La pelota no se mancha

El siguiente texto fue comenzado unos días luego de la muerte de Diego Maradona, hacia fines de noviembre del año pasado. En el trascurso de la «investigación» me terminé de convencer de la –para nada original– idea de que esa muerte resultaba parabólica de la muerte del fútbol en su conjunto. Luego, ante la amenaza de la constitución de la «Superliga Europea», me decidí a reescribirlo manteniendo algo de la estructura original, en particular el título y la temática de cada sección, pero concentrándome más en la dimensión general.

«¡El Diego, papá!»1

La mítica del fútbol morirá en breve. Y esa muerte será producto de un fallo multiorgánico, al igual que la de Maradona. ¿Murió por su corazón inflamado, por su depresión, su anemia, su hematoma subdural, sus adicciones? ¿Morirá por la corrupción, por su inconsistencia con las nuevas tecnologías y las nuevas formas de entretenimiento, por su tendencia oligopólica y la inseguridad de su circuito de acumulación?

Desarrollar en profundidad todas las razones de ese asegurado deceso requeriría por lo menos varias entregas, sino un extenso libro. Ojalá finalmente alguien pueda desarrollar esto desde una mayor capacidad crítica y literaria, pero también desde una ruptura con lo que uno quiere. Algo similar a lo que logró Corsino Vela con su Ciclismo y capitalismo.

Pero yo no amo el fútbol, ni guardo mucho cariño por Maradona. Me resulta inevitable, por mi edad y por la región en la que me tocó nacer, que se me dibuje una sonrisa al recordar alguna anécdota o al ver alguno de los absurdamente hermosos goles que hizo en el Napoli, para luego experimentar una fuerte tirantez entre el mandato y el pensamiento, una suerte de culpa de lo sentido.

Afortunadamente mi viejo no fue muy insistente como los de los demás, y no buscó promover un vínculo alienado desde el compartir ese momento semanal. Alguna vez fui a la cancha con él y, en algún momento de la adolescencia, ante la crisis de ese vínculo, me autoengañé creyendo que me había llevado a vivir algún momento trascendente, como cuando «El Diego» se puso la rojinegra y jugó unos partidos en Newell’s Old Boys de Rosario, el equipo del cual se supone que soy hincha.

Fui demasiado chico en la era Maradona, coincidente con los mejores años de la selección argentina, y de la cual también se podría argumentar que es el zenit de lo que fue y pudo ser el fútbol en su ciclo histórico. Además, si bien tenía algo de talento y cuando no había ningún zurdo me ponían de 10 en la cancha, tampoco me terminaba de emocionar lo suficiente el jugarlo como para tomármelo en serio. Ya a comienzos de los 2000 empecé a desentenderme más y más de los deportes y a concentrarme en otras cosas. Ni siquiera la emergencia de Messi y de una renovación de la esperanza albiceleste2 a partir de 2006 me sedujo como para volver a emocionarme.

Recién en los últimos años, lejos de la región argentina, me religué un poco con lo que se supone que me debería gustar. Miro partidos viejos, leo sobre táctica, me enrosco durante algunas horas viendo estadísticas. En ocasiones también me encuentro deseando estar de vuelta en la calle en Rosario, para escuchar insultos entre los hinchas de Ñuls y Central, y sentir esa tensión en el aire, esa irracionalidad extrema, esa última de las pasiones.

Bilbo es rara en ese sentido. Se supone que es una ciudad futbolera, pero desde mi perspectiva no puedo evitar percibir los pseudogestos de pasión de los fans del Athletic como algo ridículo. En Argentina los domingos tenía miedo de que los hinchas me robaran o cagaran a palos, pero aquí me pasa lo contrario, veo a esos pijos que no se sabe si recién salen del batzoki o de la misa dominical y me dan ganas de robarles yo a ellos. Como si quisiera realizar un ajusticiamiento, o aniquilar la disonancia cognitiva. O también puede ser simplemente una reacción “antimoderna” que experimento y no alcanzo a comprender.

Vale la pena aclarar que este alegato no surge de alguien que quiera volver a un hipotético fútbol impoluto, de barrio, del potrero, de los pibes, un fútbol de la identidad, anticomercial, justo y equitativo. Pocas cosas me parecen más absurdas que el reformismo futbolero. Me cuesta mucho entender qué pasa por la cabeza de alguien que reivindica al St. Pauli3 o qué quisieron expresar los socios que fundaron el United of Manchester. No comprendo si dichos fenómenos son producto del eurocentrismo, el democratismo, la falta de criterio histórico, la desinformación, un proceso gradual de autoengaño o qué, pero algo de curiosidad me genera, si no probablemente no estaría escribiendo esto.

Vuelvo a conectar con el fútbol «de grande», desde la teoría, la racionalidad, encontrando conexiones entre la crítica del deporte y la crítica de la economía. Pero me da algo de culpa y todavía me hace sentir un tanto avergonzado. No puedo evitar pensar que me perdí de algo y recuerdo que, cuando en la adolescencia me acusaban de amargo, me decía a mí mismo que no, que era más apasionado que los demás pibes, sólo que esa pasión la vivía en actividades distintas a las predominantes.

Muere Maradona hace unos meses, y me encuentro casi llorando por momentos, movilizado por incomprensibles y profundas fuerzas. Por suerte los interminables memes y chistes en el grupo que tengo con los compas de Rosario me hicieron canalizar eso en risas hasta la madrugada. Pero me fascinó ver ese desborde social en épocas de sanitización pandémica y observar, como nunca, a tantos hombres llorando. Me costó pensar o concentrarme en otra cosa durante días.

Ya venía pensando en lo de la muerte del fútbol antes de lo del Diego. La crisis identitaria de Messi y su conflicto con Bartomeu4, la muerte de Grondona5, la crisis desatada por el COVID, el Fair-Play financiero, el FIFAgate, el VAR, la final de River-Boca por la Libertadores en Madrid… Eran demasiadas razones y demasiado absurdas como para obviarlas. Y lo del Diego coronó y cerró todo eso, porque Maradona fue perfecto. Fue el producto más puro de un proyecto que comenzó cien años antes de su nacimiento, fue el ejemplo del ascenso social y de la integración de los sectores populares a través de un vehículo diseñado justamente para eso. Y de tan perfecto y honesto que fue, representó ese rol con todo su ser, siendo el lumpen, el reformista y el machista por excelencia.

«Yo nací en un barrio privado… privado de luz, agua y teléfono»

La relación entre el hombre y la pelota es extensa, compleja y todavía bastante poco estudiada. Indagando a vuelo de pájaro parecería que en todos los continentes hubo formaciones estatales precapitalistas que tuvieron alguna forma de juego con pelota. Aparentemente habría algún tipo de conexión lúdica de carácter esencial que nos llevaría a patear un objeto, a hacer unos jueguitos. Y también parece que esa conexión busca ser dominada y disociada de diversas formas desde hace muchísimo. En los intersticios del dominio civilizatorio surgiría y evolucionaría a la vez una expresión popular, comunitaria, un escape a la instrucción militar del arco y la flecha, un desborde pasional colectivo que subvierte el tejido de la ciudad medieval.

Lejos de las elucubraciones, los orígenes contemporáneos son bastante más claros y difíciles de confundir simbólicamente. El fútbol surge y se desarrolla como un vehículo de la conciliación de clases. Fortalecer el vínculo del graduado con su ex alma máter, en la forma de los clubes Old Boys, suavizar el antagonismo de los trabajadores con “su” fábrica, ocupar el pagano sábado y disuadir el asociacionismo obrero. Las razones son múltiples, pero la racionalidad es por demás de nítida.

Quizás la que menos suele desarrollarse desde este perfil crítico es la del fútbol como elemento característico de la tan extrema homosociabilidad del período industrial. Las compañeras del periódico Nuestra Tribuna lo planteaban con absoluta claridad en 1923: «Por ti, sí, ¡maldito juego! inventado por la aristocracia como «ejercicio para nuestros músculos» porque bien sabe ella que ahí te detendrás débil e inconciente, obrero. Y en vez de tomar un libro que te instruya y a la vez a tus hermanos y a tus hijos, te vas a la cancha, y allí pateás como un burro, allí te rompés la ropa, te estropeás y estropeás a tus compañeros, y vuelves a tu hogar donde ya vuestra madre, esposas y hermanas —eternas esclavas de los tiempos que vivimos— te esperan con la escasa cena que es la característica en los hogares proletarios…»

Se podría argumentar que 1960, el año que vio nacer a Maradona, fue al mismo tiempo el momento en el cual se observan los primeros indicios de un proceso de degradación del deporte más popular. En aquel año surge la que luego se denominaría la Copa Libertadores de América. Acto seguido, los campeones de ambos continentes se enfrentan por primera vez en la denominada Copa Intercontinental, que reconoce de forma inequívoca al mejor club del mundo. Pocos años después, «la Libertadores» relaja su cometido original y se permite la inclusión de los subcampeones de cada país.

A partir de los 70 se produce uno de los primeros grandes tire-y-afloje. Los europeos no querían venir a jugar a Sudamérica. Los cagaban a patadas, había peligro de que fueran secuestrados por alguna guerrilla (como había pasado con Di Stéfano en Venezuela en el 73), y la escasa ganancia no justificaba el riesgo de exponer a esas cada vez más comunes (y cada vez más sudamericanas) estrellas millonarias. Luego de una década de incertidumbre, en 1980 la emergencia del fútbol-turismo permitió sobrellevar esta crisis.

Japón, y la mística de levantarte a las cinco de la mañana para ver el partido mientras escuchabas el inconfundible timbre drónico de los satélites transmisores… La historia del fútbol siempre fue particularmente absurda; y que Toyota haya puesto los billetes para que la Intercontinental se disputara en el lejano oriente por más de veinte años resulta, por lo menos, cómico. El fútbol venía toyotizándose desde hacía rato: la creciente preponderancia del mánager sobre los jugadores, los viajes y el calendario just-in-time, la división internacional que suponía producir un enganche en Argentina, un líbero en Italia, un central en Alemania, un lateral en Brasil y un arquero en la Unión Soviética. A eso sumémosle la emergencia de sistemas tácticos que negaban y superaban tanto a los especulativos y ofensivos sistemas piramidales de principios de siglo, como también a la rigidez de posguerra del catenaccio6. Todos debían poder jugar en cualquier posición, todos eran partes intercambiables.

Por ahí me zarpo en pro-situ con esta reflexión, sepan disculparme. Pero parecería que durante esta época el fútbol se agotó en su dimensión táctica. La conflictividad social y la reestructuración de las relaciones de producción de aquellas épocas aceleró el proceso de realización del fútbol y lo llevó a enredarse en variaciones internas interminables. Sacchi, Bielsa, Mourinho y Klopp7 no revolucionaron nada, sino que hicieron un collage con los elementos constitutivos del fútbol total. Dicen los que saben, y los que saben «chamuyar», que lo mismo pasa desde aquel entonces en la música y en las artes plásticas. Desde el segundo asalto proletario todas las expresiones de la cultura humana están suspendidas a la espera de que un nuevo contexto social insurreccional las aniquile o las supere. La relación entre el ser humano y la pelota no tiene ya más nada que explorar en la sociedad del valor.

«Segurola y Habana 4310, séptimo piso»

Maradona fue subversivo en este sentido: fue una expresión contracultural desde el punto de vista de la inercia futbolera. Fue una bocanada de aire, una singularidad, una anomalía en una época en la que parecía que los jugadores se volverían cada vez más parecidos a autómatas. Pensar a Maradona es pensar en conflicto y contradicción. El Diego exhuda quilombo por todos sus poros.

Desde su nacimiento en Villa Fiorito –una de las zonas más marginales y duras de Buenos Aires, donde dormía en la misma habitación con «Don Diego» y «Doña Tota» y con sus doscientos mil hermanos, hasta su regreso a la ciudad, esta vez en el lujoso y varias veces allanado triplex sito en el domicilio ya mencionado- Maradona es la imagen viva del conflicto de clases.

Demasiado se ha dicho sobre el 86 y la «venganza» a los ingleses. Los conocedores también sabrán que en ocasiones se le ha pegado por no ser tan políticamente correcto como un Cruyff, que renunció a jugar el mundial 78 por la dictadura. En su decadente década del 90, Diego resumió su ridícula relación con la izquierda latinoamericana al decir: «En mi puta vida pensé que iba a estar en Cuba jugando al golf».

Pero el núcleo del conflicto y la dimensión política de Maradona son sin duda sus años en Nápoles. Allí Diego terminó de transitar los hitos cruciales del mito del héroe. Llegó en 1984, apenas cuatro años después del terremoto de Irpinia. La ciudad todavía no se recuperaba del sismo y las luchas sociales por el acceso a la vivienda amenazaban con regenerar un conflicto social que el Estado italiano consideraba resuelto con su radical estrategia durante los anni di piombo.

Lejos de considerar a Maradona un vengador, un justiciero o algo similar, quiero dejar en claro que desde mi perspectiva fue solamente un elemento disuasorio, un títere del capital regional insuflado por la economía informal de los camorristi. Cuando las contradicciones no se resuelven materialmente, se suelen generar discursos, intenconales o no, que promueven su resolución en un terreno ideológico. Maradona bailando a los defensores del Milan, haciéndoles un tiro libre imposible a la Juve, o clavándole un golazo de tres dedos desde 40 metros al Verona hizo justamente eso. Se vengó de las pancartas que los del Norte ponían cuando jugaban contra los napolitanos diciéndoles negros, villeros, sucios, y que se burlaban de las tragedias recientes del cólera y el terremoto.

Maradona no resuelve nada de todo eso, aunque obviamente sería pedirle demasiado. Hasta se podría argumentar que lo intentó, ya que son bien conocidos sus desobedientes apoyos solidarios a partidos para recaudar fondos para los más desposeídos de Nápoles. Pero en el 90 la narrativa nos dice que el pueblo napolitano le traicionó. Que en un San Siro abarrotado, los tifosi no respondieron al llamado de su héroe, no le amaron ni adoraron lo suficiente como para ponerse por encima del nacionalismo italiano y silbaron el himno de la Patria de su dios circunstancial: ¡Hijos de puta! 8

«Con perdón de las damas… que la chupen, que la sigan chupando»

Ni bien murió Maradona, una temática en particular monopolizó la reflexión y el debate en los ámbitos críticos. El destino se encaprichó para que su muerte ocurriera un 25 de noviembre, día en que se recuerda el asesinato de las hermanas Mirabal y se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Y es que en esta concatenación de absurdos, no podía faltar uno más en el simbolismo del día de su muerte. El Diego era un crack y un fuera de serie en muchos aspectos, y su talento, técnica y versatilidad para la misoginia es digna de ser destacada.

Maradona fue un reconocido consumidor de la explotación sexual infantil en Cuba y agredió a varias de sus parejas. Acosó a cuanta trabajadora de hotel y periodista se le cruzara en sus viajes, y se lo conocía abiertamente por usar todo tipo de tretas y engaños para no utilizar un preservativo. Obviamente luego no reconocía ninguna demanda de paternidad y mandaba a amenazar a las mujeres que le reclamaban. Un misógino de toda la cancha.

Como si no fuera poco, expresiones como: «¿En contra de los homosexuales? Para nada. Es mejor que existan porque así dejan más mujeres libres para los que somos de verdad machos» nos permiten analizar una faceta más de la patriarcal dimensión sexual de Maradona. Desde que tengo recuerdo de sus apariciones en medios de comunicación, siempre fue evidente que una perversa dialéctica del homoerotismo y el machismo antiputo se constituía. Cuando se rumoreaba que tenía relaciones homosexuales con otro jugador, Maradona respondía burlándose de Pelé porque «El negro debutó con un pibe». Luego le daba un «piquito» a Caniggia9 para festejar un gol y se travestía para la tapa de una revista, pero se aprestaba a compensarlo pegandole a un periodista que «le había mirado a su mujer».

No quiero extenderme reproduciendo un debate que duró algunos meses y que tiene pasajes mucho más precisos y específicos sobre esta cuestión, pero me parece importante poner en discusión las hipótesis que vinculan simbólicamente la muerte de Maradona con la muerte de la masculinidad normativa. Evidentemente ese llanto de millones de machos expresa algo que podría considerarse un grito colectivo por la regeneración de un patriarcalismo en aparente disolución. Pero no me apresuraría en alegrarme o en extrapolar demasiadas conclusiones respecto de la muerte de una forma de masculinidad tóxica, sobre todo teniendo en cuenta que parecería que esta engendró una infinidad de heterogéneas y diversas subculturas e identidades masculinas iguales o aún más nocivas.

Por otra parte, me resultó bastante atemorizante ver, otra vez más, cómo el feminismo peronista/troskista, que cada vez más se erige como la forma hegemónica del movimiento de mujeres en la región argentina, censura y anula cualquier posicionamiento por fuera de la línea única, tildando de antipopulares, teóricas, universitarias y desclasadas a cualquier feminista que se cagaba en la muerte de Maradona y enunciaba abiertamente la interminable lista que menciono unos párrafos atrás, y por lo que probablemente nadie me diga nada. Parece que según los paradójicos postulados punitivos del feminismo predominante, un violador ya no puede ser cancelado o condenado socialmente cuando se erige en ídolo popular. Me eriza la piel pensar que esa podría no ser la única excepción que toleraría la nueva policía.

Simpaticé con el gesto insumiso de la jugadora gallega Paula Dapena, y me entristeció mucho saber de las amenazas de muerte y el maltrato que recibió luego de negarse a participar de la pantomima del minuto de silencio por Maradona que el Estado mundial del fútbol impuso en cada rincón del mundo. Pero no me como el verso de que el crecimiento y la popularidad del fútbol femenino es una especie de venganza o reivindicación. Sino que es un claro ejemplo de cómo la sociedad capitalista sólo integra en lo degradado. Únicamente cuando el fútbol está muriendo abre sus puertas a las mujeres para que formen parte y aporten una buena dosis de trabajo impago para darle unos años más de sobrevida.

No se sabe con total certeza que haya sido él, pero parece que el boludo de Fontanarrosa10 dijo una vez una frase que a millones de boludos les gusta muchísimo, sobre todo porque les resuelve mágicamente cualquier disonancia que experimenten: «Qué me importa lo que Diego hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía». El problema es que las dos no son mutuamente excluyentes, sino que están interconectadas, y que el mayor crimen de Maradona, aún mayor que todos los enumerados, es que, a pesar de ser un poco reticente a reconocer a sus propios hijos, crió y educó a millones de Maradonas.

«Jugar sin público es jugar adentro de un cementerio»

Sería dificil apuntar cuál sería la causa predominante de la muerte del fútbol. Personalmente me la juego por esa caja de Pandora de la big data, el poder de los algoritmos, la inteligencia artificial, los astrofísicos que trabajan para Guardiola, los mapas de calor… Primero fue con el ajedrez en la década del 90, luego hace apenas unos años con la menos conocida victoria de DeepMind11 sobre los mejores exponentes del Go, sin lugar a dudas el juego más bello, elegante y complejo que produjo la sociedad de clases. Hoy en día se experimentan nuevos enfoques en IA mientras se supera sin mayores dificultades a los mejores gamers en Starcraft II y en otros «juegos». Qué mejor objetivo para un futuro próximo para estas tecnologías que un DT digital a cargo del Real Madrid, dándole indicaciones a los galácticos, cambiando el esquema según el momento del juego y haciendo cada cambio en el momento óptimo. El «go de los deportes» caerá probablemente en unos años.

Por otro lado, probablemente lo que ponga el clavo final en el ataúd sea justamente la futbolización de la totalidad del mundo. Algo de eso ya vivimos en la región argentina en los 90, con el rock-fútbol y demás expresiones de la cultura del aguante12.Hoy en día, todos los programas de televisión de entretenimientos o política utilizan formatos que originalmente fueron desarrollados en el periodismo deportivo. Ocho «tipos» gritándose durante horas sin emitir absolutamente nada. Nada de sustancia, pura forma.

Los malabares financieros y el maquillaje de los balances institucionales son una práctica común en los clubes de fútbol desde hace ya varias décadas, es innegable que la FIFA, la UEFA y demás federaciones son absolutamente inspiradoras y hacen las veces de Maquiavelo contemporáneo para cual­quier burócrata o estructura política que busque autoperpetuarse.

Este proceso de futbolización experimenta en la actualidad una limitación evidente en cuanto a lo geográfico. Así como le ocurre a la NBA y la NFL, China se convierte en el objetivo final. Todos los productos culturales del capitalismo occidental se orientan cada vez más a seducir a la «creciente» «clase» «media» china, pero no me queda muy claro qué grado de comprensión tienen los productores culturales de que falta poco y nada para que ese proceso se invierta y surja un abanico de contenidos culturales autóctonos que terminen de cimentar el ascenso imperial. Occidente podrá disfrutar de haber arruinado el go con su ejército de transistores serigrafiados, antes de que se nos imponga un panis et circensis a la Mao-Tse-Tung.

Quizás la degradación tenga su principal dimensión en lo ideológico. Quizás el fútbol no pueda sanitizarse a sí mismo con la misma velocidad que la sociedad en su conjunto se está sanitizando. Quizás los barras, los hooligans, los fachas, y los ultras persistan y una sociedad cada vez más correcta vaya descartando al fútbol. Quizás el fútbol-turismo, que pudo imponerse luego de que Heysel y la Puerta 1213 fueran tan sólo un incómodo recuerdo, no resista la cruda realidad de que 10.000 trabajadores hayan sido exterminados para que Qatar 2022 sea una realidad. O quizás sí, y brinden y aprovechen la ocasión para negociar las masacres futuras. Como probablemente vuelva a suceder que los gritos de los estadios ahoguen los gritos de las torturas, en el próximo julio durante la Copa América en Colombia.

Es tentador pensar, de todas formas, que el fútbol ya cumplió su cometido y que una sociedad tan individualista ya ni siquiera puede garantizar la continuidad del fenómeno que colaboró en gran medida a la emergencia de ese individualismo. Parecería que el fútbol morirá porque sufre en carne propia lo mismo que generó y produjo: profundización del proceso de proletarización, degradación de los vínculos, concentración de capital, brechas salariales exhorbitantes, y un largo etcétera.

«Se les escapó la tortuga»

Los números no dan por ningún lado, los niveles de deuda son descomunales. Probablemente los gran­des sean rescatados en breve y la camiseta del Liverpool lleve el logo de Goldman Sachs. La sobrevida del fútbol es la sobrevida capitalista. El capital ficticio, los derivados de los derivados… Los Glazers compran al Manchester para tener un activo con el que tomar deuda. Los Warren Buffett de todo el mundo invierten en el Ajax o en el Lyon, que prometen una rentabilidad buena y estable, a costa de que jamás volverán a emocionar a cualquiera de sus hinchas. Los jeques sueltan millones y millones sin ninguna retribución directa en términos económicos pero explotando a más no poder el blanqueo de imagen que les brinda el espectáculo futbolístico. Cada uno hace lo que sabe o lo que necesita.

El capitalismo instantáneo del 5G impone el VAR en nombre de la justicia y la democracia pero ya son cada vez menos los que ignoran que esas incertidumbres y suspensiones intencionales son una forma de adecuar el conservador y antitelevisivo fútbol de antaño a las lógicas deportivas yanquis. Una astuta forma de disparar las ganancias de las casas de apuestas ante cada pausa, de llenar cada rincón de las cada vez más grandes pantallas de TV de banners y logos publicitarios.

La contradicción entre un ámbito económico tan subjetivo (y en apariencia tan poco sujeto a la ley del valor) y la inamovible objetividad de las leyes económicas, dificulta el análisis sobre las contradicciones más abstractas que amenazan al fútbol. Evidentemente sigue siendo más fácil comprender ciertas verdades elementales de la economía capitalista hablando de chaquetas y de varas de lienzo, y las categorías centrales de la crítica marxiana no son tan autoevidentes al analizar el salario de Messi o el encarecimiento exponencial de una entrada del Bayern Munich. Pero allí están si se las busca lo suficiente.

Una curiosa y deformada paradoja histórica hace que sea la liga y los principales equipos ingleses (que siempre fueron «más aburridos que chupar un clavo») los más acomodados de cara al precipicio. La región que creó el sport será probablemente la que más contribuya en su deceso. Pero eso no pasa de ser una casualidad, la crisis del fútbol es absolutamente mundial y parece improbable que por más fortaleza cultural que exponga alguna región, el fútbol pueda resistir en algún reducto.

La muerte del fútbol pone en evidencia para un nuevo sector del proletariado que la aventura ya ha sido extinguida en esta sociedad y que la única aventura que queda… Por eso, futboleros del mundo, no os sintáis tristes, quizás extrañemos cada tanto esa épica, ese folklore del fútbol, pero épica no faltará seguramente en los años por venir: vivimos en la era de la sexta extinción masiva, de la acidificación oceánica, del cambio climático antropogénico, del peak-oil-gas-fósforo-uranio, de la exterminación sistemática de la población excedentaria… Pero la perspectiva revolucionaria brilla por su ausencia.

Eki

NOTAS:

1. Con excepción de «¡El Diego, papá!» emitida por Cristian Leguizamón, uno de los fanáticos maradonianos mas famosos, el resto de títulos entrecomillados son expresiones famosas de Maradona.

2. Denominación de la selección argentina de fútbol por los colores de su camiseta y de la bandera del país.

3. Equipo de fútbol de Hamburgo (Alemania). El FC St. Pauli ha destacado por su defensa de diferentes causas sociales y por su comunidad de aficionados, cercanos ideológicamente a la izquierda política y a los movimientos antiautoritarios.

4. Expresidente del F. C. Barcelona.

5. Julio Humberto Grondona (1931-2014) fue un dirigente de fútbol argentino que se desempeñó como presidente de la Asociación del fútbol Argentino durante 35 años y como vicepresidente sénior de la FIFA.

6. Sistema táctico surgido en la década del 30 que privilegió el aspecto defensivo, incorporando un nuevo rol defensivo, el del líbero. Su traducción literal del italiano es cerrojo.

7. Sacchi, Bielsa, Mourinho y Klopp son cuatro conocidos entrenadores de fútbol.

8. Luego de haberse constituido en héroe popular del Sur, en las semifinales del Mundial de 1990, Maradona solicitó el apoyo del pueblo napolitano para la selección argentina en el cotejo que enfrentó a esta con la selección italiana. Pero con excepción de algunos pocos de la línea dura del Napoli, los napolitanos apoyaron a esa Italia que los excluía. Es famosa la filmación en la que el estadio entero silba el himno argentino mientras el Diego les grita: «¡Hijos de puta!»

9. Claudio Cannigia es un exfutbolista argentino que jugaba como delantero en la selección argentina. A pesar de que Maradona siempre dijo que su pareja futbolística por excelencia fue el brasileño Careca, son más recordadas popularmente sus vinculaciones en el campo de juego con el «Cani».

10. Roberto Fontanarrosa (1944-2007) fue un humorista y escritor rosarino, reconocido hincha de Rosario Central, el rival acérrimo de Newell’s Old Boys.

11. Empresa que es parte del conglomerado Alphabet, que también es propietario de Google, y que realizó el proyecto de Inteligencia Artificial AlphaGo, especializada en el Go, un popular y antiguo juego de mesa asiático.

12. En los años 90 surgió un nuevo concepto dentro del habla popular: «el aguante». Ligado a la idea de «resistencia» que también comenzaba a popularizarse en espacios más políticos, el aguante implicaba una actitud de rechazo a la realidad cotidiana, marcada por la pobreza y la exclusión. Pero no necesariamente la búsqueda de un cambio. Las políticas económicas de los años ‘90 llevaron a la marginalidad a un montón de gente. Los sectores burgueses entraban al «primer mundo» a través de viajes y compras. Los jóvenes de los barrios pobres encontraban en el fútbol y el rock un espacio para la amistad y el rechazo al mundo de «los caretas». De hecho, fue en aquella época cuando el espectáculo de rock y futbol se hicieron cada vez más parecidos. El rock argentino, si bien existe desde mediados de los 60, siendo una de las expresiones más antiguas de música moderna en América Latina, encontró masividad recién en los años ´80. En los´90 fue cuando comenzaron las expresiones que se conocieron como «rock barrial» o «rock chabón», donde la estética futbolera de grandes concentraciones de gente, con banderas y bengalas se hizo presente. Además, tanto el fútbol como el rock ofrecían la posibilidad del enfrentamiento callejero con la policía, ya que hasta mediados de los años 90 las razzias heredades de la dictadura fueron comunes. El rock barrial con un sonido cercano al primer rock and roll y al blues, el heavy metal y en menor media el punk y sus derivados fueron la banda sonora del «aguante». En aquellos días un popular programa deportivo llevaba el nombre de «El Aguante-El programa de los hinchas» donde se mostraban las banderas, los cantos de las tribunas y todo el folclore futbolero.

13. En referencia a la tragedia del estadio de Heysel (Bruselas – Bélgica) donde el 29 de mayo de 1985 murieron 39 aficionados (en su mayoría italianos) a causa de una avalancha de aficionados en los prolegómenos de la final de la Copa de Europa entre el Liverpool y la Juventus de Turín, Los sucesos causaron, además, 600 heridos de diversa consideración. La tragedia de la puerta 12 fue un suceso fatal ocurrido el 23 de junio de 1968 en el estadio de River Plate, cuando murieron aplastadas 71 personas y resultaron heridas 113, a la salida del partido de fútbol disputado entre el equipo local y su clásico rival Boca Juniors.

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