar carteles y pegatinas) a través del ejemplo práctico y de hacer cosas que fuesen asumibles por cualquiera (de ahí la crítica a la especialización de la lucha armada, o la recuperación del “vandalismo” por su fácil extensión y asequibilidad). El problema es que el sabotaje, aunque en realidad es asumible por cualquiera (como han mostrado la huelga de metro, la lucha contra los parquímetros, etc.) suele serlo dentro de contextos de lucha colectiva más amplios, siendo muy complicado que esa extensión se produzca en medio de la nada. A partir de esta valoración crítica, en Ruptura creemos que la extensión mediante el ejemplo de prácticas colectivas realmente asumibles por cualquiera, es la mejor forma de que nuestro discurso y nuestra práctica puedan calar en el resto de proletarios. En cualquier caso, y respondiendo a la pregunta concreta, siempre es más irresponsable llamar a la paz social.

8. Por el contrario, sectores que optaron, por así decirlo, por una línea más moderada o legalista, sí que han sido capaces de dotarse de proyectos y estructuras estables con, parece ser, una mínima influencia y base social…

Bueno, para nosotros esa base social es ficticia: la mayoría de la gente que va a los talleres luego no hace absolutamente nada, como mucho va a una manifestación pacífica y punto. Por otra parte su contenido político es mínimo y bastante difuso, cuando no explícitamente socialdemócrata. No creemos que sea una estrategia política, creemos que la estrategia les ha engullido. Han acabado asumiendo el discurso (“ejercer activamente la ciudadanía”, “inventar nuevos derechos”, etc.) y la típica base sociológica del izquierdismo: subvenciones, artisteo, progresismo, flirteos con IU y otros partidos de izquierda, acuerdos con Gallardón, etc.

Nosotros no creemos que sea necesario moderar nuestros planteamientos o institucionalizarse para alcanzar una “mínima influencia y base social”, pero sí que es verdad que falta una constancia, un trabajo continuo y una perspectiva a largo plazo imprescindibles para crear cualquier clase de movimiento real. Creemos sinceramente que es posible crear nuestras propias estructuras y construir un movimiento anticapitalista revolucionario, pero esto será producto de nuestro esfuerzo y no por conseguir el reconocimiento de las instituciones, ni por convertirnos en “trabajadores sociales” alternativos.

Nosotros no creemos que sea necesario moderar nuestros planteamientos o institucionalizarse para alcanzar una “mínima influencia y base social”, pero sí que es verdad que falta una constancia, un trabajo continuo y una perspectiva a largo plazo imprescindibles para crear cualquier clase de movimiento real. Creemos sinceramente que es posible crear nuestras propias estructuras y construir un movimiento anticapitalista revolucionario, pero esto será producto de nuestro esfuerzo y no por conseguir el reconocimiento de las instituciones, ni por convertirnos en “trabajadores sociales” alternativos.

9. Señalábamos en la introducción que las enriquecedoras aportaciones teórico-prácticas que se producen durante esta época, y que no solo tenían carácter local, trascendieron muchísimo menos que las divisiones, enfrentamientos y cotilleos varios (lo cual venía siendo habitual y ha acabado derivado en el estigma del “típico rollito madrileño”). Bien es cierto que algunas situaciones exigen una crítica contundente y ciertas dosis de “mala hostia”, y que vivir en Madrid altera más los nervios, pero ¿no se habrá tratado también en ocasiones de una falta de inteligencia estratégica o exceso de “visceralidad”?

Muchas críticas de la época eran razonables y merecidas, pero, efectivamente, obsesionarse en ellas constituía una pérdida de tiempo. Si algunos grupos fueron objeto de críticas fue porque se estaba produciendo una separación entre colectivos y personas que, en algún momento, creyeron coincidir en objetivos y formas. En el proceso de constatar tal diferencia, se produjeron muchos malentendidos, desencuentros y, por qué no decirlo, traiciones. Además, era muy fácil tener roces porque se compartían espacios personales y políticos comunes. Hoy que esas posiciones se han delimitado más claramente los roces son mínimos, limitándose a escaramuzas virtuales y algunas pequeñas cuentas pendientes que quedaban por resolver.

Muchas veces, la obsesión por criticar a grupúsculos cercanos puede ser resultado de la frustración de que otras críticas (a la sociedad, a los partidos en el poder) no sean escuchadas. Al fin y al cabo, aquellos ataques siempre hacían daño. En este sentido no es que reneguemos de la necesidad de la crítica entre compañeros, ni de señalar públicamente a recuperadores, izquierdistas, oportunistas, etc. Pero sin duda, entonces se produjo un encasquillamiento en las críticas que acabó teniendo mayor difusión pública que el propio proyecto político, y puede que este encasquillamiento impidiese a veces el propio desarrollo de ese proyecto. Nosotros creemos que, si bien es necesario criticar determinadas políticas (tales como introducir a concejales del PSOE en espacios okupados o negociar su legalización, hacer charlas patrocinadas por el Ministerio de Trabajo o Caja Madrid, o aparecer en televisión criminalizando a compañeros concretos, por citar algunas), estas críticas deben partir de un proyecto político propio y no constituir la cara visible o el eje central del mismo.

10. Tras esta coyuntura y trayectoria descritas, ¿cuáles son, desde vuestra perspectiva, los retos a plantear?

Los retos son reconstruir, a partir de los conflictos y la participación cotidiana, los lazos de clase y un movimiento que busque desde la autoorganización y el enfrentamiento la abolición del capitalismo y de las clases sociales. Lo urgente ahora es compartir los análisis y las herramientas para extender la conciencia y las prácticas de clase entre el mayor número de personas. Los pasos que estamos dando en ese sentido son, por un lado, el de formar parte de incipientes asambleas de trabajadores, parados, etc. donde además de temas como el paro o determinados conflictos laborales, se puedan abordar otros como la privatización de la sanidad y la educación o la especulación urbanística en nuestros barrios. Todo esto intentando no caer en algún tipo de “vecinalismo” acrítico o ser absorbidos por las instituciones.

Por otro, intentar agruparnos con compañeros para tratar de dar visibilidad y extender dichas prácticas. En este sentido, tender hilos (o más bien unir fuerzas) es muy necesario pero también muy complicado, puesto que primero tendría que desaparecer la tendencia al plataformismo y constatar que se es anticapitalista por lo que se dice y, sobre todo, por lo que se hace. En Madrid abordamos este debate desde el punto de vista de la coordinación y por ahora, nuestra impresión es que hoy por hoy quizás no existan las condiciones necesarias para lanzarse a ello, puesto que los distintos ritmos de algunos colectivos impiden por un lado la posibilidad de coordinarse, y por otro lado, lo que se prima desde otros ámbitos y organizaciones es simplemente una suma cuantitativa sin profundizar demasiado en las cuestiones más espinosas. Aun así, creemos que es posible tratar de empezar a construir unos mínimos organizativos poco a poco si se comparten experiencias reales de lucha, de movilización y de debate sobre éstas, pero no si se pretende partir desde un esfuerzo voluntarista en base a “lo mal que estamos hoy en día”.

11.Y para terminar esta extensa entrevista ¿que luchas o conflictos recientes han tenido significación o incidencia en el entorno anticapitalista madrileño y cuales creéis que la puedan tener en un futuro?

En nuestro entorno más cercano, destacaríamos las movilizaciones en solidaridad con Grecia de diciembre del 2008, el auge antifascista de los dos últimos años tras el asesinato de Carlos, la lucha por la liberación de Amadeu Casellas, el conflicto por el fin de los centros de menores cerrados, la huelga de limpieza de Metro de diciembre de 2007, las luchas contra los CIE’s, cada uno por motivos distintos, y con ritmos y duraciones dispares.
Tal y como están las cosas, es difícil prever qué conflictos pueden tener relevancia en un futuro. Desde luego motivos y oportunidades habrá de sobra: reforma laboral, conflictos en torno a la inmigración, privatización de la sanidad y otros servicios básicos, luchas en los talegos, etc. Desde luego el problema no es la falta de problemas, sino la ausencia de cualquier tipo de respuesta organizada, al margen de las alternativas institucionales, que construya desde estos conflictos cotidianos un proyecto revolucionario a largo plazo.

Contactos: gruporuptura(A)hotmail.com

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