LA FUNCIÓN DE LAS ONGS EN SUS LUGARES DE ORIGEN

Conviví durante varios años con un amigo y compañero quien cultivaba especial cariño y devoción por la lucha de liberación del pueblo saharaui. Un viejo prendedor con la bandera de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) constituía uno de sus mayores tesoros. Uncidos ambos bajo el yugo español, no era de extraño el nacimiento de una corriente de solidaridad mutua entre el pueblo saharaui y el vasco. Pronto nacería la Asociación de Amigos de la RASD, primer colectivo internacionalista vasco aparecido tras la muerte del dictador Francisco Franco (1975). Aquel compañero, igual que otra mucha gente, adoptó como suya aquella causa. Más allá de la proximidad que da el enemigo común, querían vascos y vascas hacer justicia con la Historia, pagando en la misma moneda la solidaridad internacional recibida en el ocaso del franquismo, con el Juicio de Burgos (1970) y las últimas ejecuciones (1975) como momentos destacados. Emancipadas Angola y Mozambique de la mano de la Revolución de los Claveles (1974), con las calles italianas, vascas o catalanas en permanente efervescencia, la liberación de pueblos y gentes parecía próxima. Independentistas de izquierda, trotskistas, maoístas y autónomos debatían, como en tantos otros lugares, los pasos a seguir; disputaban espacios y hegemonías. La experiencia sandinista y la revolución cubana concentraban los esfuerzos de la solidaridad internacionalista vasca.

Aquellas solidaridades, la lucha por la autodeterminación colectiva y personal, se impregnaban y unían a otras luchas -el feminismo, lo antinuclear, el antimilitarismo- haciendo temblar el piso de una dictadura que mutaba a democracia autoritaria.

Y en esto llegó Felipe

En 1982, y de la mano del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), comienza el estado español a caminar por la senda de la modernización. Con la gobernabilidad en disputa, comenzará la cooptación de cuadros izquierdistas (trotskistas y maoístas de diferentes partidos en especial, aunque no en exclusiva). El asociacionismo vecinal, el feminismo, la cultura, algunos sectores del pacifismo menos consecuente caen en la lógica institucional; consejos, departamentos y ministerios sustituyen a la calle y a la política de masas. Un lustro después, cae la Unión Soviética; el FSLN pierde las elecciones. El proyecto leninista fracasa. La solidaridad se reduce a la denuncia de situaciones más o menos crónicas, como Sahara, Sudáfrica, Kurdistan, Irlanda, Palestina o Wallmapu[[Wallmapu: Territorio mapuche.]]). Hoy, año 2008, son las instituciones vascas y diferentes ONG -Mundu bat (antes Tercer Mundo y Paz), Mugarik Gabe- originarias del antiguo leninismo quienes envían y gestionan la ayuda para la RASD. Volveremos, más tarde, a estos escenarios.

El proceso de modernización guiado por el PSOE,  inmerso en las políticas de convergencia dictadas por la Comunidad Económica Europea (CEE), trajo consigo el desmantelamiento del frágil estado del bienestar español, muy lejos, ya entonces, de los parámetros centroeuropeos. Son los tiempos de la reducción del gasto público con fines sociales. La premier británica, Margaret Thatcher, será el emblema de aquellas políticas neoliberales de los 80. La resistencia de mineros o trabajadores de puertos contra las privatizaciones y el recorte de derechos serían la otra cara de la moneda, cara que tantas solidaridades desataría en toda Europa.
De todas y todos es sabido que, ante la disminución del gasto público en el rubro de lo social, gran parte de esa estructura asistencial recayó en la Iglesia católica. Estos grupos serán quienes se hagan cargo de atender a la emergencia social (desempleo; inmigración indefensa; exclusión) ante la premeditada atrofia del estado en estos menesteres. Sin olvidar la función de apagafuegos de la Iglesia, es justo reconocer aquella labor a mediados de los 80. Pero no faltará tampoco una izquierda social que busque su supervivencia en el reclamo de políticas de protección social garantizadas por el estado, convirtiéndose a menudo en gestores externalizados de esos recursos, a remedo de la Iglesia.

Nos encontramos pues, a fines de los 80, una Euskal Herria que, aunque convulsionada, va siendo acercada a la uniformidad europea. Luchas asimiladas desde el Poder; leninistas sin rumbo y/o cooptados; y una izquierda independentista hegemónica más en base al hecho diferencial nacional que a las políticas transformadoras. En este contexto se da la masificación de las ONG, con la consiguiente sustitución de la militancia por la política de adhesión. La caridad y la mala conciencia se convierten en motor, desplazando al tradicional compromiso con la transformación social.

Parcheando

Esta doble función de las ONG en sus países de origen (desactivar posibles luchas mediante su institucionalización y burocratización; parchear las deficiencias materiales asumiendo la gestión externalizada de los servicios asistenciales del quebrado estado del bienestar en tiempos de grave fractura social y económica) será posible gracias a la ayuda financiera proporcionada por la CEE. Las políticas de convergencia económica (pacto de estabilidad y crecimiento) tienen como objetivo un mercado lo más homogéneo posible, con una capacidad de consumo pareja en todos sus estados miembros. En palabras de la propia CEE, se trataría de «favorecer un mayor grado de cohesión económica y social en el espacio comunitario», favorecer el «crecimiento económico» Los estados miembros de la CEE, cuyo Producto Interior Bruto (PIB) se sitúa por debajo de la media europea, tienen derecho a ayudas económicas siempre y cuando cumplan una serie de condiciones (principalmente, evitar un déficit público excesivo; más del 3% del PIB en el caso español). Estos dineros proceden del presupuesto de la CEE (un tercio del mismo) y llegan en calidad de Fondos de Cohesión y Fondos Estructurales. Pretenden la consecución de los objetivos citados mediante la financiación de grandes obras de infraestructura (transporte) y medio ambiente. Revitalización del mercado interno en base a asistencialismo y obras públicas. La vieja receta de Roosevelt.     

A pesar de ser la Iglesia católica (sus instituciones como Caritas relacionadas mayormente con sus hermandades obreras más que con ONGs tipo Manos Unidas o similares) quien ocupa el papel central en esta lucha paraestatal contra la marginalización, la exclusión y la asistencia a la inmigración, también el antiguo espacio trosko-chino supo hacerse con un lugar en estas tareas; valiéndose en no pocas ocasiones del papel que muchos referentes ocupaban y ocupan en las instituciones desde el triunfo del PSOE, en 1982. Y si bien no se nos han de caer los anillos reconociendo aquel valioso trabajo, debemos dejar claro que hoy, en 2008, la situación ha variado de modo sustancial. Hoy, la población inmigrante en Euskal Herria alcanza casi el 10% del total y podemos dar su situación por estabilizada; su peso socioeconómico actual no da para que el trabajo con esta parte de la población siga siendo considerado como gestión de servicio por los márgenes; sería mentira. Esta afirmación es más cierta aun si se toma en cuenta la cada vez mayor importancia del sector servicios, en las economías europeas. Desde esta perspectiva, para nada sirven las medallas del pasado, hoy en día, estas organizaciones, estas ONG, funcionan en el marco de precarización y subcontratación exigido por el neoliberalismo; se adhieren al engranaje capitalista actual dentro del entramado institucional definido como «bienestar social». Pero no sólo cumplen un papel en la subcontratación (ONGs de carácter izquierdista gestionan, por ejemplo, Centros de Internamiento a Menores, extranjeros o no, sino que en su interior se reproducen los más clásicos esquemas del trabajo precario, de dominación laboral postmoderna; esto es, el empleo precarizado, sin derechos, sin garantías para quienes los desempeñan. Sin olvidar, recordemos, que su patrocinio busca y consigue suplantar el compromiso por la adhesión, la militancia por el voluntariado.
En la Comunidad Autónoma Vasca este entramado de terciarización y control de las voluntades se rige por la Ley 17/1998 de 25 de junio, la Ley del Voluntariado. Su brazo ejecutivo lo forman los representantes institucionales y representantes de ONGs (elegidos por las mismas instituciones) a partes casi iguales, aunque la decisión siempre recae en el ala institucional. Sus ámbitos de actuación son el bienestar social, la protección civil, el medio ambiente, la acción exterior, la cultura y educación, el deporte y la sanidad. Ámbitos donde el empleo genuino se sustituye por el trabajo en precario (en régimen de becarios o contratos en prácticas; sin derecho a huelga, a prestaciones de desempleo y demás). La juventud, la universitaria en especial, es la gran víctima de este estado de cosas: son el mercado privilegiado de la subcontratación;  víctimas de un cada vez más tardío acceso al mercado del empleo digno. El acceso a una vivienda propia (no digamos, además, digna) se torna imposible.

Reflejo de la situación son incluso las recientes regulaciones del PSOE, a nivel estatal: la emisión del primer convenio para trabajadores y trabajadoras del Sector Servicios, Tercer Sector (junio 2007) ante la intransigencia patronal de las ONGs; y el anuncio, en época electoral, de la creación del Estatuto del Becario en las Empresas, para evitar el «uso espurio» del becario: jóvenes muy preparados pasan años en una muy inestable situación y con ingresos muy reducidos, lo que puede malograr la experiencia que adquieren. Según el socialismo, el fin de esta regulación es la contratación de becarios y becarias una vez finalicen las becas…

Un vistazo a www.bolunta.org (referencia institucional del voluntariado en la provincia vasca de Bizkaia y ubicada no por casualidad en el antiguo Montepío), y a su bolsa de trabajo terciarizado, disfrazada bajo «solicitudes de voluntariado» puede ser una referencia muy elocuente de lo aquí dicho.

Las ONGs de la izquierda

La década de los 90 marca el fin del modelo leninista. Los partidos comunistas de todo tipo languidecen en lo cuantitativo y cualitativo, agotadas sus políticas y, con ellas, sus habituales cauces de reclutamiento, de acumulación de fuerza partidaria. Tras la emblemática firma de los Acuerdos de Paz del 92 en El Salvador, ven en la cooperación un nuevo espacio en donde reproducirse; un espacio que les permita aferrarse a la presencia pública y política. Contactos no les faltaban, puesto que eran numerosos quienes habían viajado por Latinoamérica en tiempos guerrilleros, conociendo el tejido asociativo local y los cuadros políticos afines. Este rol de ONG para el Desarrollo (ONGD), basado en conseguir financiación para proyectos concretos (educación, sanidad, producción) les permite seguir, durante estos años, en el mercadeo político. Estas asociaciones de las que hablamos han creado, incluso, una titulación (interna, por ahora; al estilo de lo ocurrido en los movimientos obreros, feministas, ecologistas o antimilitaristas con los «graduados en relaciones laborales», «educadores medioambientales», «técnicas de igualdad», «masters en mediación y resolución de conflictos»…) que es el «técnico en sensibilización», verdadera perversión y profesionalización de las clásicas labores del agit-prop militante. El posterior boom antiglobalizador, con sus foros y demás tours subvencionados, de fines de la década, les abriría una nueva puerta: poseedores de los recursos necesarios para viajar, exprimen la opción que Porto Alegre les da y salen del armario reclamando un nuevo puesto en la esfera política.

De Seattle hasta Génova, transcurre una etapa caracterizada por los intentos de importar esos foros de recambio socialdemócratas al primer mundo. En Euskal Herria, estas ONGs, estos colectivos, se agrupan en la plataforma Hemen eta Munduan. En su web, se definen como una «iniciativa popular para denunciar los desequilibrios e injusticias generados por el neoliberalismo y realizar propuestas para una sociedad nueva». Añaden que tomaron parte en las protestas de Praga, Biarritz y Niza, aunque su «objetivo principal es dinamizar la lucha contra la globalización neoliberal». Fieles al viejo estilo campañista de la izquierda extraparlamentaria, este espacio redivivo centrará su discurso y prácticas en la Iniciativa Legislativa Popular para una carta de Justicia y Solidaridad con los países empobrecidos. La fallida campaña consistía en reunir 30.000 firmas para que el parlamento vasco tratara una propuesta de ley en sintonía con los reclamos del mundo antiglobalizador (abolición de la deuda externa; destinar el 0’7% del PIB a ayuda oficial al desarrollo; reforma o sustitución del FMI o el BM; etcétera). Surgida desde las elites burócratas, sin base social salvo contadas excepciones locales, el reflejo callejero de estas prácticas será nulo, anecdótico. Aquí termina el último cartucho de calle de esta izquierda, en su pretendida labor de politizar y rentabilizar los pastizales de las ONGs.

En paralelo, las excursiones a los grandes enfrentamientos mediáticos (como Génova) serán los actos más concurridos por esta izquierda transformada, que no transformadora. Pero este modelo forista de elite, clavo ardiendo al que se aferra esta izquierda en busca de su participación en la esfera espectacular de la política tiene sus límites; se agota. El acceso al poder de la socialdemocracia latinoamericana (el reflejo político de Porto Alegre), destapa el verdadero carácter de ésta, impidiendo a esta izquierda oenegista continuar en esta dirección. Así, resurgirán otras corrientes «tradicionales» de solidaridad, focalizadas en el triunfo también de los nuevos populismos que se traducirán muchas veces en un apoyo acrítico o a cierto panamericanismo personificado en Chávez, Tabaré o Castro. Estas organizaciones se sitúan más próximas al Partido Comunista (Asociación Euskadi-Cuba, por ejemplo) o al internacionalismo de la izquierda independentista vasca (Askapena).

Así las cosas los tiempos brindan una nueva salida: utilizar los recursos que desvían de la cooperación -los recursos institucionales- para arrogarse el papel de representantes en el primer mundo de «otra» izquierda; izquierda con la que, por otro lado, nada comparten en conceptos políticos; izquierda que les es ajena en forma y fondo (Vía Campesina, MST, zapatistas, piqueteros y autonomías varias). Estas experiencias de izquierdas sinceras, transformadoras, son presentadas de la mano de estas ONG profesionalizadas e iniciativas culturales postmodernas (otro brazo de la sucontratación esta vez de las políticas culturales), únicas con recursos económicos financieros (institucionales) para estos fines. Hoteles, grandes auditorios universitarios, voluntariados, ruedas de prensa, contactos institucionales -cuestiones inherentes a los modos de supervivencia de estos grupos-. Una perfecta y estresante agenda; atrezzo indispensable para hacer creer al invitado que son grupos con calado social, con trascendencia, implicados en las luchas locales, al tiempo que éste es secuestrado virtualmente por estas rutinas y despojado de cualquier oportunidad de trabajar con sus pares políticos naturales y/o de conocer la verdadera realidad de los lugares visitados. No falta, por lo general y para complicar el cuadro, la persona con verdadera experiencia militante que, por no desairar al colectivo invitado, se presta a colaborar en las presentaciones públicas; de este modo se legitima así, indirectamente, la labor de mediación de estos organismos. Ante tal potaje, el desconcierto de los receptores del mensaje es, por lo tanto, habitual.
Estamos en el deber de denunciar a estas gentes. Abandonado el «juguete» zapatista (la Otra Campaña les resultó muy compleja), agotada la vía ciudadanista de aproximación al populismo o a la socialdemocracia latinoamericana, acaparan la representación de los movimientos verdaderamente transgresores por el simple hecho de gozar de los medios materiales que tan poco inocuamente les regala la administración. Esta representación mediatiza el discurso que llega de fuera, no sólo porque «compran» los contactos con las gentes que se mueven en el tercer mundo, ávidas de difundir sus experiencias; también porque estas experiencias, al llegar mediante estas ONG quedan desvirtuadas. Estos contactos, estas relaciones sólo son útiles para reforzar acríticamente los planteamientos de los grupos locales de ambos lados, negociando apoyos, prestigio y legitimidad política mutuos. Se afianzan las burocracias en base a un discurso oportunista y mitificador. Las prácticas revolucionarias son visionadas, decíamos, a través de las gafas de estos impostores que, incapaces de aspirar a cambiar el mundo o de siquiera ser cooptados, pretenden sobrevivir en el tercer sector, sección politizada.

Alvaro Hilario
Juantxo Estebaranz

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