ANTIDEPRESIVOS

Suponer que existan píldoras antidepresivas, supone previamente dilucidar la fenomenología de eso que llamamos depresión y que constituye uno de los términos más polisémicos, y por tanto más confusos de ese totum revolutum que mezcla psicología común y neurofisiología en unos continuos saltos de nivel descriptivo y causal de lo depresivo. Más en concreto, antes de saber si se puede actuar contra la tristeza con una pastilla, habrá que dilucidar si la tristeza que a mí o a ti lector nos embarga cuando rompemos un amor, se nos muere alguien querido o perdemos un trabajo, es un sentimiento similar o cercano al sentimiento depresivo. Frente al que dice que sin ton ni son un día no podía levantarse de la cama, lloraba sin parar y empezó a ver toda su vida como una catástrofe de la que él era culpable y por ello a reconsiderar si lo mejor no era matarse.

Ese problema de la relación -cuantitativamente, la misma pero más fuerte cuando es sin causa, o cualitativamente diferente- entre las dos tristezas, de las dos depresiones fue resuelto por la psicopatología clásica con una respuesta negativa para la identidad, con la afirmación de la depresión endógena o reactiva.
Existiría una Tectónica de los Sentimientos, una pertenencia de los mismos a capas más o menos profundas que clasificaría a los mismos en sentimientos vitales, psíquicos o espirituales, según perteneciesen al cuerpo, a la psique o al espíritu. La tristeza vital sería aquella que perteneciese a ese ámbito de lo corporal y sería aquel estado que tenemos durante los pródromos de las enfermedades virales caracterizado por la inhibición psicomotriz, la tristeza y el tedio, perteneciendo todo ello al endon, a lo profundo de nuestra biología. Lo esencial de esa tristeza es su carácter cualitativamente diferente de la tristeza psicológica, la tristeza de la depresión endógena no sería una pena como la del duelo pero más grande, sino una especie, dicen los clásicos, de monstruo psicológico que no pertenecería al campo de la psicología y que por ello no se parecería en nada a un fenómeno afectivo de una psique normal, sino que sería una mezcla de fenómeno físico-afectivo-cognitivo y de ahí esa falta de comunicación, de resonancia afectiva que tiene el monocorde y reiterativo diálogo con un paciente depresivo y su reflectancia al cambio en función de cualquier suceso venturoso.

El interés de la distinción entre las distintas capas sentimentales consiste en que los antidepresivos, y su genealogía histórico-comercial consiste en un imparable avance que abarca todo el campo de los sentimientos, en donde el valor de uso de los antidepresivos es un fenómeno en el que la depresión pasa a ser un término que significa todo lo que le pasa a individuos en los más variados conflictos: desde el duelo a los dolores sin causa, desde los vicios de jugadores al ascetismo anoréxico, desde la vejez al parto, todo se rotula bajo la sospecha de depresiones encubiertas y los antidepresivos pasan a ser fármacos a consumir por toda clase de pacientes físicos, psíquicos o más allá de personas en situación de duelo (una historia de amor desgraciada puede arreglarse desde la farmacia) o aún más allá de individuos normales a la búsqueda de una mejor vida como los llamados Usos Cosméticos del Prozac.

De ahí que si uno lee textos psicofarmacológicos sobre antidepresivos se verá inundado por continuas referencias a circuitos dopaminérgicos, a metabolitos noradrenérgicos y cómo no, a una sustancia: la SEROTONINA, supuesta responsable de conductas tan separadas como la queja dolorosa sin causas física, el suicidio o el juego y la comida patológica.

Esa Serotonina, supuesto mediador de conductas tan diversas que parece realizar el viejo sueño fisicalista de REDUCIR el lenguaje psicológico a la fisiología cerebral -cuando me quejo o actúo de todas esas formas estoy traduciendo un defecto de serotonina en algunos circuitos sinápticos-, no debe encubrir que ninguno de esos circuitos o neuromediadores se mide o se observa directamente cuando un médico prescribe cualquier antidepresivo. De ahí que a diferencia de la toma de una medicina de verdad, cuando los análisis así lo indiquen o la radiografía lo señale, el tomar o no tomar pastillas de los nervios y antidepresivos en particular, depende de la calidad de la queja, es decir según como le suene al médico ese estoy triste o el me duele, según de cuales otras quejas se acompañe ese dolor central (dormir poco o mucho, estar más cansado por la mañana que por la noche o más en otoño que en invierno) es lo que va a decidir una indicación u otra de antidepresivos. Y por lo mismo, de nuevo al contrario que en los fármacos normales que se tomarían mientras dure la infección o de por vida si es una diabetes de evolución crónica, la evolución de esa queja subjetiva tras la toma de unas píldoras es de nuevo el criterio decoroso en la continuidad o discontinuidad de la toma de antidepresivos.

NOTA: Extraído del texto «Falsas promesas: ¿Medicamentos contra las enfermedades mentales?» editado en el libro «UHP (¡Uníos Hermanxs Psiquiatrizadxs en la guerra contra la mercancía!)», Madrid 2007.

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