«DESARROLLO SOSTENIBLE». LA PALABRA DE ORDEN DE LA NUEVA ECOTECNOCRACIA

Las instituciones que se han ido formando en el curso de los últimos años no han hecho más que resolver problemas viejos al precio de crear problemas nuevos y todavía más insolubles (Ivan Illich). Ahora están creando adjetivos para «ablandar» el concepto de desarrollo: «desarrollo sostenible», «desarrollo humano»,… que no llevan sino a lo mismo , a una mayor acumulación de capital y a una mayor extracción de recursos, que es en el fondo lo que se busca. (Pilar Vega)
La historia del modo de producción capitalista está constituida por fases de expansión y fases de crisis estructural. Se pueden distinguir cuatro fases de expansión: 1815-1840, 1850-1870, 1890-1914, 1948-1967; y cuatro fases de Crisis 1840-1850, 1870-1890, 1914-1948 y a partir de 1967. Cada fase de crisis estructural constituye una fase de desajustes y reajustes, de paso de un modelo de acumulación a otro, e implica una disminución del crecimiento. una agudización de la lucha de clases. A finales de los años sesenta, se acelera y confirma el declive de la hegemonía americana; sin embargo, los EE.UU. fueron capaces de plantear una estrategia de contraofensiva, que se formuló primero en el terreno de la preparación ideológica: «crecimiento cero», «entorno ecológico», neomalthusianismo. El Club de Roma, constituido con esta finalidad, hacía sonar la alarma, anunciaba la penuria generalizada y el agotamiento de los recursos naturales, preparando así el aumento de los precios de la energía y de las materias primas. (Samir Amin).
A partir de los primeros años de la década de los setenta, han ido apareciendo distintos estudios que señalaban, desde instituciones del propio sistema, la inviabilidad del crecimiento tal y como se plantea. Desde el primer documento del Club de Roma, «Los límites del Crecimiento» (1972) -curiosamente el Club de Roma se crea a partir del mundo empresarial, la fundación Agnelli, y está formado por tecnócratas, dirigentes de empresas, e investigadores- propugna ya la adopción de un crecimiento cero, como vía de hacer frente a los problemas de escasez de recursos y de impacto sobre el medio del presente modelo económico. El principal documento de prospectiva, «Nuestro Futuro Común» encargado por las Naciones Unidas y conocido por el Informe Brundtland (1988), como informe previo a la cumbre de Río, plantea claramente la inviabilidad a medio plazo, entendiendo por este concepto los próximos veinte o treinta años, del crecimiento del actual modelo productivo, sin provocar daños irreparables al entorno medioambiental, y generar tremendas convulsiones económicas, políticas y sociales.

A estos informes habría que sumar, entre otros, el estudio «Interfuturos» de la OCDE de finales de los setenta, el «Global 2000» encargado por Carter a finales de los 70 -en el que participaron, entre otros, el Departamento de Estado y la CIA-, el documento Brandt sobre relaciones «Norte-Sur» de mediados de los ochenta, los distintos informes que sobre el Estado de la Población mundial edita anualmente el Fondo de Población de las Naciones Unidas, e igualmente los dictámenes que periódicamente publica el Worldwatch Institute de Washington o el World Resources Institute de Nueva York. De cualquier forma, en estos documentos se acaba transmitiendo un mensaje optimista, a pesar de la información estremecedora que muestran sobre la situación mundial en el próximo futuro, poniendo el acento en la necesidad urgente de la reforma del sistema para hacer frente a la magnitud de los conflictos que se avecinan, pero sin poner en cuestión la raíz de los problemas. Esquematizando, parece como si el mensaje fuese que el Planeta está en peligro no porque los países «ricos» utilicen tantos recursos y produzcan tanta contaminación, que indudablemente se señala y se dice que hay que aminorar estas tendencias, sino porque los países «pobres» de la Periferia tienen un gran crecimiento de población y talan demasiados árboles. En definitiva, se sitúa la causa principal de los problemas en la explosión demográfica y la pobreza del «Sur», y no en la concentración de riqueza y formas de vida del «Norte» (Ramón Fernández Durán). Washington D. C. se esta convirtiendo en la capital de una nueva burocracia ecológica apoyada por el poder político y la fuerza económica que irrumpe en los titulares de los periódicos, paga congresos internacionales, y trata de establecer un orden del día ecológico, recomendando programas de «ajuste ecológico» a todos los países y ciudadanos, una especie de «Fondo Monetario Internacional de la Ecología». Tras el Informe Brundtland, el estudio de la pobreza como causa de la degradación del medio ambiente se ha puesto más de moda y está mejor pagado que el estudio de la riqueza como principal amenaza humana al medio ambiente: hay un intento político de los ricos de desviar el orden del día ecológico. El Banco Mundial cuya financiación depende en buena parte del Congreso de los EE.UU., se está convirtiendo en una de las instituciones principales en la definición del orden del día ecológico internacional. No olvidemos que la palabra de orden de la nueva ecotecnocracia internacional es ahora la de «desarrollo sostenible» (José Martínez Allier). Está claro, sobre todo después de la cumbre de Río, que las «ideas verdes» mayoritarias se han convertido en el palo con el que Occidente puede golpear al Tercer Mundo, es decir, son una excusa más en la que se apoya el Establishment para dictar órdenes al Tercer Mundo; utiliza el problema medioambiental para reforzar su derecho a decir lo que hay que hacer en el mundo, todo en interés supuesto del medio ambiente mundial, para seguir tiranizándoles con el cuento de que «la protección medioambiental requiere una mayor flexibilidad con respecto a la soberanía». Es decir, en este sentido, el ecologismo occidental mayoritario es intrínsecamente conservador puesto que sirve a EE.UU. y a Occidente, en general, para hacer de contrapunto ante las naciones tercermundistas que obstruyen sus deseos. Hay quien incluso habla de «imperialismo medioambiental» (Alicia Stürtze).

A los ecólogos se les empieza a pedir que determinen tecnocrática y exactamente la manera de vivir de los humanos: por ejemplo, se les pide que digan qué dosis de radiación no son peligrosas, o qué dosis de pesticidas; se les pide que determinen niveles máximos tolerables de emisiones de dióxido de carbono; incluso se les pide que indiquen densidades óptimas de población (al menos en los países pobres) para evitar que los pobres degraden el medio ambiente. Los organismos internacionales y los bancos multilaterales de ayuda al desarrollo económico hacen servir el concepto de capacidad de sustentación (sólo para países pobres) como base de nuevas políticas de «desarrollo sostenible» ¿Por qué no preguntar si Occidente ha sobrepasado sus capacidades de sustentación, y si sus modelos de desarrollo son «sostenibles»? Así, las argumentaciones en base a la «capacidad de sustentación» y al «desarrollo sostenible» son estrepitosamente ideológicas en su aplicación selectiva. Son intentos de biologizar la desigualdad social (José Martínez Allier).

El término «Desarrollo Sostenible» se va a convertir -se está convirtiendo ya- en la coletilla que justifique las políticas institucionales en todos los ámbitos. La ambigüedad de la expresión facilita la identificación con la noción de «crecimiento sostenible» verdadero objetivo de la política económica de los principales centros de poder mundiales -G7, FMI, BM, GATT…- «Sostenible» significa, en definitiva, en estas interpretaciones, acomodable con el statu quo actual en términos de reparto Norte-Sur en el consumo de los recursos naturales. El Norte podría continuar con su modelo de crecimiento cuantitativo basado en la expansión de la producción y el consumo de masas, que se considera culturalmente inextirpable. Dentro de esta concepción, la noción de «Desarrollo Sostenible» se va a intentar transformar en un instrumento de la tecnología del consenso junto con el llamado «Capitalismo Ecológico», íntimamente unido al anterior. En este sentido, es preciso denunciar que es imposible la consideración de los límites ambientales sin cambiar la propia esencia del modelo; es decir, sin poner patas arriba la «ética» del crecimiento material y la acumulación, pilar central de la llamada sociedad industrial (Ramón Fernández Durán). «Desarrollo sostenible» en el Libro Blanco de la UE es el Tren de Alta Velocidad, o las grandes infraestructuras de autovías. Es un término tan amplio y tan desfigurado que es una bolsa donde cabe todo. Las grandes organizaciones internacionales como el B.M. y el F.M.I. también utilizan el término «desarrollo sostenible»… (Pilar Vega).

A lo que hay que ir es a la aniquilación de ese concepto de desarrollo (Pilar Vega). El actual modelo económico y productivo experimenta una constante necesidad de crecimiento cuantitativo, pues en este crecimiento está la clave del beneficio y por consiguiente de la acumulación de capital; en definitiva de la concentración de riqueza. En este sentido, los sistemas capitalistas y burocráticos sólo pueden sobrevivir creciendo, son como bicicletas -perdón, por la comparación-, o andan o se caen. Este crecimiento continuo está legitimado ideológicamente en la veneración de los conceptos de «progreso» y «desarrollo» (ramón Fernández Durán). En primer lugar, habría que desmitificar pues el concepto de desarrollo económico y social occidental, porque detrás de este concepto está el concepto de progreso, criticable en su conjunto: se explica como la evolución de las sociedades humanas como el progreso histórico, como que todo tiene que recorrer el mismo camino, la misma trayectoria (o al menos debería aspirar a llegar a ese final) (Pilar Vega). Esto conduce necesariamente a imaginar sólo un modelo único de evolución histórica, balizado por una sucesión de modos de producción que corresponden a las fases sucesivas de desarrollo de las fuerzas productoras, debiendo imponerse más pronto o más tarde a todos los pueblos este modelo único. Se vuelve a encontrar en este modo la ideología europea de la Ilustración, su hipótesis del progreso ineluctable, en una palabra, todo el contenido del eurocentrismo, con su visión lineal y mecanicista de la historia (Samir Amin).

Bajo ese epígrafe de progreso se esconden jerarquías evidentemente económicas, jerarquías sociales, culturales y, como no, también sexuales, que lo que están generando es desigualdad, discriminación y subordinación, y cuyo avance está destruyendo el planeta. En el contracongreso «Las Otras Voces del Planeta» que hubo en Madrid en oposición a la cumbre del BM y del FMI, se hizo un llamamiento a estar en contra del desarrollo, porque siempre va asociado al concepto de crecimiento económico, que es incompatible con lo que se puede llamar el concepto de ecología (Pilar Vega).

El ecologismo no es políticamente unívoco. El tema del medio ambiente no es más que la punta visible del iceberg. Lo profundo de la lucha ecologista reside en adscribirse a un planteamiento crítico y radical del capitalismo, porque éste no representa únicamente un problema de modelo tecnológico, sino que es un problema de modelo social. Entonces existirían dos corriente: el discurso negativo radical de la ecología, y por otro lado el medioambientalismo, la ecología como cosmética de la sociedad (Mario Gabiria). El contexto en el que la AHTaren Aurkako Asanblada desarrolla la crítica al proyecto del TAV no es, desde luego, el del ecologismo que analiza los temas medioambientales, partiendo de la aceptación implícita del modelo socioeconómico e ideológico capitalista (de aceptación de la idea de «progreso», de libre mercado, no crítica de la sociedad opulenta, etc.). (Alicia Sturtze). Al contrario. Si la tensión desarrollista y competitiva continúa, sea cual sea la cosmética que sean capaces de aplicarle los dirigentes actuales, en pocas décadas el deterioro será incomparablemente superior al actual (Declaración de Madrid). Cuando el razonamiento sobre este conflicto es llevado hasta sus últimas consecuencias, se hace patente la imposibilidad de hallar soluciones verdaderas y definitivas sin salir de las fronteras del sistema establecido (Antonio Esteban). La legislación sobre evaluación de impacto ambiental que entró en vigor en nuestro país en 1988, está vigente en EE.UU. desde 1969, y en 1970 en Canadá y a primeros de esa misma década en Israel, Holanda, Francia… No se trata de países que hayan visto frenado por ello su desarrollo (Impacto ambiental del TAV, MOPTMA).

¿Es todo esto un planteamiento «integrista» o «fundamentalista» que no encuadra con la moda del «ecologismo conservacionista light», «desarrollo sostenido» o kutxiflainas por el estilo que ahora tanto se llevan? Entonces a mí personalmente me irrita que me llamen ecologista. ¡Por favor! ¡Que nadie me confunda con semejantes especímenes! (Julio).

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