CONTRA LAS TECNOLOGÍAS DEL MIEDO Y LA SERVIDUMBRE

No lejos de los Alpes, en la ciudad de Grenoble, desde los inicios de la década, el grupo PMO (Pieces et Main- d’Oeuvre) se empeña en combatir la tiranía técnica que desde el capital y el Estado se quiere imponer allí y en todos lados. Los dos o tres últimos años han sido especialmente agitados para este grupo, que ha difundido numerosos textos y que ha animado diferentes campañas contra el terror tecnocrático (nanotecnologías, videovigilancia, etc.)

Nos gustaría que comenzaseis por hacer un poco de historia con respecto a vuestras actividades, las cuestiones sobre las que habéis trabajado y las repercusiones que todo eso ha podido tener sobre la opinión pública. Suponemos que hablar de PMO significa inevitablemente abordar la historia reciente de Grenoble…

Sin duda, de otra forma seríamos tan poco necesarios como todas las sucursales locales de organizaciones o de entidades nacionales que se han impuesto la misión de importar a Grenoble principios, consignas, ideas elaboradas «en las altas esferas», fuera de aquí; a partir de teorías y de razonamientos ya existentes, preparados para su difusión. Se entiende que no venimos de la nada; nos aprovechamos de los análisis de Jacques Ellul y de numerosos críticos de la sociedad industrial desde sus orígenes. Estos análisis nos ayudan a afinar los objetivos de nuestras investigaciones; tenemos una idea de lo que buscamos, donde y como encontrarlo; pero lo esencial de nuestros hallazgos proviene de nuestra experiencia de grenoblenses, de habitantes de la tecnópolis -alias «laboratorio grenoblense»-; de nuestra práctica refractaria concreta desde hace décadas. Al menos desde la experiencia del Comité de Malville[[Malville, en el año 1977, representó tal vez el punto culminante de la oposición antinuclear en Francia, así como de la brutal represión del Estado.]] y de la oposición a la construcción del supergenerador Superphénix (1975-1978). Sin ser cándidos o universitarios sujetos a la célebre «neutralidad axiológica», valoramos a partir de los hechos, aquí y ahora, de la investigación y del análisis concreto de nuestra situación concreta, para desde ahí remontarnos de peldaño en peldaño hasta alcanzar fragmentos de lección y teoría (id est de una «visión ordenada del mundo»). En suma, para no caer ni en el empirismo ingenuo, ni en el dogmatismo chocheante y abstracto. Para volver a la cuestión sobre Grenoble, hace ya diez años, nos hemos sentido sorprendidos, en tanto que simples ciudadanos y transeúntes de nuestra ciudad por decirlo así, de la existencia, en la misma ciudad, de un laboratorio militar NBIC[[NBIC hace referencia a las cuatro tipo de tecnologías hoy en auge: Nanotecnologías, Biotecnologías, Informática y «Cognition» que aquí quiere decir Neurociencia.]]. Esta perplejidad difundida mediante un panfleto consiguió atraer una cierta atención: habíamos puesto el dedo en la llaga. De sorpresa en sorpresa, esto nos ha conducido a desmontar todo el «laboratorio grenoblense», como lo llaman los economistas y sus turiferarios. Biotecnologías con el centro Biópolis, tecnologías «duales»[[Las «tecnologías duales» estarían destinadas a servir a dos campos, por ejemplo, lo militar y lo civil.]] con el Comisariado de la Energía Atómica, nanotecnologías con el centro Minatec[[Minatec fue concebido como el primer gran centro industrial dedicado a la investigación de las microtecnologías o nanotecnologías.]], etc., y es que para hacer recuento de estos diez años recientes, nos haría falta reescribir los cinco libros que hemos publicado con la editorial L’ Echappée y añadir los capítulos que faltan. La campaña por ejemplo contra la candidatura de Grenoble para los Juegos Olímpicos de 2018 llevada a cabo con el C.A.O. (Comité Anti-Olímpico), y que sin duda ha sido decisiva en el fracaso de esta candidatura, no obstante apoyada con grandes fondos. Basta decir que, sin llegar al «gran público», hoy encontramos, local y nacionalmente, una verdadera atención en ambientes militantes, mediáticos y científicos.

El invierno de 2009-2010, con las famosas comisiones nacionales de debate público, la cuestión de las nanotecnologías ha venido a ocupar, aunque sea de manera breve, un lugar en la escena pública. ¿Podríais explicarnos como se desarrolló todo el asunto?

La comisión nacional de debate público es la cara estatista de las maniobras de aceptabilidad. Del punto de vista económico-científico, con un gabinete como es Ideas Lab de Minatec, esta cuestión de la aceptabilidad ha ascendido, de la publicidad y del marketing, al diseño mismo de objetos y servicios propuestos para el consumo, a las estanterías del FNAC o de Darty[[Cadena de establecimientos comerciales dedicados a los equipamientos domésticos.]]. Del punto de vista político-ciudadano, los defensores de la «democracia técnica», la asociación Vivagora -rica en «socios», en subvenciones y encargos, los innombrables «foros ciudadanos», «participativos», «conferencias ciudadanas», «de consensos», en especial llevados por Jacques Testart, pionero de Fecundación In Vitro, dirigente de la fundación «Ciencias ciudadanas», y cronista mensual de La Decroissance[[Principal periódico en Francia del movimiento decrecentista.]], todos cumplen la misma función. Se trata siempre de prevenir la oposición explicando 1) que la innovación, por muy fastidiosa que sea, es ineluctable («no se puede parar el progreso») 2) que, una vez el hecho consumado, uno puede dar su opinión al respecto, o discutir sobre sus modalidades. Sin ninguna garantía por otro lado de que las objeciones de los interlocutores sean seguidas de efectos. Los sociólogos han resumido esto con la fórmula: «Hacer participar para hacer aceptar». De lo que se deducirá sin más que participar, es aceptar.

Existen diversas comisiones regionales o nacionales de debate público, sobre las autovías, las incineradoras, las centrales nucleares, y es que desde hace veinte o treinta años no hay proyecto tecno-industrial que no suscite el rechazo más o menos activo de una parte variable de la población. Esta comisión nacional de debate público sobre las nanotecnologías tenía como característica el proponer un debate limitado a los efectos tóxicos, sanitarios y medioambientales de las nanopartículas, con el fin de esquivar toda crítica al Nanomundo per se. Se trataba de intervenir cuatro años después de la inauguración de Minatec, ocho o diez años después que nuestros tecnarcas hayan decidido lanzar a Francia a esta enésima revolución industrial, siete años después de que nosotros hubiéramos publicado nuestro primer texto sobre la cuestión (Nanotechnologies; maxiservitudes). Rechazamos públicamente la invitación oficial que se nos había hecho para participar y sentarnos en esta comisión. No teníamos ninguna fuerza frente a las dos agencias de comunicación y un presupuesto de más dos millones de euros de la comisión nacional, no teníamos más que nuestra palabra y la constancia de nuestra posición. Esto bastó para reunir a nuestros amigos opuestos a lo nuclear, a las quimeras genéticas, a la videovigilancia -y no citamos todo- libertarios, ecologistas, anticapitalistas, y llegar a transformar las diecisiete reuniones públicas de la CNDP en un fiasco notable de la prensa y del público; hasta el punto que los organizadores prefirieron rapidamente anular sus propias sesiones antes que verse envueltos en slogans, abucheos, banderolas, objetos arrojadizos, ocupaciones de la tribuna, etc. En el mismo Grenoble, cerca de doscientos oponentes obligaron al presidente de la CNDP a retirarse y a anular la reunión al cabo de, exactamente, cinco palabras: «Buenos días, soy Jean Bergougnoux». Todo este folletín es relatado en la página www.nanomonde.org. No hemos tenido ni el tiempo ni la fuerza para producir un balance de esta campaña. No detallaremos aquí la organización práctica ni las múltiples connivencias que han transformado en campaña de oposición una operación de promoción del Nanomundo. Para atenernos a los principios, hemos rechazado sacrificar la estrategia a la táctica, el mañana al presente, los principios a los triunfos ilusorios. Nos habíamos resignado a mantener una posición integra y solitaria, pero a menudo este sencillo «no» pronunciado con la fuerza necesaria y los argumentos bien fundados han servido de nexo para muchos que, por sus ideas y prácticas, se oponen al encarcelamiento del hombre-máquina en el mundo-máquina.

En los últimos diez años, la crítica de la sociedad tecnológica o industrial ocupa cada vez más espacios en los medios radicales de los dos lados de los Pirineos ¿qué pensáis de esto?

¡Ya no hay Pirineos!…[[Aquí PMO alude a la frase atribuida a Luis XIV y al embajador español en Versalles cuando en noviembre de 1700 Luis XIV aceptó para uno de sus nietos la corona de España. Información facilitada por PMO.]] A uno que se ha dejado barba le parece ahora que todo el mundo la lleva. ¿Estáis seguros de vuestra afirmación? ¿cómo comprobarlo? Pero vale, si el conjunto de la sociedad desarrolla a lo largo de décadas una cólera cada vez menos contenida y cada vez más consciente frente a la tiranía tecnológica, no vemos por que «los medios radicales» permanecerían indemnes. Sin olvidar, por supuesto, su incurable snobismo, su incurable deseo de distinción, su incurable dogmatismo («El problema no es la sociedad industrial o tecnológica, es -a elegir- el Estado, el capitalismo, el Espectáculo, etc.»), su incurable versatilidad. Hay efectos de moda tanto en el pueblo radical como en la ciudad. Ya hemos conocido en los años setenta y ochenta, en la época de las luchas antinucleares y contra los transgénicos, oleadas de crítica de la sociedad industrial en los medios radicales. Después la ola se retira, no dejando sobre la arena más que una nueva capa de «neo-rurales», y los «medios radicales» se precipitan hacia la nueva causa a la moda, presta a servir a su vanidad y a su necesidad de activismo. Por supuesto, nosotros suscribimos el tópico según el cual para que la crítica sea verdadera tiene que ser radical, es decir, ir a la raíz, pero eso es lo que todos pretenden hacer, incluidos nosotros. Y como el radicalismo, al igual que el anarquismo, ha dejado de ser una marca registrada, vemos aparecer una rivalidad mimética en este medio llamado radical, fundado sobre el empecinamiento y la competición permanente. En los vestuarios de futbol, podríamos escuchar: «mi crítica es más grande que la tuya». En la aldea radical uno se contenta diciendo que va más lejos, más profundo, más radical. Nosotros llamamos «radicalistas» a este tipo de radicales a los que consideramos el complemento simétrico de los ciudadanistas. Los encontramos poco en nuestras actividades, a excepción de los periodos de agitación pública, cuando vienen a «ver» (inspeccionar) nuestro grado de radicalidad, incluso para parasitar nuestras manifestaciones. Evidentemente, excluimos de estos reproches a los amigos con los que, desde hace diez años, hemos llevado reflexiones y acciones comunes, incluso intermitentes, y que hemos evocado en nuestra respuesta anterior.

En el estado Español, por ejemplo, recibimos muchos ecos de las corrientes del decrecimiento que vienen de Francia. ¿Cómo os situáis con respecto a este fenómeno?

Los representantes del «decrecimiento» explican que se trata una «palabra-obús» -que intentan amortiguar con el adjetivo «sostenible», con el fin de no espantar al empresariado de nuestra sociedad, sea cual sea el nombre con que vistamos a ésta (hombre cualquiera, sin cualidades, hombre de la calle, francés medio, etc.) En un primer momento, nos pareció que esta palabra obús echaba abajo una puerta bien cerrada y blindada, de ahí el choque que siguió. Estando la trampa en los adjetivos, hemos encontrado detestable la agregación del término «sostenible» que abría la discusión a habladurías sin fin sobre la «sostenibilidad» de tal o cual industria, consumo, producción etc. No ha hecho falta que pasasen cinco años para que esta palabra «decrecimiento» embotada de adjetivos variados se filtre entre los Verdes y los ecologistas de Estado, aunque sea bajo la forma de denegación (es la técnica del globo sonda y de la aclimatación). De ahí, se va a colar necesariamente en los discursos de izquierda «productivista» (partido socialista, frente de izquierda[[El Frente de izquierda es la nueva coalición formada por diversos grupos políticos a la izquierda del partido socialista, comunistas, ecologistas, exsocialistas como el inefable Jean-Luc Mélenchon, que representa, dentro de este frente, el Partido de izquierda.]], npa[[El NPA, Nuevo Partido Anticapitalista, marca electoral tras la que se ocultan, como pueden, los viejos trotskystas e izquierdistas.]]), y en fin, astuto aquel el que consiga distinguir el «desarrollo sostenible» de un «decrecimiento sostenible», o «razonado», o «selectivo».

Por otra parte, la principal de esas «corrientes del decrecimiento» en la órbita del mensual epónimo, se reclama claramente del ciudadanismo más roñoso. Hemos visto como ofrecía una tribuna a la fundación Ciencias Ciudadanas. Por lo demás su compromiso político se reduce al electoralismo mientras que tacha de «apoliticismo» a todos los refractarios a la democracia representativa, flirteando y restregándose con Mélenchon, para hacerse empanar in fine en la harina. Añadamos que el «humanismo» de sus responsables, en realidad su cristianismo más o menos oculto, les hace rasgarse las vestiduras a la menor alusión neomalthusiana. Nosotros no queremos castrar a nadie, y combatimos toda tiranía, pero si hay una cosa clara después de la «revolución neolítica», es que una sabia organización social y el reparto de «bienes comunes» no son garantías de protección contra la comunidad del hambre, la extinción de recursos, la destrucción del medio y otras plagas. Y menos todavía una humanidad de miles de millones de personas, ávidas por reproducirse a dos y tres ejemplares. Por supuesto, los demógrafos nos anuncian una estabilización de la población mundial de aquí en treinta años, pero el porvenir no está obligado a obedecerles, y el saqueo psíquico y material de esta superpoblación habrá entre tanto desplegado sus efectos irreversibles; en especial en lo que concierne la destrucción de la «biodiversidad» y el derrumbamiento ecológico.
En resumen los «decroissants»[[Término intraducible.]] (ellos rechazan este término) ocupan el espacio que ocupaban los ecologistas a fines de los años setenta, al mismo tiempo que recuperan las luchas de militantes de base, comienzan a presentarse a las elecciones municipales entre dos conciertos de folk y dos buffets bio; acabarán probablemente de la misma manera (Los Verdes, Europe Ecologie[[Nueva ensalada ecologista con personajes tan ilustres como Dany Cohn-Bendit y José Bove.]]), arribismo incluido, al menos en lo que concierne a sus cabezas visibles, dejando la «base» una vez más en la confusión y disponible para un nuevo «revival». Nosotros nos encontramos a estos militantes de base en nuestra actividad, tenemos con ellos relaciones cordiales y superficiales; nunca tenemos relaciones, y no las queremos, con su dirección de facto.

En una entrevista aparecida en la revista Refractions (primavera de 2007) rechazáis definir una sociedad alternativa. Por el momento, preferís identificar lo que habría que suprimir. ¿Qué pensáis de los discursos críticos que insisten en las alternativas?

Lo mismo que Marx y Engels de los doctrinarios y fabricantes de sistemas ideales, utopistas o cristianos, en su época. La función de la crítica social no es formular a partir de sus deseos y reflexiones a puerta cerrada planes y «proyectos de sociedad», y de convertir a ellos a la gran mayoría, sino analizar el estado y la marcha de las cosas, publicar sus análisis, y haciendo esto modificar ipso facto la situación mediante esta intervención. No se puede desnudar un hombre o una sociedad, bajo su propia mirada y la de otros, sin modificar sus propias percepciones ni sin forzarles a ajustarse, a reaccionar antes esas percepciones nuevas y públicas. No estamos seguros de que la humanidad posea ese famoso sueño del que bastaría apercibirse para realizarlo, como Marx pretendía en una carta a Rugge. Ya no soñamos mucho en estos días. No nos atrevemos. Toda positividad programática parece risible, incluso peligrosa y con razón tal vez. Como revancha, sigue siendo posible designar los males, instituciones, empresas, leyes, usos y costumbres sociales, indiscutiblemente superfluas y nocivas e imponer su abolición. Se trata de resistencia y no de revolución, de pelar una a una las pieles de negatividad que rodean y aplastan la sociedad, de actuar por sustracción sucesiva más que por adición o derribo general. Lo que quedaría a fin de cuentas, por eliminación, sería el menos malo de los mundos posibles, razonablemente habitable para nosotros en cualquier caso. Nunca creímos que una constitución podía garantizar nuestro derecho a la prosecución de la felicidad, o que esta idea de felicidad había aparecido en Europa en 1789 -¡que insulto a Rabelais, a Ronsard, a los jubileos de la Edad Media y a las antiguas saturnales!

Para volver a nuestras veleidades sustractivas, creemos que la abolición de la gran distribución, de la publicidad, de la televisión, del comisariado de la energía atómica, constituye una evidencia para la mayoría, más allá de los círculos militantes. El ejército y el Estado, esto ya es otra historia. Hacemos una encuesta sistemática a partir de personas que han conocido la posguerra. De todo lo que ha venido después ¿qué habría que salvar? Respuesta unánime: la lavadora. Pero adviértase que ésta podría ser colectiva, más sencilla de concepción, menos derrochadora de agua y energía, etc. El hecho es que mientras se desencadena esta caza a las falsas necesidades, ésta se convierte rapidamente en espiral ascendente y apenas es necesario animar mucho a nuestro interlocutores para que regresen a los buenos tiempos de los caballos y la tracción animal -no lejos de la famosa cueva iluminada con velas. En resumen, este tipo de cuestión libera la expresión del sufrimiento -de la nostalgia (id est «retorno del dolor»), y la imaginación de una alternativa, justamente. Pero ¿de qué «alternativas» habláis vosotros mismos? ¿El ignaro «primitivismo» de Zerzan? Nosotros no creemos que la Edad de Piedra pueda ser en su totalidad calificada como «edad de abundancia» ni tampoco creemos en las fábulas de Clastres sobre las «sociedades sin Estado». ¿El retorno a la tierra? Esto se hizo «naturalmente», sin decisión colectiva, con el desmoronamiento del Imperio romano y el decaimiento urbano que le sigue. Este período no ha dejado un recuerdo de felicidad uniforme y ha producido el feudalismo con sus barones mafiosos que imponían su «protección» a los siervos de la gleba a cambio de múltiples impuestos y prestaciones. ¿Qué queda? La «república de los consejos», la «federación de comunas»? Pero aquí volvemos a caer en «sistemas» forjados en un laboratorio, lo que no fue, precisamente, la Comuna, por otro lado vencida, y bastante patética en su funcionamiento si tenemos que creer a Vallès y Lissagaray. ¿La vuelta a las sociedades «tradicionales», «campesinas»? Hay que insistir: esos deslizamientos históricos, si alguna vez llegan a producirse, no será por decreto. Por otro lado no nos parece, ni de lejos, que las sociedades campesinas hayan sido esos idilios alucinados por numerosos enemigos de las sociedades industriales. En muchos aspectos, dichas sociedades no eran mejores, ni en las relaciones de producción, ni en relación al individuo y a la libertad, o en la relación con la naturaleza, brutalmente devastada.

En una de vuestras obras más amplias, nos referimos a Terreur et Posesión. Enquête sur la police des populations à l’ère technologique (2008), establecéis una genealogía de la sociedad de control, así como de su evolución en relación con la tecnología. Sin embargo, os centráis sobre los métodos policiales, militares y administrativos que los gobiernos emplean para controlar la población. ¿Qué pensáis del aspecto material y ecológico de las condiciones de vida de la gente? Separar las personas y las comunidades de su autonomía material ¿no es el primer paso para controlarlas y dominarlas?

Señalemos primero que por «policía» entendemos la misma cosa que la lengua de antaño y el diccionario: «la organización racional del orden público», es decir de la ciudad, de la sociedad. Y no solamente «el mantenimiento del orden» o la «represión de los atentados al orden público», tareas asignadas como todo el mundo sabe a un cuerpo especializado que monopoliza hoy este término de «policía» (a excepción de las artes gráficas donde se habla de «policía del carácter»). Ya hemos mostrado como esta organización racional del orden público culminaba hoy día en la organización tecnológica de la sociedad, en especial gracias a la informática, y que por tanto de «la sociedad de control» habíamos pasado a la sociedad de vigilancia, a la espera de la sociedad de coacción que vemos ya incubar en los laboratorios de neurotecnología. Podríamos reformular vuestra pregunta de la manera siguiente: «El arma del hambre, el chantaje de la alimentación ¿no constituyen los primeros medios de controlar y dominar las personas y las comunidades?» Sin duda, pero esto es cierto de toda amenaza de muerte, inmediata o a medio plazo. Al destruir los bisontes y los bosques, para citar dos ejemplos entre mil, los colonos americanos y los propietarios ingleses han colocado a los indígenas a su merced. Los indios casi han desaparecido. Los habitantes del bosque han tenido que empezar a criar ovejas antes que el mo¬vimiento de los «cercamientos»[[Para el fenómeno de los «cercamientos» (del inglés enclosures) se recurre normalmente a la historia inglesa previa a la Revolución industrial, donde los grandes propietarios comenzaron a cerrar sus tierras a los campesinos, impidiéndoles el paso y el uso del que antaño habían disfrutado.]] no les redujese a su nueva condición de obreros industriales. En todos los casos, se trata de someter por el hambre, o de exterminar las poblaciones reacias para hacer sitio a otras más experimentadas, a menos que el exterminador no se apropie de las tierras codiciadas para explotarlas directamente (Tasmania, Caribe, etc.,) Estos procedimientos, por otro lado, no empiezan con la sociedad industrial ni con la que le ha precedido. La Biblia, los mitos, las narraciones primitivas y los osarios prehistóricos abundan en episodios similares. La historia es un relato sórdido y no sabemos que pueblos, que animales, que medios, aquellos que hoy llamamos «pueblos primeros» han aniquilado para tomar este lugar que la sociedad industrial saquea a su vez. Pero la cuestión subyacente que vosotros planteáis es la de la «reapropiación», de saberes prácticos, de territorios, en resumen, de condiciones de vida independientes de la organización industrial y estatista. En tanto que elección de vida individual o colectiva, ¿por qué no? Aunque no hay que ilusionarse sobre las terribles coacciones de la comunidad, sobre sus tensiones y conflictos, purgadas con la institución de chivos expiatorios y de prácticas, ritos, de expulsión y de sacrificios -pero no nos extenderemos aquí sobre «la desdicha comunitaria», por otro lado abundantemente documentado (por ejemplo La Violence et le sacré de René Girard o Les Esperados de Yannick Blanc). En tanto que estrategia política rebelde, y a largo plazo, ¿de qué hablamos? ¿De «zonas liberadas»? ¿de «bases de retaguardia»? ¿de «reservas» como en Un mundo feliz? ¿De «zonas grises» como dicen los estrategas de Estado en Somalia, Waziristan, Kivu? De «Zonas Temporalmente Autónomas» o de «Zonas de Opacidad», como dicen algunos despistados. ¿Es posible un islote libertario en un mundo más unificado, cuadriculado y tecnologizado que nunca? ¿Por qué lo que fue imposible antes, lo sería ahora? A menos que postulemos un declive del Estado global. Plantear la cuestión del territorio, es plantear la cuestión de la soberanía y de su defensa. Los yihadistas responden a su manera a esta cuestión. Por otro lado son los únicos en hacerlo, al precio que sabemos. Una ideología unificadora, regresiva, totalitaria, si alguna vez esta palabra tuvo sentido. Un depósito inagotable de miserables preparados a hacerse explotar. Y a pesar de todo, el apoyo de algunos servicios secretos, en particular pakistanís. La «reapropiación del territorio» despierta viejos rompecabezas. ¿Qué superficie es necesaria para mantener a un ganadero en Lozère o en Mongolia? ¿a un campesino en la Vaucluse o en Mali? ¿Hay un derecho al suelo? ¿Qué decir, cuando hacemos la apología del arraigo, a los forasteros, desterrados y recién llegados que, sobre una tierra que escasea, reclaman su parte? ¿Cómo compartir? Como evitar que en poco tiempo un movimiento libertario y comunitario de retorno a la tierra no se transforme en reaccionarismo del terruño, feroz. Pensamos siempre que la existencia precede y determina en gran medida la conciencia. Es sorprendente constatar a que velocidad los «neo-rurales» se convierten en «rurales», en algunos años, una generación como máximo, con todos los problemas y prejuicios ligados a ese modo de vida.

Este verano de 2010 Grenoble ha sentido la agitación de las revueltas. Habéis distribuido en muchos miles de ejemplares un panfleto sobre la cuestión. Explicadnos de manera sucinta cual es vuestra posición sobre los acontecimientos.

De manera sucinta: Villeneuve -el barrio donde se produjeron las revueltas- era una utopía tecnocrática de urbanistas socialistas de los años setenta, donde se mezclaban las teorías de Le Corbusier, la animación y la «mixité»[[Sería difícil encontrar un equivalente castellano a «mixité». Este término, muy utilizado en el lenguaje sociológico y periodístico, designa el carácter heterogéneo de un grupo social, mezcla de géneros, clases, etnias, etc.]]. Escuela integrada con métodos pedagógicos de «vanguardia», piscina, parque, sala de espectáculos, centro de salud, y un inmenso centro comercial («Grand Place»), decorado de frescos contra la sociedad de consumo, que da una buena medida de la esquizofrenia. Los apartamentos eran grandes y soberbios, pero la estructura circular, centrípeta y laberíntica del barrio, situado para colmo lejos de la ciudad, hacía de él un proyecto de ghetto inconsciente. Nadie que no fuera del barrio en cuestión supo jamás encontrar el camino a La Villeneuve. Así que nadie va allí, a no ser para visitar a un conocido. El barrio se abre en 1972. Tres años más tarde, el diario Liberation mostraba ya entonces, a dos páginas, la constatación del fracaso. Esta constatación ha sido renovada, puesta al día y agravada desde hace cuarenta años. El agua y el aceite no se mezclan. La concurrencia entre población obrera y/o inmigrante y la pequeña burguesía intelectual, francesa y/o latinoamericana por la dominación cultural y territorial del barrio acaba con la derrota y la huída de la segunda. Y encima, a partir de 1983, el alcalde de derecha, Carignon, se esmera para enviar a la Villeneuve familias numerosas y pobres de origen extranjero, al mismo tiempo que suprime los créditos de funcionamiento de este barrio-máquina. El retorno de la «izquierda plural» a la alcaldía en 1995, con su proyecto de tecnopolis para los ejecutivos, ingenieros y «empresarios», «personas de renta alta», agrava el desastre. La población de la Villeneuve, sobradamente inadaptada a la innovación, sin cualificaciones, relegada a formar parte del decorado, es verdad, bien mantenido y que muchos barrios envidiarían, se queda al margen, confinada, en el paro, sobre el tablero de la guerra social, vigilada y acosada por una policía agresiva. Un núcleo de jóvenes se endurece en la delincuencia y la criminalidad. El Islam suplanta la militancia izquierdizante. A partir de ahora, como en cualquier otro barrio, basta una chispa para encender el fuego. Esta chispa será el asesinato de un joven atracador por la Brigada anticriminal[[Hace aquí alusión a la temible BAC, cuerpo policial de intervención conocido por su brutalidad. En la Villeneuve actuaron de manera especialmente cruel e inhumana para sofocar las revueltas. Según informa el periódico contestatario CQFD de Marsella, el ministro Hortefeux puso una denuncia contra Indymedia Grenoble y la publicación Jura Libertaire por transformar las siglas BAC en «bandas armadas de criminales»]] después de un atraco en un casino. El asunto de la Villeneuve desvela la otra cara de la tecnópolis, la existencia de una población superflua que ni siquiera puede ser empleada en los servicios para el «techno-gratin»[[Término intraducible al castellano, PMO juega ironicamente con el sinificado de «gratin», plato típico de la región. En el gratinado, que se hace al horno, se forma una capa de crema socarrada sobre las patatas u otros vegetales.]], cuando al mismo tiempo todo en Grenoble está hecho por este «techno-gratin» y para servir a su visión del mundo (Tecnópolis). Mega-proyectos científicos y urbanísticos, equipamientos y urbanismos que se corresponden. En pocas palabras, como lo ha resumido de manera brillante un edil socialista -que se felicitaba por ello: «Es la tiranía del éxito, los pobres ceden su lugar a los ricos». O también, como lo ha dicho Michel Destot, el alcalde-ingeniero de Grenoble: «Yo prefiero gestionar los problemas de los ricos que los problemas de los pobres». Esta oposición entre ricos y pobres cubre otra, indisociable, entre tecnoamos y tecnosiervos. Es al desenmascaramiento, a la descripción y a poner de relieve concretamente, en detalle, esta oposición, en Grenoble y en otros lugares, que hemos consagrado una gran parte de estos diez últimos años. La lección de esta historia particular, es que se destruirán algunos edificios de la Villeneuve, que se alejará un poco más a sus habitantes del centro burgués, que se vigilará un poco más a la población residual, en particular mediante cámaras, drones[[Por drones se refieren aquí a microdrones, artefactos volantes miniatura pensados para la vigilancia.]], escuchas telefónicas.

En el prefacio de vuestro libro Aujourd’ hui le nanomonde (2008), escribís que: «Afirmamos que las ideas son decisivas. Las ideas tienen alas y consecuencias. Una idea que vuela de cerebro en cerebro se convierte en una fuerza de acción irresistible y transforma la realidad.» Esta formulación puede parecer idealista pero, en efecto, si perdemos confianza en las ideas ¿qué nos queda? Después de tres años, ¿seguís teniendo la misma confianza en las ideas?

Por un lado, y en última instancia, los hombres acaban siempre por actuar en función de sus ideas; incluso si no tienen siempre las mismas ideas, hay algunas a las que acaban siempre volviendo o que se apoderan con frecuencia de sus cerebros. Su idea puede ser su propio interés, o el de una minoría, de muchas personas o el interés general, o también la conjunción del todo o de una parte de esos intereses. Pero una vez su idea hecha, ponderarán siempre el sentido de esta, individualmente y/o colectivamente, con mayor o menor ardor o calma y en un grado más o menos elevado de coordinación o de individualismo. Frente a la ideología -dominante, necesariamente dominante-, sólo podemos contar con la infalibilidad de las verdaderas ideas, de las cuales la primera es que ciertas verdades existen y son accesibles. Las verdades, las ideas verdaderas, empujan a la acción. Pero previa a la verdad hay una batalla de ideas. Por ejemplo, nosotros ludditas, combatimos desde hace doscientos años a los progresistas, liberales o marxistas, obreros o burgueses, y cada desarrollo tecnológico -de la tiranía tecnológica- fue la ocasión de una batalla de ideas entre sus beneficiarios y sus víctimas, entre sus promotores y sus detractores. Y desde hace doscientos años, fuera de la insurrección luddita histórica, y de los movimientos de rechazo al progreso (anti-taylorismo, anti-pesticidas, antinuclear, anti-transgénicos, etc.,), o bien raramente hemos superado el estadio de la protesta verbal, o bien, globalmente, hemos sido derrotados y nos hemos batido en retirada. Ahora bien, que la mayoría se apodere de la «idea luddita» y se encontrarán formas de organización y de acción de una amplitud y una radicalidad que dejarán a los «militantes ludditas» aturdidos y un poco inquietos. No hay manera de dar cuenta del estado de esa batalla en marcha. Las ideas ludditas coexisten y combaten con las ideas progresistas en todas las cabezas, y su relación de fuerzas es extremadamente versátil. Todo tipo de síntomas contradictorios, sin contar la evolución objetiva del mundo (el derrumbe ecológico y social), dan lugar a diagnósticos no menos versátiles y contradictorios. No somos ni pesimistas ni triunfalistas, pero para concluir: hace millones de años que los acantilados de Chartreuse se levantan por encima del valle del Isere, río arriba de Grenoble. Estos acantilados han visto pasar eras geológicas, desaparecer especies, civilizaciones, miríadas de inviernos y veranos, sin sentir el menor temblor. Y bien, durante una noche en la Edad Media, se derrumbaron de golpe, aplastando y enterrando trece aldeas a su paso. Es una ilustración del efecto de umbral y de la teoría de catástrofes.

Todas las notas son del traductor.

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