TAV: DOMINACIÓN A ALTA VELOCIDAD

Introducción

No se puede entender lo que es el Tren de Alta Velocidad (TAV) separándolo de la sociedad que lo engendra. La nuestra hace de la velocidad un nuevo déspota al que servir. Las mercancías que se producen en cualquier lugar del planeta deben circular lo más rápido posible para asegurarse de que lleguen a tiempo -dentro de plazos cada vez más ajustados- al punto de venta. Las personas están obligadas a desempeñar la función de servicio de mantenimiento de esta gran maquinaria social, para que las mercancías sigan circulando con fluidez. Las decisiones que atañen a estas estructuras económicas mundiales se toman en reducidos centros de poder compuestos por burócratas, empresarios y políticos, lo que no deja apenas capacidad de respuesta a los millones de personas que se verán afectadas por cada programa tecnocrático.

El desarrollismo es la ideología de esta etapa del capitalismo mundial. Se basa en la proliferación de grandes infraestructuras que permitan una mayor de movilidad de las mercancías, y en un sometimiento creciente de los recursos naturales al servicio de las necesidades industriales. El crecimiento económico no es un medio sino un objetivo en sí mismo. Grandes obras como las autopistas o las redes ferroviarias transeuropeas, a las que pertenece el TAV, tienen por misión garantizar un tráfico veloz y sin obstrucciones para las mercancías y para los asalariados que las manejan y las compran. El ritmo de crecimiento de estas infraestructuras va de la mano de la aceleración del capitalismo: si los capitales viajan casi instantáneamente por Internet, las mercancías, atadas al pesado mundo material, deberán imitarlas como sea. De ahí la multiplicación de autopistas, trenes de alta velocidad, superpuertos, aeropuertos, etc.
Obviamente, estas grandes obras producen un impacto ecológico desmesurado. El TAV es destructivo porque: para alcanzar la velocidad punta (a día de hoy, entre 300 y 350 km/h) exige un trazado casi rectilíneo, lo cual requiere túneles y viaductos, con la destrucción que ello implica; a su vez, el ancho de vía necesario es mayor, es decir, devasta más superficie (o más espacio, en el caso de un túnel) que una vía normal; consume mucha más energía para vencer la resistencia del aire, lo que se utilizará para legitimar la existencia de todo tipo de centrales de energía, por muy nocivas o peligrosas que sean; contamina precisamente por la circulación continua de esa energía a lo largo de cables de alta tensión; parte en dos los ecosistemas locales atravesados por el trazado; los pueblos situados en el medio del trazado del TAV que no disponen de estación pasan a ser virtualmente inexistentes, por lo que las empresas situadas en ellos tienen que trasladarse a los centros urbanos con estación (fenómeno de metropolitanización), lo que acelera la despoblación del campo; estos centros urbanos someten a las poblaciones de su entorno para convertirlas en áreas de servicios subordinadas; profundiza la pérdida de autonomía de las poblaciones al centralizar la producción de recursos…

No es difícil darse cuenta de las consecuencias de estos planes faraónicos: los habitantes de las ciudades viven en la desposesión más absoluta. Desposesión en dos sentidos: material, pues los individuos ven cómo crece por todas partes el precio de los elementos básicos de subsistencia, como la vivienda, mientras otros se sustituyen por sucedáneos, como sucede con la alimentación; y desposesión espiritual, ya que las decisiones que afectan a las personas se toman en ámbitos muy restringidos y se pierde cualquier capacidad de control sobre la propia vida. Los estados disponen de las poblaciones como de ganado al que trasladar de un lugar para otro, por ejemplo para favorecer planes de especulación del suelo o para construir un embalse, como en Itoiz. El mercado, por su parte, actúa del mismo modo, pues funciona con criterios que casi nadie entiende, y exprime a las personas: precariedad del trabajo, pánico al paro, incertidumbre ante el futuro de la empresa, una vivienda cada vez más cara, necesidad de ser competitivo en todo momento para no quedarse fuera de juego… La angustia que produce todo esto es bien conocida y todo el mundo la ha padecido alguna vez.

La complejidad cada vez mayor de las operaciones requiere un control totalitario por parte de los gestores de los estados. La interdependencia de los mercados hace que todo deba funcionar en todo momento y, puesto que las cadenas tienen la fuerza del eslabón más débil, ningún engranaje de la maquinaria económica puede fallar. De aquí surge la artificialización total de nuestro entorno: nada puede dejarse al azar o a la improvisación, y mucho menos aún en manos de mentalidades preindustriales. Este es el proceso que se denomina interconectividad.

Nadie se libra de la dictadura del mercado, ni siquiera los trabajadores más cualificados. En efecto, éstos, a diferencia de los no cualificados (la gran mayoría de la población activa), quizá dispongan de una mayor capacidad de consumo pero están igualmente sometidos a las contingencias de las crisis, las renovaciones de la empresa, etc., y por eso se ven en la obligación de «invertir en capital humano» continuamente para que sus conocimientos no se queden obsoletos y para ser rentables indefinidamente. Además, la publicidad manipula las necesidades humanas reales para fomentar la compra de presuntas satisfacciones consumistas y para crear otras falsas necesidades.

En esta sociedad gobernada por mercancías, el TAV tiene una función doble: 1) al principio, favorecer la movilidad de estos funcionarios y cuadros más cualificados entre ciudades, aunque luego su uso se irá extendiendo al resto de la población asalariada que pueda permitirse pagar un billete; y 2) acelerar en todo momento el tráfico de mercancías a lo largo del continente.

Por último, conviene observar que los promotores del TAV suelen querer adelantarse a las posibles críticas que merece semejante aberración integrando un barniz ecológico en su propaganda. Aducen, por ejemplo, que el TAV contribuirá a reducir el tráfico rodado en toda Europa y con ello la emisión de gases contaminantes como el CO2. Sin embargo, la realidad es que la circulación de coche y camiones no va a dejar de crecer, con o sin TAV, como prevén todos los cálculos institucionales europeos, pues así lo exige la economía de mercado. Así pues, a la ya existente destrucción que causan autopistas y túneles para el tráfico rodado se suma las vías de alta velocidad. Es decir, en ningún caso se cuestiona el modelo desarrollista que demanda más coches, más camiones y más desplazamiento de mercancías, sino que se intenta dar una solución técnica a un problema social.

El TAV en el PaÍs Vasco

El Tren de Alta Velocidad en el País Vasco, o Y vasca, forma parte de un proyecto mucho más amplio a escala europea. Su meta es acelerar el tráfico de personas y mercancías -ya indistinguibles entre sí- dentro de los estados de la Unión Europea y entre ellos. Empezó a aparecer en los planes de la UE en los años ochenta y entró en escena en la península Ibérica en 1992 con el AVE Madrid-Sevilla.

El Gobierno de Vitoria y el de Madrid parecen estar ya de acuerdo en acelerar la adjudicación de los tramos de obras del TAV para que esté en funcionamiento en el año 2010. La Y vasca unirá las tres capitales vascongadas y se contempla la posibilidad de unir Pamplona a través de un ramal que salga desde Gipuzkoa. Del mismo modo, de Vitoria partirá otra vía hacia Burgos cuyo objetivo final será Madrid. Por último, también se prevé una línea transcantábrica que vaya de Bilbao a Ferrol.

La Y vasca se enmarca dentro de los planes macroeconómicos de que hemos hablado en la introducción. Pasará a formar parte de un conjunto más amplio de redes transeuropeas que unirá ciudades y capitales de todo el continente. La escala misma de este proyecto faraónico muestra a las claras que no está hecho pensando en las personas, sino en las mercancías (verdaderos ciudadanos de primera de la Unión Europea), que podrán desplazarse en lo sucesivo más rápido gracias al TAV. En el caso vasco, es decisiva la importancia estratégica del Superpuerto de Bilbao en los planes de los tecnócratas del Gobierno de Vitoria y de las cámaras de comercio locales.

Respecto a la destrucción que conllevará la construcción del TAV, todo lo que hemos dicho en la introducción es aplicable al caso vasco, con el agravante de que la orografía montañosa de nuestro país hará que sean necesarios más túneles (mayor impacto ecológico, por tanto) para permitir un trazado con las menos curvas posibles.
Los promotores del TAV vasco quieren apoyarse en el mito absurdo de que lo que viene de Europa es más democrático, más ecológico y más justo. En realidad, el proyecto de redes transeuropeas procede de un programa elaborado por muy pocas personas, reunidas en torno a la Mesa Redonda Europea (ERT, en inglés), que toman decisiones que perjudican a millones de personas en todo el continente; a su vez, los afectados por el TAV no tendrán forma de hacer valer su opinión para rechazar el proyecto. Esto dice mucho del funcionamiento democrático de la UE.

Como en el resto de Europa, la cruda realidad de los hechos desmiente una y otra vez los discursos de los apologistas de la alta velocidad. No es cierto que el TAV vaya a contribuir a aligerar el tráfico rodado de nuestras ciudades: cuando el modelo de desarrollo consumista propicia que 600.000 vascos dispongan de una segunda residencia (sobre todo en Cantabria), es inevitable la congestión de autopistas y carreteras; del mismo modo, los planes del Gobierno de Vitoria prevén un aumento en la circulación de camiones, lo que explica el proyecto de otra gran autopista para Bizkaia, la Supersur, que en gran parte seguirá un recorrido paralelo a la A-8 y al TAV. En ambos casos, la creación de infraestructuras gigantescas equivale a una huida hacia delante, pues en ningún momento se pone en cuestión el modo de vida irracional que impone el capitalismo. Evidentemente, la solución a estos problemas pasa por cuestionar el modo de vida despilfarrador que el capitalismo nos quiere imponer como único posible.

El TAV en Bilbao

Dicho lo anterior, a nadie que haya observado con atención los cambios producidos en Bilbao en los últimos años se le escapará la importancia del TAV dentro de esta mutación. El TAV no sale de la nada. Se incorpora a los nuevos cambios estructurales que quieren hacer de Bilbao el hogar ideal de coches y de turistas, para los que se acondicionará el territorio según las exigencias del mercado. Al tiempo que se fomenta la degradación de zonas como San Francisco, para cuyo saneamiento se prevé la expulsión de la población que vive en ellas, o se crea de la nada un barrio para los nuevos ricos: Abandoibarra. Así pues, el TAV, las torres de Isozaki, el Guggenheim, etc., convergen en la fabricación de un Bilbao que salga mejor en las fotos, más moderno y aséptico. Mientras tanto, los barrios periféricos y las poblaciones limítrofes se convierten en ciudades-dormitorio para la población asalariada.

Además, el proceso de transformación de la ciudad en una gigantesca aglomeración urbana, el llamado Gran Bilbao, conlleva un trato autoritario de la capital hacia las poblaciones de su entorno: Santurtzi acoge la regasificadora, central térmica y el acceso del Superpuerto de Bilbao (que tanto daño han causado al ecosistema del Abra), la nueva feria de muestras de Bilbao (BEC, Bilbao Exhibition Centre) ahora está en Barakaldo, nuestras basuras se vierten y se queman en Alonsotegi, etc. Así, a los gestores del capitalismo con txapela no les causa ningún problema taladrar los montes Serantes y Pagasarri con tal de facilitar la conexión del Superpuerto con el TAV, o atravesar los pueblos de Bizkaia que haga falta, haciendo caso omiso de la opinión que puedan tener al respecto sus habitantes.
Por si fuera poco, en el caso específico de Bilbao se produce el curioso fenómeno de que la cultura se ha convertido en el fetiche de la economía local. Todo el centro de la ciudad debe ser remodelado al servicio de esta mercancía, pues lo que se promete a turistas y a autóctonos es el espectáculo de la cultura, con su museo estrella, sus planes de convertir San Francisco en el «Distrito de la Cultura» (sic), su palacio de congresos y de ópera y sus artistas diversos. En este Bilbao que, después de un burdo lavado de cara y de memoria, se acuesta provinciano y se despierta cosmopolita, la cultura es el nuevo producto que fabricar y vender. En este caso, lo que trata de vender la cultura-publicidad es la ciudad misma, tratando de crear consenso en torno a una capital cultural que gana premios de urbanismo en Venecia. El TAV será también el medio de transporte privilegiado que permitirá a los profesionales, primero, y a los asalariados, después, acercarse a esta ciudad-mercancía espectacular para celebrar un congreso, visitar un museo, o consumir cultura de cualquier otra forma posible. (Hay que señalar que, en buena medida, ciertos discursos que se quieren críticos han ayudado a asumir estas imposiciones. El dichoso mestizaje cultural tan pregonado va a sentirse a sus anchas en este nuevo Bilbao, gracias en parte a que el TAV facilitará aún más la movilidad necesaria. Sin embargo, parece difícil que pueda haber un mestizaje de ningún tipo en unas urbes clónicas, cada vez más uniformes y despersonalizadas. No por casualidad, todos estos discursos coinciden con la desaparición de los últimos restos de cultura popular.)

Ante un panorama tan grave, y nada fantasioso, tanto el Gobierno de Vitoria como la Diputación de Vizcaya y el Ayuntamiento de Bilbao están interesados en hacer ver que un proyecto tan devastador como es el TAV no tiene oposición. Saben perfectamente que es mejor ningunear a los opositores y negar su existencia antes que criticarlos o hablar mal de ellos. Sin embargo, existe un rechazo frontal y organizado a esta infraestructura ciclópea y al modelo social al que pertenece. A ese frente de rechazo queremos sumarnos.

Nuestra crÍtica

Como Asamblea contra el Tren de Alta Velocidad de Bilbao-Abiadura Handiko Trenaren aurkako Bilboko Asanblada, nos oponemos a la creación del TAV y a la sociedad industrial que lo hace posible. Proponer modelos alternativos supuestamente menos devastadores es un error, pues no cuestiona las causas que originan el TAV, sino sólo sus efectos. Queremos extender nuestra crítica a la raíz misma de la sociedad capitalista, basada en la producción y el transporte irracional de mercancías. Apostamos por una forma de organización social distinta, que se imponga como objetivo cubrir necesidades fundamentales, no la consecución de aumentos en índices de crecimiento económico sin ninguna relación con la realidad humana.
Queremos combatir también la idea de un posible desarrollo ilimitado del poderío técnico, que ya está empezando a pasar factura a toda la humanidad. El cambio climático y otros daños colaterales tienen su origen en el funcionamiento irracional del capitalismo: dictadura del automóvil que impone su dominio en el paisaje urbano y que contamina cada vez más, polución debida a todo tipo de efectos industriales nocivos, transporte a largas distancias de mercancías para venderlas en lugares en que ya se producen variedades locales, simplemente por razones de competitividad…

Las soluciones que propone el capitalismo a los problemas que él mismo crea son ficticias. Suponen un autoengaño respecto a la verdadera causa del problema, pues en ningún momento se plantea ir a la raíz; de hecho, no hacen más que agravarlo. La solución de los problemas medioambientales es social, no técnica. No se trata de dar con un nuevo avance tecnológico milagroso que nos arregle la vida (suponiendo que algo así sea posible), sino de cuestionar el régimen de falsas necesidades consumistas que se nos impone. Por ello, la crítica del TAV es una crítica del modelo social global, con sus centros comerciales, sus autopistas, sus macroplanes urbanísticos, etc. Queremos criticar en actos la ideología del desarrollismo, que nos quiere hacer creer que la implantación de infraestructuras atiende a criterios humanos antes que a criterios macroeconómicos.
Frente a la interconectividad y la dependencia creciente que conlleva el desarrollismo, defendemos la autonomía local. La elección sólo puede ser una de estas dos: o bien recuperar la capacidad de toma de decisiones en cada barrio y en cada pueblo, entendiendo que la libertad se basa en la toma de responsabilidades y no en su delegación, o bien aceptar voluntariamente la servidumbre a unos criterios económicos y de gestión comprensibles sólo para unos pocos, lo que significa renunciar a cualquier esperanza de libertad y de control sobre nuestras propias vidas.

Por todo ello, sabemos que sólo es válida una forma de organización y coordinación horizontal, por lo que nos negamos a cualquier posibilidad de compromiso institucional. La única forma de parar el TAV y crear un frente antidesarrollista pasa por extender la crítica a las grandes infraestructuras y a la sociedad que las hace necesarias.

Bilboko AHTren Aurkako Asanblada

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