LA FIESTA COMO RETRATO DE LA IZQUIERDA

Nota preliminar

Este texto pretende ser una humilde reflexión sobre algunas de las prácticas militantes en las que nos vemos envueltos habitualmente y que generan serias contradicciones éticas y políticas si nos situamos en una perspectiva que pretenda transformar radicalmente la sociedad en la que vivimos. Esta reflexión no es ajena a las múltiples contradicciones que genera nuestro modo de vida y los fuertes condicionamientos del sistema social en el que se da.

Tampoco hay que olvidar que en política no existe la «inocencia» ni se puede pretender «no mancharse» ante las dificultades y necesidades que genera la lucha en un escenario en el que existen muchas inercias y unas reglas de juego marcadas por un sistema cuya inmensidad y complejidad son patentes. Asimismo, las consideraciones realizadas, parten de las propias limitaciones a la hora de ofrecer alternativas generales que sean capaces de resolver satisfactoriamente estas contradicciones. Esto se une al respeto por quienes desde esta misma consciencia, tratan de hacer «lo que pueden» y se «manchan» denunciando el desastre actual y el venidero, así como tratando de generar prácticas que prefiguren algo distinto y mejor a lo que hoy padecemos en distintos grados y formas según donde estemos situados geográficamente.

Como base de esta reflexión tomaré un ejemplo que puede resultar aparentemente banal, como son las fiestas de Bilbao, pero que, a mi modo de ver, refleja en su magnitud, como «desborde» y «excepcionalidad» algunas de las claves para afrontar el terreno pantanoso en el que nos movemos.

Living la vida loca, living capitalismo

No se puede obviar que vivir en el llamado primer mundo y en el estado actual del capitalismo marca -como se decía más arriba- no sólo el modo de vida, sino también la percepción del mismo y las prácticas que pretenden cambiarlo. En una sociedad consumista, derrochadora, alienada, autoritaria, etc. es difícil no verse «contaminado» por los valores dominantes y las formas de corrupción que conlleva. Aquí se establece la delgada línea entre lo que pretende cuestionar y transformar lo existente y lo que -consciente o inconscientemente- lo refuerza. La izquierda[[Utilizo este término -en el sentido más común e indefinido en cuanto a su pluralidad, ambigüedad y contradicciones internas- de fuerza sociopolítica y cultural que plantea -al margen de su plasmación real- diversas formas de oposición al sistema imperante.]], en este sentido, hace -en teoría- de bisagra entre ambos lados, bien tratando de expandir socialmente ideas, valores o prácticas opuestas a las imperantes, o bien siendo funcional y naturalizando muchos aspectos del capitalismo, eso sí, con un barniz progresista. Es en esta cuestión donde trataré de incidir en tanto es fundamental para ver en qué grado se es o no oposición y alternativa a lo existente.

Partiendo de este punto se nos plantea la posibilidad real de la crítica frente a una realidad constituida y más si esta crítica se sitúa fuera de lo ortodoxo o de lo «políticamente correcto». Toda práctica genera su «normalidad», su lógica ideológica y sus inercias políticas, que a lo largo de los años pueden «institucionalizarse», generando una forma de hacer las cosas que se convierte en referencial y difícilmente, no sólo criticable, sino transformable. Dicha «institucionalización» permea -a través de sus impulsores y defensores- las relaciones sociales y políticas, creando finalmente una cultura política hegemónica y normalizada, ante la que, de una u otra forma. diferentes sectores se suman o se reconocen.

Por otro lado, se supone que los sectores que se oponen al sistema son también quienes potencial o teóricamente tienen mayor capacidad para desarrollar críticas frente a los valores dominantes. Se entiende, por tanto, que ese supuesto inconformismo, tanto vital como ideológico, sirve de herramienta para tratar de superar ciertos estancamientos que, si hablamos de intervención política, corren el riesgo de degenerar en anquilosamiento o esclerosis. Ello no quiere decir que el «conservadurismo» sea algo necesariamente malo, si lo entendemos como un elemento de análisis o de defensa frente a la incorporación acrítica -como si de una moda se tratase- de lo nuevo o extraño a un espacio de costumbres, ideas o prácticas comúnmente aceptadas. Ahora bien, si esa actitud defensiva se convierte en un mecanismo que ahoga la posibilidad de la crítica y crea tabúes, bien sea por miedo a perder lo ganado, por estrategia, por responsabilidad o por intereses creados, entonces estamos ante el riesgo cierto de que lo que construyamos, al margen de su éxito social, sea una perversión de las ideas o deseos que supuestamente se promueven. Y es esto en cierto modo lo que hoy está ocurriendo, algunos de cuyos aspectos podemos ejemplificar en el caso de la Aste Nagusia bilbaina[[Aunque el modelo festivo es similar en toda la geografía vasca, este análisis hace referencia preferentemente -por su magnitud- al desarrollado en las grandes fiestas de las capitales vascas.]].

Popular, masivo, alternativo

Según una de las acepciones del diccionario de la Real Academia española de la Lengua fiesta es el «regocijo dispuesto para que el pueblo se recree». La fiesta incluye, por tanto, un espacio y un tiempo en el que se produce un «desahogo» o «desfogue» social y hay una mayor posibilidad y permisividad hacia determinado tipo de expresiones individuales y colectivas. Entre estas últimas podemos citar ciertas expresiones políticas, que encuentran en el «universo festivo» un marco adecuado tanto para su reproducción (económica, simbólica, etc.) como para visibilizar determinados conflictos, problemas o reivindicaciones. En este contexto se mezclan lo popular, lo masivo y lo alternativo en una interacción compleja y contradictoria. Lo popular se puede concebir como lo «que es peculiar del pueblo o procede de él»[[Definición tomada del Diccionario de la Real academia de la lengua española.]]. Esta definición nos habla de valores enraizados, que están en el imaginario y en los usos sociales, pero no indica cómo se forman dichos valores ni cuál es su consideración[[Pueden ser valores socialmente enraizados tanto la solidaridad como la crueldad.]]. Sin embargo, desde la izquierda se habla habitualmente de «movimiento popular», de «expresión popular», de «pueblo», etc. En este sentido, se realiza una selección-idealización del término en función de una orientación y un sentido de la acción política. El término masivo es menos ambiguo y nos habla de masa y de concentración humana. Lo alternativo, por su parte, es lo que se contrapone a los modelos oficiales comúnmente aceptados.

En el contexto de las fiestas de Bilbao, estas tres líneas se entrecruzan, puesto que supone un momento en el que se mezclan participación social activa (a través, por ejemplo, de las comparsas y txosnas), masividad en los espacios festivos (con su componente de consumo desbocado y cultura espectáculo) y reivindicación política.

No incidiré en demasía en algunos aspectos ya tratados por otros[«Aste Nagusia y parecido San Fermín son en líneas generales y mayoritariamente como imagen dominante y uso generalizado en conjunto una reiterada, continua, y descomunal borrachera multitudinaria y multigeneracional con centenares de traslados y asistidos por servicios de urgencia, que por cierto no debieran ser gratuitos a quienes voluntariamente se autoperjudican. Unos días de enorme impacto medioambiental, miles de personas tienen que escaparse de sus lugares de residencia habitual, la diáspora festivalera, ante la agresividad sónica hasta altas horas de la madrugada, otros no tienen esa oportunidad sino la obligación de ir a trabajar. Actos cuyo éxito según el habitual triunfalista balance municipal se basan en el incremento anual de toneladas de basura recogida y el los miles de hectolitros de desinfectante y agua arrojados para intentar evitar un hedor callejero que dura todavía muchos días más. Estos actos, aunque parezcan lo contrario, son uno de los ejemplos más denigrantes del mundo que sitúa a Euskal Herria en un inaceptable e infame grado de bajeza ecológico ambiental. Cuando una parte de la humanidad carece de agua para beber y poder subsistir, aquí se difunde la imagen y se utilizan millones de litros para disolver las multitudinarias excrementaciones vocales y vejigales. Todo por satisfacer a una turba mayoritaria y hábilmente manejada durante unos días para conseguir que el resto del año sea una masa instrumentalizada, dócil sin inquietudes sociales, colectivas y solidarias trascendentales en una sociedad contemporánea compartida y comprometida con los problemas locales y nacionales. Los caciques municipales les dirán que son las fiestas mejores del mundo para que las celebren con más dosis de autocomplacencia. Aste Nagusia es en definitiva una fiesta local desproporcionada y extremada multitudinaria como todos los acontecimientos contemporáneos independientemente de su lógica, fundamento o razón con muchos seguidores y asistentes. A su vez su desarrollo ha generado desde ya hace años otros tantos detractores y su contenido genera gravísimos problemas éticos y estéticos. Es sin duda un festejo popular pero no un valor cultural. Esto es un rango muy diferente, no tiene porqué serlo y mucho más meritorio.» (Iñaki Uriarte, Aste Nagusia y aberración cultural, Deia, 23 de julio de 2009). Ver también [«Txosnas, speed y rockanrol», Ekintza Zuzena nº 34 (2007).]], como la cultura del desperdicio y del desfase, mayormente alcohóli­co[[En Euskal Herria existe una arraigada práctica de consumo de alcohol dentro de los espacios de relación social. En este sentido, si hablamos de lugares de encuentro y de ocio los bares son una referencia ineludible, que ha tenido su extensión juvenil en el denominado «botellón». Este consumo de alcohol se ha naturalizado de tal manera que incluso muchos lo consideran como un rasgo constitutivo de la propia cultura vasca, como parte de una tradición más o menos reivindicable. Al margen de campañas en contra de las molestias causadas por el botellón y algunos cuestionamientos tímidos o de cara a la galería, se puede decir que la realidad es que la cultura del alcohol forma parte importante de nuestras vidas. Una sociedad consumista, individualista, competitiva y un poco desquiciada como la actual impulsa comportamientos compulsivos e irracionales, además de formas de nihilismo y autodestrucción. Así, la llamada «cultura del desfase» es uno de los resultados de la aplicación práctica de los valores imperantes, junto con la influencia de otros factores sociales, familiares o grupales. El consumo de alcohol u otras drogas obedece a múltiples factores: necesidad relacional, vía de desahogo, rutina, tradición, etc. En muchos casos, su ingesta excesiva se combina con la politoxicomanía y a la larga vemos las secuelas en forma de alcoholismo, enfermedades psíquicas, etc.
No se trata aquí de valorar si el alcohol es bueno o malo o de definir una postura moral con respecto a otras drogas. La cuestión es que en el contexto social actual están generando unos problemas que sobrepasan los de la autonomía individual. Hay que verlo en una dimensión no sólo socioestadística, sino también práctica, en el sentido de apreciar cuáles son los efectos concretos que las drogas ayudan a generar y hasta qué punto contribuyen al deterioro de los espacios de relación y de intervención política. Esto parece evidente en el caso de la heroína, pero no tanto en otros. No es casualidad tampoco que determinados movimientos políticos importantes (los anarquistas de principios del siglo XX, zapatistas, etc.) alertasen de los peligros del alcohol como factor de alienación, embrutecimiento y descomposición social, promoviendo su limitación o incluso prohibiendo su consumo comunitario. Estos planteamientos, sin embargo, aparecen en una sociedad como la nuestra como anticuados o puristas, frente a la idea de libre decisión. En cualquier caso, y junto a otros factores muy importantes parece evidente que algún tipo de relación hay entre la rutinización de determinadas pautas de consumo y la desmovilización social.]]. Estos son aspectos importantes, aunque lo que subyace es una determinada manera de concebir la intervención social.

La fiesta como retrato de la izquierda

Las comparsas (como en otras fiestas las cuadrillas, las peñas o los blusas) son hasta hoy el eje vertebrador de las fiestas de Bilbao. Nacidas en 1978 tanto ellas como las fiestas han sufrido muchos cambios desde sus orígenes[[«Aste Nagusia, la fiesta popular tiene otros valores como el hecho de surgir en 1978 de una iniciativa espontánea exclusivamente popular no mediatizada, de Bilboko Konpartsak y mantenerse como tal propuesta social además de con su denominación, con la potenciación de la música euskaldun, el uso de la lengua propia del país, el euskara y la dignidad de recordar permanentemente a los prisioneros políticos vascos, tanto a los vecinos de la villa, como a otros encarcelados en las centros de exterminio de España y Francia y el unánime rechazo a la bandera española». Iñaki Uriarte, ibid.]] a la actualidad. Estos cambios se han debido tanto a la presión por parte de las instituciones gobernantes, como por otros factores derivados de cambios políticos, sociológicos, estratégicos, etc.[[Por poner un ejemplo (hoy impensable) y en lo que re refiere al consumo de alcohol hay que recordar que txosnas como Mamiki o Bizizaleak optaron por no dispensarlo en alguna de las ediciones de la Aste Nagusia bilbaina.]] Tanto el tipo de participación como el ambiente festivo han mutado de una mayor conflictividad y espontaneidad hacia una mayor organización, pragmatismo y despolitización (en un sentido profundo del término), hacia una «institucionalización» en definitiva. Las fiestas se han ido haciendo más masivas, más espectaculares y a ellas se ha adaptado el movimiento popular que las dinamiza desde su inicio, formado por asociaciones vecinales, partidos políticos, sindicatos, organizaciones antirrepresivas, antimilitaristas, ecologistas, de defensa del euskera, grupos juveniles, culturales y deportivos etc., mayoritariamente pertenecientes o afines a la Iz­quierda Abertzale. Este sector social ha marcado su impronta y ha definido, en tanto que hegemónico -y sin olvidarse de otras influencias importantes-, el modelo festivo, que como en otros macroacontecimientos (por ejemplo, los diferentes «eguna» – Elkartasun eguna, Gazte eguna, Ikasle eguna….- fiestas a favor del euskera, actos y mítines públicos, etc.) busca la masividad y, en este sentido, servir de amplio expositor (con su parafernalia incluida) para reivindicaciones políticas y para la proyección de una determinada imagen hacia el exterior. En esta dinámica, el resto de las comparsas han seguido una actitud subordinada y seguidista, en buena medida por razones económicas y de visibilidad social. Esta concepción macro de la política aplicada a lo social se ha ligado, por otro lado, a las transformaciones urbanas que ha sufrido Bilbao, convertida en ciudad-escaparate a merced del turismo y los servicios, como nueva unidad de destino que haga olvidar su pasado y su cultura obrera e industrial. En este sentido la fiesta, como la ciudad, ha perdido parte de su componente autóctono y se ha globalizado e internacionalizado, hasta el punto de ganar el primer puesto como «Tesoro del Patrimonio Cultural Inmaterial de España en 2009».[[Esperpento promovido por el Bureau Internacional de Capitales Culturales que critica afiladamente Iñaki Uriarte en el artículo antes mencionado.]]

Lo cualitativo y lo cuantitativo

¿Cómo valorar la significación de este tipo de eventos sociales desde una perspectiva militante o crítica? ¿Cómo contraponer lo deseable con lo -supuestamente- posible? ¿En qué medida se interrelacionan la ética (más rígida) y la estrategia (en la que se impone habitualmente la ley del mal menor y de lo posible)? ¿Por qué criticar algo aparentemente tan «inofensivo» como unas fiestas?

En primer lugar, quizás convenga analizar algunos aspectos presentes en la relación entre política y fiesta.

1) El aspecto psicológico: la seducción. En una sociedad donde priman el anonimato, la soledad y el individualismo feroz, el hecho de juntarse, de hacer comunidad, de «estar en la calle», de ser partícipes de proyectos en común otorga un respaldo, una seguridad, unas certezas o una afectividad, que pueden fortalecer tanto al individuo como al colectivo. En fiestas este «sentirse parte de», además de mero consumo y espectáculo pasivo, tiene su plasmación en la participación directa en espacios como las comparsas y las txosnas. La agrupación de voluntades, el desinterés, el espíritu colectivo (o a veces simplemente el deseo de fiesta y espacio para el desfase) se plasman en el trabajo de miles de personas que se implican de diferentes formas en el apoyo a los proyectos que están detrás de estas comparsas. Una impresionante capacidad de movilización humana que en Euskal Herria se despliega en diversas ocasiones, poniendo en evidencia la existencia de un fuerte componente comunitario y una cultura ligados a valores, símbolos, causas y resistencias hondamente enraizadas. Esta entrega (que no es sólo una cuestión racional) es indiscutiblemente necesaria para la supervivencia y extensión de cualquier lucha que pretenda transformar un medio hostil, y más éste que genera una fuerte represión con sus correspondientes secuelas y dramas personales y sociales (muertos, presos, exiliados, etc.) Sin embargo, el mismo despliegue humano pone en evidencia las contradicciones y es un reflejo de la sociedad y la política vasca actual en diversas formas:

– Despolitización y emotividad: Participación y despolitización no son términos necesariamente contrapuestos. La política vasca está impregnada por rutinas, inercias y tabúes que han llevado a que la crítica y el debate sean -salvo excepciones- escasos, pobres y poco socializados. Esto es más patente, cuanto más jerarquizada y autoritaria es la estructura de un determinado sector político. La jerarquización implica una especialización y división de tareas que deja la labor de pensar y diseñar estrategias a una minoría y al resto la movilización disciplinada en torno a unas líneas determinadas, escasamente cuestionables (especialmente en público) y con un fuerte componente emocional como argamasa social. La ortodoxia correspondiente establece unas herramientas de interpretación de la realidad, que se refuerzan con el sentimiento de pertenencia y el componente sentimental.

– Despolitización y fiesta: En un contexto como el festivo la participación-militancia viene determinada en muchos casos por sentimientos, valores, concepciones o mitos muy arraigados socialmente. Ade­más de por una cuestión de militancia «pura y dura»[[La pregunta ¿qué es la militancia? no tiene fácil respuesta. Implica un compromiso duradero y profundo con una causa, al margen de las motivaciones y de la reflexión que se haga sobre la misma (puede haber militantes perfectamente acríticos). Implica también la aceptación y asunción de los riesgos derivados de su compromiso. En la actual Euskal Herria, en tanto que agitada por diversos conflictos y con un sector social amplio sensible a determinadas influencias políticas, la cuestión de la militancia adquiere una dimensión particular. Son muchas las personas que participan en diferentes colectivos y que se definen o no como militantes. En este contexto se mezclan los «incombustibles», con aquellos que buscan dotarse de una identidad, los que buscan beneficios personales de diversos tipo, a lo que hay que añadir el factor de «profesionalización» que intersecciona con el ámbito militante.]] la fiesta es, en buena medida, un deseo de identidad, de inclusión, más social que político. Ser protagonista, encontrarse, sentirse colaborador (puntual, ya que luego la mayoría de colectivos sociales suelen contar con escasos efectivos durante el resto del año) y apoyo de una causa, sumergirse en la vorágine seductora de un periodo en el que cualquier crítica acaba siendo devorada por la fuerza de los hechos y su vorágine. La «normalidad», la naturalización de las contradicciones y el aislamiento (o rendición) de los críticos acaba construyendo una imagen legitimadora, propagandístico-triunfalista, idealizada o directamente falsificada de la fiesta. Esta representación social es propia de una cultura política que ha institucionalizado un modelo festivo basado mayormente en la venta de alcohol como medio de financiación y que es ampliamente permisivo con el consumo de diversas drogas. Sin embargo, lo interesante es ver cómo se construye dicha representación y cuáles son sus claves. Es evidente que a las comparsas les interesa mantener este modelo festivo por las razones mencionadas y en ese sentido su dirección va a ser la de reforzar y legitimar su línea, excluyendo la autocrítica pública (desde el punto de vista de quienes quieren, supuestamente, transformar radicalmente la realidad) y limitándolo hacia el interior por razones de «unidad», «pluralidad» o «no dar armas al enemigo» exterior. El resultado: populismo, demagogia y «corrección política».[[En este sentido, citamos el tríptico buzoneado por Bilboko Konpartsak en noviembre de 2009, a raíz del castigo (2 años de suspensión) hacia las comparsas Txori Barrote y Kaskagorri por la exhibición de fotos de presos: «A 31 años de aquella primera Aste Nagusia nuestra valoración es muy positiva. Creemos que entre todos/as hemos conseguido hacer una fiesta única en el mundo. Pocas fiestas habrá que sean tan populares, tan plurales, tan participativas y tan abiertas como la nuestra. / Cuando algo funciona y funciona tan bien como Aste Nagusia, reconocida como patrimonio cultural por la UNESCO y disfrutada con entusiasmo por la ciudadanía, que la quiere y la reconoce como suya, y cuando además se trata de una actividad que aporta unos beneficios del 7% del PIB de Bizkaia…» (las negritas son mías)]]

– Política y virtualidad: La fiesta, como espacio-tiempo de excepcionalidad es también un espacio de «desborde» político, de reivindicación, de conflictos[[Cabe recordar los abundantes disturbios y enfrentamientos con la policía acaecidos históricamente en el periodo festivo o hechos más recientes como el tira y afloja con las autoridades entorno a la colocación de fotos de los presos.]]. El despliegue humano y material escenifica y trata de denunciar, visibilizar o generar simpatía por determinadas cuestiones. Esta escenificación en un contexto de fiesta fomenta en buena medida la superficialidad o «virtualidad», y más si lo que se vende es un producto «revolucionario», «alternativo» o «radical». Este hecho se ve reforzado con el contexto de derroche, alcoholismo, impacto ecológico, alienación y embrutecimiento, que presentan una imagen como mínimo problemática (si no antagónica) entre lo que se dice defender y la imagen social que se ofrece. Esta concepción de las fiestas y de otro tipo de movilizaciones populares no parece ser especialmente problemática dentro de la línea política y estratégica de la Izquierda Aber­tzale. De hecho, existe una construcción (idealizada en cuanto acrítica) de «lo vasco» ligada a la defensa e impulso de determinadas prácticas y tradiciones sociales. Sin embargo, esta misma lógica no deja de ser fuertemente contradictoria para otros sectores que se definen como ecologistas, antimilitaristas, anarquistas u otros. Al margen de iniciativas fracasadas para tratar de lavar la conciencia (ej. uso de vasos de plástico reutilizables) lo que se impone es la política del pragmatismo, de la eficacia, de la necesidad superior y del mal menor, con sus correspondientes justificaciones.

2) Justificaciones: dinero y visibilidad. Las necesidades económicas y la visibilidad de la lucha son los dos ejes fundamentales o piedras angulares que sustentan la naturalización práctica de las contradicciones en las que se cae de forma notoria (aunque no exclusiva) durante el periodo festivo.
La cuestión del dinero es un aspecto a la vez objetivo y subjetivo. Tiene que ver tanto con necesidades reales (gastos de mantenimiento de locales, costos represivos, propaganda, etc.) como con proyecciones acerca de la necesidad del propio dinero y de lo que se puede hacer (o no hacer) con él. Es realmente difícil valorar qué luchas son las que de verdad merecen la pena, (las que son las reales y transformadoras) y cuáles no. Es un terreno pantanoso que tiene que ver con la propia concepción de la política y de la vida, y en el que cada uno verá de qué manera se mete, en especial los propios integrantes de los colectivos o luchas.

Realizando, sin embargo, consideraciones más teóricas y abstractas, no parece que el dinero haya sido nunca la clave, en general, para que una lucha se enriquezca, más allá de la dinamización de la economía local o del aumento del patrimonio físico y de la cuenta bancaria de un determinado colectivo. La realidad o virtualidad de una lucha ha venido históricamente determinada por su «verdad», por su capacidad para eclosionar socialmente, o porque quienes la han llevado adelante lo han vivido como tal al margen de su éxito o fracaso. Y en esos casos el dinero, las estructuras, los liberados, etc. han sido algo secundario, que se ha ido generando en función de las necesidades reales surgidas de la propia lucha. El dinero implica una lógica de funcionamiento, que busca su maximización, a través de los medios necesarios (organización del trabajo, reducción de costes, funcionamiento y calidad de los productos, profesionalización, etc.), que no deja de ser una traslación de los métodos del capitalismo a los ámbitos supuestamente antagonistas. Una lógica económica en la que con el tiempo se generan intereses propios que buscan reproducirse por encima del objetivo inicial, lo que resulta funcional a la misma lógica de dinamización de la economía que persiguen las instituciones estatales. En definitiva, y hablando del contexto festivo, el dinero acaba convirtiéndose en la principal motivación práctica que lleva al montaje de las txosnas, que se convierten en fuente de financiación privilegiada de diversos colectivos.

La justificación del actual modelo festivo deriva tanto de una concepción filosófica de la política y de la sociedad como de un análisis de las propias necesidades económicas de los colectivos. En el presente contexto vasco, determinados sacrificios y ausencia de escrúpulos se justifican por la consecución un bien mayor que se presenta como digno y ético y la perspectiva -en el mejor de los casos- de poder resolver en algún momento las contradicciones más flagrantes. Sin embargo, las inercias (tanto por automatismo como por corrupción) suelen ser complejas de superar y resulta difícil de creer, por ejemplo, la instauración de un modelo festivo alternativo al actual una vez que hipotéticamente se generara un escenario diferente en el que las necesidades económicas «objetivas» fueran significativamente menores.

Respecto a la «visibilidad» de la lucha, la fiesta se concibe como un espacio más y además privilegiado para «hacerse visibles», más cuando la represión y el control social aumentan y hay una pérdida de la presencia en espacios públicos. Aquí se impone, en el mejor de los casos, la lógica del «mal menor» y del «que me quede como estoy», en el sentido de temer que un cuestionamiento radical de la práctica política lleve a la parálisis, al retraimiento y la «desaparición» y a dejar en manos del enemigo determinados espacios, riesgos que, por otra parte, son reales. Las preguntas que surgen son ¿qué tipo de visibilidad queremos? ¿Cómo manejamos las contradicciones? ¿Qué elecciones hacemos? ¿Cuál es la perspectiva a futuro?

Conclusiones inconclusas

El hecho de vivir nos lleva a tomar decisiones que se basan en diferentes criterios no siempre coherentes entre sí. Dichas decisiones están basadas en nuestros propios valores y necesidades. Cuando nos trasladamos al plano social y nos confrontamos con otros y con las urgencias de este mundo no se puede esperar un camino de rosas. El problema no es tanto asumir las contradicciones[[Cuando la realidad nos arroja nuestras miserias y contradicciones, quizás la mejor postura sería la de tratar de ser o más coherentes o más honestos.]] como ver que éstas se cronifican o eternizan. La promesa de que surja algo mejor de nuestro lodazal cotidiano es en buena medida una cuestión de esfuerzo y empeño, así como de circunstancias externas. También de fe, de autoconvencimiento y de tirar pa’lante. Si esto no funciona se entra en una crisis de difícil solución, en un pantano. Es una cuestión de elecciones o de dinámicas en las que nos vemos inmersos, en las que uno opta por tomar en cuenta unos aspectos y descartar otros, por tolerar unas contradicciones y rechazar otras, por lidiar con mejor o peor fortuna con los medios y con los fines. En lo que hagamos influyen circunstancias personales, sociales, coyunturas, compromisos, fidelidades, intereses,… que en cierto modo tienen más que ver con el presente que con el futuro, sobre todo cuando las realidades en que nos movemos están muy desligados de modos de vivir distintos, en especial en medios urbanos, alienantes y masificados, propios en buena medida de una sociedad decadente, que sin embargo guarda aún en su interior sentimientos y necesidades profundas (de relación, de expresión, de lucha,…) que buscan salida individual y/o colectivamente. La fiesta es un espacio para evidenciar esa necesidad, con la particularidad en el caso vasco (frente a la casi ausencia de la «política» en otras zonas, que hace tiempo que tienen «la fiesta en paz») de ese elemento de conflicto en el que puntualmente se trata de mostrar concentrada y simbólicamente una realidad social y política compleja que viene de antes y continúa después. Más allá del elemento de «desborde» y «desahogo», la fiesta ejemplifica también los valores y el modelo social por el que se apuesta, puede mostrar su carácter creador y vivo o su deriva inercial y autodestructiva como reflejo del sistema dominante.

Argia Landariz

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