(agencia
La vaca)Un cambio dramático en el escenario económico
mundial, el fin de la hegemonía económica estadounidense,
podría sobrevenir si, como se tiende a considerar cada
vez con más asidero, es sólo cuestión de
tiempo que el comercio internacional de petróleo se realice
en euros y no en dólares. Es parte del panorama que deja
el 2003, año plagado de fracasos para Washington, muy
en particular en América Latina.
EMPANTANADA SU POLÍTICA en Oriente Medio, donde no ha
conseguido imponer su Hoja de Ruta ni se avizora un futuro de
paz en Irak, con una situación interna apenas contenida
por la retórica de la guerra y la permanente apelación
al miedo -tomando a la población como rehén de
sus ambiciones imperiales-, con dificultades financieras que
se resumen en una pérdida de credibilidad del dólar,
la Casa Blanca no pudo, a lo largo de 2003, más que contemplar
una serie de fracasos en América Latina, que van desde
el descarrilamiento de la cumbre de la Organización Mundial
del Comercio (OMC) hasta la conformación de un frente
piloteado por Brasil que inviabilizó el ALCA tal como
lo tenía planeado Washington, pasando por la consolidación
del gobierno de Hugo Chávez y la sólida negativa
de Néstor Kirchner de plegarse a las exigencias del FMI.
UNA ECONOMÍA DEBILITADA. Sobre las dificultades de
la administración de George W Bush en Oriente Medio
se escriben a diario cientos de páginas. Mucho menos
evidente son las dificultades por la que atraviesa su economía,
y muy en particular sus finanzas, pese a la euforia que viene
despertando el crecimiento económico que se registró
a lo largo del año.
Parte de esas dificultades provienen de la explosión
de la burbuja especulativa, que tuvo en algunos sonados escándalos
-como el de la empresa Halliburton vinculada al vicepresidente
Dick Cheney- su costado mediático, arrastrando a la
ruina a millones de ahorristas. O las manipulaciones financieras
con los fondos mutuos que perjudicaron a una parte de los
95 millones de personas que confiaron a ellos sus jubilaciones.
Sin embargo, más allá de estas situaciones
puntuales, Estados Unidos acumula un déficit monumental
en cuenta corriente que asciende a 500 mil millones de dólares.
La forma de reducir ese déficit, que en vista de la
política imperial debe considerarse como estructural,
ha sido durante la gestión de Bush la desvalorización
del dólar, en particular frente al euro, que sólo
en este año experimentó una caída del
15 por ciento. "La mayor razón para la baja del
dólar es su enorme e insustentable déficit en
cuenta corriente. Con una cotización más baja
del dólar, Estados Unidos consigue hacer sus productos
más competitivos en el mercado internacional y también
disminuye el ritmo de las importaciones. El dólar debe
caer más del 5 por ciento en 2004 y debe continuar
cayendo en 2005", señaló a Folha de São
Paulo, el domingo 21 de diciembre, Farid Abolfathi, director
de la consultora Global Insight.
Pero la solución al déficit acarrea problemas
más graves aun: la fuga de capitales. En el año
2000 los inversones internacionales compraron 175 mil millones
de dólares en acciones estadounidenses, frente a sólo
15 mil millones que llevaban adquiridos hasta octubre de este
año. Ian Grunner, director del banco Mellon Financial
de Londres, señaló que "los propios inversores
estadounidenses están cuestionándose la importancia
de tener activos en dólar", y están aumentando
exponencialmente la compra de acciones extranjeras. En efecto,
hasta octubre de este año los estadounidenses compraron
sólo 1,5 mil millones de dólares en acciones
extranjeras frente a los 66 mil millones del año 2002.
La falta de confianza en el dólar afecta a los tradicionales
aliados de la superpotencia. Desde el 11 de setiembre, los
países árabes retiraron de Estados Unidos la
mitad de los 700 mil millones de dólares que tenían
invertidos en el país; a la cabeza de la estampida
se encuentra la ex aliada Arabia Saudita, que retiró
unos 200 mil millones de dólares.
Así las cosas, las señales de alerta y de alarma
en torno al dólar se han instalado con fuerza en el
mercado financiero internacional, y ya son visibles para todos.
Arabia Saudita y otros países de la OPEP están
presionando para que la cotización y el comercio del
petróleo se realicen en euros y no en dólares.
Si esto sucediera (muchos sostienen que no es inminente pero
es sólo cuestión de tiempo), se produciría
un cambio dramático en el escenario económico
mundial, sellando el fin de la hegemonía estadounidense.
EL REVUELTO PATIO TRASERO. Este escenario global adverso
para Estados Unidos se vio agravado por la confluencia de
procesos políticos y sociales que, concentrados a lo
largo de este año, marcan un punto de inflexión
en las relaciones entre América Latina y Washington.
A comienzos de año el gobierno venezolano de Chávez
afrontaba una dura ofensiva de la oposición que amenazaba
con derribarlo del poder, toda vez que la empresa petrolera
estatal (PDVSA) estaba en el centro de la disputa mediante
una huelga que se adivinaba interminable. Pero Chávez
ofreció una dura resistencia y su gobierno salió
fortalecido. El 1 de enero ascendió Luiz Inácio
Lula da Silva a la presidencia de Brasil y el 15 de ese mes
lo hizo el coronel Lucio Gutiérrez en Ecuador. Ambos
cambios eran el producto de virajes sociales y políticos
de larga duración, aunque los dos presidentes optaron
luego por caminos diferentes frente a Washington.
En febrero estalló la huelga policial en Bolivia,
anticipo del derrumbe estatal que sobrevendría siete
meses después. En mayo Carlos Menem, adalid continental
del neoliberalismo, debió renunciar a la segunda vuelta
electoral ante la inminencia de una contundente derrota. La
llegada de Kirchner a la Casa Rosada significó un giro
de 180 grados en la política internacional de Argentina,
enterrando las políticas neoliberales de la década
anterior. A fines de abril los paraguayos eligieron a Nicanor
Duarte como presidente, quien desde el primer momento tomó
distancias del modelo, apostó al MERCOSUR y se comprometió
a combatir algunos males endémicos del país,
como la corrupción, rompiendo con el estilo y los alineamientos
internacionales de gobiernos anteriores.
En junio Brasil, India y Sudáfrica firmaron un acuerdo
de cooperación, bautizado como G 3, con la intención
de estrechar las relaciones entre los países del Sur.
En agosto se produjo la ruptura del movimiento indígena
ecuatoriano Pachakutik con el gobierno de Gutiérrez,
alineado con el FMI y Washington, en lo que puede vislumbrarse
como el único éxito en todo el año de
la Casa Blanca en su patio trasero.
En setiembre se produjo el fiasco mayor de la estrategia
imperial: la cumbre de Cancún de la OMC se saldó
con un fracaso para Estados Unidos y la Unión Europea
al no llegarse a un acuerdo sobre el comercio agrícola.
La contracara fue el resonante éxito del movimiento
contra la gobalización que realizó grandes manifestaciones
en el balneario mexicano y, en paralelo, el del recién
estrenado G 20, la alianza de países del Tercer Mundo
en la que Brasil y China juegan un papel determinante.
El 17 de octubre una impresionante insurrección del
pueblo boliviano derribó al mejor aliado de Estados
Unidos en la región, Gonzalo Sánchez de Lozada.
Su sucesor, Carlos Mesa, se distanció de la gestión
anterior y se mostró dispuesto a estrechar lazos con
sus vecinos argentinos y brasileños, profundizando
el MERCOSUR. En la solución a la crisis boliviana jugaron
un papel importante las gestiones diplomáticas de los
presidentes Kirchner y Lula, que en esos mismos días
firmaban el llamado Consenso de Buenos Aires, la alianza estratégica
entre los dos grandes de Sudamérica que busca remodelar
la región y frenar la firma del ALCA en las condiciones
impuestas por Estados Unidos.
El año registró también las derrotas
electorales de los dos gobiernos más afines a Washington
en América del Sur: Álvaro Uribe fue derrotado
en las elecciones regionales y municipales de octubre por
la alianza de centroizquierda Polo Democrático, que
fue capaz de introducir una cuña entre liberales y
conservadores que tradicionalmente se reparten el poder en
Colombia. Y Jorge Batlle sufrió, a principios de diciembre,
una estrepitosa derrota en el referéndum que derogó
la ley que permitía a la petrolera estatal asociarse
con capitales extranjeros.
ALCA O INTEGRACION. El conjunto de cambios protagonizados
por el movimiento social y la izquierda del continente está
rediseñando el mapa político continental. El
nuevo escenario resultó visible en la reunión
ministerial de Miami, en noviembre, cuando se acordó
lo que Lula deseaba, o sea, "hacer un ALCA solamente
en lo que es posible, y dejar el resto para pelearlo en la
Organización Mundial del Comercio".
En los hechos, el ALCA que deseaba Estados Unidos es cada
vez más una quimera. Sobre todo, después de
la cumbre del MERCOSUR de diciembre en Montevideo, donde se
llegó a un acuerdo entre el MERCOSUR y la Comunidad
Andina de Naciones (CAN), con varios de cuyos países
Estados Unidos pretende realizar acuerdos bilaterales como
forma de aislar a Brasil. En la misma línea puede situarse
el acuerdo firmado, también en Montevideo, por los
gobiernos de Argentina y Bolivia para construir un gasoducto
común que será el principal abastecedor de gas
hacia el sur. Con ello se establece una alternativa al proyecto
de exportar gas boliviano hacia Estados Unidos vía
Chile, que fue el disparador de la insurrección boliviana
de octubre.
Sin embargo, pese a este conjunto de fracasos y contratiempos,
la diplomacia estadounidense está comenzando a reacomodarse,
reconociendo que no puede imponer su voluntad como antaño.
Es lo que ha venido haciendo el director de Comercio Exterior
de Estados Unidos, Robert Zoellick, al aceptar un "ALCA
flexible". Es, también, una forma de ganar tiempo,
algo que la administración de Bush necesita imperiosamente
hasta las elecciones de noviembre de 2004
Parece evidente que cuantas más dificultades tenga
Washington en el mundo, más posibilidades tendrán
los países latinoamericanos de ganar su propio espacio
y negociar relaciones más ventajosas con la superpotencia.
Es la pelea contra reloj de la diplomacia brasileña,
la más lúcida de la región y una de las
más hábiles del Tercer Mundo, junto a la china.
No se debería, no obstante, perder de vista que en
una situación como la actual la superpotencia -como
todos los imperios en la historia- cuenta con dos armas que
está empleando con astucia: la eterna división
entre los países latinoamericanos y la posibilidad
de cooptar a los que no pueda neutralizar por otras vías.
En los próximos meses veremos cómo se acomodan
las piezas en el ajedrez continental. Llama la atención
que el gobierno brasileño -que podría haber
hundido definitivamente al ALCA luego del fracaso de Cancún-
haya optado por darle tiempo a los halcones de Washington
aprobando el ALCA aunque sea en su versión light.
Por el momento en América Latina compiten no sólo
dos, sino hasta tres versiones de la integración deseable.
La de Estados Unidos y sus aliados, que siguen empeñados
en un ALCA a la medida de las multinacionales. La de Venezuela
y Cuba, que optan por una integración estrictamente
latinoamericana sin injerencia de Estados Unidos. Y entre
ambas aparece la propuesta brasileña, que pretende
una integración en la que Estados Unidos tenga un papel
preponderante pero no decisivo. Este camino -que por ahora
es el que cuenta con más aliados en la región-
parece hecho a la medida de la burguesía industrial
paulista, que necesita más del mercado estadounidense
que de los mercados regionales, y aun del propio mercado interno,
para potenciar su expansión. El gobierno argentino
parece vacilante, aunque tiende a sumarse a la alternativa
brasileña. Si ésta se consolida, se podría
estar construyendo nuevamente una integración asimétrica,
en prejuicio de los países más débiles
y las regiones más pobres.
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