HAY UNA LUZ QUE NUNCA SE APAGA

Una nueva estrella llega de Oriente. ¿Qué anuncia? Anuncia al dios de la Revuelta.

La luz que desprende el obrero Chung Jae Sung, que se quemó a lo bonzo para protestar contra la reforma laboral, esa luz que por sí misma provocó la huelga inmediata de sus 32.000 compañeros de las fábricas de Hyundai, semejante luz espectral, ¿será escuchada por el mundo antes de que como una estrella su fuente se agote, aplastada por el cansancio o por las armas?

Como se sabe, durante la madrugada del 26 de diciembre de 1996, en la clandestinidad, el gubernamental Partido de la Nueva Corea tardó ¡6 minutos! en aprobar una reforma laboral que al parecer se ajusta perfectamente a las «recomendaciones» de la OCDE. «¿Por qué ha sido contestada entonces con tanta violencia esta iniciativa, que aproxima el sistema laboral surcoreano al existente en los países desarrollados?», se asombra Victoria Carvajal desde la prudente y proba sección económica de EL PAÍS [[EL PAIS, 12-1-97. La pregunta muestra tanta ingenuidad como hipocresía y sumisión mental. ]]. ¿Y por qué no? ¿Es que tal «aproximación» trae consigo automáticamente la felicidad? Pero dejemos que el mismísimo presidente de Corea del Sur, Kim Young-Sam, nos dé una respuesta concluyente: «Sé que la nueva legislación no puede satisfacer simultáneamente a los obreros y a los empresarios».[[EL PAIS, 14-1-97.]]

En efecto. Y cuando hay que elegir… se elige. He aquí el origen preciso de las nuevas leyes que, por ejemplo, autorizan la contratación de esquiroles durante las huelgas, amplían las horas de trabajo semanal de 44 a 56, establecen el despido libre y mantienen la actual prohibición de plena libertad sindical.

Tanta flexibilidad sólo puede ser contrarrestada por una resistencia inflexible, y éste ha sido el camino que la clase trabajadora surcoreana ha emprendido desde el principio. El mismo día 26,150.000 trabajadores estaban ya en huelga; el 28 serán 360.000. En general, se calcula que la media de huelguistas diarios, hasta finales de enero, ha sido de 200.000. Todos los sectores se han visto afectados: de las fábricas de automóviles, puertos y astilleros, la huelga salta a los hospitales, el comercio y el metro de Seúl. El 6 de enero se unirán los empleados de oficinas, los funcionarios y los trabajadores de las instituciones científicas y financieras.

Ante el desafío, el gobierno ha optado, por supuesto, por la represión. Acciones judiciales y orden de arresto contra 20 sindicalistas, redadas en las sedes de los sindicatos, amenazas de represalia a los huelguistas, movilización del ejército para evitar la paralización de los servicios públicos y, sobre todo, represión policial salvaje contra las manifestaciones, donde marchan unidos los obreros, los estudiantes y, muy importante, también los «cuellos blancos» (oficinistas y cuadros medios), en una proporción desconocida desde el movimiento democrático de 1987. Así, los días 9, 12 y 14 de Enero quedarán marcados por duros enfrentamientos con los antidisturbios, llegando el clímax el día 15, cuando 40.000 manifestantes se encararán con 12.000 policías en Seúl, reproduciéndose los choques en todo el país, con el resultado de 80 personas hospitalizadas. Las cargas policiales, en fin, se repiten el día 18 contra 5.000 estudiantes en Seúl.

Aunque estamos ante un proceso lógicamente inestable e indeciso, todo parece indicar que, al día de hoy, ni la represión, ni las amenazas, ni las maniobras conciliadoras del gobierno han doblegado la movilización popular, que se concentra ahora en manifestaciones y huelgas cada miércoles (140.000 huelgistas el miércoles 22 y 300.000 manifestantes en las marchas del pasado domingo 26 de Enero).

A pesar de la gravedad de los hechos, nos da la impresión de que, a un nivel general, la rebelión de los trabajadores surcoreanos está pasando desapercibida. Como no protestan las ONGs… ¿A quién le interesa? Por otro lado, casi todos guardamos la sana costumbre de evitar las páginas económicas de los periódicos, infecciosas como las miasmas de los pantanos. En cuanto a los noticiarios televisivos, las breves apariciones de la huelga se reducen a la presentación incompresible de un nuevo espectáculo deportivo, en el que policías y manifestantes se entregan a una extraña variedad de arte marcial, dentro de la conocida estrategia de los medios de comunicación de oscurecer y ridiculizar los movimientos sociales de resistencia.

Sin embargo, la trascendencia de la oleada de huelgas de Corea del Sur se sitúa en la estela del levantamiento de Chiapas, de la insurrección de Los Ángeles de 1992, de las huelgas de 1995-96 de Francia. Sólo en su compañía pueden ser interpretadas, sólo el conjunto tiene sentido: la pervivencia, a pesar de todo, de la rebelión contra la esclavitud, del deseo de vida contra la resignación.
Somos conscientes de nuestra imprudencia. ¿Cómo atreverse a buscar el significado de la lucha cuando ésta continúa? Pero para los adormecedores, siempre es demasiado pronto, tanto para la acción como para el pensamiento. Por eso nos arriesgaremos a proponer una serie de conclusiones provisionales:

• La mundialización de la economía capitalista internacionaliza también la lucha contra su despotismo. Se ve ahora que los trabajadores del 3° Mundo no son esclavos obedientes, despreciables coolies a los que se nos enseña a odiar porque su «adicción» al trabajo nos obliga, a su vez, a trabajar más para evitar el paro. Sobre esta excusa racista se levanta el mito de la competencia entre las naciones, que traduce a un lenguaje económico el mecanismo de la guerra: ambos fenómenos se nutren por igual del virus del patriotismo. Así, si en otro tiempo los trabajadores de los diferentes países se mataban por la «defensa de la patria», hoy se matan a sí mismos por la defensa de la economía nacional, aceptando condiciones de vida y trabajo infames, regresivas, repulsivas. Confiamos en que, cuando menos, los sucesos de Corea contribuyan a derrumbar la mentira que separa y enfrenta a pueblos que tienen un único enemigo.

• Insistentemente se nos dice que Corea, como los países de su entorno, está a la cabeza del nuevo capitalismo, y que su modelo servirá de ejemplo para el siglo XXI. Por todas partes se asegura que ese capitalismo avanzado, «postindustrial», exige y obtiene la obediencia y desasimiento de unos trabajadores abocados, a la vez, al trabajo temporal en las peores condiciones posibles y al consumo compulsivo (ambas exigencias, contradictorias sólo en apariencia, se complementan necesariamente, formando el emblema bifronte de la nueva servidumbre).

La actual respuesta de los obreros surcoreanos ha dejado al desnudo toda la miseria y falsedad de la propaganda narcotizante del sistema. La posición privilegiada que Corea ocupa en la escena internacional garantiza la importancia decisiva de las lecciones que se desprenden de su ejemplo. No estamos hablando de un inofensivo exotismo tercermundista, pues Corea no está en el margen, no es periferia, sino que, dentro de la puntera región económica del Pacífico, se sitúa en el centro del Primer Mundo, allí donde las fricciones provocan terremotos: más exactamente, en el epicentro del terremoto.

Por eso mismo podemos afirmar, una vez más y siempre, que a pesar de los «especialistas» agoreros, de los psicólogos, historiadores, sociólogos o economistas, la clase obrera existe, si por ésta entendemos un grupo social que se reconoce como explotado y que desea poner los medios para acabar con su explotación. Dicho de otro modo: «es proletario el que no tiene ningún poder sobre el empleo de su vida y lo sabe» [[ «Sobre la miseria de la vida estudiantil». Internacional Situacio-nista. 1967]]. Más allá de clasificaciones anacrónicas (que se trabaje o no en el sector secundario), quien no se reconozca en esta definición está levantando los ladrillos de su propia prisión, y esto es válido tanto en el espacio cultural de Calvino como en el de Confucio.

• A la vez que celebramos «esa luz que llega de Oriente», tendremos que lamentar la indiferencia occidental. El eurocentrismo sigue dominando las mentes, hasta de quienes se dicen inmunes a él. Las tácticas de los obreros surcoreanos [[De los obreros. No nos hacemos demasiadas ilusiones sobre la auténtica combatividad y radicalización de sus dirigentes.]], que no rehuyen la acción directa ni la violencia, dejan en ridículo la prudencia (complicidad) de las huelgas de 12 horas con servicios mínimos pactados. ¿Será ésta la razón de la pasividad de los sindicatos y partidos de la «izquierda» europea? ¿Dónde están las huelgas solidarias de las fábricas europeas? ¿Dónde los puertos que se niegan a descargar mercancías de Corea del Sur, dónde la llamada al boicot de sus productos, hasta que se derogue el salvajismo legalizado? ¿Dónde las manifestaciones, las recogidas de firmas, las sentadas? Un gran silencio se extiende sobre las conciencias.

• ¿Hay tiempo aún para unirse a la revuelta, para difundirla? Llamamos a la comprensión, para empezar, de la trascendencia del desafío de Corea del Sur; a la solidaridad activa, por todos los medios posibles, y según las posibilidades de cada uno; a la utilización humorística y provocadora de los medios de comunicación, a su saturación mediante cartas, llamadas a las tertulias de radio y TV, etc., llenando de sentido lo que está vacío, convirtiendo en alud social cada bola de nieve de protesta individual; al fomento de huelgas, sabotajes, etc., en cada puesto de trabajo, utilizando para ello de forma imaginativa los faxes y correos electrónicos de empresas y particulares, de amigos y desconocidos, así como las lineas de teléfono e Internet, lográndose así que el ser humano, por una vez, sitúe sus innovaciones técnicas a la altura de sí mismo; a la ocupación visible de calles y plazas, mediante pintadas, panfletos, acciones; a la agitación, en definitiva. De esta forma, un apoyo decidido a la clase trabajadora de Corea del Sur, puede que se convierta en un boomerang que algún día vuelva a nosotros, transmutado en revuelta.

Por último, no se nos escapa que el fin de las reivindicaciones de Corea es un fin reformista. A pesar de la indudable agitación de los grupos radicales y aunque todo se pueda esperar de la espontaneidad o del azar, no hay una huelga revolucionaria, no hay una revolución en marcha en Corea, como sería nuestro deseo. Sí, la revuelta de los obreros surcoreanos es parcial y reformista. ¿Perderá por ello todo su prestigio? ¿En nombre de qué ideología revolucionaria, sin caer en la impostura y la megalomanía? Tampoco nos sirve, como hizo notar el Grupo Surrealista de Chicago a propósito de la revuelta de Los Ángeles «la autosatisfacción cínica de aquellos que pretenden que cualquier acontecimiento, en cualquier lugar y momento, demuestra una vez más este o aquel programa arcaico»[[«Tres días que conmocionaron el Nuevo Orden Mundial: la revuelta de Los Angeles de 1992». Grupo Surrealista de Chicago. 1993.]]. Nos referimos a algo más que las habituales rabietas contra el «fin de la historia», el «nuevo orden mundial» o el malvado «pensamiento único». En el momento actual de la teoría revolucionaria, ¿existe un programa verdaderamente válido y operativo que proponer? ¿Sería realmente imprescindible?[[En este sentido, la experiencia de Chiapas abre toda una nueva perspectiva que renueva los términos conocidos de las revoluciones históricas.]]. Confesamos nuestra modestia en este punto: no lo sabemos. Reconocerlo puede que sea un acto de honestidad intelectual; es, además, un punto de partida necesario. Antes de Fourier, antes de Marx o Bakunin, existieron los ludditas. Para la elaboración de un proyecto revolucionario tan satisfactorio como exaltante y que de verdad responda a nuestro tiempo, todo indica que nuevamente «hay un gran trabajo destructivo, negativo, por hacer»; hablamos de la destrucción de la comodidad mental y del consenso sumiso, a la negación de la Palabra del Sistema y de la felicidad de su espectáculo. En las huelgas de Corea del Sur reconocemos ese malestar contagioso, esa insurgencia difusa que tal vez encarne el espíritu de nuestro tiempo. De las barricadas de Seúl a los sabotajes de los trabajadores de Duro-Felguera, que el 15 de enero (¡prodigiosa coincidencia!), irrumpieron en las oficinas de la empresa, o el motín de 105 empleados del Credit Foncier de France, que durante 7 días ocuparon la sede central reteniendo a su gobernador, hay toda una sintomatología de que el enfermo imaginario quiere despertar. Y lo hará malhumorado. Y una vez despierto, puede que reencuentre, ahora sí, el camino del deseo que desemboca en la utopía.

Grupo Surrealista de Madrid

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