COMPAS DE ESPERA

Tiempos de incertidumbre, pero no de aquel vértigo en el que nos sumergimos cuando nos precipitamos a un punto sin posibilidad de retorno, que rompe con nuestras certezas para empujarnos a aprender de nuevas experiencias, sino la conciencia de que aquellas prácticas que durante los últimos tiempos han aportado ilusión militante y campos de intervención han tocado su tope.

Tres parejas, como ejemplos condensados, que nos han hecho bailar durante el último lustro, pero cuyas sintonías cansinas son ya una más. Nuestro propósito es dejar esto en claro, para así desasirnos de su tutela y abrir de este modo nuestros ojos a renovados indicios de ruptura.

Insurrección / Cárcel

En el invierno de 1996 eran capturados cuatro anarquistas italianos tras el sonado atraco de Córdoba, siendo detenidos y encarcelados en las más duras condiciones. La campaña de solidaridad que se realizó por la península desató un debate dentro del anarquismo militante que coincidió con una de las crisis cíclicas que suelen sumergir a los grupos juveniles en derredor de CNT, en cuanto a la separación entre aliento insurreccional y supervivencia burocrática. Teniendo la puerta abierta, entró con buen pie una corriente libertaria que ponía el énfasis en la acción, aun fuera esta minoritaria, y en la toma de iniciativas, que no podían medirse en claves de eficacia o rentabilidad política.

Asimismo, la inclusión de los compañeros italianos en el regímenes de aislamiento carcelario, contribuyó decisivamente a visibilizar la existencia de un colectivo en el interior de las prisiones, los llamados “presos FIES”, los cuales, aun habiendo pasado ya su tiempo de máxima movilización, se encontraban en un momento en que sus denuncias y relatos de lucha estaban siendo editados y difundidos con interesada audiencia.

Durante los años posteriores fueron apareciendo grupos juveniles anarquistas, que ponían el énfasis en el salto hacia delante, criticando la “espera” cuantitativista, recalcando la coherencia entre ideología libertaria y conducta militante y utilizando la crítica del anarquismo revolucionario para con las esclerotizadas ficciones organizativas, para saldar cuentas con sus viejos socios anarcosindicalistas.

En esta senda, la combatibidad extrema de los presos sociales en regimen FIES, así como su condición de prisioneros en una guerra de clases en la que ellos habían desafiado a su manera el orden -y era por eso por lo que habían sido encarcelados- derivó a una parte de los grupos a dedicarse exclusivamente a labores de asistencia para con las personas presas.

Además, la imposibilidad de crear un proyecto revolucionario, ante la desaparición de la autoconciencia de pertenencia a clases sociales determinadas por criterios económicos, reimpulsó la tendencia de que era renunciable incluso la propia idea de proyecto, propulsándose así un discurso y en menor medida una práctica, que se basaba principalmente en la pretendida coherencia ideológica.

La servidumbre voluntaria del común de la población, de este modo, es vista como una asunción del papel otorgado dentro de la sociedad capitalista de consumo. Y la literatura ultraizquiedista, que focaliza su fuerza contra las maniobras “recuperadoras” de los grupúsculos de izquierda, dotó a este segmento de una certeza para marcar distancias para con las identidades ciudadanistas, y a hacer de estas distancias su particular identidad.

Mas al tornarse las actividades de denuncia de los regímenes especiales en llamadas a la complicidad para con iniciativas de individuos de gran vigor ideológico, se cortó la posibilidad de extensión de esa solidaridad con el común de la población encarcelada.
Y las acciones (como las pequeñas explosiones de denuncia o castigo) realizadas sin pretensión alguna de complicidad social o de cobertura mínima del ambiente militante en general, han posibilitado una represión impune de las mismas.

Sumemos la distancia entre las aspiraciones del discurso y la pacata y constante miseria cotidiana, y encontraremos la paulatina reducción de la audiencia de esta corriente.

A día de hoy, la pareja presos – insurrección, que desde el 98 al 03 cautivó a los grupos, ha perdido gran parte de su fuerza, aislando así un poco más a quienes permanecen en las labores de solidaridad activa, aun cuando el discurso insurreccionalista permanece como un maximalismo ideológico, pero sin pretensión de convicción ni internalista, ni cara a fuera.

En el otro extremo, esta crisis ha empujado a algunos colectivos de este entorno a dar la vuelta a la tortilla y recuperar el concepto de clase e incluso de organización, para, anclados en una identidad clasista dual (poseedores-desposeídos) seguir desarrollando una práctica de agitación unilateral, tratando infructuosamente de despertar un inmanente y generalizado odio de clase.

Antiglobalización / ciudadanismo

Las huelgas ocurridas en el estado francés durante diciembre de 1995, anunciaban la posterior reconversión de la izquierda a través del ciudadanismo, una recreación de una identidad colectiva del ciudadano como súbdito consciente y activo, capaz de crear una fuerza colectiva que impidiera el desmembramiento del estado del bienestar y de sus servicios así desplegados.

La cumbre mundial gubernamental de Río en 1992, disparaba el pistoletazo de salida de la producción sostenible, que precisaba tanto de un estado presente en la reorientación productiva, como de unos necesarios agentes sociales depositarios de esa conciencia de sostenibilidad.

El fracaso de la ronda del milenio de la OMC en Seattle en el 99, catapulta las movilizaciones anti-globalización, una mezcla de diferentes redes, desde el bloque combatiente anarquista, pasando por los grupos conectados a través de los encuentros “intergalácticos” zapatistas, que intentan superar las rutinas militantes mediante lenguajes y prácticas recuperadas de las vanguardias artísticas, las redes de apoyo entre organizaciones campesinas contrarias a los efectos nocivos de la imposición de las tecnologías de explotación industrial del campo, hasta los poderosos sindicatos obreros que buscaban paliar la desregulación.

Un cómodo calendario, marcado por las reuniones de los organismos de coordinación del capitalismo mundial, que va dando cuerpo a una izquierda que busca su fuerza en liderar una oposición ciudadana a la desintegración paulatina de las capacidades del Estado, frente a los intereses desmedidos de las trasnacionales. Pero esta izquierda ya no pretende su ascenso parlamentario sino que prefiere inventar identidades (parado, emigrante,…) para así poder representarlas e interpretar ante las instituciones el papel de mediador y permanecer como representación de la consciencia de un “cambio” perfectamente posible.

Es así como en la ciudad brasileña de Porto Alegre, donde ya se practicaban modos de extensión de la gobernabilidad a través “estrategias participativas“, comenzó a realizarse desde el 01 un Foro de organizaciones y lobbies izquierdistas, donde comenzaron a proponerse modos de recambio en la figura de mediación y representación política, que desplazara la desgastada fórmula partido-sindicato.

La nueva figura, requerida por el nuevo orden post-Río, se basaba en representar ante las instituciones el papel de consciencia social encarnándose como autoridad moral, para lo que se desempolva la figura del intelectual y se la reemplaza por la del especialista universitario, activista profesionalizado y capacitado escolarmente para hablar en el metalenguaje técnico que la sostenibilidad requiere.
De este modo, el nuevo modelo movilizatorio, ensayado en la llamada “parálisis” francesa del 95, consiste simplemente en que los sectores movilizados representan un sentir generalizado, el cual delega conscientemente en ellos el protagonismo y la gestión de la protesta. Es la huelga por delegación. La movilización general pasa así a ser sólo posible en horarios y fechas extra-laborales, y su fin último la reivindicación de valores básicos del humanismo (no a la guerra, otro mundo (la fraternidad) es posible,…), cuestiones en la que la supervivencia cotidiana y sus implicaciones concretas quedan fuera del discurso. Los repertorios incorporados a este tipo de protesta, la ironía contra-publicitaria y la reivindicación de tácticas de “guerrilla lúdica”, se vuelven así en vehículos para la distracción juvenil, en intranscendentes complicidades de sentires mesocráticos[[Acciones que recaban cierta simpatía de las clases medias por su simbolismo lúdico e inofensivo.
]] incapaces de tornarse en atisbo de amenazas.

Quien ha dado la puntilla a las movilizaciones antiglobalización, de las que precisaba la nueva socialdemocracia como argumento de representación, ha sido, entonces, la esterilidad de este nuevo tipo de movilización y de sus complicidades por delegación, para detener al estado gendarme de la mundialización y su devastación del mundo y de sus pobladores.

Movilizaciones mundiales, masivas y donde todas las redes que dieron lugar al fenómeno antiglobalizador se dieron cita, pero que no han conseguido mover un ápice las estrategias neocoloniales de los nuevos “aliados“, que visten sus justificaciones con lenguajes maniqueos religiosos alejados de la retórica ilustrada del ciudadanismo.
En nuestro ambiente, la distancia buscada de estos renovados aspirantes a la mediación institucional para con las algaradas y sus consecuencias represivas de los jóvenes anarquistas en las contracumbres, ha dejado particularmente a las claras, sus verdaderas intenciones y el servicio prestado de estas movilizaciones para con sus institucionales aspiraciones.

El debate de la técnica

Del eco de las protestas de Seattle, llegaron las prácticas de la comunidad libertaria americana, que siempre había incorporado una interés por la vida comunitaria y una crítica al papel devastador del territorio del capitalismo industrial. Llega de este modo el debate sobre las consecuencias que este modelo económico y social había deparado sobre la condición humana como animal de este planeta.
Mención necesaria son la difusión de los análisis de los post-situacionistas de la EdN[[Encyclopedie des Nuisances.]] que ven en la idea de progreso tecnológico, la verdadera ideología que da cuerpo a los impulsos modernizadores del capitalismo, instrumentos que han conseguido desarmar los diferentes asaltos proletarios a la sociedad de clases, e incluso disolver las propias clases como tales.

Paralelamente, la extensión del acceso a las capacidades de interconexión mediante la unión de teléfono y ordenador, o sea internet, aupado por el mito interesado de su desarrollo cooperativo por la comunidad bohemia exiliada interiormente tras la derrota política de la contracultura, pone en el candelero las posibilidades que la técnica pone al alcance de la militancia social a nivel planetario.

El discurso tecnófilo, hace residir en la conectividad de estas máquinas las posibilidades de éxito de la movilización social. Se vuelve a un tipo de pensamiento que sobrevalora la capacidad de interacción por comunicación, y que machaca sobre la desprestigiada consigna de “información es libertad”.

Aun cuando durante los dos últimos años, el acceso de las clases medias universitarias a los servicios telefónicos de banda ancha es un hecho, este discurso pivota sobre el arquetipo del trabajo cooperativo telemático, ignorando la ínfima proporción poblacional de sus teóricos protagonistas y sus mismas condiciones materiales.

Con todo esto, no era de extrañar que se pasara a dar audiencia a las especulaciones de la escuela intelectual negriana, que basa su desesperada búsqueda del sujeto revolucionario en las capacidades creativas y cooperativas humanas, en el trabajo inmaterial en el sentido de la expropiación del capital de esas capacidades cooperativas (lo que le ha llevado a parir el palabro de “cognitariado”) y focalizar su lucha en la “privatización de los saberes” (regulación de internet, propiedad intelectual, patentes industriales de organismos vivos,…).

En el desplazamiento de las capacidades movilizatorias a las posibilidades técnicas de conexión, en la búsqueda de los motivos movilizatorios en las visicitudes de “el saber“ y de su libre transmisión, se ha basado una práctica militante que ha suplido la constatación del marasmo social por una verborrea indescifrable, que se retuerce en la metáfora postmoderna, “cartografiando“ los mapas del saber social; en definitiva, una retórica para consumo universitario, que recubre con lustre teórico un vacío social inasumible.
Por el otro extremo, la vuelta a una Naturaleza idealizada, donde el conflicto entre humanidad y entorno es borrado, provoca la búsqueda de un retorno a la “edad de oro“ previa a lo domesticación neolítica. Una necesidad ideológica de encontrar un “punto originario del mal“ que explique la constante de la servidumbre voluntaria, que se encuentra en la vulgarización de la crítica “anti-civilizatoria”, y que trata de afianzarse sobre hallazgos antropológicos, interpretables en cualquier dirección imaginable, y que cuenta con el inesperado apoyo de las corrientes espiritualistas provenientes de la contracultura.

Una renuncia al activismo social, que se justifica en un individualismo que consuela su impotencia en su huida al bosque, sin ni siquiera reivindicar la realidad boscana de la gran mayoría de la población europea hasta la urbanización generalizada de la segunda mitad del pasado siglo.

En resumen, el debate sobre la técnica, ha generado un discurso tecnófilo que busca su razón de ser y su proyección en sí mismo, mientras que la tecnofobia de a pie renuncia a su expansión social y huye hacia una inexistente Naturaleza extraña a sí misma.
Mirando hacia delante

Estas prácticas y debates, parejas-fuerza, como se ha ido desgranando, han ya periclitado, decantando todo su potencial transformador o su revelando su capacidad recuperadora.

Los futuros e imprevisibles acontecimientos, aportarán líneas calientes sobre las que se precipitarán prácticas y se proyectarán análisis. A día de hoy, sólo estamos seguras de que allá donde la izquierda como tal se ha roto (Bolivia, Argelia, incluso Argentina) surgen las revueltas más esperanzadoras.

De donde no provendrá será ni de los revivals historicistas, ni de las aun candentes provocaciones subvencionadas de los lenguajes artísticos, eternos subcontratados de las instituciones y reclutas, a su pesar, de los planes de expulsión de los centros históricos de su población pauperizada.

La disrupción, la ruptura creadora de incertidumbre sistémica, no surgirá de quienes han hecho de ella toda una profesión, ni de la nostalgia de un tiempo histórico previo a nuestra eclosión.
Pero, ésta, tampoco se manifestará si simplemente permanecemos sentadas, pacientes para con la aparición por la puerta del cadáver de nuestro enemigo.

Habrá que arriesgar sobre las líneas calientes aunque éstas finalmente tan sólo sean humo.

Un impaciente

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