Crítica del Valor. Crisis terminal del capitalismo y movimientos emancipatorios

Extractos adaptados de una entrevista a Anselm Jappe1

La crítica del valor surgió en Alemania y fue propuesta inicialmente por la revista Krisis, cuyo teórico principal fue Robert Kurz2. Se trata de una corriente teórica que se gestó fuera de las universidades, pero también al margen de las capillas políticas, con el propósito de retomar una lectura de la realidad por medio de las categorías centrales de Marx, reconsiderando desde el inicio la teoría crítica y separando radicalmente lo que podía ser actual en Marx hoy en día. La primera vez que la crítica del valor se presentó a un público más amplio fue con el libro «El derrumbe de la modernización», de Robert Kurz, publicado en 1991, cuyo tema principal era el derrumbe de la Unión Soviética. En ese momento, el fin de la Unión Soviética fue considerado casi universalmente como el triunfo del capitalismo, como la prueba de que no hay alternativas, evidentemente con mucho júbilo por parte de los burgueses y con un sentimiento en la izquierda de que ya no se podía hacer nada, de que toda perspectiva de emancipación se había perdido. El objetivo del libro de Kurz era demostrar que la Unión Soviética había quizás superado la propiedad privada de los medios de producción, pero no las categorías centrales del sistema capitalista, es decir la mercancía, el valor, el trabajo abstracto y el dinero. Es decir, que la Unión Soviética formaba parte por completo de la sociedad mundial de la mercancía. Era una tesis diferente en relación a todas las explicaciones de la URSS únicamente a través de la estructura burocrática, y Kurz afirmaba en este libro que el fin de la URSS no era el triunfo del capitalismo occidental, sino simplemente una etapa del derrumbe mundial gradual, por etapas, del sistema mundial de la mercancía.

Los años 90’s se caracterizaron por una victoria aparente del capitalismo, la euforia de las bolsas, la sociedad del pensamiento post-moderno, etc. pero ya desde el año 2000 los vientos empezaron a cambiar, y mucho más a partir de la crisis del 2008. En este contexto, las teorías que Marx elaboró hace 150 años (el valor, la mercancía, el trabajo abstracto, el dinero y el fetichismo de la mercancía, el capital como relación social -no solamente como una clase de capitalistas sino como una relación social total que comprende todos sus miembros-) no han dicho su última palabra y demuestran ser útiles y ser muy importantes hoy en día para comprender lo que está pasando, por ejemplo para entender por qué hay tal auge de los mercados financieros.

Para muchas personas, una de las afirmaciones más sorprendentes de la crítica del valor es la de que el capitalismo es un sistema abocado a su propia destrucción, aseveración realizada en el momento del derrumbe de la URSS. Derrumbe o crisis terminal no quiere decir que todo vaya a finalizar en un día, sino que el capitalismo ha entrado desde hace varias décadas en una fase de declive y que ha ido perdiendo cada vez más su rentabilidad, ya que es un sistema que consiste esencialmente en el hecho de transformar el trabajo (más específicamente el lado abstracto del trabajo) en valor, cuya forma visible es el dinero. Pero desde el inicio este proceso contenía una contradicción: que sólo el trabajo en el momento de su ejecución crea ese valor. Sin embargo, la competencia empuja al uso de tecnología y este hecho aminora la parte de trabajo vivo, lo que hace que disminuya a su vez el valor. Durante mucho tiempo, el capitalismo ha sabido compensar esa pérdida tendencial del valor por medio del aumento gigantesco de la producción, pero incluso este proceso de compensación encontró sus limitaciones al inicio de la década de los 70, grosso modo.3 Además, esta crisis interna, o sea con límites internos que el capitalismo no puede superar desde sus propias bases, fue reforzada, en esa misma época, por la crisis energética y la crisis ecológica. Estas crisis vieron el día junto con el descontento creciente por las condiciones de vida creadas por el capitalismo, por la sociedad mercantil que ha conseguido en una parte del mundo asegurar una mejor satisfacción de las necesidades materiales, pero a la vez ha creado más que nunca una sensación de vacío, colonizando todas las esferas de la vida y transformando todas las actividades que dan un sentido a la existencia simplemente en consumo de mercancías. Es también el aspecto subjetivo de la sociedad mercantil el que entró enormemente en crisis en los años 70.

Crédito a muerte

Hablar de crisis terminal no es una profecía para el futuro, sino la descripción de algo que ya se está dando, subrayando al mismo tiempo que este proceso es irreversible. Ya no habrá un nuevo modelo de acumulación, ahora el capitalismo solamente vive mediante una huida hacia delante que es sobre todo el endeudamiento, endeudamiento de los Estados, endeudamiento privado4. El capitalismo, según sus propios criterios de solvencia, ya habría quebrado desde hace décadas y sólo puede seguir viviendo gracias a la simulación cada vez más masiva de rentabilidad. Entonces, en cada crisis financiera se aumenta aún más el volumen del crédito en una huida hacia adelante desesperada, y es fácil ver que esto no podrá durar para siempre. Y no lo dice solo la crítica del valor, incluso muchos analistas burgueses afirman que esta carrera no puede tener otra cosa que un final fatal. Sin embargo, extrañamente, son los observadores de izquierda los que se niegan a ver esta crisis definitiva, o sea, o afirman que el capitalismo goza de perfecta salud, y que hay que combatirlo con toda agresividad desde el exterior, o admiten simplemente la existencia de una crisis cíclica que va a ser momentánea y que pronto va a ser resuelta, por ejemplo, con la introducción de nuevas tecnologías. Y esto ya no se va a dar porque simplemente toda nueva tecnología desde el inicio utiliza muy poca fuerza de trabajo humano, por lo tanto, la informática no puede jugar el mismo papel que el que jugó por ejemplo el automóvil.

Esta crisis terminal del sistema capitalista es un proceso gradual, quiere decir que se desarrolla en diferentes temporalidades en las diversas capas de la sociedad, y en diferentes regiones del mundo. Un proceso bastante evidente, por ejemplo, es que hoy en día no se trata de Norte o Sur, o de países ricos o países pobres, más bien sería una estructura con manchas de leopardo, es decir que habría en cada país islotes de ricos, que a menudo son cercados por muros y el resto del país es abandonado a su suerte. Sigue habiendo una cierta producción de valor en su modo clásico, por medio de las fábricas, y que podrán continuar probablemente durante un buen tiempo, pero es algo que se va reduciendo cada vez más.

Hoy en día, a menudo, el problema principal ya no es la explotación, aunque evidentemente continua en formas vergonzosas, pero sobre todo una buena parte de la población es considerada simplemente como superflua, excedente, desde el punto de vista del capital, porque no puede ni producir de manera regular y a la larga tampoco puede consumir. Evidentemente toda esta población excedente no se cruza sin más de brazos esperando su muerte, aunque eso sería lo que la lógica capitalista desearía. De esta forma, todos los terrenos abandonados, todos los campos arrasados que el capitalismo va dejando, se convierte en terrenos donde podrían nacer movimientos de emancipación, pero donde también podrían nacer otro tipo de expresiones sociales alrededor de las migajas de valorización, ya sea bajo la forma de mafias, de bandas, de narco o de esclavitud. Estos son los modos en los que las personas que no pueden participar en el proceso de valorización de manera clásica se organizan de manera diferente. Pero hay que decir que, incluso en términos capitalistas, esto no puede representar una alternativa porque toda esta economía, que podríamos llamar paralela, solo puede funcionar si sigue siendo de alguna manera capaz de parasitar el circuito del capital ahí donde funciona. Por ejemplo, el tráfico de drogas no podría funcionar si no hubiera países como los EEUU, o incluso países del sur, donde siguen existiendo capas de la sociedad que tienen todavía un poder adquisitivo que les permite comprar la droga. De la misma manera, el milagro económico chino asentó principalmente sus resultados sobre las exportaciones hacia los EEUU, pero si los EEUU, por ejemplo, padecieran una crisis aún mayor, no podrían importar esa mercancía china, y ese milagro se terminaría muy rápidamente porque en realidad todo el milagro chino está basado en los salarios bajos, y esto quiere decir que no hay mucho poder adquisitivo al interior.

Entonces, no se puede hablar muy precisamente, ni dar cifras sobre la temporalidad del derrumbe del capitalismo, pero es seguro que no será una cuestión de 50 años. Incluso observadores burgueses afirman que la crisis ecológica y la crisis energética van a llegar a un punto de no-regreso dentro de 20 años, e incluso institutos de observación de la bolsa afirman, por ejemplo, que realmente ya hemos llegado al punto de ruptura. Pero, sobre todo, la situación del mercado financiero es tan frágil que cualquier cosita sería suficiente para que todo se derrumbe. Hay, por ejemplo, cantidades astronómicas de dinero estacionadas en la esfera financiera, cuya base es la confianza, pero cualquier evento, cualquier crisis económica, incluso en un país tan pequeño como Grecia, podría romper la cuerda, y toda esa masa de dinero podría verterse en la economía real, y desencadenar una hiperinflación mundial, lo que probablemente será una de las próximas etapas de la crisis del capitalismo.

Emancipación

La teoría de la crisis afirma que el capitalismo está abocado a desaparecer a mediano plazo, a autodestruirse incluso en ausencia de actores revolucionarios. Esto es muy diferente de lo que planteaban las generaciones revolucionarias anteriores que combatieron contra el capitalismo con la esperanza de que después de su final llegaría el comunismo, el socialismo o la anarquía. Esto es así porque el final del capitalismo siempre ha sido imaginado como el fruto de un proceso de enfrentamiento de clases. No hay una concepción de los límites internos del sistema, sino la idea de que el capitalismo siempre podrá continuar sobre sus propias bases si no hay una fuerza -en su versión clásica el proletariado industrial- que lo derrumbe. El enfoque elaborado por la crítica del valor voltea completamente esta cuestión.

Ciertamente hay algo ineluctable en el agotamiento del capitalismo, aunque las formas de este agotamiento son bastante largas y tortuosas; y no hay ninguna garantía sobre lo que podría llegar después. Nada garantiza que después del capitalismo llegará una forma de sociedad emancipada. Esto sólo es una posibilidad y la crítica del valor -que desde un principio no tenía nada de universitario, ni de puramente contemplativo- tiene como último horizonte un cambio revolucionario de la sociedad. Pero para llegar a ese objetivo, el medio más seguro no es el de correr detrás de todo movimiento práctico y de ensalzar todo lo que se agita bajo la forma de movimiento social. De esta manera, no se ayuda ni siquiera a los propios movimientos sociales.

La teoría debe también entender los límites estructurales de ciertos movimientos. Sobre todo, el punto fuerte de la crítica del valor es afirmar que el movimiento obrero histórico, a pesar de ciertos méritos evidentes, también ha tenido como resultado esencial la integración de la clase obrera en la sociedad de la mercancía. Una vez que la burguesía aceptó hacer concesiones, las minorías radicales fueron sacadas del juego rápidamente en pro de lo que se ha llamado la socialdemocracia. Muchas luchas en el capitalismo, antes y ahora, han sido luchas para una mejor y más justa distribución de ciertas categorías que ya no se discutían, ni se ponían en tela de juicio. El movimiento obrero clásico quería una distribución más justa del dinero, es decir, del valor. Repito, era a menudo una reivindicación completamente legítima, pero en realidad no era anticapitalista. Al contrario, esta integración reforzó al capitalismo. A veces, el movimiento obrero supo mejor lo que era bueno para el capitalismo que los mismos representantes recalcitrantes del capital. Se trata, pues, de no repetir estos errores. Además, en esta situación de crisis actual, frente a un pastel que cada día es más chico, el sistema ya casi no puede otorgar más concesiones. De esta forma, el reformismo se ha vuelto hoy en día lo menos realista. Por ejemplo, restablecer un Estado social en Europa como en los años 60 es absolutamente irrealista.

Hoy en día hay un descontento muy fuerte por la devastación de la vida provocada por la mercancía, devastación que evidentemente se desarrolla en todos los niveles, para los pobres como para los ricos y en todos los países del mundo, pero no todas las reacciones son necesariamente emancipatorias. Hay también reacciones que, a veces, son simplemente luchas defensivas para mantener un estatus, por ejemplo, para mantener un salario. Esto se vuelve muy ambiguo, por ejemplo, cuando los obreros defienden sus fábricas (que pueden ser muy contaminantes). En otros casos, hay también movimientos que se focalizan en aspectos superficiales como el fenómeno financiero y corren el riesgo de retomar ciertos elementos del anticapitalismo truncado, falso, de la extrema derecha. Son movimientos populistas que desgraciadamente están en auge hoy en día en Europa.

Afortunadamente existen muchos otros movimientos que intentan ofrecer alternativas cualitativas. Es algo que sólo se puede ir elaborando poco a poco, con muchas limitaciones, y evidentemente con muchos errores. Pero lo importante está sobre todo en querer crear una alternativa cualitativa al capitalismo, una sociedad que se base esencialmente en la solidaridad y no en la competencia, una sociedad que habría restablecido de cierto modo las lógicas del don, la circulación de los dones por encima del intercambio de mercancías, una sociedad con una forma de vida que se oponga tanto al individualismo desenfrenado de las sociedades de consumo como al colectivismo totalitarista. Podemos ver formas a menudo poco espectaculares que intentan construir esta nueva forma de vida. En este sentido, el término un poco manoseado de «the grassroots revolution» (una revolución desde las raíces), me parece un término que no hay que desdeñar, además se pueden encontrar antecedentes bastante nobles, por ejemplo, en el anarquista Gustav Landauer, a principios del siglo XX.

NOTAS:

1. Anselm Jappe (Bonn, 1962) es un filósofo alemán, teórico de la «nueva crítica del valor» y especialista del pensamiento de Guy Debord. La entrevista fue realizada en el marco de la conferencia «En busca de las raíces del mal», celebrada en el Cidedi/Universidad de la Tierra en Chiapas (México) en diciembre de 2015.

2. Robert Kurz (Nuremberg, 24 de diciembre de 1943 – 18 de julio de 2012) fue un filósofo, escritor y periodista alemán de inspiración marxista. Fue el principal iniciador alrededor de la revista Krisis de la teoría de la «crítica del valor».

3. «El capitalismo entero ha sido una invención continua de nuevas tecnologías cuyo fin era economizar fuerza de trabajo, es decir, del «gasto de una cantidad determinada de musculo, nervio y cerebro» (Marx), esto supone un problema: el valor de cada mercancía baja, y así bajan también, finalmente, la plusvalía y el beneficio que se puede obtener de la mercancía en cuestión(…). Toda la historia del capitalismo ha contemplado un aumento continuo de la producción de mercancías, de manera que la disminución de la ganancia contenida en cada mercancía particular se ha visto mas que compensada por el aumento global de la masa de mercancías». Anselm Jappe «Crédito a muerte. La descomposición del capitalismo y sus críticos» Pepitas de Calabaza, 2011.

4. «El neoliberalismo era, por el contrario, la única manera posible de prolongar todavía un poco más la vida del sistema capitalista. Un elevado número de empresas e individuos pudieron mantener durante largo tiempo una ilusión de prosperidad gracias al crédito»., ibid.

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